Gabriel García
Márquez (1927) comenzó su carrera como periodista en 1948 escribiendo
para el diario "El Universal" de Cartagena. Pasó luego a "El
Heraldo" de Barranquilla como columnista hasta que, en 1954 ingresó a "El Espectador" de Bogotá como reportero y crítico de
cine. Al año siguiente es enviado a Europa como corresponsal extranjero,
viajando así por Francia, Italia, Suiza, Polonia, Hungría, la República
Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Pronto
descubrió el estrecho parentesco entre periodismo y literatura: "En los
dos casos -recordaría mucho tiempo después- se trataba de contar una historia y
atrapar al lector por las solapas sin dejarlo respirar hasta la última frase.
Sólo con una diferencia inviolable y sagrada: la novela y el cuento admiten la
fantasía sin límites. Pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última
coma. Aunque nadie lo sepa ni lo crea". "El reportaje me ha parecido siempre -añadía-
el costado más útil y natural del periodismo porque puede llegar a ser no sólo
igual a la vida, sino más aún, mejor que la vida misma".
En 1955 se
hallaba en Roma enviado por "El Espectador" a cubrir la información de la
enfermedad del Papa, ocasión que aprovechó para matricularse en el Centro Sperimentale
di Cinematografía para adentrarse en otra de sus pasiones: el cine. Por entonces,
en los estudios cinematográficos de Cinecittá el cine neorrealista italiano alcanzaba
las más altas cumbres del séptimo arte. García Márquez escribió varias
crónicas sobre el cine italiano. La que sigue a continuación nació en diciembre de ese año tras la
lectura en un periódico de Roma de un aviso en el que el director Vittorio De
Sica (1901-1974) buscaba a una muchacha sin antecedentes cinematográficos para
desempeñar el papel principal en un film. En el aviso se daba la dirección y
la hora precisa en que las aspirantes debían presentarse para la primera
prueba. En principio, aquel era un aviso dirigido exclusivamente a las jóvenes
de 16 años que quisieran ser actrices. Pero García Márquez llegó primero que
las aspirantes.
PORQUE
NO HABÍA PLATA, DE SICA SE DEDICÓ A DESCUBRIR ACTORES
A
las 10 de la mañana, el lugar de la cita era un mercado público. Más de ciento cincuenta muchachitas, entre los 15 y los 35 años,
se presentaron a la prueba. La mayoría se había disfrazado de Gina Lollobrigida
y de Sofía Loren, y esperaba impacientemente, en la sala de recibo, mirando
los relámpagos de los fotógrafos con falsificados ojos de mujer fatal. Una a
una fueron entrando a la prueba. Y una a una fueron saliendo
desilusionadas. Después se supo que no todas habían ido con la esperanza de
actuar en el filme: una joven alemana, que habita en Roma desde
hace un año, fue con el exclusivo objeto
de proponerle matrimonio a Vittorio De Sica. Otras dijeron con franqueza que
no tenían interés de ser actrices, sino que habían aprovechado la oportunidad para
conocer a su actor preferido. Los periodistas comprobaron que muy pocas de las muchachas
que concurrieron a la cita sabían que Vittorio De Sica es uno de los
mejores directores del mundo. Pero todas sabían que es un magnífico actor.
Dos días después, la hija menor de un
propietario de bar y una maestra de escuela, Gabriella Pallotta, recibió
una llamada telefónica de Vittorio De Sica. La muchacha había asistido a
la prueba sin hacerse muchas ilusiones -y, según ha dicho, por pura curiosidad-
y había regresado a su casa convencida de que era una de las ciento cincuenta rechazadas. Sin embargo, después de estudiar las pruebas fotográficas, De Sica
descubrió en ella a la romana que necesitaba para interpretar el papel de
Luisa en "Il tetto" (El techo), una nueva historia de Cesare Zavattini.
Precisamente esa semana, el protagonista masculino había sido localizado
en Trieste, cuando ya estaba arreglando maletas para largarse a buscar
trabajo en Australia.
En esa forma concluyó una minuciosa búsqueda que
se prolongó a lo largo de un año. Durante ese tiempo, mientras De Sica hacía de actor con Sofía Loren para reunir el dinero de su nueva película, tres hombres con instrucciones precisas buscaban un muchacho de 20 años a
través de las ciudades y los pueblos de las tres Venecias. Zavattini y De Sica
habían hecho una minuciosa descripción del personaje deseado, y los tres
hombres encargados de localizarlo -entre ellos el asistente de dirección de De
Sica, Piero Montemuro- habían retratado a dos mil seiscientos cincuenta y cinco venecianos antes que los
autores del filme se declararan satisfechos.
