El filósofo
italiano Gianni Vattimo (1936) estuvo
en Buenos Aires invitado por la Cátedra de Globalización y Democracia que la
Universidad Nacional de San Martín comparte con la Universidad Diego Portales de Chile. En esa oportunidad, se reunió con el sociólogo argentino Eduardo Grüner (1946) accediendo a una invitación realizada por la revista "Ñ". Ambos intelectuales intercambiaron postales de los mundos
golpeados por el capitalismo donde habitan y analizaron la crisis europea y la realidad de América Latina, cierto regreso a la religión, el arte como "reserva utópica" y el devenir de la izquierda en tanto motor
político y filosofía de la resistencia. Vattimo, ex docente de Estética en la Facoltà di Lettere e Filosofia de Turín, de la que fue su
decano, y profesor visitante de las Universidades norteamericanas de
Yale, Los Angeles y New York University, tiene también un recorrido por la política. Primero como miembro
del Partido Radicale, posteriormente en la Alleanza per Torino y, por último, entre los Demócratas de Izquierda
en el Parlamento Europeo. Entre
sus numerosas obras cabe mencionar "Vocazione e responsabilità del filosofo" (Vocación y responsabilidad del filósofo), "Oltre l'interpretazione" (Más allá de la interpretación) y "Comunismo ermeneutico. Di Heidegger a Marx" (Comunismo hermenéutico. De Heidegger a Marx). Por su parte Grüner, Doctor en Ciencias Sociales por la UBA y ex profesor titular de Antropología del
Arte en la Facultad de Filosofía y Letras, y de Teoría Política en la Facultad de
Ciencias Sociales, ambas de dicha Universidad, es autor, entre otros, de los
libros: "Un género culpable", "El sitio de
la mirada", "El fin de las pequeñas historias" y "La cosa política". Actualmente es un protagonista permanente de la escena
intelectual argentina y un referente clave de la Asamblea de intelectuales,
docentes y artistas en apoyo al Frente de Izquierda y de los Trabajadores. La charla, que contó con la intervención del periodista Héctor Pavón, fue publicada en el nº 485 de la mencionada revista, que apareció el 12 de enero de 2013. Allí se habló sobre el capitalismo, el hombre y la
circunstancia dramática de vivir a la intemperie ideológica, las cuestiones
contemporáneas, cercanas y lejanas, familiares por la globalización y de formas
de rebeldía con viejos y nuevos nombres. Fue un intercambio de ideas que, aunque amable, marcó diferencias y
expuso cuestiones de filosofía política, religión, panorama latinoamericano y
crisis europea.
¿Qué significa ser de izquierda hoy, en Europa,
en América Latina, en Italia, en la Argentina...?
G.V.: Ser de izquierda -ya con
muchísimas referencias internacionales perdidas-, siempre implicó tener una
cosmovisión culturalista, mientras que para la derecha siempre ha sido
naturalista. Todo el liberalismo, incluso, hasta el racismo, se trata de
liberar la sociedad para que cada uno pueda expresar lo que es. Pero,
finalmente, la izquierda tiene que corregir los puntos de partida. Si uno nació
con mucho dinero se expresa como capitalista, si uno nació como pobre, se
expresa como pobre. Y, para una competencia verdadera se trataría de salir
de puntos de partida comparables, algo que no pasa en el naturalismo
derechista. Por ejemplo, que la derecha generalmente sea racista es natural,
porque se trata de disfrutar la diferencia. Todo esto es para mí, básicamente,
la mentalidad de derecha. La izquierda tiene que corregir situaciones naturales
de partida, obviamente, la derecha no tiene problemas de valores, y la izquierda
tiene el problema de decidir entre todos el valor de la cultura. Es decir, de
oponerse a la exaltación de las diferencias naturales. ¿Por qué no estoy de
acuerdo con la derecha? Porque, básicamente, me interesa la relación con el
otro; la izquierda siempre es igualitaria en ese sentido, por ejemplo,
radicalizando incluso el principio liberal de la competencia, decir: "bueno,
competimos pero, por favor, deportivamente". La exaltación de las leyes del
mercado es una exaltación naturalista, es decir, hay leyes del mercado porque
el mercado funciona así, no nos ponemos a preguntar cómo empezó esta situación.
Se toma la economía política como si fuera una ciencia natural, lo que Marx
siempre negó. Esas diferencias me parecen un punto de partida.
