¿Por qué se
decidió a llevar adelante este proyecto?
Es un proyecto bastante ambicioso que significa
mi desembarco en la era de la madurez como escritora. La idea es escribir una
serie de historias sobre la resistencia a la dictadura franquista, narradas
desde ángulos distintos y ocurridas entre 1939 y 1964, que es el momento en que
el régimen anuncia los veinticinco años de paz. Cada libro de los seis que se
publicarán será independiente de los demás, aunque los personajes puedan en
algunos casos cruzarse de una novela a la otra.
Con "Inés
y la alegría" empezó la saga. Tiene usted trabajo hasta 2017. ¿No siente ni
siquiera una pizca de angustia?
No, más bien lo vivo como una suerte que tengo,
un privilegio. A mí lo que me gusta es estar en casa escribiendo en zapatillas,
es el tipo de vida que prefiero. Mi oficio tiene dos etapas. Una más "glamorosa",
que es la que todo el mundo cree que me debería gustar, que es la de viajar,
hacer entrevistas y todo eso, pero no me gusta nada. Luego, una teóricamente
gris pero mucho más intensa. A mi me pasan muchas más cosas escribiendo en
casa. Es verdad que este proyecto tiene algo de reto y de compromiso que asumo
con los lectores. Si me apetece escribir otra cosa, interrumpiré la serie. Pero
en este momento ya tengo escritas dos novelas, estoy escribiendo la tercera y
me encuentro con muchas ganas de escribir de un tirón.
¿No le da miedo que le aburra el tema a mitad de camino, que la sature?
No, porque estas novelas tienen un espíritu común, son novelas de resistencia al franquismo. Pero las primeras son de resistencia armada, de guerrilla, desde dos puntos de vista muy distintos, porque en la primera la protagonista está en un cuartel general de un ejército guerrillero y la segunda la cuenta un niño de nueve anos que es hijo de un guardia civil y vive en una casa cuartel. Con esas dos ya he terminado con la guerrilla, con gran dolor de mi corazón, porque yo podría seguir escribiendo sobre la guerrilla hasta que me muera. Y la tercera es una novela muy distinta, que sucede en Madrid, y cuenta una historia de resistencia chapucera, de militantes de base que hacen una cosa que sale fatal, y la novela termina en el año '50. Y como decíamos antes, la novelas van avanzando temporalmente, entonces espero que no vaya a aburrir, porque nunca es la misma época, y tampoco son iguales los enfoques.
Con sus "Episodios de una guerra
interminable" rinde de alguna manera homenaje a los "Episodios nacionales" de
Galdós. ¿Qué ha supuesto para usted este escritor?
Galdós es un escritor muy importante para mí
biográfica y literariamente. Yo veraneaba en Becerril de la Sierra, en una casa
muy grande que era de mi abuelo, donde había muchos libros pero antiguos y como
raros. Me gustaba mucho leer y siempre compraba libros en la Feria del Libro,
pero a mediados de julio ya me los había leído. Entonces leía lo que había por
allí -novelas de Agatha Christie, "best-sellers"...-. Llegó un momento que
ya me lo había leído todo hasta que llegó un verano, cuando tenía quince años,
en el que lo único que no me había leído era una colección de las obras
completas de Galdós. Digamos que yo empecé a leer a Galdós porque no podía
estar sin leer. Tuve la suerte de que la primera novela que elegí fue "Tormento". Aparte de que me gustó mucho porque es estupenda, me impresionó. Yo
iba a un colegio de monjas y leer la historia de un cura perverso que acosa a
una huérfana y que explota todas las miserias de la burguesía madrileña me
pareció impresionante. A partir de ahí me leí a Galdós de un tirón y he vuelto
a releerle constantemente. "Fortunata y Jacinta", que es uno de mis libros favoritos, me
lo he leído cuatro o cinco veces. Además lloro siempre en los mismos sitios, y
eso tiene mérito porque sé todo lo que va a pasar.
Y decidió utilizar el esquema de los "Episodios nacionales".
