En
Argentina, la narrativa con intencionalidad política fue empleada desde los
tiempos previos a la Organización Nacional. Entre los ejemplos más
significativos de esa modalidad pueden citarse obras como "El matadero" de Esteban
Echeverría (1805-1851), "Facundo" de Domingo F. Sarmiento (1811-1888)
o "Amalia" de José Mármol (1817-1871).
A Leopoldo Marechal (1900-1970) suele incluírselo en esa vertiente por las
características de sus tres novelas: "Adán Buenosayres", "El Banquete de Severo
Arcángelo" y "Megafón o la guerra". Aunque todas tienen una fuerte
connotación autobiográfica y en ellas se evidencia la profunda religiosidad del
autor, también poseen un carácter acentuadamente político, sobre todo las dos
últimas. Pero reducir a Marechal a esta condición sería menospreciar el resto
de su extensa obra que abarca también la poesía, el teatro, el cuento y el ensayo.
En casi toda ella se reflejan sus inquietudes metafísicas. Para él, la
existencia humana era una imagen barroca del "theatrum mundi", aquel tópico
literario cuyo origen se remonta a la Antigüedad Clásica en el cual se
concibe la realidad como un escenario, a la sociedad como una obra teatral ya
escrita en la que los hombres interpretan un papel (o varios), en función de la
situación imperante. Así, en el ámbito social, las personas importan no por quienes
son, sino por el papel que representan. Para Marechal, todas estas cosas eran
vanas, ilusorias. La verdadera realidad estaba más allá de la muerte.
Marechal
fue poeta muy tempranamente. La etapa juvenil, en contacto con los escritores
que inauguraban una nueva etapa de cambio literario influenciado por el positivismo
altruista del filósofo francés Augusto Comte (1830-1842), lo vinculó primero
con el grupo "Proa" que integraban, entre otros, Macedonio Fernández (1874-1952),
Ricardo Güiraldes (1886-1927) y Jorge Luis Borges (1899-1986), y
luego con el movimiento "Martín Fierro", en el que participaban Leopoldo
Lugones (1874-1938), Oliverio Girondo (1891-1967) y Raúl
González Tuñón (1905-1974), por citar sólo a algunos. Marechal se identificó
con esa camada de autores vanguardistas que, irreverentemente hastiados de la
historia, creía en la palabra como manifestación de la belleza, como un
ariete para la demolición de estructuras decadentes.
En 1919
fue contratado como bibliotecario rentado en la Biblioteca Popular Alberdi al
tiempo que se recibía de maestro, tarea que desempeñaría hasta 1944. Los libros
que publicó en su primera etapa lo consagraron como una de las principales nuevas
figuras de aquella época: "Los Aguiluchos", "Días como
flechas" y "Odas para el hombre y la mujer", entre otros, son
los títulos de su autoría en la década del '20. "Laberinto de Amor",
"Cinco poemas australes", "Sonetos a Sophia" y "El
Centauro" fueron sus obras siguientes. Esta última recogió el caluroso elogio
de Roberto Arlt (1900-1942) quien le mandó una esquela el 30 de octubre de
1939: "He leído en 'La Nación' tu poema 'El Centauro'. Me
produjo una impresión extraordinaria. La misma que recibí en Europa al entrar
por primera vez a una catedral de piedra. Poéticamente sos lo más grande que
tenemos en habla castellana. Desde los tiempos de Rubén Darío no se escribe
nada semejante en dolida severidad. He recortado tu poema y lo he guardado en
un cajón de mi mesa de noche. Lo leeré cada vez que mi deseo de producir en
prosa algo tan bello como lo tuyo se me debilite". Marechal devolvería la
gentileza al afirmar en una entrevista poco antes de la muerte del autor de
"Los siete locos": "Al leer sus obras, siempre me dio la idea de un Miguel
Ángel tallando un tronco de quebracho con un cortaplumas, porque tenía mucho
que decir y medios expresivos rudimentarios. ¡Mejor para vos, Roberto! Hay
otros que manejan complicados recursos expresivos y no tienen nada que decir". En
esos años también publicó, en prosa: "Historia de la calle
Corrientes" y "Descenso y ascenso del alma por la belleza". Ya
se advertía entonces en su obra una profunda preocupación metafísica.