E.G.: Yo agregaría que esa naturaleza
es, por supuesto, una construcción histórica, que luego la derecha vuelve sobre
sí misma, desplaza, obtura, borra las huellas de esa construcción y naturaliza
un estado de cosas existente, que es notable, porque aparece como una
permanente novedad. Yo creo que una característica del capitalismo tardío es
este bombardeo permanente de novedades que sirven para disimular que el
dispositivo básico -en un sentido más o menos foucaultiano o agambeniano-, ese
andamiaje básico, no se toca. El lugar de la izquierda es precisamente el
contrario, es poner en cuestión, radicalmente, el dispositivo básico, las
lógicas básicas. En ese sentido, la primera definición brutal que habría que
hacer, es que ser de izquierda es ser consecuentemente anticapitalista, pero
que hoy en día es una definición que hay que retomar. Tanto en Italia como en
la Argentina basta ser medianamente progresista, estar a favor de cierta mayor
inclusión social, para pasar por ser de izquierda. Ahora, todo eso está muy
bien, pero ser de izquierda es poner en discusión el dispositivo básico. En ese
sentido no deja de ser problemático esa pertenencia de izquierda en un mundo
como el que tenemos hoy; hay que volver a discutir montones de cosas: ¿se puede
usar todavía la palabra revolución, se puede usar la palabra comunismo y en qué
sentido? Debiéramos redefinirla, volver a pensarla, debiéramos volver a
discutir qué restos de deseos verdaderamente transformadores todavía podemos
detectar en el mundo y cuáles son sus límites.
¿Cuánto hay en estos postulados, principios o
deseos que han manifestado respecto al papel de la izquierda, de realista y
cuánto hay de utópico?
G.V.: Cuando hablo de naturalismo de la
derecha, es un pretendido naturalismo, una ideología que naturaliza las
condiciones históricas sin preguntarse por qué se nace, por ejemplo. Obviamente
corregir la pretendida naturaleza de la estructura capitalista, pretender
criticar esto es utópico, en el sentido de que no se sabe dónde están estos
valores, porque lo que existe, lo que está es lo existente, lo que no te gusta,
lo que se pretende santificar como naturaleza natural. Hay un poco de utopía en
esto. Me parece que, por el otro lado la utopía va junto con un problema de la
democracia, es decir, las masas para decidir cambiar en las elecciones, porque
yo creo en el sistema electoral en que vivimos muy moderadamente, porque sé
cómo funciona, el dinero condiciona la propaganda, etc. Es por eso que hablo de
comunismo, porque efectivamente es el único proyecto alternativo que fue
poderoso en el pasado. Se necesita una utopía que pueda mover de alguna manera
las masas, convencer a la gente a votar a la izquierda más que a la derecha.
¿Por qué no pasa esto? Yo creo que cuando Marx profetizaba la revolución proletaria
mundial no existía la televisión, es decir, que lo que era la religión como
opio en el momento de Marx, ahora son los medios. Y el opio, como mucha gente
ha hecho notar, no era solamente una manera de adormecer las conciencias, sino
de satisfacerlas. Las crisis, como la última financiera, no dan lugar a
transformación sino a la restauración, se refinancian los bancos para que
empiecen a hacer una vez más la política que conduce a la crisis, el
capitalismo necesita las crisis para disminuir los salarios, desplazar
industrias. El problema es re-empezar un movimiento de masas que pueda
presionar de alguna manera la transformación. Yo sueño con la revolución, pero
es una pesadilla, porque hacer la revolución cuando las fuerzas
antirrevolucionarias son más fuertes es la muerte o casi.
E.G.: Normalmente para la derecha, utopía
significa la completa ausencia de realismo, de pragmatismo, de posibilismo y
todas esas cosas. Yo diría que si uno usa la palabra utopía en ese sentido
negativo, la crisis demuestra precisamente eso, que siempre fue una utopía
imposible de realizar; un mundo de justicia y de equidad, que es lo que siempre
prometió el capitalismo en su conjunción pretendida con la democracia, eso se
ha demostrado absolutamente irrealizable. Es el capitalismo del individualismo
hedonista, en el que los medios de comunicación, efectivamente son también
cómplices, y prometen algo que no se puede cumplir pero mucha gente cree que sí
y vive en esa suerte de frustración. Yo diría en, términos de Sloterdijk, de permanente
estrés: es una sociedad estresada, una sociedad permanentemente excitada, que
no se da tiempo para reflexionar sobre sus propias miserias. Eso es la utopía
del capitalismo que está en crisis sin que haya aparecido una contra utopía, lo
suficientemente poderosa en el sentido de una movilización de las conciencias
y de los cuerpos que permita, efectivamente, poner en cuestión y romper los
límites de esa utopía capitalista. La idea de comunismo es algo que insiste,
que vuelve y retorna una y otra vez a través de la historia.
