Hasta mediados del siglo XX, en las universidades europeas, especialmente las de filiación católica, predominaba la enseñanza de la filosofía de acuerdo a los principios de la Escuela Escolástica, una práctica que comenzó en siglo XIII con la irrupción de Tomás de Aquino (1225-1274) y se extendió hasta el Concilio Vaticano II convocado por el papa Angelo Roncalli (1881-1963) conocido como Juan XXIII. Si bien para muchos historiadores la escolástica no es considerada como una filosofía propiamente dicha sino como una teología desarrollada filosóficamente, es innegable su importancia sobre todo en la Edad Media. Tras su etapa temprana -fuertemente influenciada por el neoplatonismo- que se extendió entre los siglos IX y XIII teniendo como principal exponente a Anselmo de Canterbury (1033-1109), la escolástica tuvo su esplendor entre los siglos XIV y XV, época en la que prevaleció el aristotelismo cristiano de la mano de Guillermo de Ockham (1285-1349). Con la demarcación entre filosofía y teología llevada a cabo por el ya citado Tomás de Aquino en su "Summa theologiae" (Suma teológica) publicada en 1272, comenzó un proceso que representaría el fin de la filosofía medieval y el comienzo de la filosofía moderna. Durante los siglos siguientes, las controversias sostenidas entre los teólogos católicos y los protestantes en el marco de la Reforma significaron el comienzo de la decadencia de la escolástica. En el siglo XIX se inició el período de la neoescolástica, que agrupó a las diferentes corrientes de la filosofía católica entre las que sobresalió el neotomismo impulsado por Jacques Maritain (1882-1973). Sin llegar a ser la filosofía dominante de antaño, fue no obstante, una de las escuelas más importantes y prestigiosas de su época. La escolástica defendió desde sus comienzos la tesis de que Dios podía ser conocido por la razón natural con un grado de certeza calificada como "metafísica". En ese sentido, resultó altamente ejemplar la discusión radiofónica mantenida en 1948 por el gran filósofo y matemático Bertrand Russell, que defendió una posición agnóstica, y el jesuita Frederick Charles Copleston, prestigioso profesor de Filosofía. El debate, que puso de manifiesto la contraposición entre el punto de vista escolástico clásico de Copleston y el criticismo de Russell frente a la idea de Dios, se difundió en todo el mundo y tuvo una amplia repercusión en los ambientes intelectuales. Si bien actualmente el diálogo ciencia-religión ha evolucionado mucho, la polémica sostenida por estos pensadores mantiene un indudable interés. Lo que sigue a continuación es la primera parte de la transcripción del mencionado programa radial emitido por la BBC de Londres.F.C.C.: Como vamos a discutir aquí la existencia de Dios, quizás sería conveniente llegar a un acuerdo provisional en cuanto a lo que entendemos por el término “Dios”. Presumo que entendemos un ser personal supremo, distinto del mundo y creador del mundo. ¿Está de acuerdo, al menos provisionalmente, en aceptar esta declaración como significado de la palabra “Dios”?
B.R.: Sí, acepto esa definición.
F.C.C.: Bien, mi posición es la posición afirmativa de que tal ser existe realmente y que Su existencia puede ser probada filosóficamente. Quizás podría decirme si su posición es la del agnosticismo o el ateísmo. Quiero decir, ¿cree que puede probarse la no existencia de Dios?
B.R.: No, yo no digo eso: mi posición es agnóstica.
F.C.C.: ¿Está de acuerdo conmigo en que el problema de Dios es un problema de gran importancia? Por ejemplo, ¿está de acuerdo en que si Dios no existe, los seres humanos y la historia humana pueden no tener otra finalidad que la finalidad que ellos decidan elegir, lo cual, en la práctica, significaría la finalidad que impusieran los que tienen poder para imponerla?
B.R.: Hablando en términos generales, si, aunque tendría que poner alguna limitación a su última cláusula.
F.C.C: ¿Cree que si no hay Dios, si no hay un ser absoluto, puede haber valores absolutos? Quiero decir, ¿cree que, si no hay un bien absoluto, el resultado es la relatividad de los valores?
B.R.: No; creo que esas cuestiones son lógicamente distintas. Tome, por ejemplo, la obra de G.E. Moore, “Principia Ethica”, donde él sostiene que hay una diferencia entre bien y mal, que ambas cosas son conceptos definidos. Pero no saca a relucir la idea de Dios en apoyo de su afirmación.