"Un día del mes pasado -ha contado a los periodistas Giorgio Listuzzi, el escogido triestino de 22 años-, me encontraba con otro grupo de muchachos desocupados en la puerta de la Oficina del Trabajo, en Trieste, cuando un hombre de aspecto distinguido se acercó a mí y me preguntó cuántos años tenía". El hombre le pidió el nombre y la dirección, y le dijo que esperara una sorpresa. Giorgio Listuzzi se olvidó ese mismo día del extraño encuentro y se inscribió en un grupo de inmigrantes que debe viajar a Australia el mes entrante. Mientras tanto, siguió jugando fútbol como simple aficionado pues tuvo que abandonar su puesto en el equipo Ponzano, de tercera categoría, después que se fracturó una pierna en un encontronazo con un compañero de escuadra. De manera que, no pudiendo jugar fútbol, resolvió embarcarse para Australia. Dos días después que le precisaron la fecha del viaje, recibió un telegrama de Vittorio De Sica. En el telegrama le decían, sencillamente, que se viniera para Roma.
Umberto D. es un personaje que nada tiene que ver con un profesor universitario. Pero, como en el caso actual, Vittorio De Sica y todos sus ayudantes estuvieron buscando durante casi un año un italiano que se pareciera físicamente al personaje concebido por Cesare Zavattini. Debía ser un personaje con un perrito. En esa ocasión, muy pocos italianos mayores de 50 años se quedaron sin retratar al lado de un perrito de estudio, para ver si alguno de ellos podía ser el intérprete del filme. De Sica estaba a punto de decidirse por cualquiera, cuando se encontró en la calle con el personaje de su historia. Preguntó quién era, y le respondieron: "Carlo Battisti, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Roma". Basta con verle la cara al profesor para imaginar cómo sería la que puso cuando De Sica, sin más vueltas, le propuso que se dejara retratar con un perrito. Parecía una burla pero era la cosa más seria del mundo. Se necesitaron tres meses para convencer al profesor Battisti de que se dejara retratar con el perrito.
Aquello fue todo un movimiento universitario destinado a convencer al profesor de que no existía ninguna incompatibilidad entre su severa profesión y su participación ocasional en un filme. Casi todos los días el profesor fue abordado por una comisión distinta. Todos los centros literarios, círculos cinematográficos y entidades culturales compuestas por jóvenes, le presentaron argumentos tendientes a provocar su aceptación. Ante la presión de la opinión pública, manifestada por todos los medios, el profesor se dejó retratar con el perrito y se hizo entonces una de las grandes películas de la historia del cine. Muy pocas personas saben, sin embargo, cuántos dolores de cabeza le costó a De Sica dirigir al severo y quisquilloso profesor, que en cada escena daba un paso atrás para decir que era una burla eso de poner a un profesor de Historia del Arte a pasearse por las calles de Roma con un perrito.
En realidad, el método de recoger actores callejeros se le ocurrió a De Sica porque su situación económica no le permitía hacer otra cosa. Cuando Cesare Zavattini escribió la historia de "Ladrones de bicicletas", De Sica se dispuso a realizarla recurriendo a sus ahorros y a los ahorros de sus amigos. La guerra había terminado tres años antes. En Italia no había nadie dispuesto a gastarse en películas el dinero que no tenía. Pero De Sica estaba dispuesto a hacer su película y ya tenía todo listo. Sólo le faltaba la aceptación del protagonista central: Henry Fonda. Según el director, ningún otro actor habría podido desempeñar ese papel mejor que el norteamericano. Y le escribió una carta. Pocas semanas después, cuando se adelantaban los preparativos de la película, se recibió la respuesta: Henry Fonda cobraba por su participación exactamente el doble del dinero que se tenía para hacer todo el filme.
"Un día del mes pasado -ha contado a los periodistas Giorgio Listuzzi, el escogido triestino de 22 años-, me encontraba con otro grupo de muchachos desocupados en la puerta de la Oficina del Trabajo, en Trieste, cuando un hombre de aspecto distinguido se acercó a mí y me preguntó cuántos años tenía". El hombre le pidió el nombre y la dirección, y le dijo que esperara una sorpresa. Giorgio Listuzzi se olvidó ese mismo día del extraño encuentro y se inscribió en un grupo de inmigrantes que debe viajar a Australia el mes entrante. Mientras tanto, siguió jugando fútbol como simple aficionado pues tuvo que abandonar su puesto en el equipo Ponzano, de tercera categoría, después que se fracturó una pierna en un encontronazo con un compañero de escuadra. De manera que, no pudiendo jugar fútbol, resolvió embarcarse para Australia. Dos días después que le precisaron la fecha del viaje, recibió un telegrama de Vittorio De Sica. En el telegrama le decían, sencillamente, que se viniera para Roma.
