En Dinocittá, Fellini había comenzado a construir
algunos sets donde había de realizarse el rodaje. Se encuentran rastros de
aquéllos en un documental que realizó para la cadena de televisión estadounidense
NBC titulado “Block-notes di un regista” (Apuntes de un director), en el que se
entrevén la fachada de la catedral de Colonia, la de algunos edificios y los
restos de un avión. Al comienzo del documental, Fellini se encuentra con un
grupo de hippies que han decidido vivir provisionalmente justo al lado de las
ruinas de Mastorna. Uno de ellos recita un poema titulado “Mastorna Blues”: “Vivo
en una ciudad llamada / Mastorna, el sueño de un / loco que ha cimentado sobre
la hierba / una ciudad inútil donde nadie / vive, donde nadie / ama trabaja
odia muere. / Hay un avión que no puede levantar el vuelo / y las tiendas
tienen puertas / de madera que jamás se abrirán. / Mastorna, ciudad triste y
bella, / con una belleza que amo por sobre / cualquier otra, porque se llama /
Demencia. / Ciudad de polvo y desechos, como / todo. / Quiero morir en
Mastorna, / ser sepultado en esa iglesia / de papel en la que no entran
sacerdotes”.
Tras la
lectura de este poema escrito por el guionista italiano Bernardino Zapponi (1927-2000)
-el director de una prueba de lo que habría de ser el comienzo de la película-
el cielo se vuelve amenazante, el viento arrecia y se desata una tempestad. Es
entonces cuando se ve el fuselaje de un DC 8 y se oye una voz de azafata que
dice: “Atención, por favor. Debido a dificultades técnicas nos vemos obligados
a efectuar un aterrizaje de emergencia”. Después aparece una figura de
espaldas, con una maleta en una mano, y en la otra un estuche de violonchelo,
que arriesga unos pasos vacilantes en medio de la tempestad; mientras se
escucha la voz de Fellini: “Éste es Mastorna, el héroe de mi película, un violonchelista...
Debía empezar así, con un aterrizaje forzoso... en una extraña plaza... de
sueño”. Una voz le pregunta: “Así pues, señor Fellini, ¿no volverá a hacer ‘El
viaje de Mastorna?’”. Fellini responde: “No, todavía no, pero lo haré, pues es
la película que más me interesa. Lo había preparado todo para que mi personaje
se materializara... A veces tenía la sensación de haber conocido realmente a
Mastorna... pero terminaba por escapárseme otra vez...”.
A lo largo
de los siguientes años y, puntualmente, al ser preguntado por sus proyectos
futuros, Fellini volvía a las huellas de Mastorna, quizá para exorcizarlo,
pero siempre entre los motivos en los que se ocupaba de corazón. En una
entrevista concedida a la RAI (Radiotelevisión italiana), al solicitársele
noticias sobre Mastorna, respondió: “Si por cortesía, cansancio o vanidad me
pusiese a charlar acerca de Mastorna, y dijese una vez más que se trata de un
viaje, imaginado, soñado, de un viaje por la memoria, por lo olvidado, por un
laberinto provisto de infinidad de salidas pero de una sola entrada y, por lo
tanto, con un problema real que es entrar y no salir, y si impúdicamente
continuase desgranando definiciones y proverbios, no creo que lograse sugerir
el sentido de la película, pues yo soy el primero en ignorarlo. Es como la
sospecha de una película, quizás incluso una película que no sé hacer”.
A mediados
de la década del ‘80, Fellini se trasladó a Yucatán, México, para reunirse con
Carlos Castaneda (1925-1998) y convencerlo de rehacer juntos, en un
largometraje, las peripecias que el etnólogo escritor peruano había retratado en
“Viaje a Ixtlan”, libro en el que narró sus vivencias junto a un brujo
mexicano, descubriendo y desnudando la pobreza de la cultura occidental. La
idea era recorrer con Castaneda y las cámaras el México profundo, pero el autor
de “Las enseñanzas de Don Juan” se opuso alegando signos adversos. Fellini
partió igual, con los datos para encontrar a Don Miguel, uno de los brujos
compadres de Don Juan. Si bien no logró su cometido, a su regreso a Italia
contó los pormenores de la trajinada y fallida excursión en el diario “Corriere
della Sera” entre 1986 y 1987. Apenas terminada la serialización del relato,
Manara le solicitó a Fellini adaptarlo a la historieta. Así nació “Viaggio a
Tulum” (Viaje a Tulum), una historia fascinante y una verdadera obra maestra de
la historieta. En una de sus primeras viñetas puede verse, hundido en el fondo
del estanque de Dinocittà, un avión que lleva grabado en el fuselaje la palabra
“Mastorna”.
El
personaje tomó los rasgos de un apuesto y juvenil Mastroianni, a quien Fellini
bautizó Snaporaz. “Me sentí en mi ambiente natural -diría-, el de los estudios
de cine, dejándome llevar por los cambios abruptos, el placer y la alegría de
un viaje maravilloso al relato, a la invención. Los lápices y pinceles del
amigo Manara son el equivalente de mi puesta en escena, el vestuario, los
rostros de los actores, los decorados y las luces que utilizo para contar mis
filmes”. Serializada en la revista italiana “Corto Maltese” durante 1989, la
historieta incorporó a su trama explícitos homenajes al noveno arte al mencionar
a Flash Gordon y a Mandrake. “Es una aventura fascinante y sugestiva,
justamente por lo que tenía de indescifrable”, apuntó Fellini en el prólogo de
la edición en libro.
Terminada
esta historia, y ante los buenos resultados de su colaboración con Manara,
Fellini continuó ligado al dibujante, encargándole los afiches de “Intervista” (Entrevista)
y “La voce della luna” (La voz de la luna), sus films de 1987 y 1990
respectivamente. Luego, tal como había sucedido en los albores de su carrera artística,
Fellini decidió un nuevo acercamiento a la historieta, pasión que nunca lo
había abandonado. En un primer momento pensó en historias breves, de una sola
entrega. Más tarde, sorpresivamente, decidió hacer “Mastorna”, que parecía
abandonado en los meandros de la memoria. Fellini decidió dividir la historia
en tres partes, pero sobre todo dar una forma adecuada a la historieta, al tema
y al guión. Tras llevar a cabo unas ligeras modificaciones, el director diseñó las
ilustraciones y redactó los apuntes, preciso en todos los detalles, para la
realización de la primera parte. Eligió los paisajes, los escenarios, las
características ambientales, el mobiliario, los trajes y los rostros de los
personajes, pero no había elegido todavía los rasgos de Mastorna...