Su
personalidad intelectual, alentada por una vocación muy temprana, se formó en
la lectura y en los ejercicios de taller literario. En tal sentido se
consideraba un autodidacto, vale decir, un hombre que buscaba en los libros,
en las cosas y en la meditación una respuesta vital a sus problemas interiores.
En los años '30 pasó por una crisis existencial cuya resolución fue religiosa,
más estrictamente, cristiana o, más aún, católica, algo que influiría en toda
su obra posterior. Fue así que ella, si bien compartió los años finales de la
literatura modernista y vivió las aventuras de la vanguardia argentina de
matices vitalistas y criollistas, terminó por no ceñirse a ninguna de ellas y,
como si volviera atrás en la historia de estilos, produjo una paulatina
reconversión de índole espiritual y religiosa, asumiendo un cristianismo
católico que no renegaba de las fuentes clásicas ni tampoco del tramo
vanguardista-modernista. Ferviente defensor de las teorías platónicas y
aristotélicas, su estética estuvo signada por un cierto modo de pensar
medieval, lo que se reflejó claramente en sus novelas y ensayos de madurez.
Uno de los temas que siempre preocuparon a
Marechal fue la justificación de su labor como escritor de novelas. Él mismo,
ya en sus últimos años de vida, se encargó de aclarar en "Cuaderno de
navegación" que, tras la publicación de su primera novela y con motivo de
algunos estudios que ésta había merecido, se ocupó de indagar sobre el género
de la novela y la directa relación entre ésta y la epopeya. Reconoció que había
encontrado en "Poiêtikê"
(Poética) de Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.)
las bases de su concepción de novela. Si bien, la obra del filósofo griego no
se refiere de manera explícita a la misma, Marechal consideró válida la
distinción que en ésta se hace entre epopeya y tragedia en vistas de la
justificación de su labor como novelista. En todo caso, lo que Marechal
consiguió desde sus novelas fue crearle, desde su clasicismo paródico, una
tradición a Buenos Aires: la de su tristeza como una ubicación equivocada
frente a la vida, algo en cierto sentido similar a lo que Borges, desde su criollismo,
recreó en varios de sus poemas.
No obstante Borges y Marechal caminaron por
veredas opuestas. Es curioso observar cómo las iniciales coincidencias literarias
de los dos jóvenes poetas del "martinfierrismo" se fueron transformaron con el
correr de los años. Marechal había redactado un artículo elogioso de "Luna de
enfrente" en 1925 y Borges correspondió con otro tanto al reseñar "Días como
flechas" en 1926. Sin embargo, muchos años después del período vanguardista de Marechal,
Borges declaró con su proverbial ironía haberlo conocido pero no haber leído
nada de su obra. La opinión de Marechal sobre el autor de "Ficciones" tampoco sería
positiva. En una entrevista, en 1967, afirmó: "Borges fue siempre un 'literato',
vale decir un 'mosaiquista de la letra', dado a prefabricar
mosaicos de palabras según recetas de fácil imitación o aplicación".
El otro
aspecto que marcó su vida, tanto en el aspecto personal como en el literario,
fue su adhesión y respaldo al peronismo. Si bien reconocía siempre que no era
hombre de acción sino de contemplación y meditación, y que no tenía condiciones
de político militante, participó activamente en la campaña electoral que llevó
a Juan D. Perón (1895-1974) por primera vez a la presidencia. Esta actitud no
hizo más que poner de manifiesto su escasa y confusa formación política,
probablemente debido a su incondicional sumisión al catolicismo. Su evidente
desorientación en la materia lo llevó a coquetear con las ideas socialistas en
su juventud, a sentirse atraído luego por el anarquismo, a adherir al
nacionalismo católico en la década del '30 y comienzos de la del '40, para
luego apoyar con firmeza la irrupción de peronismo en la vida política
nacional. De hecho, Marechal fue el afiliado nº 46 de la "Comisión pro
candidatura del general Perón". Cuando ocurrió el golpe militar de 1943
-de características claramente fascistoides- Marechal no vaciló en consagrarlo
como "revolucionario", al tiempo que ensayaba un aval religioso para la
alternancia de la derecha y la izquierda fomentada por el líder justicialista
remitiéndose a una leyenda norteña: "Dios tiene dos manos con las que suele
obrar alternativamente: la de su benevolencia y la de su rigor; la mano de su
rigor actúa cuando no basta la de su benevolencia".
