10 de abril de 2010

Entremeses literarios (XCVII)

LA MANO
Ramón Gómez de la Serna
España (1888-1963)

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto. Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa como si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: "Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia".


PESO MUERTO (LA MOSCA DEL TECHO)
Diego Fonseca

Argentina (1970)


Mi hija me encontró tirado en el catrecito: miraba el techo. En el techo había dos moscas. De esas azuladas. Gordas. Refulgentes. Ruidosas. La niña se plantó de brazos cruzados al pie del colchón. Mi niña tiene cinco años. Es brillante. Perfecta. No anda con pavadas.
- ¿Tan linda es?
- No la miro a ella.
- Pero yo te pregunté si era así de linda.
Dijo esto sin mirarme, concentrada en las moscas, que se trasladaron por el techo con ese movimiento de autitos eléctricos que tienen. Bzzz-bzzz. Conversaban o algo así.
- La verdad que no -dije yo.
- ¿Qué hay en esas moscas, papá?
- Muchas cosas.
Ahora sí me miró. Tenía "esos" ojos.
- Mamá dice que estás deprimido. ¿Qué es eso?
No respondí. Tampoco la miré ni me moví. Me quedé acostado con el brazo sobre la frente, una pierna estirada sobre el colchón y la otra doblada contra la pared. Como un muñeco roto. Creo que suspiré. Mi hija entendió. Entonces todo se sucedió como un encadenamiento único. La nena posó otra vez los ojos sobre la mosca del techo, salió y regresó con una escalerita y una revista. Se subió despacio, procurando mantener el equilibrio. Una vez arriba, midió la distancia, sacó la lengua (así se concentra) y dio un golpe seco. La mosca cayó sobre la cama como peso muerto. Mi hija bajó de la escalerita cuidando otra vez de no caerse, la dobló y se fue con la revista enchastrada a contarle a su mamá que ya sabía qué era la depresión y cómo se trataba. La otra mosca, que había estado volando un rato, volvió a su lugar. Estiró la trompa y chupó el enchastre líquido de su socia. Me pregunto cómo se verán los restos sobre la cama.


MUERTE DE UN ESTILISTA
Miguel Ibañez de la Cuesta

España (1960)

- ¡Socorro! -gritó.
- ¡Auxilio! -volvió a gritar.
- ¡Ayuda!
Y los que iban a rescatarlo dejaron de correr: no sería tan grave lo suyo, si aún le quedaban ganas de buscar sinónimos.


LA COSA
Luisa Valenzuela

Argentina (1938)


El, que pasaremos a llamar sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos el objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados. Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá -con un poco de suerte- se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto: objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre. La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto asumió de inmediato –casi instantáneamente- la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en el mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.


FREUD EN LA NOTA ROJA
José Luis Enciso

México (1976)

De frente al espejo y apuntando a él tiró del gatillo, convencido de que ese homicidio simbólico -el de su propio reflejo- acabaría también con el hombre infeliz que hasta entonces había sido, pero el revólver se atascó y del cañón no salió ningún disparo. Mientras luchaba por destrabar el arma miró, no sin terror, cómo la figura que tenía enfrente -su propio reflejo- le apuntaba con el reflejo del revólver a la altura de la cabeza. Una detonación precedió al choque entre un bulto y el parqué. No hubo estrépito de cristales. En los encabezados de nota roja, al día siguiente, podía leerse: "Suicida narcisista".


HISTORIA
Mario Halley Mora
Paraguay (1926-2003)

Cuando él era niño, su madre enviudó y se casó de nuevo. Su padrastro quería tener familia suya, y lo enviaron a vivir con una tía. Apretó los labios y no se quejó. Se hizo hombre y castigó a su madre en todas las mujeres. No amó a ninguna y usó a todas. Cuando necesitaba compañía femenina, la pagaba. Pagaba a sus amantes, a sus enfermeras, a sus compañeras de excursión, a la que le cuidaba la ropa y a la que limpiaba su departamento. Murió viejo y solo, y en la soledad del gran dormitorio, cuando sentía que se hundía en aquella nada sin nombre, tendió las manos y susurró el llamado tierno y desesperado que postergó desde siempre: ¡Mamá!


RECURSOS SUTILES
Bertolt Brecht

Alemania (1898-1956)

Una vez comenté en presencia de mi amiga Hjerdis que, en mis tiempos, un buen cigarro costaba 10 ores. Entonces ella me interrumpió y dijo: "En mis tiempos ya costaba 15". Con eso quiso hacer resaltar el hecho de que es dos meses menor que yo.