En esa repetición, además, parece persistir
también una raíz religiosa…
G.V.: Sí, el problema aquí es, yo reconozco... siempre digo que si no fuera cristiano no sería comunista…
E.G.: Pero eso es muy italiano…
G.V.: Sí, efectivamente, para ser cristiano e
italiano tengo que ser anticlerical. Aunque con el Vaticano al lado de mi casa
no puedo ser un buen cristiano si soy anticlerical. Sí, es verdad que hay como
un rechazo; me defiendo de que me impongan el ideal de la felicidad completa,
capitalista, con la idea de un destino del ser que no signifique imponerse. Me
parece que el sentido de la historia no está tanto en realizar un modelo
positivo total sino en reducir un poco la violencia de la cual provenimos.
Incluso el nacimiento es un poco un acto violento porque no se me consultó
antes. Después, todas las transformaciones históricas suceden, no con un
racional sentimiento de todos, sino lo opuesto. Los franceses tienen que matar
al rey para escribir la constitución, pero cuando lo matan no es constitucional
ni anticonstitucional. Efectivamente, hay un componente religioso en el
comunismo. Por ejemplo, yo no sé exactamente lo que fue pero me parece que está
más cerca de la creación de la vida, con la idea de libertad que proviene de
alguna otra libertad frente a la cual yo soy responsable. Sin una motivación
religiosa, ¿por qué yo que soy un profesor jubilado un poco enriquecido,
respetado, tendría que ser comunista perdiendo la jubilación? Hay una
fundamental motivación más allá de la felicidad concreta, inmediata, etcétera.
San Agustín decía: "Mi corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en
ti". En la revolución en acto -no en la revolución pasada-, yo me profeso
cristiano-comunista.
¿Qué le provoca esta idea, Eduardo?
E.G.: Muchísimas ambivalencias e
incertidumbres. No se puede negar esa estructura cripto-religiosa que hay en
todo movimiento emancipador. No parece casual que en las últimas dos o tres décadas
se haya producido el retorno de eso que se suele llamar la teología política,
los debates filosófico-políticos. Ese retorno coincidió, supongo que no
azarosamente, con lo que dio en llamarse la crisis del comunismo y la caída del
muro de Berlín y todo lo demás. Con lo cual yo no estoy diciendo que haya una
causalidad mecánica entre las dos cosas, ni que eso que se llama la teología
política venga a sustituir plenamente o sea un movimiento de derecha que quiere
sustituir la utopía revolucionaria o el pensamiento marxista, en términos
filosóficos, teóricos, porque eso se puede entender de muy distintas maneras. Una cosa es la línea de la teología política, que proviene de Carl Schmitt, esa
tradición decididamente de derecha, conservadora, y otra cosa es la que uno
podría detectar, por hacer un nombre que tenía paradójicos contactos y buenas
relaciones con Carl Schmitt, en Walter Benjamin. Esa es una tradición de
teología política que hoy llega hasta nombres como Agamben, Espósito, en cierto
sentido puedo incluirlo a Massimo Cacciari y supongo que puede incluirlo a
Gianni Vattimo, aunque en Benjamin hay una impronta apocalíptica. Jacob Taubes
dice una cosa muy interesante, la diferencia entre la teología política de
Schmitt y la de Benjamin es que los dos creen en el apocalipsis, pero Schmitt
quiere retrasarlo lo más posible, mientras que Benjamin quiere acelerarlo y que
llegue lo antes posible también.
