3 de abril de 2010

Entremeses literarios (XCVI)

LA TORRE
H.P. Lovecraft
Estados Unidos (1890-1937)

Desde esa esquina se puede ver la torre. Si el testigo abandona por un segundo el ruido de la vida porteña, descubrirá tras las paredes circulares un aquelarre. El eco del mismo lugar que la humanidad resguarda en la penumbra bajo diferentes disfraces. La esencia de los cimientos de construcciones tan antiguas como las pirámides y Stonehenge. Allí se suceden acontecimientos -incluso próximos a lo cotidiano- que atraen a hados y demonios. Fue lupanar y fumadero de opio. Acaso alguno de sus visitantes haya dejado el alma allí preso del puñal de un malevo. Pero fue cuando llegó aquella artista pálida, María Krum, que su esencia brotó al fin. Recuerdo que apenas salía para hacer visitas a la universidad. Fue en su biblioteca donde hojeó las páginas del prohibido Necronomicón. Mortal fue su curiosidad por la que recitó aquel hechizo. Quizá creyó que las paredes sin ángulos la protegerían de los sabuesos. Pero esas criaturas son hábiles, impetuosas, insaciables. Los vecinos oyeron el grito del día en que murió. Ahora forma parte de la superstición barrial. Pero yo sigo oyendo su sufrimiento y el jadeo de los Perros de Tíndalos que olfatean, hurgan y rastrean en la torre.


EL TATUAJE
José Córdova

Panamá (1937)

La mulata francesa Claris se hace tatuar una pistola en cada nalga bien nutrida. Siguiendo el ritual de la bruja grande de Bocas del Toro, ya que así estaría protegida del violador en serie, y en serio, que estaba acabando con blancas, indias, mulatas y mestizas. Al ser atacada en playa solitaria, a la luz de la luna cómplice, se defendió quitándose rápidamente el bikini. La policía se asombró de la fácil muerte del antisocial y siguen sin localizar el arma homicida.


GIOCOSO SPELLI
Juan Rodolfo Wilcock

Argentina (1919-1978)

El teólogo y profesor de historia de las religiones Giocoso Spelli es casi con seguridad un monstruo, o en todo caso tiene algo de monstruoso. Para empezar camina en cuatro patas, y esto ya es insólito en un teólogo; es tan ancho que no todas las puertas admiten su paso, y en un automóvil, si alguna vez consiguiera introducirse en uno, no sabría de todos modos dónde poner las alas. Por culpa de los cuernos ningún sombrero le queda bien, y cuando ruge hace temblar el edificio. Es un verdadero experto en todo lo referente a los manuscritos del Mar Muerto, y ha escrito dos libros autorizadísimos sobre la cándida comunidad de Khirbert Qumran. Pero tiene las patas de atrás demasiado cortas, y cuando camina lleva las manos enfundadas en dos guantes enormes o, mejor dicho, borceguíes para manos. Hay quien sostiene que le salen llamas de la boca, pero ésa debe ser una imagen literaria; o quizá alguien ha tomado por fuego la saliva rojiza que le sale continuamente de las fauces. Lo cierto es que pesa 375 kilos, y su volumen es adecuado a su peso. Las alas, entonces, no le sirven de nada, pesa demasiado para volar, y pueden considerarse un capricho teologal: son rígidas y lustrosas, rectas hacia arriba como las de un toro alado, pero mucho más voluminosas. Los cuernos son macizos y ambos apuntan hacia arriba y hacia adelante, como un baldaquino suspendido sobre los ojos. Fue él quien aclaró definitivamente la total independencia del cristianismo con respecto a la religión de los Esenios, como resulta del análisis de los textos supérstites, y por tanto la absoluta originalidad de Jesús y de sus teorías. Cuando duerme, su respiración emite un silbido que se oye hasta en la plaza. Su novia le dijo a una amiga que en la cama se comporta como la Bestia del Apocalipsis.


SOBRE LA INMATERIALIDAD
Vladimir Kultyguin

Rusia (1987)

