18 de junio de 2013

Fellini, Buzzati & Manara. La historia de un viaje imaginario (1)

Entre abril de 1937 y febrero de 1939 circuló en Italia la revista “Omnibus”. A lo largo de los noventa y cinco números editados, el semanario dirigido por el periodista Leopoldo Longanesi (1905-1957) se dedicó fundamentalmente a analizar temas políticos e históricos, pero también a la publicación de cuentos y poemas. Con una gran profusión de fotografías que la distinguió de otras publicaciones, la revista alcanzó en 1938 una tirada de 100.000 ejemplares. Hasta el momento de su cierre ordenado por el régimen fascista, en “Omnibus” aparecieron textos de grandes escritores italianos como Buzzati, De Chirico, Montale, Moravia, Savinio y Zavattini, y también de autores de otras nacionalidades con prestigio internacional como Cain, Caldwell, Lawrence, Hammett, Hemingway y Steinbeck.
En el ejemplar de octubre de 1938 apareció un cuento del genial Dino Buzzati (1906-1972) titulado “Lo strano viaggio di Domenico Molo” (El extraño viaje de Domenico Nolo). Por ese entonces Federico Fellini (1920-1993) contaba apenas con dieciocho años y trabajaba en Florencia como corrector de pruebas de imprenta en la editorial Nerbini. Aficionado al “fumetto” (tal como los italianos llaman a las historietas) desde su niñez, pronto pasó a colaborar sucesivamente en los semanarios “La Domenica del Corriere”, “Il 420” y “L’Avventuroso”, y en las revistas “Marc'Aurelio” y "Corriere dei Piccoli", publicando viñetas y dibujos y escribiendo los guiones de la historieta “Flash Gordon”. Cuando leyó la historia de Buzzati, Fellini quedó fascinado. Pero habría que esperar hasta la primavera de 1965 para que ambos artistas se reuniesen por primera vez.
Hacia mediados de la década del ’50, Fellini estaba deprimido. Acababa de estrenar “La strada” con un resonante éxito en el extranjero, pero en Italia las críticas llovieron. Por recomendación de su amiga la escritora italiana Natalia Ginzburg (1916-1991) comenzó a tratarse con un psicoanalista austríaco junguiano que le recomendó llevar un diario de sueños. Fellini, a lo largo de los cuatro años que duró el tratamiento, lo hizo como mejor sabía: con dibujos como en las historietas. Esa fascinación por las historietas lo llevó a crear muchos de los personajes de sus películas inspirándose en protagonistas de historietas. “Para mí -diría hacia el final de su vida-, las historietas son un punto de referencia. Una visión desde donde desarrollar las situaciones, como una fábula pero real”. Un día tuvo un sueño después de leer un cuento de Buzzati en el “Corriere della Sera”, un sueño tan vívido que al despertar subió a su auto y manejó hasta Milán para conocer al autor de “Il crollo della Baliverna” (El derrumbe de la Baliverna) y proponerle trabajar juntos.


La idea era contar la historia de un hombre, violonchelista de profesión, que parte en avión hacia un concierto en Florencia. Durante el vuelo, el avión en el cual viaja, un DC-8, se ve forzado por causa de una tormenta a realizar un aterrizaje de emergencia en la nieve, delante de la catedral de Colonia. Los viajeros son evacuados y trasladados a un hotel en autobuses, salvo el violonchelista que elige ser llevado por un trineo tirado por perros de ojos demoníacos y conducido por una seductora azafata. Al llegar, el personal lo recibe con velas y candelabros en la mano ya que, a causa de la tormenta, se había cortado el suministro eléctrico. El lugar está colmado de enigmáticos huéspedes: prostitutas, encantadores de serpientes, travestis y hasta el Sumo Pontífice. Cuando sube a su habitación, la nº 51, vuelve la luz. El hombre enciende el televisor justo en el momento en que dan la noticia de que el avión en el que viajaba se había accidentado en las montañas sin dejar sobrevivientes. Pero la locutora habla en un idioma que el hombre no entiende…
Comenzaron a escribir ese verano de 1965 en la residencia del cineasta en Fregene, y continuaron con el proyecto durante un año: Buzzati en Milán, escribiendo el guión, y Fellini en Roma, supervisando la construcción de monumentales y costosos decorados, entre ellos una reproducción de la catedral de Colonia. Colaboraba con ellos Brunello Rondi (1924-1989), guionista de “La dolce vita”. Fellini contaba con la predisposición del productor Dino De Laurentiis (1919-2010) y la película se llamaría “Il viaggio di G. Mastorna” (El viaje de G. Mastorna). Pero Fellini, que desde que realizó “Giulietta degli spiriti” (Julieta de los espíritus) consultaba videntes y espiritistas, decidió llevar a Buzzati a ver a su consejero de cabecera, un individuo que restauraba cuadros a oscuras y tenía poderes de telequinesia. Éste le recomendó a Fellini que abandonara el film advirtiéndole que, si lo hacía, sería su última película. Fellini, muy supersticioso, se tomó en serio el aviso y, a la luz de esta revelación, recordó algunos sucesos que le habían ocurrido. En su primer encuentro con Buzzati, tras cenar juntos, una intoxicación se había llevado al hospital a varios comensales. Además, había soñado que la catedral de Colonia se derrumbaba sobre su cabeza. Fue en ese momento en que decidió retrasar el rodaje de la película.


De Laurentiis, para ese entonces, había invertido varios millones de liras en decorados en Dinocittà, el estudio con que pensaba superar a Cinecittà. Cuando recibió la noticia, puso en movimiento a sus abogados para obligarlo a cumplir el contrato. La relación del productor con el director, basada tanto en la admiración y el entusiasmo como en la desconfianza y la sospecha, generó una verdadera guerra judicial que acabó con el incómodo secuestro de los bienes de Fellini y su consiguiente colapso nervioso, para pasar luego a la elección del intérprete. Se bara­jaron los nombres de Marcelo Mastroianni (1924-1996), Steve McQueen (1930-1980), Paul Newman (1925-2008), Lawrence Olivier (1907-1989) y Ugo Tognazzi (1922-1990), el único de entre ellos que firmó un compromiso relativo a Mastorna. Sin embargo, la película -que por sugerencia de Buzzati iba a titularse “La dolce morte”- jamás llegaría a realizarse. De Laurentiis se fue a Hollywood y los decorados en Dinocittà se convirtieron en una ciudad fantasma.