F.C.C.: Bueno, dejemos para más tarde la cuestión del bien, hasta que lleguemos al argumento moral, y antes daré un argumento metafísico. Querría destacar principalmente el argumento metafísico basado en el argumento de Leibniz de la “contingencia”, y luego discutiremos el argumento moral. ¿Quiere que haga una breve exposición sobre el argumento metafísico, y luego pasemos a discutirlo?
B.R.: Ese me parece un buen plan.
F.C.C.: Bien, para aclarar, dividiré el argumento en distintas fases. En primer lugar, diría, sabemos que hay, al menos, ciertos seres en el mundo que no contienen en sí mismos la razón de su existencia. Por ejemplo, yo dependo de mis padres, y ahora del aire, del alimento, etcétera. Segundo, el mundo es simplemente la totalidad o el conjunto real o imaginado de objetos individuales, ninguno de los cuales contiene sólo en sí mismo la razón de su existencia. No hay ningún mundo distinto de los objetos que lo forman, así como la raza humana no es algo aparte de sus miembros. Por lo tanto, diría pues que existen objetos y acontecimientos, y como ningún objeto de experiencia contiene dentro de sí mismo la razón de su existencia, esta razón, la totalidad de los objetos, tiene que tener una razón fuera de sí misma. Esa razón tiene que ser un ser existente. Bien, ese ser es la razón de su propia existencia o no lo es. Si lo es, enhorabuena. Si no lo es, tenemos que seguir adelante. Pero si procedemos en este sentido hasta el infinito, entonces no hay explicación de la existencia. Así, diría, con el fin de explicar la existencia, tenemos que llegar a un ser que contiene en sí mismo la razón de su existencia, es decir que no puede no existir.
B.R.: Eso plantea muchas cuestiones y no es del todo fácil saber por dónde empezar, pero creo que, quizás, respondiendo a su argumento, el mejor modo de empezar es la cuestión del ser necesario. La palabra “necesario”, a mi entender, sólo puede aplicarse significativamente a las proposiciones. Y, en realidad, sólo a las analíticas, es decir, a las proposiciones cuya negación supone una contradicción manifiesta. Yo sólo podría admitir un ser necesario si hubiera un ser cuya existencia sólo pudiere negarse mediante una contradicción manifiesta. Querría saber si usted acepta la división de Leibniz de las proposiciones en verdades de razón y verdades de hecho. Si acepta las primeras, las verdades de razón, como necesarias.
F.C.C.: Bien, yo, desde luego, no suscribo lo que parece ser la idea de Leibniz sobre las verdades de razón y las verdades de hecho, ya que al parecer, para él, a la larga, sólo hay proposiciones analíticas. Al parecer, para Leibniz, las verdades de hecho se pueden reducir en último término a verdades de razón. Es decir, a proposiciones analíticas, al menos para la mente omnisciente. Yo no estoy de acuerdo con eso. Por un lado, no se corresponde con los requisitos de la experiencia de la libertad. Yo no deseo apoyar toda la filosofía de Leibniz. Me he valido de su argumento de la contingencia para el ser necesario, basando el argumento en el principio de la razón suficiente, simplemente porque me parece una formulación breve y clara de lo que es, en mi opinión, el argumento metafísico fundamental de la existencia de Dios.
B.R.: Pero, a mi entender, “una proposición necesaria” tiene que ser analítica. No veo qué otra cosa puede significar. Y las proposiciones analíticas son siempre complejas y lógicamente algo lentas. “Los animales irracionales son animales” es una proposición analítica; pero una proposición como: “Esto es un animal” no puede ser nunca analítica. En realidad, todas las
proposiciones que pueden ser analíticas son un poco lentas en la construcción
de proposiciones.
F.C.C.: Tomemos la proposición: “Si hay un ser contingente, entonces hay un ser necesario”. Considero que esa proposición, hipotéticamente expresada, es una proposición necesaria. Si va a llamar proposición analítica a toda proposición necesaria, entonces, para evitar una discusión sobre terminología, convendré en llamarla analítica, aunque no la considero una proposición tautológica. Pero la proposición es sólo una proposición necesaria en el supuesto de que exista un ser contingente. El que exista realmente un ser contingente tiene que ser descubierto por experiencia, y la proposición de que existe un ser contingente no es ciertamente una proposición analítica, aunque, como usted sabe, yo una vez sostuve que, si hay un ser contingente, necesariamente hay un ser necesario.
B.R.: La dificultad de esta discusión estriba en que yo no admito la idea de un ser necesario, y no admito que tenga ningún significado particular el llamar “contingentes” a otros seres. Estas frases no tienen para mí significado más que dentro de una lógica que yo rechazo.
