Pilar
Calveiro (1953) es doctora en Ciencias Políticas egresada de la Universidad
Nacional de México. Se exilió en ese país tras haber permanecido secuestrada en
la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la dictadura militar de los
setenta. Es autora de numerosas investigaciones publicadas en México, Argentina
y Francia, y actualmente profesora investigadora de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla. Ha publicado "Poder y desaparición. Los campos de
concentración en Argentina", "Desapariciones, memoria y desmemoria de
los campos de desaparición argentinos", "Redes
familiares de sumisión y resistencia", "Familia y
poder", "Política
y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70" y el reciente "Violencias
de estado. La guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de
control global". Fosas comunes con cientos de cuerpos por los que
nadie responde, comunidades indígenas desterradas por topadoras sojeras,
poblaciones civiles arrasadas por aviones no tripulados, toneladas de agua y
millones de hectáreas contaminadas por el uso de cianuro y agrotóxicos, miles y
miles de ciudadanos arrojados a la pobreza y a la exclusión en todo el mundo.
Son las pinceladas del crudo escenario en el que las sociedades contemporáneas
se debaten entre rescatar el capitalismo o intentar construir un sistema más
justo y humano. Y, en el medio, la violencia, inseparable de la política, va
tejiendo una trama silenciosa, casi sorda de dominación. Invitada al XVIº
Congreso de Filosofía organizado en Buenos Aires por la Asociación Filosófica
Argentina y la Universidad de Tres de Febrero, la politóloga argentino-mexicana desnudó las diferentes formas de la utilización de la violencia
tanto estatal como supranacional revelando que los discursos que sostienen que
quedó en los años de plomo no hacen más que desconocer la actualidad e
invisibilizar la represión y la muerte. Entre otros conceptos, advirtió: "Son
las instancias estatales supranacionales las que presionan a los Estados
nacionales para que realicen una homologación del derecho, que se está dando a
nivel global, y que avala la 'guerra' antiterrorista, las 'cruzadas' contra el
crimen y la penetración de las multinacionales con una secuela de muerte
probablemente mayor que la de las violencias abiertas". La entrevista que sigue, en la que analiza el estado de la cuestión represiva en plena
reorganización del mundo capitalista, fue realizada por Inés Hayes y apareció publicada en el nº 506 de la revista "Ñ" el 8 de junio del presente año.
En el pasaje del mundo bipolar al global hubo
una transformación de la violencia que de alguna forma debilitó las soberanías
estatales. ¿Qué se esconde detrás de la lucha contra el crimen organizado y el
terrorismo internacional?
Yo creo que existe una reorganización hegemónica
del sistema capitalista, que ha pasado de una fase bipolar a esta global, que
comprende otra forma de organización de las relaciones de poder sin que ello
implique la desaparición de los Estados-Nación. Podríamos decir que las
funciones del Estado, como el establecer una legislación -qué es lo que se
permite y lo que no-, precisar castigos y la violencia que se utiliza para
sancionar la transgresión de esta normatividad, fijar ciertas políticas de
carácter general, poblacionales, económicas, etcétera, ocurren en el ámbito
nacional y también en el supranacional. Se ha creado un nivel superior, que es
lo que llamo instancias estatales supranacionales, como el Consejo de Naciones
Unidas, la OTAN, el FMI, el Banco Mundial. Creo que en esta reorganización hay
dos formas fundamentales de la violencia que articulan lo público con lo
privado: la guerra antiterrorista como una guerra construida que habilita para
invadir cualquier territorio a nivel mundial y dictar también una legislación
de excepción a nivel internacional; y lo que se ha dado en llamar la guerra o
lucha contra el crimen organizado, que también habilitan legislaciones de
excepción, en este caso, por lo regular, en el ámbito nacional.
Me interesó en particular un concepto que usted
enunció: que en esta fase del capitalismo, la política y la violencia van
ligadas, no pueden existir la una sin la otra.
Sí, ese es un tema muy antiguo. La relación
entre Estado y violencia fue estudiada por los clásicos como Max Weber, por
ejemplo. Weber hablaba del monopolio de la violencia legítima en el Estado.
