Entre abril
de 1937 y febrero de 1939 circuló en Italia la revista “Omnibus”. A lo largo de
los noventa y cinco números editados, el semanario dirigido por el periodista Leopoldo
Longanesi (1905-1957) se dedicó fundamentalmente a analizar temas políticos e
históricos, pero también a la publicación de cuentos y poemas. Con una gran
profusión de fotografías que la distinguió de otras publicaciones, la revista
alcanzó en 1938 una tirada de 100.000 ejemplares. Hasta el momento de su cierre
ordenado por el régimen fascista, en “Omnibus” aparecieron textos de grandes
escritores italianos como Buzzati, De Chirico, Montale, Moravia, Savinio y Zavattini,
y también de autores de otras nacionalidades con prestigio internacional como Cain,
Caldwell, Lawrence, Hammett, Hemingway y Steinbeck.
En el ejemplar de octubre de 1938 apareció un
cuento del genial Dino Buzzati (1906-1972) titulado “Lo strano viaggio di
Domenico Molo” (El extraño viaje de Domenico Nolo). Por ese entonces Federico
Fellini (1920-1993) contaba apenas con dieciocho años y trabajaba en Florencia
como corrector de pruebas de imprenta en la editorial Nerbini. Aficionado al “fumetto”
(tal como los italianos llaman a las historietas) desde su niñez, pronto pasó a
colaborar sucesivamente en los semanarios “La Domenica del Corriere”, “Il 420”
y “L’Avventuroso”, y en las revistas “Marc'Aurelio” y "Corriere dei
Piccoli", publicando viñetas y dibujos y escribiendo los guiones de la
historieta “Flash Gordon”. Cuando leyó la historia de Buzzati, Fellini quedó
fascinado. Pero habría que esperar hasta la primavera de 1965 para que ambos
artistas se reuniesen por primera vez.
Hacia mediados de la década del ’50, Fellini estaba
deprimido. Acababa de estrenar “La strada” con un resonante éxito en el extranjero,
pero en Italia las críticas llovieron. Por recomendación de su amiga la
escritora italiana Natalia Ginzburg (1916-1991) comenzó a tratarse con un psicoanalista
austríaco junguiano que le recomendó llevar un diario de sueños. Fellini, a lo
largo de los cuatro años que duró el tratamiento, lo hizo como mejor sabía: con
dibujos como en las historietas. Esa fascinación por las historietas lo llevó a
crear muchos de los personajes de sus películas inspirándose en protagonistas
de historietas. “Para mí -diría hacia el final de su vida-, las historietas son
un punto de referencia. Una visión desde donde desarrollar las situaciones,
como una fábula pero real”. Un día tuvo un sueño después de leer un cuento de
Buzzati en el “Corriere della Sera”, un sueño tan vívido que al despertar subió
a su auto y manejó hasta Milán para conocer al autor de “Il crollo della
Baliverna” (El derrumbe de la Baliverna) y proponerle trabajar juntos.
La idea era contar la historia de un hombre, violonchelista
de profesión, que parte en avión hacia un concierto en Florencia. Durante el
vuelo, el avión en el cual viaja, un DC-8, se ve forzado por causa de una
tormenta a realizar un aterrizaje de emergencia en la nieve, delante de la
catedral de Colonia. Los viajeros son evacuados y trasladados a un hotel en
autobuses, salvo el violonchelista que elige ser llevado por un trineo tirado
por perros de ojos demoníacos y conducido por una seductora azafata. Al llegar,
el personal lo recibe con velas y candelabros en la mano ya que, a causa de la
tormenta, se había cortado el suministro eléctrico. El lugar está colmado de enigmáticos
huéspedes: prostitutas, encantadores de serpientes, travestis y hasta el Sumo
Pontífice. Cuando sube a su habitación, la nº 51, vuelve la luz. El hombre enciende
el televisor justo en el momento en que dan la noticia de que el avión en el
que viajaba se había accidentado en las montañas sin dejar sobrevivientes. Pero
la locutora habla en un idioma que el hombre no entiende…
Comenzaron a escribir ese verano de 1965 en la
residencia del cineasta en Fregene, y continuaron con el proyecto durante un
año: Buzzati en Milán, escribiendo el guión, y Fellini en Roma, supervisando la
construcción de monumentales y costosos decorados, entre ellos una reproducción
de la catedral de Colonia. Colaboraba con ellos Brunello Rondi (1924-1989), guionista
de “La dolce vita”. Fellini contaba con la predisposición del productor Dino De
Laurentiis (1919-2010) y la película se llamaría “Il viaggio di G.
Mastorna” (El viaje de G. Mastorna). Pero Fellini, que desde que realizó “Giulietta
degli spiriti” (Julieta de los espíritus) consultaba videntes y espiritistas, decidió
llevar a Buzzati a ver a su consejero de cabecera, un individuo que restauraba
cuadros a oscuras y tenía poderes de telequinesia. Éste le recomendó a Fellini
que abandonara el film advirtiéndole que, si lo hacía, sería su última
película. Fellini, muy supersticioso, se tomó en serio el aviso y, a la luz de
esta revelación, recordó algunos sucesos que le habían ocurrido. En su primer
encuentro con Buzzati, tras cenar juntos, una intoxicación se había llevado al
hospital a varios comensales. Además, había soñado que la catedral de Colonia
se derrumbaba sobre su cabeza. Fue en ese momento en que decidió retrasar el
rodaje de la película.
De Laurentiis, para ese entonces, había
invertido varios millones de liras en decorados en Dinocittà, el estudio con
que pensaba superar a Cinecittà. Cuando recibió la noticia, puso en movimiento
a sus abogados para obligarlo a cumplir el contrato. La relación del productor
con el director, basada tanto en la admiración y el entusiasmo como en la
desconfianza y la sospecha, generó una verdadera guerra judicial que acabó con
el incómodo secuestro de los bienes de Fellini y su consiguiente colapso
nervioso, para pasar luego a la elección del intérprete. Se barajaron los
nombres de Marcelo Mastroianni (1924-1996), Steve McQueen (1930-1980), Paul
Newman (1925-2008), Lawrence Olivier (1907-1989) y Ugo Tognazzi (1922-1990), el
único de entre ellos que firmó un compromiso relativo a Mastorna. Sin embargo,
la película -que por sugerencia de Buzzati iba a titularse “La dolce morte”-
jamás llegaría a realizarse. De Laurentiis se fue a Hollywood y los decorados en
Dinocittà se convirtieron en una ciudad fantasma.