El cielo, ¿existe o no existe? La luna, ¿flota o no flota en el cielo? Las nubes, ¿cubren o no cubren el rostro de la luna? La lluvia, ¿cae o no cae de las nubes? La hierba, ¿crece o no crece con la ayuda de las nubes? El sol, ¿calienta o no calienta la hierba? Muchas otras preguntas ocupaban el cerebro de Fernando mientras estaba de pie en el ascensor, con la comunicación ausente. Ya había contado el enésimo minuto cuando vio reaparecer la iluminación; debía alegrarse mas. ¿Cómo hacerlo si comprendes que no existes? Es bastante fácil figurarse cosas cuando uno está parado en un ascensor sin señal alguna de lo que sucede a su alrededor. ¿Acaso existen el ascensor, la casa y todo este inmenso cigarro que es el mundo de las ciudades? Aquí hay un problema más: si todo esto es así, ¿cómo pudo pensarlo Fernando? ¿Cómo puede pensar o hacer alguna cosa? Si hubiera dejado caer sus llaves al suelo del ascensor, no las habría podido tomar: habrían atravesado todo hasta los cimientos del edificio, pasando por todo lo colorido y descolorido en lo que pensamos como "Tierra", hasta llegar a un espacio-tiempo donde no hay ni lo uno ni lo otro, y por donde no se puede pasar si no se camina. Pero también estaría privado de la posibilidad de tomar las llaves del suelo por la razón de ser él mismo compuesto por cosas parecidas a estas llaves, y por ello inmaterial. Logró hacerlo pero a costa de un movimiento exagerado, inseguro, temblando. Las puertas se abrieron, y pudo entrar (¿salir?) a la escalera encerrada entre paredes pintadas de azul.


CLONES 2
Diego Muñoz Valenzuela

Chile (1956)

Le pedí que me reemplazara en la fiesta de cumpleaños del jefe. Por suerte tiene buena voluntad y aceptó con entusiasmo. Tiene mi aspecto, sabe todo acerca de mí. Como viene a ser el equivalente de un recién nacido, se interesa por los detalles de mi vida. En cambio a mí estos compromisos me fastidian horriblemente. Se entiende: ahora tiene una existencia de verdad, no una teórica, de libro, por decirlo de alguna forma. Va a hacerlo bien y me va a dejar mejor. Que tenga cuidado con la perra esposa de mi jefe, le advertí. Que no se deje atrapar por la ninfomaníaca, por más que le ruegue. Que cuente mis mejores chistes, coma y beba cual cosaco, y se retire ebrio y feliz, adorado por todos. Debe estar ahí, disfrutando de mi vida. Mañana lo enviaré al trabajo bien temprano. De vuelta pasará por el supermercado. Yo me quedaré leyendo, soñando con otras vidas. Añorando ser el clon de otro.


BANCO NACION
Patricia Suárez
Argentina (1969)

Me pasa que lo veo y no pienso de repente: ¿qué voy a hacer yo con este chico? Un amigo común insistió en presentármelo; porque él le habló de las ganas que tenía de conocerme. Esa noche estamos en una librería, donde quedamos en encontrarnos y de ahí nos vamos a comer a un restaurant vasco, en el que él había hecho la reserva y donde él paga la cuenta. Parte del tiempo durante esa cena me pregunto si lo que él quiere es proponerme un trabajo -él es editor- o si quiere acostarse conmigo. Quiero decir, en ningún momento se me va de la mente que él es un chico y yo soy una mujer. Pero quiero dejar la aventura correr: él me hace sentir bien. Cuando vamos a mi casa, las cosas quedan muy claras. Después de eso, empezamos a salir. Me envía mensajes diciendo que me extraña, me habla día por medio. Se interesa por mi vida; me pregunta sobre mi pasado. Es tan bueno todo lo que hay entre él y yo, que de pronto pienso que no puede ser cierto. Me pide que le acaricie la espalda a contrapelo. Me pide que no me aleje de él. Cuando salimos, él encarga el mejor vino, la botella más cara. Compro un perfume francés, muy bueno, costoso, para estar a la altura de lo que él gasta conmigo. Compro sábanas para mi cama, blandas, con bordados. El dice que quiere verme algún mediodía, también. Trabaja en una oficina cerca de mi casa. Tres veces a la semana hago cinco cuadras y tomo un café con él, en un bolichito. En la oficina le pagan un sueldo bajísimo y lo explotan ocho horas. Por eso, él se toma todo el tiempo que puede para escaparse de ahí. Y ese tiempo quiere pasarlo conmigo. Si por él fuera, dice, renunciaría al trabajo y se iría conmigo a una isla desierta. Pero no puede, tiene un hijo al que mantener, el que cría su ex esposa. No puede dejar el trabajo. Pidió un crédito al banco, me cuenta, para comprarse una computadora portátil. Pidió otro crédito, para arreglar la casa en la que vive desde que se separó. La madre le prestó dinero para editar a un autor, sacar un libro que él quiere sacar, de un autor que sólo él conoce. Como sea, me invita un fin de semana al casino, en una pequeña ciudad frente al río. Reserva un apart hotel, y se pasa parte de la noche jugando al black jack. No es un gran jugador; pero recupera lo que apostó. Duermo con él profundamente, siempre. Cuando despierto al día siguiente, me pongo a llorar: no puedo creer que alguien tan bello y generoso esté conmigo. Cuando él despierta y le cuento lo que me pasa, pide una botella de champán para desayunar. Soy feliz; sí, podría decir que soy feliz. Un día, el amor sigue pero el dinero se termina. Me veo obligada a pagar las salidas, aunque ya no sean tan espléndidas como al principio. El está incómodo; como cualquier mujer, lo primero que pienso es que ya no me quiere, o no le gusto, o tiene otra. El quiere seguir con la vida de esplendidez, pero a mi costa. Yo no puedo sostenerla. Dejo de llamarlo y él deja de llamarme a mí. El amor se desvanece en el aire. Parece que nunca hubiera existido. Pasa el tiempo; la persona que me lo presentó me cuenta, como un chiste, que él había pedido además un crédito al banco para deslumbrarme, para enamorarme. Al principio, me siento halagada, como una princesa o algo así. Después, lo odio. ¡Qué estúpido, qué amor iba a sostener con créditos bancarios! Todavía, alguna cuota debe estar pagando…