G.V.: El retorno de Dios está ligado a la
multiplicación del descubrimiento científico, la gente se siente un poco
desorientada frente al problema de la manipulación genética, las tradiciones
éticas más enraizadas, etcétera. Cuando yo tengo que discutir con un cardenal
sobre la manipulación genética, siempre digo que yo puedo criticar lo que dice
la Iglesia pero no puedo armar una construcción totalmente diferente. Porque
es la idea de secularización, es decir un poco weberiana: estamos en un mundo
que viene de esto, lo que podemos hacer es limitar el daño o cambiar, pero
siempre es difícil. Yo creo que esta es una idea benjaminiana también, que los
revolucionarios no piensan tanto en el hombre futuro que están construyendo,
piensan en el sufrimiento de los antiguos. Es decir, sólo reaccionando a un
sistema -del cual tú ves los límites- que inventas algo nuevo; incluso esta
relación de mí mismo con la tradición cristiana. Había un dicho de Benedetto
Croce que decía: "¿Por qué no podemos no llamarnos cristianos?". Croce era
absolutamente cristiano, era un idealista hegeliano reformado, pero
definitivamente esto para mí es muy importante porque no creo que puedo
contactar directamente la estructura del ser, por ejemplo los primeros
principios de contralor, sino que tengo una relación con un porvenir que me da
instrumentos. Hay un dicho de Jesús en el Evangelio: "El buen escriba, el
escriba es el intelectual, es como un padre de familia que tira de su armario
cosas nuevas y usadas". Mi filosofía es la única filosofía cristiana en el
mercado, por así decir.
E.G.: Es realmente un dilema muy fuerte para
mí toda esta cuestión. Entiendo por un lado que el dispositivo de la técnica
le ha quitado sentido al mundo, al mundo de lo real, pero yo pienso exactamente lo
contrario, pienso que le ha dado demasiado sentido de tal manera que ha
obturado. Así como decíamos que el capitalismo pretendiendo poder satisfacer
todos los goces ha obturado el verdadero deseo, también el dispositivo de la
técnica ha obturado toda dimensión enigmática, toda dimensión del misterio, de
lo que todavía está por conocerse, de lo que está todavía por producirse, por
construirse, simbólicamente como nuevos sentidos. Esto es lo que nos está
faltando y mucha gente puede encontrar eso en la religión, ¿no? La preservación
de ese lugar de un enigma -lo podemos llamar sagrado o como se quiera- sobre el
cual todavía tenemos que construir nuestros sentidos. Yo estoy verdaderamente
obsesionado, podría decir, con esa discusión sobre la teología política, en
torno de lo religioso y demás; pero yo encuentro también eso en el mundo de la
literatura, de la poesía, del arte, porque es otro lugar de reserva utópica con
muchos enigmas donde todavía se puede construir sentido. Incluso creo que, en
este sentido que lo estoy diciendo, es más interesante ese mundo que el de la
filosofía, ¿no? Hace poco leí -yo no recordaba esa frase- una frase de George
Bataille que dice: "Hay que perder la filosofía para poder reencontrarla en
otro lugar". Una cosa que hemos heredado es la literatura, la poesía es la que
pone en cuestión la legitimidad y la naturalidad de esa herencia. Mucho más que
la filosofía, por lo menos hoy.
G.V.: Es extraño porque el arte sigue siendo
un lugar de sorpresas, mientras que en el mundo tal como funciona, en algún
sentido no pasa nada nuevo porque todo es técnicamente organizado,
proindustrialista, etcétera. Hay una frase de Heidegger: "La verdadera emergencia es
la falta de emergencia". Es que no se ve nada por el momento, y es por esto que
incluso decimos: el arte y la religión siguen siendo como un refugio para la
gente que busca algo diferente. También están todas estas sectas con ideas
terribles como los Raelianos: yo tengo un amigo que piensa, que cree
efectivamente que la vida llegó de un planeta.
En los últimos años algunos filósofos europeos
hablaron del retorno del humanismo. Y al mismo tiempo la filósofa Martha
Nussbaum dice exactamente lo contrario: que el humanismo está muerto y que lo
prueba cada nueva guerra que comienza.
G.V.: ¿Qué se entiende exactamente? Porque, por ejemplo, yo tengo en mis textos sagrados un pequeño libro de Heidegger que
se llama "Cartas sobre el humanismo", que habla contra el humanismo, es decir,
que el humanismo sería como el hecho de que hay una esencia humana que se puede
conocer y realizar. Esto es el humanismo del Papa que predica una ética
pretendidamente natural, es decir, el matrimonio es indisoluble por naturaleza,
por esencia. Cuando yo escucho "humanismo" pienso en las disciplinas
humanísticas en la universidad y esto es muy importante. No sé cuál es el
retorno del humanismo. ¿Cómo lo definirías tú?
