9 de febrero de 2013

Pierre Rosanvallon: "El nuevo capitalismo destrozó la capacidad de los seres humanos para vivir y construir juntos como iguales y no sólo como consumidores" (3)

El filósofo y psicoanalista griego Cornelius Castoriadis (1922-1997), defensor del concepto de autonomía política y fundador en los años '40 del grupo político francés Socialisme ou Barbarie, sostenía en "Une société à la dérive" (Una sociedad a la deriva) que la función de la política no es hacer al pueblo feliz, sino libre. Se trata de un deseo que jamás se alcanza pero al que se debe aspirar. "Es falsa la idea de que el objeto de la política sería la reducción de la miseria y finalmente la felicidad. Incluso es una idea muy peligrosa. Si la meta de la política fuese volver feliz a la gente, alcanzaría con votar leyes que decretaran la felicidad universal mediante la música de Cage, la lectura obstinada de los 'Upanishad', tal o cual práctica sexual… Pero todo esto depende de la esfera privada, íntima, y es perfectamente ilegítimo tratarlo en el 'ágora' (la esfera público-privada) y menos aún en la 'ekklesía' (la esfera pública-pública). Sería una posición perfectamente totalitaria". Si la ciencia política estableció que sólo las "definiciones mínimas de la democracia" podían ser universales, Pierre Rosanvallon ha sostenido que la única definición universal posible de la democracia es la que radicaliza sus exigencias. Para el autor de "La société des égaux" (La sociedad de los iguales) y "La légitimité démocratique. Impartialité, réflexivité, proximité" (La legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad y proximidad), la democracia no puede ser concebida sólo sobre la base de las instituciones representativas. Si éstas se apoyan en principios mayoritarios y en el conflicto entre partidos, deben funcionar junto a otras instituciones que acojan el consenso y que apelen a otros principios de legitimidad, como la imparcialidad y la reflexividad. Pero además de un régimen político -sostiene Rosanvallon-, la democracia es una forma de gobierno, un modo de la conducta de los gobernantes a los que cada vez más se les demanda la escucha y la atención a la singularidad de las situaciones de cada ciudadano; y es también actividad ciudadana, más allá del acto electoral. La democracia siempre aspiró a ser una sociedad de iguales, pero hoy, la consolidación del régimen político parece ser paralela al olvido de la democracia social. Es preciso revitalizar la noción de igualdad, adaptándola a los tiempos que corren. Para Rosanvallon, la democracia es un proyecto nunca cumplido plenamente pero a la vez realista, porque resignifica y reactualiza las propias experiencias de vida en común de los hombres. En la tercera parte de la serie de entrevistas, el autor de "L'âge de l'autogestion" (La era de la autogestión) hace referencia -a través de sus concepciones filosófico políticas- a los aspectos relacionados con la democracia,  los indignados, la inequidad en América Latina y Europa, y resalta la necesidad de luchar por la utopía de ser iguales.


¿Qué lugar ocupan las utopías en la concepción democrática? ¿Luchas como las de Mayo del '68 han quedado en el olvido o están vigentes?

Mayo del '68 entra totalmente en mi recorrido porque yo era estudiante en aquella época: tenía veinte años. Tener veinte años en 1968 es algo que no se puede olvidar, es el descubrimiento de que la emancipación es tanto individual como colectiva. La emancipación es aprender nuevos modos de funcionamiento en la sociedad y además, reconocer que la vida de cada individuo tiene que tener su singularidad, que la particularidad es una calidad de nuestra sociedad. Antes de Mayo del '68 se pensaba en la emancipación de la clase obrera, la emancipación de la masa, de los grupos; había que pensar la emancipación en términos de grandes batallones. Mayo del '68 indujo la dimensión libertaria con un gran movimiento que consiste en hacer del individuo un valor y a mostrar que el cambio no es sólo el de las estructuras económicas y sociales sino también el de las mentalidades.

¿Qué diagnóstico hace del estado de la democracia en Latinoamérica?

Siempre me interesó esa "disociación" que existe en América Latina entre un mundo de enorme desigualdad económica y un mundo de fe democrática, cómo los dos pueden convivir, porque la democracia no solamente es un régimen político, el sufragio universal, los derechos humanos o el estado de derecho; tampoco es solamente la actividad ciudadana o de las asociaciones ni la democracia participativa. La democracia -eso lo sabemos desde Alexis de Tocqueville-, es también una forma de sociedad, implica formar una sociedad común o sea vivir en el mismo mundo. América Latina es el prototipo de la parte del mundo en la cual ricos y pobres viven en dos planetas distintos. América Latina siempre me recordó lo que decía Benjamin Disraeli en "Sybil o Las dos naciones". En esa novela, Disraeli habla de la Inglaterra de su época, a mediados del siglo XIX, como de un continente en el cual poco a poco se formaron dos naciones separadas, hostiles, que no se encuentran más: la nación de los ricos y la nación de los proletarios. Para mí, América Latina siempre fue el símbolo de eso.

