24 de marzo de 2010

La Argentina segregacionista (1). "Cabecitas negras", "perucas" y "bolitas"

Argentina, 2003. Dice el lingüista holandés Teun Van Dijk (1943), un notable innovador en la lingüística del texto -cuyo trabajo se centra en el análisis de la estructura, la producción y la recepción de la información periodística referida a los factores étnicos, el racismo y la identidad cultural- en su ensayo "Ethnic domination and racist discourse in Spain and Latin America" (Dominación étnica y racismo discursivo en España y América Latina): "La Argentina, tanto en su historia como en la actualidad, muestra muchas formas de racismo, desde la discriminación de indígenas y africanos y el racismo generalizado contra los 'cabecitas negras' hasta el trato dispensado a los inmigrantes pobres de los países latinoamericanos cercanos". Van Dijk analiza en su abundante obra la construcción discursiva de las diversas variantes de la expresión racista y de los prejuicios relacionados con las migraciones, la interculturalidad, el discurso del poder y la fijación cognitiva de las creencias.

Argentina, 1810. Cornelio Saavedra (1759-1829), Comandante del Regimiento Patricios de la ciudad de Buenos Aires, activo participante en la resistencia durante las invasiones inglesas y Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno del 25 de Mayo de 1810, nació en Potosí y estudió en Chuquisaca, junto con otros destacados intelectuales de esa época revolucionaria. En 1825 Bolivia se independizó de las Provincias Unidas del Río de la Plata tras la Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú. Eso es otra historia, pero lo cierto es que Saavedra, el primer gobernante argentino, fue un boliviano. Otro tanto se puede decir, sólo por tomar un ejemplo, de Guillermo Brown (1777-1857), el primer Almirante de la fuerza naval de la Argentina y destacadísmo actor en las luchas por la independencia. Nació como William Brown en Irlanda, es decir, también era "extranjero".


Argentina, 2009. Según el Mapa de la Discriminación elaborado por el Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), gran parte de la población cree que la peor discriminación en la Argentina se da por la situación de pobreza que afecta a una extensa porción de la población. Esto tiene que ver con la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, algo que sólo se soluciona logrando el acceso a la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, lo que, claro está, depende de decisiones políticas que cada vez parecen estar más lejos de tomarse. Desde de las propias estructuras gubernamentales se fomenta la exclusión social, la discriminación, la privación de derechos y la segregación. Toda ese sector de la población será, una y otra vez, utilizado a la hora de votar a cambio de alguna dádiva. Es lo que habitualmente se conoce como "voto cautivo", entendiéndose a esta definición no ya como aquel caudal electoral propio, estable, con que contaban los partidos políticos por adhesión ideológica o por tradición familiar, sino como aquel pérfido mecanismo por el cual los recursos públicos son utilizados como activos electorales para el desarrollo de aparatos partidarios y la perpetuación del clientelismo.

Argentina, 1999. A modo de ensayo de ejecución de una ley propuesta por el gobierno de turno encabezado por un descendiente de sirios a quien apodaban "el Turco", la policía detuvo a 1.500 inmigrantes peruanos, bolivianos y paraguayos. En la redacción de esta ley xenófoba participaron un ministro hijo de polacos y un diputado nieto de gallegos. El propio presidente declaró entonces: "Hay que cerrarles las puertas a los que vienen a delinquir a nuestra patria, porque no podemos someter a los rigores del delito y la inseguridad a nuestra gente y a nuestras fuerzas de seguridad". La mismísima Confederación General del Trabajo (CGT), en una actitud compartida y alentada por las cámaras empresariales y los medios de comunicación, alentaron estas medidas. La Unión Obrera de la Construcción (UOCRA) empapeló las calles de Buenos Aires con un afiche donde se convocaba a los trabajadores argentinos a resistir la "inmigración ilegal", mostrándola como causa de la desocupación del sector. Era común por entonces escuchar aquello de "los bolitas laburan por dos pesos y nos sacan el trabajo" o "los paraguas son traicioneros", por citar sólo algunas expresiones. El tufillo a un trivial nacionalismo emana de estas actitudes y declaraciones con una energía digna de mejores causas.
El historiador británico Eric Hobsbawm (1917) en "Nations and nationalism since 1780" (Naciones y nacionalismos desde 1780) decía que: "El racismo es, de alguna manera, el exceso constituyente o el suplemento interior del nacionalismo: ese suplemento necesario para que los Estados-Nación logren proyectar, en la vida cotidiana y en una perspectiva histórica, una clausura que sería imposible desde un punto de vista material o cultural y que sin embargo las sociedades nacionales persiguen en una suerte de indefinida huida hacia delante, particularmente en sus períodos de crisis". La relación entre la doctrina fascista y el concepto de racismo es evidente, y el intento de despegar al peronismo de sus fuentes fascistas es vano. Lo que busca un migrante es acceder a un mejor nivel de vida. Esa búsqueda lo lleva a competir con otros trabajadores, cualquiera sea su nacionalidad, haciéndole el caldo gordo a la burguesía dueña de los medios de producción ya que, esa competencia repercute directamente en el valor de los salarios y en la duración de la jornada laboral de los asalariados. A mayor competencia, mayor explotación, un axioma que aquellos dirigentes que dicen defender a los trabajadores deberían conocer al dedillo.

