Así como
en España floreció entre finales del siglo XIX y principios del XX el
movimiento vanguardista conocido como Novecentismo -que vino a renovar
estéticamente la literatura y el arte de la época-, en ambas márgenes del Río
de la Plata se vivió un fenómeno similar. Mientras en Argentina se destacaban Leopoldo
Lugones (1874-1938), Evaristo Carriego (1883-1912) o Baldomero Fernández
Moreno (1886-1950), en la República Oriental del Uruguay una floración de
grandes artistas señalaba la entrada al siglo XX. Juan Zorrilla de San
Martín (1855-1931), José Enrique Rodó (1871-1917), Florencio Sánchez (1875-1910),
Delmira Agustini (1886-1914) y Juana de Ibarbourou (1892-1979) marcaban el
rumbo en la innovación literaria. Poco después harían su aparición en la "Reina
del Plata" escritores como Oliverio Girondo (1891-1967), Jorge Luis
Borges (1899-1986), Roberto Arlt (1900-1942) y Raúl González
Tuñón (1905-1974), mientras que en Montevideo nacían, entre otros grandes autores,
Felisberto Hernández (1902-1964), Juan Carlos Onetti (1909-1994) e Idea
Vilariño (1920-2009), todo un grupo de notables escritores que llevarían a
que la capital uruguaya fuera entonces llamada la "Atenas del Plata".
Las
diferentes corrientes migratorias dejaron su huella en Montevideo. Uno de sus
barrios, la Ciudad Vieja, refleja la llegada de los españoles. Allí está
presente el estilo colonial, pero también las primeras manifestaciones del
neoclasicismo, el neogótico y otras diversas corrientes arquitectónicas, lo
mismo que en Carrasco, uno de sus barrios más residenciales. A mediados del
siglo pasado, una época de bohemia casi olvidada, célebres artistas se vieron
atraídos por el encanto de Montevideo, sus tertulias interminables y, sobre
todo, por el hechizo que aquellos barrios ejercía en sus visitantes. Para
alojarse, dichos personajes optaron por tres hoteles emblemáticos: el
Cervantes, el Carrasco y el La Alhambra.
Para su
estancia en Montevideo en 1934, Federico García Lorca (1898-1936) eligió el
Carrasco, un monumental hotel inaugurado en 1921 en el que, desde una
habitación con vistas al río, compuso el tercer acto de su tragedia "Yerma". Pablo
Neruda (1904-1973), en cambio, en su visita en 1945, eligió La Alhambra, un
hotel sito en un histórico edificio de 1913 en pleno corazón de la Ciudad Vieja.
El hotel Cervantes, por su parte, fue inaugurado en 1927 y contaba con un
teatro independiente, dos salones y terrazas al estilo andaluz. En la habitación
104 de ese hotel se alojó Carlos Gardel (1890-1935) a comienzos de 1928, cuando
se presentó en el Teatro Solís de Montevideo antes de zarpar hacia
Europa. También Borges, que pasó varias temporadas en la ciudad entre los años
1945 y 1955, eligió el Cervantes para hospedarse. De allí iba asiduamente a El
Tupí, un bar situado a pocas calles del hotel, donde se desarrollaba la vida de
las tertulias. Había entonces una suerte de bohemia de la que el autor de "El
informe de Brodie" solía participar.
En 1954,
Julio Cortázar (1914-1984) viajó a Montevideo para asistir en calidad de
traductor y revisor a la conferencia general que la UNESCO (Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) realizaba allí ese año.
Se alojó en la habitación 205 del Hotel Cervantes y aprovechó su tiempo libre
para visitar Villa del Cerro, barrio en el que haría nacer a la Maga, la
misteriosa protagonista femenina que deambula por "Rayuela", el personaje más
famoso de su libro más famoso. En 1962, Adolfo Bioy Casares (1914-1999), asiduo
visitante de la Banda Oriental, también se hospedó en el Cervantes. El autor de "La invención de Morel" mantuvo una estrecha vinculación con la patria de Horacio
Quiroga (1878-1937) y, a lo largo de su obra, son recurrentes las
menciones al Uruguay, a sus departamentos y ciudades. Lo hizo en "El jardín de
los sueños", en "Máscaras venecianas", en "Planes para una fuga al Carmelo", en "Paradigma",
en "Ad porcos", en "La trama celeste", por citar algunos ejemplos.