Como un retorno del hombre a la escena principal
donde la sociedad satisface sus necesidades y deseos...
G.V.: Hay retornos, se necesita retornar.
Nussbaum dice que no hay humanismo, esto no es un hecho. Que no retorne el
humanismo a mí me parece justo, no porque no me guste esta sociedad, no porque
sea demasiado humanista…
E.G.: Es una definición. Me permitiría empezar
con una consigna, así como Adorno decía: "Hay que ilustrar la ilustración" yo
diría "hay que humanizar el humanismo", porque si uno entiende por humanismo la
defensa de esto que Gianni llamaba una esencia humana universal abstracta, eso
ha conducido a cosas verdaderas. Siempre estamos en el problema del conflicto
entre esa idea de una esencia universal y los particulares concretos que todo
el tiempo se levantan como límites a esa receta universal. Humanizar el humanismo
querría decir, en cada caso, adoptar sin condicionamientos, de manera
incondicional, la defensa de las víctimas del mismo humanismo tal como
históricamente lo hemos conocido.
G.V.: De la humanidad.
E.G.: De la humanidad, claro, de la humanidad.
Porque si no corremos el peligro otra vez de que ese humanismo se transforme él
mismo en una empresa de dominación, por ejemplo, como lo ha sido
históricamente -sobre todo en la modernidad- de la naturaleza. Hace poco estuve
discutiendo con Toni Negri, acá en Buenos Aires, sobre lo que él llama el
biocapitalismo. Yo le decía que lo que nos está pasando, las cosas que suceden
con la naturaleza, por ejemplo, es que nos estamos dando cuenta de que somos
una especie animal también, y que no tenemos de ninguna manera garantizada
nuestra supervivencia. Y esto forma parte del dispositivo capitalista cuyos
límites hay que señalar porque uno puede hacer toda clase de críticas morales,
éticas, políticas y debe hacerlo por supuesto; pero también debe tomar en cuenta
que es la supervivencia misma de la especie lo que está en juego, hay una
cuestión hasta fisiológica sobre la que hay que dar la discusión.
G.V.: Aquí llegamos al problema del
desarrollo indefinido. Por ejemplo la izquierda más tradicional en Europa siempre
ha sido desarrollista porque parece que, cuanto más se producen bienes, tanto
mejor está el proletariado; pero ahora es, definitivamente, un gran problema,
por ejemplo.
E.G.: Me parece fundamental pensar la crítica
situada desde el desarrollismo que dice Gianni. Yo tengo un gran modelo
intelectual que es Pier Paolo Pasolini que en los años '60 dio en la tecla
fundamental con la crítica del desarrollismo lineal destructor del
neocapitalismo.
G.V.: ¿Cómo se llaman en español los insectos
con luz?
Luciérnagas.
E.G.: Luciérnagas exactamente. La desaparición
de las luciérnagas como gran metáfora, como gran alegoría de la desaparición de
todas esas realidades particulares interesantísimas de la lengua friulana, por
ejemplo, que era en la que escribía Pasolini sus primeras poesías y que era una
lengua de las culturas subalternas. Este brutal aplanamiento, verdadero
aplanamiento de las diferencias reales, no de las que se habla ahora con el
multiculturalismo, en el fondo sirve para disimular esas que se llaman
diferencias pero que son desigualdades producidas. Y esto ocurre precisamente
por el desarrollismo de clase. Siempre me parece pertinente señalarlo: se habla
de desarrollo o se habla de crecimiento económico otra vez como si eso fuera un
universal abstracto que va a chorrear leche y miel sobre todos los individuos.
Pero es un desarrollo de clase, un crecimiento de clase y son las clases
dominantes, finalmente, las que terminan beneficiándose con esto. Entonces, la
crítica del desarrollismo creo que es algo importante de hacer, pero también es
peligrosa porque puede transformarse en una crítica de derecha, en ese
naturalismo del que hablaba Gianni recién: no desarrollemos nada, dejemos las
cosas como están, con las hojas y las vacas nos alcanza para decir una cosa
local. Se puede, entonces, desde la izquierda, hacer una crítica al
desarrollismo como ya señalamos.