Argentina, 2010. Sabido es que en nuestro país existe el racismo. Hay, claro, una tibia discusión sobre el alcance de las conductas racistas en Argentina. Se dice, a modo de excusa, que estas conductas no difieren en mucho de las que se presentan en los demás países del mundo y que sólo se trata de comportamientos inofensivos o marginales, pero lo cierto es que el racismo es un fenómeno extendido y expresado de muy diversas maneras. El racismo suele estar íntimamente relacionado con conductas de discriminación por causas socio-económicas y políticas. Con alarmante frecuencia coexisten en nuestro vocabulario diario términos para discriminar a ciertos grupos de la población, en especial a aquellos denominados "negros", un grupo que en nuestro país no se encuentra claramente definido aunque casi siempre está asociado con aquellas personas de piel o cabello más oscuro, pertenecientes a la clase trabajadora o a la población lumpen y marginada, a la que, casi invariablemente, se la relaciona con la delincuencia. En el siglo pasado, los motes "gallego", "tano" y "ruso" tenían, en muchos casos, connotaciones peyorativas para dirigirse a los inmigrantes. Hoy se agregaron "bolita", "chilote", "paragua" y "peruca" para referirse en el mismo sentido a los inmigrantes de origen latinoamericano.


Varios medios de prensa alientan la xenofobia y el racismo, llegando incluso alguno de ellos a calificar a la inmigración como una "invasión silenciosa" de gente que quita el trabajo a los argentinos, los perjudica económicamente y ocupa sus escuelas y hospitales. El argentino medio, tan proclive a digerir sin más lo que recibe metódicamente por esa vía, repite en la fábrica, la oficina, el taxi, el supermercado o el café, aquello que escucha, y lo erige como verdad consagrada. Es innegable que el tema de la verdad es sumamente complejo. El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) decía que la verdad es una creación del poder. Si a esto nos atenemos y dado que el poder lo ostenta la burguesía capitalista, es notorio que la "verdad" que exponen los medios de prensa, tanto escrita como televisiva, es, por lo menos, controvertible. Así, cuando se habla de los extranjeros que "invaden" el país, se quedan con las fuentes de trabajo y, lo que es peor, son los responsables de la "inseguridad", lo que se hace es ocultar las verdaderas causas de este fenómeno. La migración es un producto del capitalismo. El antiguo concepto de "liberación de la mano de obra" con el que Karl Marx (1818-1883) en "Formen, die der kapitalistischen produktion vorgehen" (Formas que preceden a la producción capitalista) se refería al hecho que ocurría en las sociedades tradicionales cuando hacía su irrupción el capitalismo provocando que mucha mano de obra ya no fuese necesaria y tuviera que emigrar para poder sobrevivir, está hoy vigente de modo remozado. La expansión capitalista -vía imperialismo en principio, vía globalización actualmente- ha convertido a los países subdesarrollados en la despensa particular de materias primas y mano de obra barata para las burguesías dominantes de los países centrales y sus cómplices de los países periféricos.
El fenómeno de la migración es funcional al capitalismo. El sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein (1930) dice en "The modern world system" (El moderno sistema mundial) que "la economía del mundo capitalista siempre ha requerido para su funcionamiento óptimo que se produjeran extensas y continuas migraciones de gente, tanto de forma forzada como voluntaria, para responder a las necesidades de fuerza de trabajo en determinados enclaves geográficos". De este modo se abre la vía al encuentro de la fuerza de trabajo y el capital, en el que se ponen en juego las relaciones de dominación y explotación. Estas relaciones, con su violencia constitutiva, no hacen más que mostrar la actualidad de las formas de extracción de plusvalía y el vínculo estructural entre la actual fase del capitalismo y sus nuevas formas de acumulación primitiva. En definitiva, el racismo es un producto de la brutal crisis del sistema capitalista, de la cual la Argentina no está exenta por más que se afirme lo contrario.