SECRETOS INCONFESABLES
Montse Yedra
España (1964)

Arrodillada para él, la mirada al frente, respirando agitada al verlo avanzar hacia mí. Y esa sensación, ese dulce dolor en los pechos, los pezones henchidos y el liviano roce al jadear que de tan suave llega a doler. Se aproxima con una cadencia rítmica. Como el intenso latir entre mis muslos. Cada paso suyo, un golpe de tacón en el mármol y un latigazo en mí. Con la punta de la lengua me recorro los labios para acabar frenada entre los dientes. Tan difíciles de soportar las punzadas entre las piernas que ni apretando los muslos pude detener la urgente necesidad. Cuando quiero darme cuenta, mi mano baja desde el regazo y se entretiene en mecerme donde mi cuerpo tiembla. Al abrir la portezuela, se sienta y yo apenas puedo susurrar junto a la celosía la consigna ritual.
- Perdóneme padre, porque he pecado.


EVA
Juan José Arreola

México (1918-2001)

El la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. El trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes. En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades de ese mismo jaez. El joven citaba infatigablemente a J.J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros estuvieran a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer, cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos. Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel periodo matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wolpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento. "En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen". La tesis de Wolpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con lágrimas en los ojos. Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. El sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó. Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.


ASERRIN ASERRAN
Julio Cortázar

Argentina (1914-1984)

Empezaron por quitarle la pipa de la boca. Los zapatos se los quitó él mismo, apenas el hombre de blanco miró hacia abajo. Le quitaron la noción del cumpleaños, los fósforos y la corbata, la bandada de palomas en el techo de la casa vecina, Alicia. El disco del teléfono, los pantalones. El ayudó a salirse del saco y los pañuelos. Por precaución le quitaron los almohadones de la sala y esa noción de que Ezra Pound no era un gran poeta. Les entregó voluntariamente los anteojos de ver cerca, los bifocales y los de sol. Los de luna casi no los había usado y ni siquiera los vieron. Le quitaron el alfabeto y el arroz con pollo, su hermana muerta a los diez años, la guerra del Vietnam y los discos de Earl Hines. Cuando le quitaron lo que faltaba -esas cosas llevan tiempo, pero también se lo habían quitado-, empezó a reírse. Le quitaron la risa y el hombre de blanco esperó, porque él sí tenía todo el tiempo necesario. Al final pidió pan y no le dieron, pidió queso y le dieron un hueso. Lo que sigue lo sabe cualquier niño, pregúntele.


CONTRAFABULA
Lilian Elphick

Chile (1959)

Y, sin embargo, el tigre logra salir de su estado cataléptico y se interna en la noche en busca del lobo. Camina centenares de kilómetros hasta que llega a la ciudad. Lo asustan los grandes monstruos con patas de goma que graznan cada vez que se enciende una luz roja, y los humanos cruzan el paso llamado "de cebra", empujándose unos con otros. Encandilado, prefiere irse a un bosque más pequeño, ubicado muy cerca del ruido infernal. Ahí, es obvio, se encuentra con el lobo que ya ha cazado a una rata anémica.
- ¿Vienes del más allá? -pregunta él, masticando el pellejo seco del roedor.
- Déjate de tonteras, perro inútil. Estás muerto.
El tigre ruge y da el gran salto. Chocan los colmillos.
- Alto ahí -grita un hombre disparando al aire. En esta área no se permiten reyertas.
Ellos continúan, a pesar del miedo al trueno de metal. Pero el instinto de sobrevivencia es más poderoso. Los recuerdos son ráfagas: matanzas, desollamientos, trampas, destierros.
- Dicen que la sangre de humano es dulce -resopla el lobo.
- Probémosla, entonces -aceza el tigre, mirando al pobre infeliz que, por extraños motivos, ha marcado territorio antes de descargar todos los plomos, sin dar en el blanco ni una sola vez.