Nacido en Chieti, en la región de los Abruzzos, estudió para maestro y, aún sin graduarse, comenzó a enseñar en una escuela de su pueblo. Simultáneamente y de manera autodidacta, aprendía el oficio de tipógrafo y leía a los teóricos del pensamiento anarquista: Bakunin, Proudhon, Kropotkin, Malatesta y Reclus. Cuando contaba con veinte años se entregó por entero a la militancia anarquista, actividad que lo llevó a tener que padecer la censura y las persecuciones por parte del incipiente régimen capitaneado por los Fasci Italiani di Combattimento. Esto lo impulsó a dejar Italia y viajar a la Argentina.
Llegó a Buenos Aires en 1923 y se radicó en Morón, a unos pocos kilómetros de la capital. Su primer trabajo consistió en vender las flores que cultivaba en su casa. Luego consiguió empleo como tipógrafo y se conectó con grupos anarquistas que, por entonces, movilizaban a miles de obreros, editaban periódicos, tenían foros de debate y luchaban por los derechos laborales. Dos años después Di Giovanni lanzó su propio periódico, "Culmine", que propiciaba el anarquismo individual y la lucha "cara a cara" con el enemigo fascista. Su lema era: "De la propaganda a los hechos", algo que Di Giovanni puso en práctica rápidamente. Ese mismo año fue detenido por primera vez tras participar en un acto de repudio a un evento realizado en el Teatro Colón con la presencia del presidente argentino y el embajador italiano. El 16 de mayo de 1926, estalló una bomba frente a la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. Fue el primer atentado de varios que realizó contra objetivos norteamericanos. También participó en varios robos, entre ellos uno a un camión de transporte de caudales, lo que le permitió abrir su propia imprenta. En agosto de 1927 participó de la multitudinaria movilización de alrededor de cien mil personas que pedían la liberación de los anarquistas italianos Ferdinando Sacco (1891-1927) y Bartolomeo Vanzetti (1888-1927), ambos a punto ser ejecutados en Massachusetts, Estados Unidos. Luego, el 23 de mayo de 1928, intervino en el atentado que destruyó el nuevo edificio del consulado italiano en Buenos Aires, al tiempo que siguió cometiendo numerosos asaltos. Considerado el "hombre más maligno que pisó tierra argentina", Di Giovanni creía en el derecho a matar al opresor aunque cayeran inocentes, y tenía un fundamento ideológico para sus actos: usar la violencia contra la violencia. Su foto ocupó la primera plana de todos los diarios y terminó la década del '20 siendo el hombre más buscado en el país.
Di Giovanni inició 1930 editando una nueva revista, "Anarchia", en la que todos los sectores anarquistas podían exponer sus ideas, mientras continuaba con sus correrías que incluían la "expropiación" y la liberación de presos. Pero, a partir del golpe militar del 6 de setiembre, reinició los atentados con bombas. Los tres artefactos dinamiteros que estallaron en enero de 1931 precipitaron su captura. La policía intensificó su búsqueda y, finalmente, el jueves 29 de enero de 1931 fue detenido al salir de una imprenta en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. La populosa esquina de las avenidas Corrientes y Callao fue el escenario de la persecución policial en la que Di Giovanni se enfrentó a los tiros con los efectivos que lo perseguían y que lo terminaron capturando en un garage de la zona, luego de un frustrado intento de fuga por los techos de las casas bajas que, por entonces, había en el centro porteño. Tras su detención, sobre el escritorio de Di Giovanni fue encontrado un papel que decía: "¿Claudicar? Ni siquiera cuando -al final del camino- sin ninguna salida de salvación, me encuentre delante de la muralla de la muerte".
El dictador militar que había usurpado el poder unos meses antes ordenó un juicio rápido. Su defensor fue un teniente primero que, en su alegato, planteó la incompetencia del tribunal militar para juzgar al detenido y apeló contra la pena de muerte, algo que le valdría ser castigado por sus superiores y, según algunas versiones, morir envenenado tiempo después en una cena de camaradería; otras, en cambio, hablan de un largo exilio. La sentencia se dictaminó rápidamente y se estableció el 1 de febrero como fecha para su ejecución. Pocas horas antes de ser fusilado pidió un café dulce desde su celda. Lo rechazó al probarlo: "Pedí con mucha azúcar... No importa, será la próxima vez". Una muchedumbre se agolpó en las puertas de la prisión para escuchar las descargas. Otros tantos reclamaban su derecho a presenciar la ejecución. Algunos periodistas y encumbrados ciudadanos lo lograron. Como si fuera una función teatral, todos querían ver morir a Di Giovanni.
Testigo de ese asesinato fue también el novelista, cuentista y dramaturgo argentino Roberto Arlt (1900-1942), como periodista del diario "Buenos Aires Herald". Su presencia no era igual a la de cientos de personas que acudieron allí para ver morir al demonio, al asesino extranjero de la época. Los zapatos lustrados y el traje de gala de muchos de los asistentes convertían el asesinato de un hombre en un espectáculo frívolo, uno más de la noche porteña. La crónica de Arlt no puso ningún comentario propio sino la descripción de ese teatro irracional de la fuerza bruta contra las ideas: "la descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes". Ese mismo día, en estricto secreto, el cuerpo fue trasladado al cementerio de
He visto morir
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"...de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...".
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas. Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huida hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"...artículo número... ley de estado de sitio... superior tribunal...
visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y
suboficiales...".
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza
tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"...estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales...
tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número...".
Di giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece
que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son
importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los
términos con que está redactada la sentencia.
"...dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado,
secretario...".
Habla el Reo
- Quisiera
pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz:
- No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro
a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico.
Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho.
Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las
rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para
tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para
que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la
cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
- Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
- Pelotón, firme. Apunten.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
- Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
- Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
- ¡Viva la anarquía!
- ¡Viva la anarquía!
- ¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de
papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto
verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro
permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del
cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo
observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac
y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera
del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los
labios; son: Gauna de "La Razón" , Alvarez de "Última Hora", Enrique González Tuñón de "Crítica" y Gómez de "El
Mundo". Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la
entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
"Está prohibido reírse".
"Está prohibido concurrir con zapatos de baile".
"Está prohibido reírse".
"Está prohibido concurrir con zapatos de baile".