Al
principio pensó en el actor inglés Ronald Colman (1891-1958); más
tarde, que Mastroianni sería el intérprete ideal, pero ya lo había utilizado
como protagonista del “Viaje a Tulum”. Después de pensarlo y repensarlo, la
elección recayó en Paolo Villaggio (1932). Así, Mastorna tuvo las facciones de
ese rostro desmañado y melancólico del gran acto cómico italiano. Con el fin de
dar indicaciones más precisas a Manara, Fellini organizó una sesión fotográfica
en Cinecittá, en la que maquilló a Villaggio e intentó plasmar las expresiones
del actor que mejor representaban la idea que él tenía de aquel viejo personaje.
En otra oportunidad Fellini y Manara discutieron largo rato acerca del estilo
gráfico que convenía a la historia. Tras muchas vacilaciones eligieron la
aguada, sobre todo porque, como sostenía Manara, esta técnica presentaba
mayores posibilidades de trabajar la luz y los claroscuros. Y así fue. Fellini
utilizó el pincel de Manara exactamente como lo hacía con su director de
fotografía. Sólo que, en lugar de los focos del cine, tenía a su disposición le
gama completa de grises y un pote de agua. La guinda que coronó el postre fue
la decisión de alargar el título: “Il viaggio de G. Mastorna, detto Fernet” (El
viaje de G. Mastorna, llamado Fernet), que es un nombre típico de payaso.
“Desde que
tengo la suerte de colaborar con Federico Fellini, la pregunta que más me hago
a mí mismo es: si Fellini es el director de las mujeronas y tú eres el
dibujante de las mujercitas, ¿cómo logran conciliar vuestra imaginería erótica?”,
declaró en aquel momento Milo Manara. “Podría objetar que ante una historia
como ‘Mastorna’, reducirlo todo a una cuestión de mujercitas y mujeronas es un
poco simplista, del mismo modo que me resulta inaceptable recoger de todo el
universo femenino felliniano sólo la turbación que producen sus (raras) gigantas
(en lo que a mí respecta, me siento muy bien en compañía de mis mujercitas). En
realidad, no sólo en lo que respecta a los personajes femeninos sino también a
los masculinos, la ambientación y otros elementos de la historia, Fellini ha
tenido que contentarse con mi representación, así como en el cine me parece
correcto que se cuenten historias mediante la personalidad de los actores, de
los escenógrafos y de todo el ejército de colaboradores necesarios para
realizar una película”.
“¿Cuándo
pensé por primera vez en una historia para una película como la de ‘El viaje de
Mastorna’? Ya no lo recuerdo -diría el director de ‘Amarcord’-. Siempre estuve
convencido de que mis películas me esperaban bien hechas y acabadas, como las
estaciones esperan a los trenes que llegan. Uno, sin embargo, ha oído hablar de
ese pueblo, de esa ciudad que anuncian por los altavoces, pero no ha estado
nunca; no obstante, el pueblo con su plaza, sus casas, la iglesia y el
ayuntamiento existían vaya uno a saber desde hace cuánto tiempo. Pero, tarde o
temprano, para conocerlo, para saber cómo está hecho y quiénes lo habitan, es
necesario llegar. Precisamente, cogiendo un tren o conduciendo el propio automóvil.
Después hay que visitarlo con curiosidad, maravillándose y dejando que fluyan
los recuerdos más insospechados... Sólo entonces puede hablarse de él, contar
su historia, transmitir su atmósfera, comunicar los sentimientos que te
transmite. Así puedo hablar, como director, de las películas que he hecho”.
“Pero con ‘Mastorna’
-añadió- hay un inconveniente: jamás la hice. Se trata de una historia que me
ha acompañado durante casi treinta años y que, como he dicho en repetidas
ocasiones, sirvió de alimento, con sus propias sugerencias, a todas las
películas que realicé en su lugar. Era una presencia estimulante, fascinante,
que quizá nunca podré soslayar. Como una embarcación piloto que me llevaba
fuera del puerto y me obligaba a llevar a cabo distintos viajes y a afrontar
aventuras desconocidas. ¿Cómo, entonces, señor Fellini, ha decidido abandonar
definitivamente esa historia si es una fuente radiactiva tan preciosa? La
respuesta podría ser ésta: ‘El viaje de Mastorna, llamado Fernet’ sigue siendo
una película, sólo que en historietas. Con la apreciable ventaja de que quizá
cuesta un poco menos. Y a ustedes, queridos espectadores, que cada día van
menos al cine, les deseo una buena lectura y un feliz entretenimiento. Si
después se deciden -espero que así sea- a volver al cine, no excluyo que ‘Mastorna
Fernet’ aparezca en la pantalla”.
“Diría que
se trata de un viaje imaginario, soñado, un viaje por la memoria, por el
olvido, por un laberinto que tiene infinitas salidas pero una sola entrada, que
yo no sé resolver”, declaró Fellini en oportunidad de la aparición de la primera
entrega de la historieta en la revista “Il Grifo” en 1992, una sugerente pieza
de veintitrés páginas. Esta fue su última obra. Fellini murió al año siguiente y
la historieta quedó trunca. Once años después, en el marco del Festival del Mar
de Rímini, se estrenó “El viaje de Mastorna”, la filmación de las ilustraciones
de Manara que contó con relatos en off del propio dibujante. “Por más que yo
haya puesto lo mejor de mí mismo para conservar escrupulosamente sus
indicaciones -aclararía Manara-, este Mastorna no puede ser el que Fellini
pensó, imaginó y soñó. Mientras trabajaba en el Mastorna, mi temor permanente
era éste: ¿cómo reaccionaría mi querido amigo ante la representación de estos
sueños que él tenía tan claros en su mente hasta en los más mínimos detalles y
que encontraría inevitablemente cambiados, ajenos, empobrecidos? Es
precisamente por esto por lo que quiero darle las gracias. No lo he hecho
antes y quisiera hacerlo ahora. Le doy las gracias por haber tratado mi
trabajo, a pesar de todo, con un profundo respeto. Mujercitas incluidas”.