24 de abril de 2010

Entremeses literarios (XCVIII)

SUEÑO DE FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES, PINTOR Y VISIONARIO
Antonio Tabucchi
Italia (1943)

La noche del primero de mayo de 1820, visitado por uno de sus interminables desvaríos, Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario, tuvo un sueño. Soñó que su amante de juventud estaba debajo de un árbol. Era el austero campo de Aragón y el sol estaba en lo alto. Su amante estaba en un columpio y él la mecía de por vida. Ella traía una sombrilla con encajes y reía con risa breve y nerviosa. Luego su amante se tiró al pasto y él fue tras ella para revolcarse. Rodaron por la pendiente de la colina hasta llegar a un muro amarillo. Treparon al muro y vieron a los soldados, iluminados por una farola, fusilar a los hombres. La farola no venía a cuento en aquel soleado paisaje, pero alumbraba tenuemente la escena. Los soldados hicieron fuego y los hombres cayeron formando un charco con su sangre. Francisco de Goya y Lucientes sacó entonces el pincel de pintor que llevaba en la cintura y avanzó blandiéndolo amenazadoramente. Los soldados, como por un encanto, desaparecieron, asustados por aquella aparición. Y en lugar de los soldados apareció un espantoso gigante que devoraba la pierna de un hombre. El pelo lo tenía curtido y la cara lívida, dos hilos de sangre bajaban por las comisuras de su boca y tenía los ojos vendados, pero con todo reía.
- ¿Quién eres? -le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El gigante se limpió la boca y dijo:
- Soy el monstruo que domina la humanidad, la Historia es mi madre.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó el pincel. El gigante desapareció y en su lugar apareció una anciana. Era una bruja desdentada, con la piel de pergamino y los ojos amarillos.
- ¿Quién eres? -le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
- Soy la desilusión -dijo la anciana- y domino al mundo, pues todos los sueños de los hombres son breves.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó el pincel. La anciana desapareció y en su lugar apareció un perro. Era un perro chico enterrado en la arena, su cabeza era lo único que tenía afuera.
- ¿Quién eres? -le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El perro estiró con fuerza el cuello y dijo:
- Soy la bestia de la desolación y me burlo de tu pene.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó su pincel. El perro desapareció y en su lugar apareció un hombre. Era un anciano rechoncho, con la cara flácida e infeliz.
- ¿Quién eres? -le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El hombre sonrió cansado y dijo:
- Soy Francisco de Goya y Lucientes, contra mí no podrás hacer nada.
Y en ese instante, Francisco de Goya y Lucientes despertó y se vio solo en el lecho.


ALMUERZO
Susana Duré
Argentina (1973)

- ¿Tomás la sopa o llamo al hombre de la bolsa? -amenazó su madrastra, antes de salir.
La niña, inmutable, hizo pasar al joven vagabundo que miraba desde afuera; el hombre dio cuenta del almuerzo con avidez, y le agradeció. La pequeña se acercó a él, sonrió y lo engulló golosamente.


UNION INDESTRUCTIBLE
Virgilio Piñera 
Cuba (1912-1979)
 
Nuestro amor va de mal en peor. Se nos escapa de las manos, de la boca, de los ojos, del corazón. Ya su pecho no se refugia en el mío y mis piernas no corren a su encuentro. Hemos caído en lo mas terrible que pueda ocurrirle a dos amantes: nos devolvernos las caras. Ella se ha quitado mi cara y la tira en la cama; yo me he sacado la suya y la encajo con violencia en el hueco dejado por la mía. Ya no velaremos más nuestro amor. Será bien triste coger cada uno por su lado. Sin embargo, no me doy por vencido. Echo mano a un sencillo recurso. Acabo de comprar un tambor de pez. Ella, que ha adivinado mi intención, se desnuda en un abrir y cerrar de ojos. Acto seguido se sumerge en el pegajoso líquido. Su cuerpo ondula en la negra densidad de la pez. Cuando calculo que la impregnación ha ganado los repliegues más recónditos de su cuerpo, le ordeno salir y acostarse en las losas de mármol del jardín. A mi vez, me sumerjo en la pez salvadora. Un sol abrasador cae a plomo sobre nuestras cabezas. Me tiendo a su lado, nos fundimos en estrecho abrazo. Son las doce del día. Haciendo un cálculo conservador espero que a las tres de la tarde se haya consumado nuestra unión indestructible.


