28 de febrero de 2013

Almudena Grandes: "La crítica marxista tenía razón en que la literatura puede no tener que ver con la política, pero siem­pre tiene que ver con la ideología"

"Escribir novelas es para mí una pasión y también, de alguna forma, un duro aprendizaje, porque los novelistas estamos obligados a ser seres solitarios durante mucho tiempo. Siempre digo que la soledad es la grandeza y la miseria del oficio del escritor y por eso, cuando uno se pone a escribir, lo primero que debe hacer es aprender a convivir con la soledad. Durante el tiempo que uno escribe, no hay referencias del exterior y te encuentras a solas con lo que estás haciendo, nada más". Nacida en Madrid, Almudena Grandes (1960) formó parte de la llamada Movida madrileña, la corriente contracultural surgida durante los primeros años de la transición de la España posfranquista y que se prolongó hasta finales de los '80. En 1989 apareció su primera novela, "Las edades de Lulú", con la que ganó el premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica y se convirtió rápidamente en un suceso de ventas. Hasta la fecha publicó nueve novelas, entre las que se pueden mencionar "Te llamaré Viernes", "Malena es un nombre de tan­go", "Los aires difíciles" y "El corazón helado". Varias de sus novelas han sido llevadas al cine, aumentando notablemente la repercusión de sus relatos. Colabora regularmente con la prensa gráfica de su país, desde donde profesa una incansable militancia a favor de las ideas y las pro­puestas de los partidos de izquierda españoles. Obsesionada por recuperar capítulos poco conocidos de la historia contemporánea de su país, Grandes emprendió hace tres años un ambicioso proyecto literario bajo el título genérico de "Episodios de una guerra interminable", una suerte de homenaje a "Episodios nacionales", la colección de novelas históricas escritas por Benito Pérez Galdós (1843-1920), autor que ha tenido una influencia definitiva en esta escritora. El primer título del proyectado ciclo de seis novelas sobre la resistencia antifranquista fue "Inés y la alegría", publicado en septiembre de 2010, a la que siguió "El lector de Julio Verne" en marzo de 2012. "Episodios de una guerra interminable" se completará con "Las tres bodas de Manolita", "Los pacientes del doctor García", "La madre de Frankenstein" y "Mariano en el Bidasoa".  "Por suerte tengo trabajo hasta 2017. No me puedo quejar" dice, jocosa, la escritora. Sobre este trabajo, precisamente, se refiere Grandes en el resumen de entrevistas que sigue a continuación. Las mismas fueron realizadas por Lucía de la Fuente (diario digital "Madridiario" del 17 de septiembre de 2010), Carlos Albertoni (revista digital "Noticias Editoriales" del 9 de abril de 2012) y Mauro Libertella (revista "Ñ" nº 491 del 23 de febrero de 2013).



¿Por qué se decidió a llevar adelante este proyecto?

Es un proyecto bastante ambicioso que significa mi desembarco en la era de la madurez como escritora. La idea es escribir una serie de historias sobre la resistencia a la dictadura franquista, narradas desde ángulos distintos y ocurridas entre 1939 y 1964, que es el momento en que el régimen anuncia los veinticinco años de paz. Cada libro de los seis que se publicarán será independiente de los demás, aunque los personajes puedan en algunos casos cruzarse de una novela a la otra.

Con "Inés y la alegría" empezó la saga. Tiene usted trabajo hasta 2017. ¿No siente ni siquiera una pizca de angustia?

No, más bien lo vivo como una suerte que tengo, un privilegio. A mí lo que me gusta es estar en casa escribiendo en zapatillas, es el tipo de vida que prefiero. Mi oficio tiene dos etapas. Una más "glamorosa", que es la que todo el mundo cree que me debería gustar, que es la de viajar, hacer entrevistas y todo eso, pero no me gusta nada. Luego, una teóricamente gris pero mucho más intensa. A mi me pasan muchas más cosas escribiendo en casa. Es verdad que este proyecto tiene algo de reto y de compromiso que asumo con los lectores. Si me apetece escribir otra cosa, interrumpiré la serie. Pero en este momento ya tengo escritas dos novelas, estoy escribiendo la tercera y me encuentro con muchas ganas de escribir de un tirón.

¿No le da miedo que le aburra el tema a mitad de camino, que la sature?