Por entonces trabajó en la
Biblioteca Popular de Villa Crespo y luego como presidente del Consejo General
de Educación y la dirección General de Escuelas de Santa Fe. Con Perón en el
gobierno, se involucró de lleno en la gestión siendo director general de
Cultura de la Nación primero, y director nacional de Enseñanza Superior y
Artística después. El hecho de haber ocupado cargos públicos durante los
gobiernos del justicialismo peronista lo llevó al enfrentamiento con sus
antiguos compañeros de generación literaria, los que decretaron su
"proscripción intelectual". Su adhesión al peronismo se convertiría en el
dato más controvertido de su biografía y el que con mayor peso invadiría su
bibliografía en un doble sentido: primero en su propia producción y, por
extensión, en la atención de la crítica que lo enaltecería o ignoraría en
función de esa elección.
Diría por entonces:
"Como sistema político económico social, yo diría que el Justicialismo es
perfecto: se basa en una doctrina de 'tercera posición', ubicada entre un capitalismo
agonizante y un socialismo extremo que lucha todavía, creo que inútilmente, por
adaptare al rigor abstracto de las teorías a la contingencias de un mundo real
y concreto, y que se desdice y agota en esa lucha estéril. Por el contrario, el
Justicialismo, lejos de fomentar una lucha de clases en verdad suicida, trata de
armonizar y jerarquizar las clases entre sí, para que cada una cumpla la
función que le es propia en el organismo social, porque cada clase social no es
un conjunto de hombres agrupados arbitrariamente, sino una función necesaria e
inalienable que debe jugar con las otras en armonía y sólo teniendo en cuenta
la salud del organismo social". Semejante desconocimiento de los más
elementales rudimentos sociológicos lo llevó también a afirmar que "el peronismo,
que es cristiano, digan lo que digan, transformó una masa numeral en un pueblo
esencial. Hay un vieja y pequeña Argentina, representada por la oligarquía, que
se obstina en no terminar de morir. Pero todo mejoramiento social que no se
funde en la caridad crística no puede crear una felicidad trascendente". En
aquellos días de euforia populista, a Marechal le ceden el teatro Cervantes
para estrenar su obra "Antígona Vélez" bajo la dirección de Enrique
Santos Discépolo (1901-1951), obra por la que, en 1951, recibió el Primer
Premio Nacional de Teatro.
Marechal
nunca había tenido dificultades para publicar sus libros de poesía, llegando
incluso a obtener el Primer Premio Municipal de Poesía en 1929 por su "Odas
para el hombre y la mujer", y el Primer Premio Nacional de Poesía en 1941
por sus "Sonetos a Sophia" y "El centauro". Sin embargo, cuando apareció "Adán
Buenosayres" en 1948, el peso del prejuicio antiperonista que dominaba al mundo
editorial de entonces generó un adverso
silencio que rodeó la aparición del libro. Fueron escasas las críticas que
recibió en diarios y revistas, y durante los años siguientes un buen número de
ejemplares de la primera edición permanecieron apilados en los depósitos. Fue
Julio Cortazar (1914-1984) quien, en el ejemplar de marzo/abril de 1949 de la
revista "Realidad", elogió la obra de manera contundente: "La aparición de este
libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su
diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa". Con esas
líneas el autor de "Los reyes" mostró como, a pesar de encontrarse muy alejado
del peronismo, se podía abordar un tema literario desde una óptica distanciada
de los prejuicios. Mientras la crítica tradicional silenció su carácter
insólito dentro de la tradición novelística en castellano, y la libertad
igualmente inédita en el uso del lenguaje narrativo, Cortázar -por entonces un
desconocido columnista- se encargó de destacar dichos aspectos con lucidez y
alborozo.
Su segunda novela, "El banquete de Severo
Arcángelo", una parábola religiosa que enlazaba con la historia argentina y tenía
una carga política donde se justificaba la militancia del autor, apareció en
plena proscripción del peronismo y fue un éxito. El diario "Clarín" decía el 22
de Septiembre de 1966: "En Leopoldo Marechal las arduas jornadas de la creación
nunca perturbaron su condición de practicante de la belleza ni su olvido de
todo problema circundante. El ensayista polémico y genial novelista no eran aquel
otro que escribía versos memorables y, generalmente, desconocidos". Poco
después Marechal viajaba a Cuba para ser jurado del Premio Casa de las Américas.