Dos años
después de su viaje, Cortázar publicó "Final del juego", volumen que contenía
entre otros cuentos uno llamado "La puerta condenada". Bioy Casares,
en tanto, en 1962 lanzó "El lado de la sombra", libro también de cuentos, uno
de los cuales se llamó "Un viaje o el mago inmortal". Cuando Cortázar
imaginó su cuento se encontraba en una casa rodeada de bosques, en Francia,
leyendo un libro sobre vampiros. Bioy Casares, cuando imaginó el suyo, estaba
en un hotel de Portofino, Italia, leyendo a Dante Alighieri (1265-1321). El
caso es que, uno en París y otro en Buenos Aires, increíblemente ambos
escribieron cuentos que, a grandes rasgos, son prácticamente idénticos. El uno
y el otro narran la historia de un hombre que se aloja en un hotel y no puede
dormir por los ruidos que oye en el cuarto vecino. Irritado al principio, luego
desesperado, el protagonista se resigna a comentar la acción que transcurre al
otro lado de la pared. A lo largo de su desvelo, los sonidos adquieren realidad
de hechos, las voces cuerpo y carácter, y el personaje insomne se ve enredado
en la trama ajena. Finalmente descubre que dicha trama no existe, que en el
cuarto de al lado había un único e imposible huésped.
Si ya la
coincidencia argumental es llamativa, lo es más aún la convergencia en los
detalles. Petrone, el personaje de Cortázar, y el narrador en primera persona de
Bioy Casares tienen la misma profesión (son comerciantes), viajan a la misma
ciudad (Montevideo), utilizan el mismo medio de transporte (el Vapor de la Carrera)
y están a punto de registrarse en el mismo hotel (el Cervantes). Si bien el
personaje de Cortázar termina por alojarse allí, el de Bioy Casares llega a el La Alhambra por un error del chofer del taxi que lo traslada, y finalmente termina en el Nogaró, lo que no le
impide observarlo con nostalgia desde la ventana del baño de la habitación que
le han asignado. En el transcurso de las historias, ambos personajes se notan
hastiados por análogas circunstancias y situaciones: la grisura de la ciudad, el
tedio de sus negocios, los diarios que compran y leen sin interés, los paseos
por el centro, las palomas... Incluso el cine que promete y frustra la ilusión de
un refugio: el personaje de Cortázar ha visto las películas y no entra, el de
Bioy entra, ve una y lo desasosiega.
Al aburrimiento
se le sumarán el cansancio y el barullo nocturno: de la habitación contigua
provienen el llanto de un bebé y el arrullo de la madre que despiertan a
Petrone; al mujeriego fracasado de Bioy Casares no lo deja dormir el alboroto
que produce una pareja que hace el amor estrepitosa e interminablemente en la
habitación del lado. "Se preguntó si no debería dar unos golpes discretos
en la pared para que la mujer hiciera callar al chico", escribe Cortázar.
"Salté de la cama para dar nudillos en la pared", escribe Bioy. Uno
se queja al gerente del hotel y le dicen que no hay ningún niño en el piso, que
la mujer siempre ha estado sola. El otro se resigna al jaleo ya que sabe que no
hay más cuartos libres. Sin embargo, cuando se hace el silencio, el personaje
de Cortázar añora el llanto del niño mientras que el de Bioy Casares se siente
desvelado y extrañamente solo. Finalmente, en el cuento de Cortázar la mujer
abandona el hotel pero, a través de la puerta, vuelve a oírse el llanto del
niño; en el de Bioy Casares, el envidioso insomne descubre que en el cuarto
vecino no había ninguna pareja sino un enclenque anciano llamado Merlín.