No, porque estas novelas tienen un espíritu común, son novelas de resistencia al franquismo. Pero las primeras son de resistencia arma­da, de guerrilla, desde dos puntos de vista muy distintos, porque en la primera la protagonista está en un cuartel general de un ejército guerrillero y la segunda la cuenta un niño de nueve anos que es hijo de un guardia civil y vive en una casa cuartel. Con esas dos ya he terminado con la guerrilla, con gran dolor de mi corazón, porque yo podría seguir escribiendo sobre la guerrilla hasta que me muera. Y la tercera es una novela muy distinta, que sucede en Madrid, y cuenta una historia de resistencia chapucera, de militantes de base que hacen una cosa que sale fatal, y la novela termina en el año '50. Y como decíamos antes, la nove­las van avanzando temporalmen­te, entonces espero que no vaya a aburrir, porque nunca es la mis­ma época, y tampoco son iguales los enfoques.

Con sus "Episodios de una guerra interminable" rinde de alguna manera homenaje a los "Episodios nacionales" de Galdós. ¿Qué ha supuesto para usted este escritor?

Galdós es un escritor muy importante para mí biográfica y literariamente. Yo veraneaba en Becerril de la Sierra, en una casa muy grande que era de mi abuelo, donde había muchos libros pero antiguos y como raros. Me gustaba mucho leer y siempre compraba libros en la Feria del Libro, pero a mediados de julio ya me los había leído. Entonces leía lo que había por allí -novelas de Agatha Christie, "best-sellers"...-. Llegó un momento que ya me lo había leído todo hasta que llegó un verano, cuando tenía quince años, en el que lo único que no me había leído era una colección de las obras completas de Galdós. Digamos que yo empecé a leer a Galdós porque no podía estar sin leer. Tuve la suerte de que la primera novela que elegí fue "Tormento". Aparte de que me gustó mucho porque es estupenda, me impresionó. Yo iba a un colegio de monjas y leer la historia de un cura perverso que acosa a una huérfana y que explota todas las miserias de la burguesía madrileña me pareció impresionante. A partir de ahí me leí a Galdós de un tirón y he vuelto a releerle constantemente. "Fortunata y Jacinta", que es uno de mis libros favoritos, me lo he leído cuatro o cinco veces. Además lloro siempre en los mismos sitios, y eso tiene mérito porque sé todo lo que va a pasar.

Y decidió utilizar el esquema de los "Episodios nacionales".

Cuando empecé a escribir estas novelas, que son un poco una consecuencia de "El corazón helado", me fui documentando de historias que me gustaban. Me encontré muchas historias pero no las podía meter en esta primera novela, porque había decidido exiliar a los Fernández y ya no podía contar la posguerra desde dentro. Entonces comprendí que tenía que convertir esas historias en novelas, y el modelo de don Benito surgió inmediatamente. Me pareció que era un modelo insuperado. Era una solución muy fácil y muy buena, además para mí es un orgullo.

¿Cómo surgió la idea de los seis libros, la saga "Episodios de una guerra interminable"?

Este proyecto arranca de un fe­nómeno que me absorbió a la ho­ra de preparar "El corazón helado". Cuando estaba pensando en es­cribir "El corazón helado" pensaba, como todos los españoles, que lo sabía todo sobre la Guerra Civil española. Yo había estudiado his­toria en la universidad y tenía esa sensación muy común y errónea de que llevaba toda la vida escuchando hablar del tema, y que con lo que sabía ya era suficiente. Había sí, un par de puntos que no tenía claro, sobre los que tenía que documentarme; entonces de­cidí leer un poco al azar algunas cosas sueltas. Inmediatamente descubrí que no sabía nada. Eso fue una gran cosa. A partir de ahí me enganché: no podía pa­rar de leer. Empecé a leer todo lo que podía; ficción, no ficción, republicanos, fascistas, propa­ganda, memorias, novelas, libros de historia. Fue un proceso muy absorbente porque era como tirar una hilera de fichas de dominó: cada libro que leía me obligaba a leer cuatro libros, cada uno de esos cuatro libros me obligaban a leer otros cuatros, etc. Acabé en una inmersión radical, durante muchos años. Solamente veía ci­ne español, solamente leía libros españoles, solamente escuchaba música española. En ese proceso me fui encontrando con muchas historias o, más bien, muchas historias me encontraron a mí. Me parecía que esas historias tenían un posible desarrollo literario, me daban ganas de escribir algo para contarlas. Pero yo estaba escri­biendo una novela muy larga, que ya había decidido cómo iba a ser, así que estas historias paralelas las iba apuntando en un cuaderno y las dejaba allí.

Entonces escribió "El corazón helado", ¿y qué pasó con esas historias?