F.C.C.: ¿Quiere decir que rechaza usted estos términos porque no encajan en lo que se denomina “lógica moderna”?
B.R.: Bien, no les encuentro significación. La palabra “necesario” me parece una palabra inútil, excepto cuando se aplica a proposiciones analíticas, no a cosas.
F.C.C.: En primer lugar, ¿qué entiende por “lógica moderna”? Que yo sepa, hay sistemas un poco diferentes. En segundo lugar, no todos los lógicos modernos reconocen seguramente la falta de sentido de la metafísica. De todos modos, ambos sabemos que había un pensador moderno muy eminente, cuyos conocimientos de lógica moderna eran bien profundos, que no pensaba ciertamente que la metafísica carece de sentido o, en particular, que el problema de Dios carece de sentido. De nuevo, aunque todos los lógicos modernos sostuvieran que los términos metafísicos carecen de sentido, eso no significaría que tuviesen razón. La proposición de que los términos metafísicos carecen de sentido me parece una proposición basada en una supuesta filosofía. La proposición dogmática que hay detrás de ella parece ser ésta: lo que no cabe dentro de mi máquina no existe, o carece de sentido; es la expresión de la emoción. Sencillamente, estoy tratando de destacar que cualquiera que afirma que un sistema particular de lógica moderna es el único criterio sensato, afirma algo superdogmático; insiste dogmáticamente en que una parte de la filosofía es toda la filosofía. Después de todo, un ser “contingente” es un ser que no tiene en sí mismo la completa razón de su existencia, que es lo que yo entiendo por ser contingente. Usted sabe, tan bien como yo, que no puede ser explicada la existencia de ninguno de nosotros sin referencia a algo o alguien fuera de nosotros, nuestros padres, por ejemplo. Por el contrario, un ser “necesario” significa un ser que tiene que existir y no puede dejar de existir. Puede decir que no existe tal ser, pero le va a ser difícil convencerme de que no entiende los términos que uso. Si no los entiende, ¿qué motivos tiene entonces para decir que no existe ese ser, si es eso lo que dice?
B.R.: Bien, aquí hay puntos en los que no quiero profundizar. No sostengo en absoluto que la metafísica carezca de sentido en general. Sostengo la falta de sentido de ciertos términos particulares, no basándome en alguna razón general, sino simplemente porque no he sido capaz de ver una interpretación de esos términos particulares. No es un dogma general; es una cosa particular. Pero, por el momento, dejo esos puntos. Y diré que lo que ha dicho nos lleva, a mi entender, al argumento ontológico de que hay un ser cuya esencia implica existencia, de forma que Su existencia es analítica. A mí eso me parece imposible, y plantea, claro está, la cuestión de lo que uno entiende por existencia, y, en cuanto a esto, pienso que no puede decirse nunca que un sujeto nombrado existe significativamente, sino sólo un sujeto descrito. Y que la existencia, en realidad, no es, definitivamente, un predicado.
F.C.C.: Bien, usted dice, me parece, que es mala gramática o, mejor dicho, mala sintaxis el decir, por ejemplo, “T.S. Eliot existe”; debería decirse, por ejemplo, “El autor de Asesinato en la Catedral existe”. ¿Va usted a decirme que la proposición “La causa del mundo existe” carece de significado? Puede decir que el mundo no tiene causa; pero yo no veo cómo puede decir que la proposición “La causa del mundo existe” no tiene sentido. Póngalo en forma de pregunta: “¿Tiene el mundo una causa?”. “¿Existe la causa del mundo?”. La mayoría de la gente entendería seguramente la pregunta, aun cuando no estén de acuerdo sobre la respuesta.
B.R.: Bien; realmente la pregunta “¿Existe la causa del mundo?” es una pregunta con significado. Pero si dice “Sí, Dios es la causa del mundo”, emplea a Dios como nombre propio; luego “Dios existe” no será una afirmación con significado; ésa es la postura que yo defiendo. Porque, por lo tanto, se deduce que no puede nunca ser una proposición analítica decir que esto o aquello existe. Por ejemplo, supongamos que toma como tema “el círculo cuadrado existente”; parecería una proposición analítica decir “el círculo cuadrado existente existe”, pero no existe.
F.C.C.: No, no existe, pero no se puede decir que no existe hasta que se tenga un concepto de lo que es la existencia. En cuanto a la frase “círculo cuadrado existente” yo diría que carece absolutamente de significado.
B.R.: Completamente de acuerdo. Entonces yo diría lo mismo en otro contexto en lo que respecta a un “ser necesario”.