Cuando empecé a escribir
estas novelas, que son un poco una consecuencia de "El corazón helado", me fui
documentando de historias que me gustaban. Me encontré muchas historias pero no
las podía meter en esta primera novela, porque había decidido exiliar a los
Fernández y ya no podía contar la posguerra desde dentro. Entonces comprendí
que tenía que convertir esas historias en novelas, y el modelo de don Benito
surgió inmediatamente. Me pareció que era un modelo insuperado. Era una
solución muy fácil y muy buena, además para mí es un orgullo.
¿Cómo
surgió la idea de los seis libros, la saga "Episodios de una guerra
interminable"?
Este proyecto arranca de un fenómeno que me
absorbió a la hora de preparar "El corazón helado". Cuando estaba pensando en escribir "El corazón helado" pensaba, como todos los españoles, que lo sabía todo sobre la
Guerra Civil española. Yo había estudiado historia en la universidad y tenía
esa sensación muy común y errónea de que llevaba toda la vida escuchando
hablar del tema, y que con lo que sabía ya era suficiente. Había sí, un par de
puntos que no tenía claro, sobre los que tenía que documentarme; entonces decidí
leer un poco al azar algunas cosas sueltas. Inmediatamente descubrí que no
sabía nada. Eso fue una gran cosa. A partir de ahí me enganché: no podía parar
de leer. Empecé a leer todo lo que podía; ficción, no ficción, republicanos,
fascistas, propaganda, memorias, novelas, libros de historia. Fue un proceso
muy absorbente porque era como tirar una hilera de fichas de dominó: cada libro
que leía me obligaba a leer cuatro libros, cada uno de esos cuatro libros me
obligaban a leer otros cuatros, etc. Acabé en una inmersión radical, durante
muchos años. Solamente veía cine español, solamente leía libros españoles,
solamente escuchaba música española. En ese proceso me fui encontrando con
muchas historias o, más bien, muchas historias me encontraron a mí. Me parecía
que esas historias tenían un posible desarrollo literario, me daban ganas de
escribir algo para contarlas. Pero yo estaba escribiendo una novela muy larga,
que ya había decidido cómo iba a ser, así que estas historias paralelas las iba
apuntando en un cuaderno y las dejaba allí.
Entonces
escribió "El corazón helado", ¿y qué pasó con esas historias?
Bueno, me quedé un poco desconcertada después
de ese libro, porque no sabía qué hacer. No podía escribir otra de mil páginas,
porque era un poco excesivo. Escribir una novela negra de doscientas páginas habría
sido muy raro, para los lectores y para mí. Entonces me di cuenta de que había
una de esas historias que había apuntado que me seguía dando vueltas, obsesionándome de algún modo, la de la invasión del Valle de Aran, porque era un episodio
demasiado grande, demasiado trascendente, y del que yo no sabía nada. Eso me
impactó. Entonces empecé a pensar en una mujer que iba a caballo, con una
pistola y pensé.... ¡yo esa imagen la había visto! Era parte de un "western".
Entonces probé escribir a partir de eso un guión de cine, como una forma de
romper con la experiencia de "El corazón helado". Probé escribir ese guión pero
no funcionaba. Digamos que tardé un año y medio en equivocarme, que fue el
tiempo de trabajo sobre ese guión, y tardé un segundo y medio en acertar: En
un momento de mucha desesperación, cuando ya no sabía hacia dónde ir, me dije: "bueno, pero lo que tengo que hacer es escribir novelas, que es lo que sé
hacer". Puse sobre la mesa, entonces, todas esas historias que tenía dando
vueltas, que a su modo llevaba elaborando desde hacía años, y descubrí que me
salían seis.
¿Vio en
esas historias una sucesión temporal, un camino?
Sí, claro. Me permitían hacer un recorrido
coherente durante veinticinco años de la historia de España, desde el '39 hasta el '64.
Ahí me acordé de Benito Pérez Galdós.
¿Por qué?