ARREPENTIMIENTO
Julio Carreras
Argentina (1950)

- Padre, perdóneme: ¡he pecado! -exclamé, en un súbito rapto de compunción. El sacerdote estaba inmóvil en su casilla de confesor, frente a mí.
- Tenga piedad de este miserable gusano... ¡no me niegue su absolución! -imploré. Los ojos fríos del padre estaban fijos en mi rostro; pero nada me respondía.
- ¡Oh!... ¡Qué torpe y perverso he sido, frágil hoja de alerce, juguete inerme en el torbellino de mis innobles pasiones! ¡Violento y cruel, irreflexivo, temerario desafiador de la ira de Dios!... El sacerdote ni se movía.
- ¡Malhaya la hora en que permití a mi mano volar a la espada! ¡Malhaya mi sangre española, heredera de endriagos milenarios! ¡Malhaya mi facilidad para la estocada!... Nada me decía.
- Padre... ¿no ha de perdonarme? ¿Va a dejarme cargar para siempre con esta cruz en mi conciencia? ¿Tan terrible fue mi pecado?...
Tal iba a ser mi destino, al parecer, pues el cura no modificó ni un ápice su fría expresión. Me retiré, entonces, acongojado y llorando. Por desgracia, mi estocada había sido demasiado certera. Su corazón, agujereado, ya no le daba vida para responder.


GALLINAS
Rafael Barrett
Paraguay (1876-1910)

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías: yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil. Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia, maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver. ¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...


REFLEXION SOBRE LA CARESTIA DE LA ESCRITURA
Joäo Ventura
Portugal (1961)

Necesitaba de unas palabras para acabar el cuento. Fui al mercado. ¡El gobierno debería meter mano en esto! ¡Todo carísimo! Sustantivos, adjetivos… ¡un robo! ¿Y los verbos? Pasados, presentes, en fin, pero ¡los futuros!
- Sabe, los futuros están muy inciertos -se justificó, profesional, el vendedor-. ¿Se lo envuelvo?
- No, gracias, es para escribir ya.


EL PUENTE
Franz Kafka
Rep. Checa (1883-1924)

Yo era rígido y frío, y estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así, yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse. Fue una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo. Hacia ese atardecer de verano, cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme. Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fué entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.


LAZARO DE BETANIA
Alvaro Menen Desleal
El Salvador (1931-2000)

No es cierto que Lázaro volviera de la muerte. La muerte -la muerte que descompone la carne- es irreversible. En el banquete en que celebraban el supuesto resucitamiento, "sus deudos y amigos advirtieron el color azulado de su rostro y la repugnante obesidad de su cuerpo... su mano violácea yacía sobre la mesa... sus uñas, que habían crecido en la tumba, se habían tornado casi rojas. Por distintos sitios, en los labios, en el cuerpo, la piel había estallado, al henchirse, y se veían en ella finas grietas rojizas y brillantes...". El hombre que había estado muerto -cuenta Juan en la Biblia- salió con los pies y manos envueltos en envolturas, y su semblante cubierto con un paño. Lázaro no percibía esas envolturas, extrañado como estaba de ver a sus parientes y amigos, y a los habitantes todos de Betania, con rostros azulados, las maños violáceas pegadas al cuerpo, la piel estallada por la obesidad y la descomposición. De hecho, en Betania no volvió a celebrarse nunca más una reunión como aquel banquete. Lázaro emigró un día, cansado de encontrar en las calles a desconocidos que, seriamente y sin mayor ceremonia, le decían:
- Soy el abuelo del abuelo de tu abuelo...


LOS TRES CAVERNICOLAS
Diego E. Gualda
Argentina (1974)

Tres cavernícolas encuentran tres objetos traídos del futuro: Una laptop, una muñeca inflable y una grande de muzzarella. Uno de ellos se empacha. Otro se idiotiza. El tercero, evoluciona para convertirse en el primer hombre moderno. El interrogante es quién tomó qué.


EL AMOR PARALELO
Carlos Zavaleta
Perú (1928)

¿Conoce el hombre a su mujer? Una pareja de esposos solía ir cumplidamente a la misa dominical. Un domingo, el último, en medio de la música del coro, ella salió de la banca y avanzó a comulgar junto con decenas de creyentes; el marido quedó sentado y desde esa comodidad miró vagamente la cola de fieles que, finalmente, se adelgazó y como que desapareció ante el marido distraído y rutinario para quien casi no había sorpresas. Pasaron los minutos y él empezó a preocuparse, pues la mujer no volvía a la banca, cuyo sitio vacío comenzó de súbito a crecer y quizá a brillar, mientras el hombre hacía lo imposible por detener sus nervios, su desazón. Cuando comprobó que ella no había salido por ninguna de las grandes puertas, corrió a la sacristía y pudo trasmitir su miedo y, al fin, su desesperación. El sacristán, hombre austero y paciente, le ayudó a buscarla nuevamente, esta vez en torno al templo y preguntando a los últimos fieles que ya tomaban taxis o se alejaban a pie.
- Tranquilícese -dijo el sacristán-. Nada ganamos con los nervios. Antes de avisar a la policía, dígame si es ésta la primera vez que ella...
- Sí, así es; nunca antes había sucedido.
- ¿Dice usted la verdad?
- Por supuesto.
- Pues no quiero asustarlo, pero hay algunas esposas que salen y toman un curioso camino paralelo, paralelo a éste.
- ¿Qué quiere usted decir?
- Que siguen muy cerca de sus maridos, que quizá los ven a diario pero, como siguen un camino paralelo, es imposible que vuelvan a encontrarse.