Bueno, me quedé un poco des­concertada después de ese libro, porque no sabía qué hacer. No podía escribir otra de mil pági­nas, porque era un poco excesivo. Escribir una novela negra de doscientas páginas habría sido muy raro, pa­ra los lectores y para mí. Entonces me di cuenta de que había una de esas historias que había apuntado que me seguía dando vueltas, obsesionándome de algún modo, la de la invasión del Valle de Aran, porque era un episodio demasiado gran­de, demasiado trascendente, y del que yo no sabía nada. Eso me im­pactó. Entonces empecé a pensar en una mujer que iba a caballo, con una pistola y pensé.... ¡yo esa imagen la había visto! Era parte de un "western". Entonces probé es­cribir a partir de eso un guión de cine, como una forma de romper con la experiencia de "El corazón helado". Probé escribir ese guión pero no funcionaba. Digamos que tardé un año y medio en equivo­carme, que fue el tiempo de tra­bajo sobre ese guión, y tardé un segundo y medio en acertar: En un momento de mucha desespe­ración, cuando ya no sabía hacia dónde ir, me dije: "bueno, pero lo que tengo que hacer es escribir novelas, que es lo que sé hacer". Puse sobre la mesa, entonces, to­das esas historias que tenía dan­do vueltas, que a su modo llevaba elaborando desde hacía años, y descubrí que me salían seis.

¿Vio en esas historias una su­cesión temporal, un camino?

Sí, claro. Me permitían hacer un recorrido coherente durante veinticinco años de la historia de España, desde el '39 hasta el '64. Ahí me acordé de Benito Pérez Galdós.

¿Por qué?

Bueno, es el escritor que más me ha influido, como lector y como escritora. Este es el modelo que hi­zo él en los "Episodios nacionales", que después fue el modelo litera­rio que uso Max Aub para contar la historia de España en un ciclo de novelas fundamentales, que se llama "El laberinto mágico". Hay varios ciclos de los "Episodios..." de Galdós que son seis, a Max Aub le salieron seis y a mí también. Así que hay algo en esa tradición.

Dicen que tiene predilección por sus novelas impares. ¿Esta lo es?

No, yo no tengo predilección, a mí me gustan las pares y las impares. Lo que pasa es que con las impares me suelen ir bien. Son las que me han ido consagrando. "Las edades de Lulú" fue la primera. "Malena es un nombre de tango" fue la tercera. La tercera novela creo que siempre es la más importante en la carrera de un novelista porque la primera sale bien con frecuencia, la segunda se escribe con tanto miedo que sale mal y la tercera está escrita con naturalidad y da un poco la medida de lo que va a pasar. "Los aires difíciles" también es impar y fue una novela muy importante para mí porque hizo de bisagra para cambiar de ciclo. "El corazón helado", también impar, comenzó otro ciclo. Ahora como he iniciado una serie de seis he conseguido astutamente que todas sean pares e impares.

¿Cómo ha sido el trabajo de investigación de todos estos hechos?

Muy arduo, muy difícil. Llevo ocho años leyendo sobre situaciones relacionadas con el franquismo y ello ha resultado bastante duro para mí, ya que me obligaron a profundizar en lo que le sucedió al país en su historia reciente. Y también en lo que me ha sucedido a mí, como parte de esa historia que abrió heridas tan profundas.

¿Resulta difícil escribir sobre la historia reciente cuando las heridas aún no cicatrizaron?

El tiempo es esencial para la literatura. Los hechos que abrieron heridas necesitan del paso de ese tiempo para poder volcarse al papel y poder novelarlos, ya que primero debe procesarse el dolor. La literatura es siempre reflexiva y a toda experiencia es necesario recrearla para poder contarla, algo que se logra con la prudente distancia que te concede el paso del tiempo.

¿Cree que España todavía sigue pagando los platos que se rompieron durante la Guerra Civil?

Yo creo que la Guerra Civil está muy lejos y sucedió en un país que no se parece al nuestro. España ha cambiado, no es el mismo país que en el '36. Pero lo que sí creo que todavía sigue marcando la forma de entender España fue el tratamiento de la guerra y la dictadura que se hizo en la Transición. En esa medida creo que la guerra sigue pesando mucho en la vida de todos. Después de la muerte de Franco la clase política se puso de acuerdo, pero fue un acuerdo muy brillante a corto plazo que, a largo plazo, ha demostrado su deficiencia. La democracia española se construyó a sí misma en el aire, sin deberle nada a nadie, sin ligarse a ninguna tradición específica. Fue como hacer que cuarenta años de dictadura no hubieran tenido importancia. Yo creo que ese pacto irreal, que se puede comprender, ahora ha generado los grandes problemas de este país: el conflicto de identidad nacional permanente que vive España, la debilidad de la economía, la situación de la judicatura, los servicios públicos, la educación, los problemas con la Iglesia, etc. Luego, ya a un nivel más personal, creo que es verdad que la guerra sigue pesando en muchas familias españolas. Tampoco es un fenómeno exclusivamente español: ahí están los alemanes que le siguen dando vueltas a lo mismo.