Muy alejado del marxismo, al que consideraba incompatible con su religiosidad,
no obstante se sintió seducido por la Revolución y así lo expresó el 7 de junio
de 1967 en la revista "Primera Plana". Evidentemente desconociendo las
diferencias entre bonapartismo y socialismo (una falencia habitual, tanto en el
peronismo de los '70 como en el actual), afirmó: "He encontrado bastantes
puntos de contacto entre el peronismo y la revolución cubana y bastantes
parecidos entre los dos líderes: Perón y Fidel dialogan con las masas. Me
parece que, más que una revolución marxista, la de Cuba es una revolución nacional
y popular, como la nuestra, la de Perón; con la diferencia que Fidel ha llevado
el socialismo a extremos más rigurosos que Perón". De todos modos se encargó de
aclarar que, si bien "como latinoamericano me interesa la liberación de las
trabas que nos impone el imperialismo yanqui, la verdadera trascendencia la
visualizo como metafísica y sólo viable mediante Cristo".
Debe admitirse que Marechal siempre estuvo
abierto a un espíritu crítico que también aplicó, aunque tenuemente, al movimiento
político al que adhería: "Entre los errores del Justicialismo en su primera
encarnación, no pocos se redujeron a 'exteriorizaciones irritantes' que se
debieron y pudieron evitar. Su mayor error, a mi juicio, fue el de haber
realizado una revolución 'a medias'. Una revolución debe ser integral porque,
si se hace a medias, en la otra mitad no tocada subsisten anticuerpos que la
derrotarán al final. Y lo comprobamos en 1955". Lo que ignoraba Marechal, probablemente en su buena fe, es que el peronismo jamás se propuso hacer una "revolución integral". En otro reportaje admitió que
"el movimiento me ignoró. Lo justifico porque estaba sobre todo preocupado por
solucionar problemas económicos más perentorios. No creo, desde luego, que se
deba hacer eso; una resolución debe solucionar todos los problemas
paralelamente. Y se produjo un hecho muy curioso: la intelectualidad argentina,
antiperonista en su mayoría, y que me conocía bien, personalmente, me excluyó
de su seno. Por otro lado, los peronistas prácticamente ignoraron mi
existencia: ponía el acento sobre los aspectos populistas de la cultura".
Así como "El banquete de Severo Arcángelo" careció
del andamiaje realista y en cierta medida costumbrista de "Adán Buenosayres",
"Megafón o la guerra", su tercera novela, no alcanzó la riqueza de las
anteriores, pero es una síntesis, en cierto sentido testamentaria, de las
inquietudes políticas y metafísicas del autor ligadas a la experiencia
peronista. La novela estaba en imprenta cuando acaeció su fallecimiento y vería
la luz un mes después. Marechal dejó una decena de obras de teatro inéditas: "El
arquitecto del honor", "El superhombre", "Aligerando", "Mayo el seducido", "Muerte y
epitafio de Belona", "Don Alas o la virtud", "Un destino para Salomé", "La parca", "Estudio
en Cíclope", "El Mesías" y "Polifemo"; una gran cantidad de cartas, conferencias y
ensayos, y se sabe que estaba trabajando en una cuarta novela "El empresario
del caos".
El principal
valor estético de la obra de Marechal es quizás el hecho de que ayudó a
quitarle marginalidad al lunfardo y a ciertos ámbitos solemnes de la Argentina al frecuentar palabras y términos habituales en el habla coloquial de los argentinos.
Fue en ese territorio donde Marechal se reveló como un maestro. Como dijo Tomás
Eloy Martínez (1934-2010), "su idioma es el que puede oírse en cualquier
esquina de Buenos Aires, está teñido de giros zumbones, de alguna invención
lunfarda y del barullo y la calidez que crecen en las conversaciones cotidianas".
La obra literaria de Marechal, en definitiva, es en su conjunto un ambicioso
esfuerzo de síntesis. Mezcla lo culto con lo popular, lo universal con lo
local, lo antiguo con lo moderno, lo religioso con lo cómico y también -de modo
bastante provocativo- lo didáctico con lo literario.