F.C.C.: Bien, parece que hemos llegado a un callejón sin salida. El decir que un ser necesario es un ser que tiene que existir y no puede dejar de existir tiene para mí un significado definido. Para usted carece de significado.
B.R.: Bien, podemos llevar el asunto un poco más lejos, me parece. Un ser que tiene que existir y que no puede dejar de existir sería, según usted, un ser cuya esencia supone existencia.
F.C.C.: Sí, un ser que es la esencia de lo que ha de existir. Pero yo no querría discutir la existencia de Dios simplemente partiendo de la idea de Su esencia, porque no creo que hasta ahora tengamos una clara intuición de la esencia de Dios. Creo que tenemos que discutir partiendo de la experiencia del mundo hasta llegar Dios.
B.R.: Sí, veo claramente la diferencia. Pero, al mismo tiempo, un ser con el conocimiento suficiente podría decir: “¡Aquí está este ser cuya esencia supone existencia!”.
F.C.C.: Sí, ciertamente, si alguien viera a Dios, vería que Dios tiene que existir.
B.R.: Por eso digo que hay un ser cuya esencia supone existencia aunque no conozcamos esa esencia. Sólo sabemos que ese ser existe.
F.C.C.: Sí, yo añadiría que no conocemos la esencia a priori. Sólo a posteriori, a través de nuestra experiencia del mundo, llegamos a un conocimiento de la existencia de ese ser. Y entonces, uno se dice, la esencia y la existencia tienen que ser idénticas. Porque si la esencia de Dios y la existencia de Dios no son idénticas, entonces habría que buscar más allá de Dios alguna razón suficiente de esta existencia.
B.R.: Luego, todo gira en torno a la cuestión de la razón suficiente y tengo que declarar que no me ha definido aún la “razón suficiente” de un modo que yo pueda comprenderla. ¿Qué entiende por razón suficiente? ¿No quiere decir causal?
F.C.C.: No necesariamente. La causa es una especie de razón suficiente. Sólo un ser contingente puede tener una causa. Dios es Su propia razón suficiente; y El no es la causa de Sí. Por razón suficiente, en sentido absoluto, entiendo una explicación adecuada de la existencia de algún ser particular.
B.R.: Pero ¿cuándo es adecuada una explicación? Supongamos que yo me dispongo a encender una cerilla. Usted puede decir que una explicación suficiente es que la frote contra la caja.
F.C.C.: Bien, en lo que respecta a la práctica, sí, pero teóricamente esa es sólo una explicación parcial. Una explicación adecuada tiene que ser en último término una explicación total, a la cual no se puede añadir nada más.
B.R.: Entonces sólo puedo decir que usted busca algo que no se puede conseguir, y que no debemos esperar conseguir.
F.C.C.: El decir que no se ha encontrado es una cosa; el decir que no debe buscarse me parece demasiado dogmático.
B.R.: Bien, no lo sé. Quiero decir que la explicación de una cosa es otra cosa que hace la otra cosa dependiente de otra cosa aún, y que hay que captar todo este lamentable sistema de cosas para hacer lo que usted quiere, y eso no lo podemos hacer.
F.C.C.: ¿Pero me va a decir que no podemos o que no deberíamos siquiera plantear la cuestión de la existencia de esta lamentable serie de cosas... de todo el universo?
B.R.: Sí. No creo que tenga ningún sentido. Creo que la palabra “universo” es una palabra útil con relación a algo, pero no creo que represente algo que tenga un significado.
F.C.C.: Si la palabra carece de significado, no puede ser tan útil. De todas maneras, no digo que el universo sea algo distinto de los objetos que lo componen (ya lo indiqué en mi breve resumen de la prueba); lo que hago es buscar la razón, en este caso la causa, de los objetos, cuya totalidad real o imaginada constituye lo que llamamos universo. ¿Usted dice: yo creo que el universo -o mi existencia si lo prefiere, o cualquier otra existencia- es ininteligible?
B.R.: Primero voy a rebatir el punto de que si una palabra carece de sentido no puede ser útil. Eso suena bien, pero no es verdad. Tomemos, por ejemplo, la palabra “el” o “que”. Usted no puede indicarme ningún objeto con esos significados, pero son muy útiles; yo diría lo mismo de “universo”. Pero dejando eso aparte, usted pregunta si creo que el universo es ininteligible. Yo no diría ininteligible; creo que no tiene explicación. Inteligible para mí es una cosa diferente. Se refiere a la cosa en sí, intrínsecamente, y no a sus relaciones.