Umberto D. es un personaje que nada tiene que ver con un profesor universitario. Pero, como en el caso actual, Vittorio De Sica y todos sus ayudantes estuvieron buscando durante casi un año un italiano que se pareciera físicamente al personaje concebido por Cesare Zavattini. Debía ser un personaje con un perrito. En esa ocasión, muy pocos italianos mayores de 50 años se quedaron sin retratar al lado de un perrito de estudio, para ver si alguno de ellos podía ser el intérprete del filme. De Sica estaba a punto de decidirse por cualquiera, cuando se encontró en la calle con el personaje de su historia. Preguntó quién era, y le respondieron: "Carlo Battisti, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Roma". Basta con verle la cara al profesor para imaginar cómo sería la que puso cuando De Sica, sin más vueltas, le propuso que se dejara retratar con un perrito. Parecía una burla pero era la cosa más seria del mundo. Se necesitaron tres meses para convencer al profesor Battisti de que se dejara retratar con el perrito.
Aquello fue todo un movimiento universitario destinado a convencer al profesor de que no existía ninguna incompatibilidad entre su severa profesión y su participación ocasional en un filme. Casi todos los días el profesor fue abordado por una comisión distinta. Todos los centros literarios, círculos cinematográficos y entidades culturales compuestas por jóvenes, le presentaron argumentos tendientes a provocar su aceptación. Ante la presión de la opinión pública, manifestada por todos los medios, el profesor se dejó retratar con el perrito y se hizo entonces una de las grandes películas de la historia del cine. Muy pocas personas saben, sin embargo, cuántos dolores de cabeza le costó a De Sica dirigir al severo y quisquilloso profesor, que en cada escena daba un paso atrás para decir que era una burla eso de poner a un profesor de Historia del Arte a pasearse por las calles de Roma con un perrito.
En realidad, el método de recoger actores callejeros se le ocurrió a De Sica porque su situación económica no le permitía hacer otra cosa. Cuando Cesare Zavattini escribió la historia de "Ladrones de bicicletas", De Sica se dispuso a realizarla recurriendo a sus ahorros y a los ahorros de sus amigos. La guerra había terminado tres años antes. En Italia no había nadie dispuesto a gastarse en películas el dinero que no tenía. Pero De Sica estaba dispuesto a hacer su película y ya tenía todo listo. Sólo le faltaba la aceptación del protagonista central: Henry Fonda. Según el director, ningún otro actor habría podido desempeñar ese papel mejor que el norteamericano. Y le escribió una carta. Pocas semanas después, cuando se adelantaban los preparativos de la película, se recibió la respuesta: Henry Fonda cobraba por su participación exactamente el doble del dinero que se tenía para hacer todo el filme.
Asi empezaron las cosas. Entre los actores
italianos de esa época no se encontró ninguno apropiado. Pero como De Sica no
estaba dispuesto a archivar su proyecto por una cosa secundaria como lo era la
falta de actor, salió a buscar un hombre en la calle. Y lo encontró pegando
ladrillos en el sector de San Giovanni. Todo el mundo sabe lo que ese albañil
hizo en "Ladrones de bicicletas". Pero no todos saben que un empresario de
Hollywood se apresuró a contratarlo cuando vio el filme y el negocio le
resultó un clavo. Ya fuera de la influencia de De Sica, el albañil no sirvió
para interpretar ni un metro de película.
Debiendo atender al mismo tiempo la protesta de
los actores y los preparativos de su nuevo filme -que debe estar concluido en
enero- De Sica resolvió convocar a una rueda de prensa para contestarle al
sindicato de actores a través de los periodistas. Fue una conferencia muy breve y muy clara. "No son
muchos en un año -dijo De Sica- los filmes neorrealistas, para los cuales se
necesita un preciso criterio artístico en la escogencia del actor. A los
actores profesionales el cine italiano les ofrece infinitas posibilidades de trabajo
en películas que requieren una larga experiencia y una profunda cultura
cinematográfica o teatral".
Un periodista hizo la observación de que, según se
decía, la costumbre de recoger actores en la calle perseguía exclusivamente el
propósito de gastar menos dinero. "No es cierto", respondió De Sica.
Y explicó en seguida que para encontrar a Luisa y Natale, los protagonistas de
"El techo", se habían gastado durante un año casi 10.000.000 de
liras. "Por otra parte -agregó-, para girar con actores no profesionales
se gasta una gran cantidad de película pues casi todas las escenas deben ser
repetidas muchas veces, con increíble gasto de tiempo y de dinero".
En resumidas cuentas, De Sica no respondió nada concreto
a los actores. Pero la cosa se quedó de ese tamaño. "El techo" se está girando
desde la semana pasada en una aldea de pescadores cercana a Roma. Además de
los dos muchachos tan dispendiosamente encontrados, en la película intervienen
otros actores: los pescadores de la aldea.