Bueno, es el escritor que más me ha influido,
como lector y como escritora. Este es el modelo que hizo él en los "Episodios
nacionales", que después fue el modelo literario que uso Max Aub para contar la
historia de España en un ciclo de novelas fundamentales, que se llama "El
laberinto mágico". Hay varios ciclos de los "Episodios..." de Galdós que son seis, a
Max Aub le salieron seis y a mí también. Así que hay algo en esa tradición.
Dicen que
tiene predilección por sus novelas impares. ¿Esta lo es?
No, yo no tengo
predilección, a mí me gustan las pares y las impares. Lo que pasa es que con las
impares me suelen ir bien. Son las que me han ido consagrando. "Las edades de
Lulú" fue la primera. "Malena es un nombre de tango" fue la tercera. La tercera
novela creo que siempre es la más importante en la carrera de un novelista
porque la primera sale bien con frecuencia, la segunda se escribe con tanto
miedo que sale mal y la tercera está escrita con naturalidad y da un poco la
medida de lo que va a pasar. "Los aires difíciles" también es impar y fue una
novela muy importante para mí porque hizo de bisagra para cambiar de ciclo. "El
corazón helado", también impar, comenzó otro ciclo. Ahora como he iniciado una
serie de seis he conseguido astutamente que todas sean pares e impares.
¿Cómo ha
sido el trabajo de investigación de todos estos hechos?
Muy arduo, muy difícil. Llevo ocho años leyendo
sobre situaciones relacionadas con el franquismo y ello ha resultado bastante
duro para mí, ya que me obligaron a profundizar en lo que le sucedió al país en
su historia reciente. Y también en lo que me ha sucedido a mí, como parte de
esa historia que abrió heridas tan profundas.
¿Resulta
difícil escribir sobre la historia reciente cuando las heridas aún no
cicatrizaron?
El tiempo es esencial para la literatura. Los
hechos que abrieron heridas necesitan del paso de ese tiempo para poder
volcarse al papel y poder novelarlos, ya que primero debe procesarse el dolor.
La literatura es siempre reflexiva y a toda experiencia es necesario recrearla
para poder contarla, algo que se logra con la prudente distancia que te concede
el paso del tiempo.
¿Cree que
España todavía sigue pagando los platos que se rompieron durante la Guerra
Civil?
Yo creo que la Guerra Civil
está muy lejos y sucedió en un país que no se parece al nuestro. España ha
cambiado, no es el mismo país que en el '36. Pero lo que sí creo que todavía
sigue marcando la forma de entender España fue el tratamiento de la guerra y la dictadura que se hizo en la Transición. En esa medida creo que la guerra sigue
pesando mucho en la vida de todos. Después de la muerte de Franco la clase
política se puso de acuerdo, pero fue un acuerdo muy brillante a corto plazo
que, a largo plazo, ha demostrado su deficiencia. La democracia española se
construyó a sí misma en el aire, sin deberle nada a nadie, sin ligarse a
ninguna tradición específica. Fue como hacer que cuarenta años de dictadura no
hubieran tenido importancia. Yo creo que ese pacto irreal, que se puede
comprender, ahora ha generado los grandes problemas de este país: el conflicto
de identidad nacional permanente que vive España, la debilidad de la economía,
la situación de la judicatura, los servicios públicos, la educación, los
problemas con la Iglesia, etc. Luego, ya a un nivel más personal, creo que
es verdad que la guerra sigue pesando en muchas familias españolas. Tampoco es
un fenómeno exclusivamente español: ahí están los alemanes que le siguen dando
vueltas a lo mismo.
En los
últimos años, en Argentina hay una fuerte revisión de los años de dictadura
desde la ficción. ¿En España pasa lo mismo, o el suyo es un caso aislado?