BLANCO CON FLORES ROJAS
Leopoldo Monterrey

Venezuela (1946)


Lo llevaba el primer día que la vi. Ese día que a veces quiero borrar del pasado y otras pienso que es el único que ha valido la pena de toda mi existencia. Me fijé en él antes que en ella. A alguien, recientemente, le había visto uno igual, o parecido. Me recordó el de mamá en la fotografía de la entrada, la del marco de plata, donde está con papá y conmigo, todos sonrientes. Lo tenía en nuestra primera salida, la que tanto anhelé: yo quería lucir mejor que nunca y terminé hecho un desastre. No pegué los ojos la noche anterior por la emoción de estar con ella. También se lo puso cuando pasamos la primera noche juntos en el hotel de la carretera. "¡Quítatelo, quítatelo pronto!", recuerdo que le dije. Y por primera vez vi su cuerpo, porque en la oportunidad anterior, en el parque, sólo se lo levanté y le hice el amor con él puesto. Al mudarme a su casa y hacerme espacio en su armario para guindar mis cuatro trapos, quedó al lado de mi saco azul. Unidos, pegados de arriba abajo, como tantas veces estuvieron con nosotros dentro. Se lo ponía cuando quería verse particularmente hermosa. Si no, era yo quien le pedía que lo usara. Cuando el tiempo, los detergentes y la moda surtieron sus ineluctables efectos, comenzó a usarlo en casa. No más llegaba de la calle se desnudaba y se lo ponía sin nada abajo. Con él cocinaba, leía y veía la tele. Para entonces, sólo en muy pocas ocasiones, en casos de apuro, iba con él al mercado. El día que se marchó se llevó todo, hasta una camiseta mía que usaba para dormir. A él lo dejó colgado, pegado a mi saco azul, de arriba abajo. No resistí verlos tan cerca, así que lo guindé detrás de la puerta de mi habitación para no mirarlo; pero al cerrarla, aparecía ella sin cabeza y sin piernas ni brazos. No pude soportar ese fantasma mucho tiempo. Compré alcohol, tomé fósforos de la cocina y lo retiré de la puerta para quemarlo en el patio. Al atravesar el salón, me detuve y lo coloqué sobre una silla, devolví los fósforos a su lugar y el alcohol lo llevé al gabinete del baño. Me senté yo también y le conversé un rato. No recuerdo qué le dije. Luego me puse de pie, encendí el tocadiscos y bailamos suavemente. Al tenerlo en mis brazos, su contacto y aquel olor que ya no era a cuerpo sino a momentos, me enloquecieron. Lo llevé a la cama y me lancé sobre él. Le hice el amor con toda mi alma y todas mis fuerzas, con mayor pasión que nunca. Desde entonces amanece a mi lado cada mañana. Ella desapareció para siempre de mis recuerdos.


PADRE IDEAL
Juan Carlos Muñoz
Argentina (1960)

Robert Hulk, después de eyacular dentro de un pequeño frasco, se convierte en el donante anónimo "37-K" del banco de esperma de Dallas. Tiene el potencial genético apropiado, coeficiente intelectual alto, un metro noventa de estatura, ojos azules, porte atlético. Más de lo que se podía pretender a la hora de buscar al padre modelo para los hijos, sin incluir la cuenta bancaria que frecuentemente incrementa con abultadas sumas de dinero por los servicios prestados (el programa se denomina "concepción selectiva". Su director lo fundamenta en que los padres con menos cualidades son los que más niños tienen). En la actualidad, Robert Hulk tiene veinticuatro años y más de veinte hijos. Sin remordimiento admite no conocer a su progenie. En su interior está convencido, como la gran mayoría, de ser el padre ideal.


CALLE
Juan Secaira
Ecuador (1971)

De un solo golpe me di cuenta de su siniestro juego. Un juego inteligente, eso sí, en donde la realidad se transformaba según el color de los billetes y el gesto de los clientes. Así era cuando recibí el golpe, así es hasta hoy. No importa si tienes mucho dinero, es decir, importa pero va de la mano de tu cara, de si te conocen o no, de las conexiones que poseas. Si eres millonario pero nuevo en el barrio: perdiste. Si eres un viejo conocido sin dinero: ni lo intentes. Nadie te va a vender nada. La misma ley de la calle sirve para comercializar desde ropa, comida, libros, pasando por cocaína, marihuana, LSD, hasta un buen culo bisexual o una mamada de pasada. El golpe fue duro, más condujo a un aprendizaje. En ese entonces conocía las leyes, pero aún no sabía cómo escapar de su tiranía.