¿Cómo encuentran la región en términos
políticos? Gianni es chavista...
G.V.: Absolutamente.
¿Cuánto tiene el chavismo de paralelo con lo que
veníamos hablando de una política de izquierda?
G.V.: La única novedad efectiva en política
que se ha planteado en las últimas décadas han sido las transformaciones
latinoamericanas. Otros como China, son hasta ahora imitaciones del sistema
capitalista que no cambia mucho en las relaciones de poder, financieras. En
cambio en Latinoamérica, Evo Morales, Lula al comienzo, obviamente Castro ante
todos, Chávez y Correa intentan hacer una alternativa sistémica a la dominación
occidental. Lo importante es crear en el mundo un sistema de poder bastante
fuerte alternativo al imperialismo yanqui y banquero que pueda reforzar,
también, los movimientos nacionales de izquierda en Europa. Sé que en Venezuela
se han abierto muchos hospitales, que han reducido el analfabetismo, que en las
elecciones a las cuales asistí recientemente son regulares, que obviamente el
gobierno y la propaganda existe, pero yo cuando voy a Caracas no sé qué diarios
comprar porque son todos opositores.
¿Cómo ve la región, Grüner?
E.G.: Soy más cauto por no decir más crítico
con estas experiencias; lo soy ahora, no lo era hace unos años, porque veo que
el tiempo pasa y que ya estas experiencias de las que estamos hablando llevan
por lo menos una década -en el caso del chavismo mucho más- y, entonces, mi
sensación es que esos proyectos -de los cuales por supuesto veo las ventajas
comparativas respecto de cosas que tuvimos acá en Latinoamérica nosotros
mismos, ni que hablar, respecto de Europa- me temo que han alcanzado un límite
que, nuevamente por su propia naturaleza de clases, les va a hacer muy difícil
traspasar en el caso que tuvieran la intención de hacerlo. Estamos en un
momento muy abierto donde hay que redefinir, volver a discutir si todo lo que
podemos tener es un capitalismo mejor que el que tuvimos o el que tiene el
resto del mundo ahora o, estamos ya en condiciones de ver si lo que queremos es
otra cosa. Habrá que definir, dependerá de las masas, del deseo de las
multitudes…
¿Ustedes ven un futuro progresista en el
horizonte? ¿Un futuro de izquierda en cada uno de los escenarios que han
citado?
G.V.: Temo que vaya a pasar como las
restricciones económicas que se imponen ahora en Europa, no solamente en
Italia: en España, en Grecia son siempre más intolerantes. Creo que va a haber
movimientos sociales de conflicto, en Italia ya los percibo. Y tal como se ve
en Italia y en España también, la policía pega muchísimo. Imagino un futuro más
autoritario y un poco fascistizante en los países europeos sometidos a estas
leyes si no se inventa algo económicamente diferente. Justamente se podría
pensar un capitalismo financiero menos explotador; por ejemplo, en Italia
tenemos muchísimas riquezas que están aisladas, desde el comienzo de la
globalización hasta ahora la diferencia entre el salario de un obrero de FIAT y
el del máximo ejecutivo se multiplicó enormemente de 1 a 20 a 1 a 200… Se prepara
la resistencia.
E.G.: Esta última frase de Gianni me parece
absolutamente esencial, hay que prepararse para la resistencia. Es imposible
prever ni siquiera para el futuro inmediato qué es lo que va a suceder, pero es
un momento de tensión muy fuerte. En el mundo entero hay reacciones
fragmentarias, desordenadas, desorganizadas incluso, pero que una vez más
demuestran eso que decíamos de la insistencia de una idea de que -para no
hablar de comunismo- la recuperación del común sigue siendo un deseo de las
multitudes más oprimidas, de las víctimas de la historia. Entonces uno por
supuesto que apuesta a eso. Siendo muy crítico de las propias esperanzas, creo
que es un momento para hacer, para transformar ese principio de esperanza del
que hablaba Ernst Bloch. Respecto de la situación de Latinoamérica yo la
definiría así: mantener las esperanzas pero con un ánimo muy crítico.
G.V.: Cuando yo imagino un futuro autoritario
en Europa siempre dejo de lado la posibilidad de que haya una guerra,
paradójicamente o desafortunadamente los fascismos terminan solamente con
guerra.