¿Y cuál es la valoración de la práctica democrática en Europa?

Y ahora, lo mismo que caracterizaba América Latina es lo que caracteriza hoy a Europa. Claro, todavía quedan algunos elementos del Estado de bienestar que ya no existen en América Latina, elementos de protección colectiva del trabajo más potentes. Sin embargo, también nosotros en Europa asistimos al divorcio entre una democracia política que, si bien criticada, funciona y una democracia como forma de sociedad que se deterioró notablemente. En este contexto aparece una fe populista y compensadora que trata de hacer olvidar la desigualdad económica celebrando la unión del pueblo, haciendo prevalecer el romanticismo de la unidad, de la identidad y de la homogeneidad para esconder la división social. Hoy triunfan en toda Europa los partidos populistas. Estos partidos dicen que la respuesta a la cuestión social reside en un principio de homogeneidad e identitario, piensan, para mí de manera fantasmagórica, que se resolvería la cuestión social si se expulsaran a los inmigrados por un lado y a las elites por otro. Además, estos movimientos populistas critican la democracia como régimen y denuncian la casta de políticos que tomo el poder contra el pueblo. A estos "dueños" de la representación, a estos profesionales que confiscan lo político, los populistas oponen el enfrentamiento del jefe con el país: para limitar el desencantamiento de la representatividad se hace la apología del líder como encarnación del país.

Retomando a Alexis de Tocqueville, ¿la democracia puede volverse vulgar?

Claro, la democracia se vuelve vulgar cuando ya no es la democracia de la extensión de la vida de cada uno, ya no es una democracia de la construcción de sí mismo, es una democracia de la repetición, una democracia arrugada…

¿Cómo es ser un intelectual de izquierda frente a un gobierno socialista?

Hay dos modelos del intelectual que no acepto, que me niego a seguir. El primero vendría a ser el modelo del intelectual generalista. Es el intelectual que utiliza su fama para opinar sobre todos los temas. Porque uno es escritor puede opinar sobre las injusticias, la guerra, todos los temas...

¿Está en contra de Emile Zola, del modelo de intelectual de intervención pública?

No, claro, pero, ¿cuál es la diferencia? Ese intelectual generalista tenía sentido en el siglo XIX, porque muy poca gente tenía acceso a la palabra y los que tenían la posibilidad y el talento de expresarse y el acceso a los medios eran muy pocos. Hoy vivimos en una sociedad de medios de masa. Y hoy las voces pueden surgir independientemente de los medios, gracias a Internet. Hay modos de acceso a la protesta social que se generalizaron. De este punto de vista, hay una atenuación de la figura de este intelectual generalista. Por otro lado, ya no se lo necesita. Las denuncias se llevan a cabo de manera difusa en la sociedad y el intelectual de esta manera viene a ser un individuo entre otros, puede protestar como individuo pero su palabra no vale más que la de otro. El segundo modelo de intelectual que rechazo, es el de consejero del príncipe. Es el fabricante de discurso, el que fabrica conceptos, el que de cierta manera se encuentra al lado del príncipe. Yo rechazo los dos modelos. Para alguien como yo que se reconoce como de izquierda, no veo la diferencia en el hecho que la izquierda esté o no en el poder, mi objetivo siempre es el mismo, producir lucidez y poner a disposición una caja de herramientas para comprender la sociedad y que permita a su vez entenderla de tal manera que se la pueda controlar. Para mí, el verdadero intelectual es aquel que proporciona herramientas de inteligibilidad, de comprensión. Porque, muy seguido, los ciudadanos tienen el sentimiento de que la realidad se les escapa, que hay elementos exteriores que ignoran y que pesan sobre ellos.

¿Y cómo se relaciona ese intelectual con la sociedad?

El papel del intelectual no consiste solamente en dar confianza, sino de darle al individuo la posibilidad de controlar su vida al permitirle entender mejor lo que pasa alrededor suyo. Volver el mundo más inteligible. Un mundo más inteligible supone un mundo más maleable. Se proporciona a su vez instrumentos tanto de comprensión, como de acción. Entiendo perfectamente el movimiento de los indignados; el problema es que hay que tener la inteligencia de su indignación. Los indignados expresan un sentimiento visceral, un sentimiento vital, pero no siempre dan instrumentos de análisis y, sobre todo, instrumentos de acción. Creo que a partir de sentimientos muy difundidos, como él de "indignado" por ejemplo -una palabra muy difundida en Europa, que expresa un sentimiento masivo y potente al mismo tiempo-, mi objetivo como intelectual, definido por su caja de herramientas, es el de armar la indignación, darle los medios de análisis y de acción.

¿Sigue siendo un deporte de combate ser intelectual?