Cortazar y
Bioy Casares (que nacieron en el mismo año) incursionaron, una vez más, en el género
neofantástico, aquel que define Tzvetan Tódorov (1939) en su "Introduction à la
littérature fantastique" (Introducción a la literatura fantástica). "En un
mundo que es nuestro, se produce un acontecimiento que no se puede explicar por
las leyes de este mundo familiar. El que percibe el acontecimiento debe optar
por una de dos soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de los sentidos, de un producto de la imaginación, y las leyes
del universo permanecen como son (lo
extraño); o bien el acontecimiento ha tenido lugar realmente, es parte
integrante de la realidad, pero ahora esta realidad está regida por leyes que
desconocemos (lo maravilloso). Lo fantástico ocupa el tiempo de esta
incertidumbre, es la vacilación experimentada por un ser que no conoce sino las
leyes naturales y se enfrenta, de pronto, con un acontecimiento
de apariencia sobre natural". En Cortázar, el punto clave de tal técnica
es el de crear la ilusión de verosimilitud y el de establecer la identificación
entre el lector y un narrador provisional, haciendo que un fenómeno insólito
sea considerado como un elemento común y corriente. En Bioy Casares, lo
fantástico se halla menos en los hechos que en el razonamiento, más en el
hombre que en lo fantasmal o en las así llamadas fuerzas ocultas.
En
"Historia de dos cuentos", Vlady Kociancich (1941) consigna que
los dos escritores se encontraron en Buenos Aires en 1973 "para reírse
juntos de un plagio sin plagiarios cuya impecable confección desmorona la
suspicacia del más vigilante de los críticos". "Contra la corriente de sus
vidas -uno residía en París, el otro siempre en Buenos Aires- y contra una
amistad distante, hecha de afectuoso respeto pero con escasos encuentros
personales, se vieron y hablaron de los caprichos del azar, que les había
jugado una espléndida broma", agrega la narradora y crítica literaria argentina.
"Desde todo punto de vista, los cuentos gemelos rechazaban una explicación.
Paradójicamente, Bioy Casares, quien en su obra nunca abandona la fe en lo
extraordinario, se negó a admitir otra razón que la casualidad. Cortázar, cuyos
cuentos fantásticos tienden a exacerbar nerviosamente lo ordinario, era en
cambio un creyente del orden en la magia, y sostuvo que en la coincidencia
había un mensaje indescifrable, una tercera voluntad".
En el
mismo artículo (publicado en el diario "Clarín" el 10 de febrero de 1994), Kociancich
opina que "la originalidad es parte olvido, parte genio combinatorio y también
una dosis de azar, lo prueban las obras en cuya incontestable singularidad
vemos una escena ya vista, asistimos a un accidente ya narrado, y nunca o solo
vagamente percibimos una semejanza, deliberada o casual, tan poco importante
para la emoción como los rasgos hereditarios de un huérfano". Como ejemplos
cita las similitudes entre "Metamorphoseon" (Las metamorfosis) de Publio Ovidio Nasón
(43 a.C.-17 d.C.) y "A midsummer night's dream" (Sueño de una noche de verano) de
William Shakespeare (1564- 1616); las de "Sur l'eau" (Sobre el agua) de
Guy de Maupassant (1850-1893) y "The nigger of the Narcissus" (El
negro del Narciso) de Joseph Conrad (1857-1924), y también a "El
Aleph" de Borges, que sigue las huellas de "The finest story in the world"
(El cuento más hermoso del mundo) de Rudyard Kipling (1865-1936).
Aquel encuentro entre
Cortázar y Bioy Casares en 1973 sería también el último. Nunca volverían a
verse. En sus "Memorias", el autor de "El sueño de los héroes comenta": "Un
crítico señaló extraordinarios paralelismos entre 'Un viaje o el mago inmortal'
y un cuento de Cortázar. Yo sentí esa coincidencia como una gratísima prueba de
afinidad entre dos amigos. Estando él en Francia y yo en Buenos Aires
escribimos un cuento idéntico. Empezaba la acción en el Vapor de la Carrera -como
se llamaba entonces- que salía de Buenos Aires a las 10 de la noche y llegaba a
la mañana siguiente a Montevideo. El protagonista iba al hotel Cervantes, que
casi nadie conoce. Y así, paso a paso, todo era similar, lo que nos alegró a
los dos. Realmente nos queríamos mucho con Cortázar. Hemos sido muy amigos,
habiéndonos visto cinco o seis veces en la vida".