Pero desde otras perspectivas no se piensa así. Por ejemplo, Walter Benjamin
trabajó cómo el propio derecho tiene un núcleo que es violento. No es que
existe por un lado el derecho y por otro la violencia del Estado, sino que hay
una violencia en la propia constitución del derecho. El poder instituido tiene
un núcleo violento y esto es inseparable de las relaciones de poder en el marco
del Estado moderno. Pretender que esto no es así lleva a encubrir este núcleo
violento de la política. De la misma manera que hay que volver a la relación
entre política y violencia, es importante volver también a la imprescindible
relación de la política con la ética.
Con el retorno a la democracia en América Latina
hubo un discurso oficial y no oficial de que la violencia quedó en los '70,
entonces la del Estado se vuelve invisible y la que pudieran generar las
organizaciones civiles para resistir es reprimida por el propio Estado.
Claro, las violencias no estatales quedan
deslegitimadas. Con el tránsito a la democracia se instalan, en cierto discurso
democrático, dos fantasías: una, la de la supuesta transparencia del poder, que
es un contrasentido porque el poder por definición es opaco y busca la
opacidad; la otra es la idea de que la democracia es no violenta. Ahí hay dos
procedimientos que son dudosos: una cosa es que se pugne por visibilizar formas
de la gestión, esto tiene que ver con la rendición de cuentas, que es
importante y posible en un gobierno democrático, y otra cosa es suponer que a
partir de eso se puede establecer un poder transparente. La idea de la
transparencia del poder es, o muy inocente o malintencionada, ya que pretende
practicar una visibilidad que no es real. Algo parecido ocurre con la
violencia, una cosa es plantear que es importante la restricción de la
violencia estatal o social, la restricción y autorrestricción de esas
violencias, y otra es suponer que existe un poder estatal que no tiene ejercicio
alguno de violencia. Cuando ocurren estas dos cosas, la ilusión de la
transparencia y la de una no violencia en las democracias, en realidad lo que
se hace es oscurecer el hecho de que, como las democracias existen como partes
del sistema de dominación efectivo de la sociedad capitalista, hay violencias
propias, estructurales, inherentes a su institucionalidad. Entonces, al
negarlo, lo que se hace es visibilizar solamente las violencias que se
opondrían al Estado, y que resultan deslegitimadas porque se oponen a un orden
que se presenta como no violento.
Un teórico fundacional del liberalismo, John
Locke, hablaba del derecho de rebelión cuando se rompía el contrato social. ¿Qué pasó con esta idea?
En esta suposición de una "democracia
pacificada", da la sensación de que ha desaparecido el derecho de rebelión. Yo
hago referencia a esto porque, ciertamente, Locke consideraba que el derecho de
rebelión existía en condiciones límite, pero estaba allí, presente. Hoy parece
que esto ha desaparecido, que hay una obligatoriedad de obediencia a cualquier
poder instituido que haya accedido al gobierno mediante el voto -independientemente de cuántos hayan votado o en qué condiciones lo han hecho- y desaparece la pregunta por la justicia y por la legitimidad efectiva. Da la
impresión de que se alude a un discurso pacificante que consistiría en que
nadie puede hacer utilización del menor recurso de la violencia con excepción
del Estado. Al mismo tiempo que se ignora el componente violento de la
política, también se ignora el componente ético, porque pareciera ser que toda
ética se reduce al principio de no matar, cuando en realidad la relación entre
ética y política no excluye esa norma pero tiene que ver, sobre todo, con cuál
es la noción de justicia que un modelo político encarna, cómo se piensa una
sociedad en relación con los otros o el Otro. La ética le reclama a la política
esto, incorporar a ese Otro; la violencia, que está presente en la política y
por lo tanto también en las formas de resistencia a los poderes constituidos,
es el otro elemento que tensa la política; cuando se desconoce uno también se
desdibuja el otro. Entonces, se crea una visión democrática entre comillas,
ligera, "light", insustancial, que niega la dimensión de la violencia
principalmente para a sociedad, desconoce el derecho a la resistencia y elude
la discusión por el problema ético, o sea, el debate sobre qué es lo que se
plantea como una forma de organización justa de la sociedad dentro de ese
modelo político.