En los últimos años, en Ar­gentina hay una fuerte revisión de los años de dictadura des­de la ficción. ¿En España pasa lo mismo, o el suyo es un caso aislado?

En España la memoria es el tema de mi generación. Cada ge­neración, en cada país, tiene un asunto pendiente, y el de mi gene­ración (que es la de los nietos que lucharon en la guerra) es la de la memoria. En algunos casos, hay escritores que escriben con consciencia de analizar un proyecto y recuperar la memoria, y en otros casos, no. Pero por ejemplo Javier Marías, que es un escritor que no ha hecho una apuesta política de recuperación de la memoria, tiene como tema central de su literatu­ra la memoria. Porque ha sido el tema central de nuestra vida. Por­que para todos nosotros ha habido una especie de nebulosa a nues­tras espaldas, unos años de los que no se hablaba, de los que no se sabía. Los españoles de nuestra edad nos hemos criado en casas donde había fotos de personas de las que nada se sabía. No sabías por qué estaban tan amorosamen­te guardadas esas fotos. Eso ha sido una obsesión para todos no­sotros. Esa obsesión se ha formu­lado de muchas formas distintas. Yo creo que es un tema central en la literatura española contempo­ránea. Hay formulaciones más frontales, más tangenciales, pero el tema siempre está ahí.

¿Siente que este proyecto rea­lista es, además, una buena pla­taforma para volcar su ideología y sus impresiones políticas?

La crítica marxista tenía razón en que la literatura puede no tener que ver con la política, pero siem­pre tiene que ver con la ideología. Cada escritor filtra el mundo des­de los atributos y los ingredientes de su memoria, de su conciencia, y por eso nunca hay dos miradas iguales. Escribir es tomar posi­ción frente a la realidad. En ese sentido, escribir es un ejercicio comprometido. La diferencia en­tre un "escritor comprometido" y uno que no lo es, es que el pri­mero lo reconoce en público y el segundo, no. Pero es igual. En un mundo como el que vivimos, es­cribir novelas rosas es una toma de posición tan profunda como escribir literatura social o política, entre comillas. Es inevitable que en tu obra aparezca tu visión de mundo. El deber de un escritor no es la neutralidad. Y, además, la ob­jetividad no existe. Por otro lado, mi única obligación es escribir los mejores libros que pueda, así que no puedo dejar que un afán panfletario o propagandístico vaya en detrimento de la calidad literaria. Evito la propaganda todo lo que puedo, en ese sentido. Hay otros medios para hacer propaganda, además, que son mucho más úti­les: los artículos en los periódicos, las conferencias. Los panfletos te obligan, por otra parte, a renun­ciar a una serie de elementos que son fundamentales para la litera­tura, como la sutileza o la ironía.

Tiene la suerte de tener unos lectores muy fieles a sus novelas y columnas. ¿Cómo son?

Muy buenos. Joaquín Sabina dice que él y yo tenemos el mejor público de España, y creo que es verdad. Siempre he pensado que una de las peores cosas que le pueden pasar a un escritor es que no le gusten sus lectores. Y a muchos les pasa. A mí en general mis lectores me gustan bastante. De hecho, tengo un núcleo central de lectores que se me parecen: gente más o menos de mi edad, que han vivido experiencias semejantes a las mías y que tienen una ideología y una manera de entender el mundo semejante. Luego me sorprende mucho tener lectores jóvenes, muchos de ellos en bachiller y en la universidad.  Luego también me lee gente mayor. Tengo unas colas bastante variopintas en la Feria del Libro. A raíz de escribir "El corazón helado" me pasó algo de lo que estoy muy satisfecha y es que empecé a tener lectores hombres en un número muy apreciable. En mis primeras novelas los hombres no se acercaban a mí porque pensaban que escribía literatura femenina. Lo único que les acercó fue el tema de "El corazón helado". No se porqué, pero la memoria histórica es un tema que interesa más a los hombres que a las mujeres.

Hablando de España, ¿el mer­cado editorial está muy afectado con la crisis?

Sí, se ha afectado mucho. Ha tar­dado, somos los que más hemos aguantado. La música y el cine ca­yeron antes, pero en los últimos meses el mercado se ha empezado a contraer porque subieron salva­jemente los impuestos, las cifras de paro crecen cada vez más, y es evidente que, en la medida que el consumo se contrae, se resiente el mercado editorial. La cosa ha aguantado bastante bien hasta después de Navidad, pero en los últimos meses la situación dra­mática se empezó a notar fuerte en los libros.

Cambiando de tema: ¿tiene pensado en algún momento es­cribir algo marcadamente auto­biográfico?

Tengo una idea que me gusta mucho. Después de haberme in­ventado tantas familias españolas, me gustaría escribir sobre mis bisabuelos. Veremos...