Lo que es un deporte de combate es la vida intelectual, porque supone mantener vigente la curiosidad, nunca dormirse en la repetición, estar siempre atento a lo que cambia en la sociedad. Más que un deporte de combate es un deporte de observación, un deporte de observación en el cual siempre hay que estar en la brecha para no dejarse contaminar por las palabras, los conceptos, siempre estar en la escuela de la realidad.

¿Y por qué motivos o ideales lucha un intelectual hoy?

Queremos formar una sociedad, vivir como iguales y, en mi libro "La sociedad de los iguales", trato de mostrar por qué la gran utopía de vivir como iguales, que estaba en el centro de las revoluciones americanas y francesa, se deterioró en el siglo XX. Desde hace treinta años, lo que caracteriza Europa es un movimiento continuo de reducción de las desigualdades, un movimiento continuo con instituciones como el impuesto progresivo sobre las ganancias, la creación del seguro social, del subsidio de desempleo, el Estado providencial, la toma en cuenta de los accidentes vinculados al riesgo en el trabajo, las convenciones laborales, un conjunto de instituciones que permitieron la disminución considerable en las diferencias de ganancia y de patrimonio durante este período. Si bien la imagen de la riqueza en el siglo XIX está asociada al rentista, en el siglo XX desaparece del paisaje. Aparecen entonces corporaciones de trabajo, es la época del llamado capitalismo de organización donde la riqueza de la producción depende de la calidad de la organización, el trabajo en cadena está bien organizado, se produce en masa, las empresas son como máquinas perfectamente aceitadas.Y en esas empresas cada cual aporta su granito de arena a la máquina y el resultado es un reparto de la torta bastante justo. En los años '70 y '80, Peter Drucker era el consejero de todos los directores de las grandes empresas americanas, escribía en el "Wall Street Journal", en "Fortune" y le aconsejaba a las grandes empresas a no superar una brecha de 1 a 20 entre el sueldo del obrero que cobra menos y el sueldo del director. Esta es la situación de los años '70. En treinta años, pasamos a una brecha de 1 a 400 y hasta de 1 a 1.000 en ciertos casos. Escribí este libro para entender este cambio que califico de verdadera contrarrevolución. Es un análisis de este cambio y una reflexión sobre las condiciones que permitirían detener este retroceso y reconstruir nuevas formas de igualdad que quedan por definir.

Su obra y su vida han sido consagradas a la democracia. ¿No tiene usted la impresión de que ya hemos sobrepasado el estado de peligro, que ya llegamos a una fase de eliminación de la democracia?

Creo que aún no hemos llegamos al estado de la eliminación democrática porque la sociedad espera algo. Vemos muy bien cómo las sociedades que conocieron una multiplicación considerable de las desigualdades son sociedades inestables, que se vuelven más peligrosas. La desigualdad tiene un costo para todo el mundo. Eso es muy importante: una sociedad desigual no tiene solamente un costo para los pobres. Desde luego, los pobres son los primeros afectados, pero el costo no recae únicamente en los excluidos, sino que es el conjunto de la sociedad el que está afectado, es la seguridad de todos la que está afectada, es la posibilidad de la convivencia la que está en entredicho.

Para usted la democracia es aún un régimen insuperable.

La democracia es el régimen natural de lo moderno. Estamos en sociedades que no pueden ser más reguladas por la tradición. No se puede decir que estamos regulados mediante el poder de los ancestros. Estamos en sociedades que no pueden regularse recurriendo a una ley divina. Por consiguiente, estamos en sociedades donde debemos organizar el mundo común a partir de la discusión pública. Y si es tan decisivo es porque se trata de una experiencia que siempre es difícil. Quienes ven la historia de la democracia como la historia de un progreso que va de la tiranía a la democracia realizada se equivocan. La historia de la democracia es también una historia de éxitos y traiciones. En el siglo XX, Europa fue por un lado el continente de la invención de la democracia e igualmente el continente que vio las peores patologías de la democracia. Los totalitarismos fueron primero una historia europea. Lo que me fascina en la historia de la democracia es que es la historia de una experiencia frágil. No es una suerte de progreso acumulativo. Es la historia de una experiencia, de una indeterminación, es la historia de un combate que nunca se acaba, de una lucha contra sus fantasmas que no termina de tornar más clara la deliberación entre los ciudadanos para que encuentren el camino de una vida común. En el fondo, la democracia es eso: organizar la vida común sobre la deliberación de reglas que se fijan y no sobre algo que se nos dio por adelantado, como una herencia.

Ese es para usted el punto esencial.

Sí, es el punto esencial: la democracia es una experiencia siempre frágil. No podemos volvernos demócratas crédulos: tenemos que ser demócratas atentos, demócratas vigilantes. No hay democracia sin vigilancia de sus debilidades y de los riesgos de manipulación. El ciudadano no es simplemente un elector. El ciudadano debe ejercer esta función de vigilancia individual y colectiva.