En España la memoria es el tema de mi
generación. Cada generación, en cada país, tiene un asunto pendiente, y el de
mi generación (que es la de los nietos que lucharon en la guerra) es la de la
memoria. En algunos casos, hay escritores que escriben con consciencia de
analizar un proyecto y recuperar la memoria, y en otros casos, no. Pero por
ejemplo Javier Marías, que es un escritor que no ha hecho una apuesta política
de recuperación de la memoria, tiene como tema central de su literatura la
memoria. Porque ha sido el tema central de nuestra vida. Porque para todos
nosotros ha habido una especie de nebulosa a nuestras espaldas, unos años de
los que no se hablaba, de los que no se sabía. Los españoles de nuestra edad
nos hemos criado en casas donde había fotos de personas de las que nada se
sabía. No sabías por qué estaban tan amorosamente guardadas esas fotos. Eso ha
sido una obsesión para todos nosotros. Esa obsesión se ha formulado de muchas
formas distintas. Yo creo que es un tema central en la literatura española
contemporánea. Hay formulaciones más frontales, más tangenciales, pero el tema
siempre está ahí.
¿Siente
que este proyecto realista es, además, una buena plataforma para volcar su
ideología y sus impresiones políticas?
La crítica marxista tenía razón en que la
literatura puede no tener que ver con la política, pero siempre tiene que ver
con la ideología. Cada escritor filtra el mundo desde los atributos y los
ingredientes de su memoria, de su conciencia, y por eso nunca hay dos miradas
iguales. Escribir es tomar posición frente a la realidad. En ese sentido,
escribir es un ejercicio comprometido. La diferencia entre un "escritor
comprometido" y uno que no lo es, es que el primero lo reconoce en
público y el segundo, no. Pero es igual. En un mundo como el que vivimos, escribir
novelas rosas es una toma de posición tan profunda como escribir literatura
social o política, entre comillas. Es inevitable que en tu obra aparezca tu
visión de mundo. El deber de un escritor no es la neutralidad. Y, además, la objetividad
no existe. Por otro lado, mi única obligación es escribir los mejores libros
que pueda, así que no puedo dejar que un afán panfletario o propagandístico
vaya en detrimento de la calidad literaria. Evito la propaganda todo lo que
puedo, en ese sentido. Hay otros medios para hacer propaganda, además, que son
mucho más útiles: los artículos en los periódicos, las conferencias. Los
panfletos te obligan, por otra parte, a renunciar a una serie de elementos que
son fundamentales para la literatura, como la sutileza o la ironía.
Tiene la
suerte de tener unos lectores muy fieles a sus novelas y columnas. ¿Cómo son?
Muy buenos. Joaquín Sabina dice que él
y yo tenemos el mejor público de España, y creo que es verdad. Siempre he
pensado que una de las peores cosas que le pueden pasar a un escritor es que no
le gusten sus lectores. Y a muchos les pasa. A mí en general mis lectores me
gustan bastante. De hecho, tengo un núcleo central de lectores que se me
parecen: gente más o menos de mi edad, que han vivido experiencias semejantes a
las mías y que tienen una ideología y una manera de entender el mundo
semejante. Luego me sorprende mucho tener lectores jóvenes, muchos de ellos en
bachiller y en la universidad. Luego también me lee gente mayor. Tengo
unas colas bastante variopintas en la Feria del Libro. A raíz de escribir "El
corazón helado" me pasó algo de lo que estoy muy satisfecha y es que empecé a
tener lectores hombres en un número muy apreciable. En mis primeras novelas los
hombres no se acercaban a mí porque pensaban que escribía literatura femenina.
Lo único que les acercó fue el tema de "El corazón helado". No se porqué, pero
la memoria histórica es un tema que interesa más a los hombres que a las
mujeres.
Hablando
de España, ¿el mercado editorial está muy afectado con la crisis?
Sí, se ha afectado mucho. Ha tardado, somos los
que más hemos aguantado. La música y el cine cayeron antes, pero en los
últimos meses el mercado se ha empezado a contraer porque subieron salvajemente
los impuestos, las cifras de paro crecen cada vez más, y es evidente que, en la
medida que el consumo se contrae, se resiente el mercado editorial. La cosa ha
aguantado bastante bien hasta después de Navidad, pero en los últimos meses la
situación dramática se empezó a notar fuerte en los libros.
Cambiando
de tema: ¿tiene pensado en algún momento escribir algo marcadamente autobiográfico?
Tengo una idea que me gusta mucho. Después de
haberme inventado tantas familias españolas, me gustaría escribir sobre mis
bisabuelos. Veremos...