Usted señalaba que la memoria no tiene que
quedar estancada en el pasado sino que debe ser útil para denunciar los
problemas presentes...
Si el ejercicio de memoria se practica como una
suerte de retorno maniático al pasado, no tiene utilidad política, o puede
tener otras utilidades políticas, pero no tiene, en todo caso, un valor
resistente. La memoria que es útil al presente es aquella que arranca desde las
necesidades actuales y desde aquí mira el pasado. Cuando una memoria se ancla
en el pasado, no permite procesarlo ni conectarlo con otras experiencias, lo
clausura. Creo que el tema de la memoria del terrorismo de Estado tiene una
utilidad actual en el sentido que los juicios traen al presente que estos
crímenes de lesa humanidad, realizados por el Estado, son intolerables para
esta sociedad hoy y aquí. Ahora, se requiere pasar más allá de eso y reconocer
cuáles son las violaciones a los derechos que se cometen en el momento
presente, en el momento de la enunciación: el problema de la tortura en las cárceles,
el problema de las comunidades originarias. Permitir que la experiencia del
pasado ilumine este presente no es igualarlos, suponer que todo es lo mismo
sino, justamente, identificar las peculiaridades del presente, sus urgencias y
la necesidad de respuesta aquí y ahora.
Los derechos de las comunidades originarias se
siguen avasallando.
El tema del silencio sobre las poblaciones
indígenas es justamente una muestra de esto. Cuando digo que son comunidades
abandonadas es en serio, abandonadas por los sistemas políticos e incluso en
muchos casos, por los propios organismos emprendedores de memoria y de derechos
humanos. Entonces, creo que ahí hay una violencia sorda terrible que se puede
pensar desde lo que Foucault llamó biopolítica, porque es un grupo que no entra
ni en las políticas de población ya que no se le garantiza ni siquiera el
derecho de vida. No se los mata, simplemente no entran en consideración; se les
da un trato distinto que al enemigo, que se elimina, se extermina. En este caso
se los invisibiliza, se los abandona a su suerte, se los ignora. Eso está
pasando no sólo con los pueblos originarios; ocurre cada vez con sectores más
importantes de la población. El caso de los migrantes es muy claro en México
donde se encuentran entierros de decenas de migrantes que han desaparecido
tiempo antes y que no se sabe quiénes son, quién los mató, nadie investigó al
respecto, sus familias desconocen qué pasó con ellos, han sido eliminados sin
que nadie responda, han sido abandonados.
¿Este nivel de violencia es mayor que en los '70?
Siempre es difícil medir cuál es la violencia
mayor o menor. Creo que el mundo actual es un mundo terriblemente violento y
con una violencia muy indiscriminada. En el contexto de las confrontaciones
bélicas, cada vez es más notable que el porcentaje de población civil que muere
en las confrontaciones es mucho mayor que el de las tropas beligerantes. El
tema de los famosos drones, esos aviones no tripulados, hacen eso: matar sin
quedar en riesgo de morir; son aviones que se lanzan y que sus blancos en
general son la población civil. Hay un trabajo que señala que más de 90% de las
llamadas armas inteligentes generan daños colaterales o sea, dañan a aquellos
que no eran sus objetivos, a población civil.
Y nadie lo condena...
No, o sea, esto lo hacen en general las tropas
estadounidenses que son las primeras, y las de la OTAN. Pero Europa jamás hace
una condena sobre este tipo de situaciones o una exigencia -que es lo que
debería y podría hacer- para cesar con este tipo de prácticas. Esto no ocurre
porque podríamos decir que es funcional a este momento de la reorganización
mundial. De la misma manera se multiplican incesantemente las víctimas de las
grandes corporaciones delictivas, protegidas por alguna autoridad, y las
víctimas de la violencia sorda de las multinacionales que arrasan tierras y
comunidades, vaciándolas y abandonándolas.