En su libro de ensayos
"Formas breves", el escritor y crítico literario argentino Ricardo Piglia (1941)
afirma: "Curiosamente varias de las mejores novelas argentinas cuentan lo
mismo, en 'Adán Buenosayres', en 'Rayuela', en 'Los siete locos', en 'Museo de la
novela de la Eterna', la pérdida de la mujer (llámese Solveig, la Maga, Elsa o
la Eterna, o se llame Beatriz Viterbo) es la condición de la experiencia
metafísica. El héroe comienza a ver la realidad tal cual es y percibe sus
secretos. Todo el universo se concentra en ese museo fantástico y filosófico".
Y agrega luego: "La literatura produce lectores y las grandes obras
cambian el modo de leer. 'Rayuela' de Cortázar, hizo leer de otro modo el 'Adán
Buenosayres' de Leopoldo Marechal y ayudó a sacarlo del olvido y a ubicarlo en
el canon". Y más adelante: "En 'Adán
Buenosayres' la parodia de las tradiciones literarias, la discusión sobre el
nacionalismo estético y sobre el ser argentino son la condición del descenso al
sótano metafísico".
La novela de Marechal,
un trabajo que le demandó casi veinte años, se conoció dentro del contexto
político del período posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial y
el surgimiento del peronismo en la Argentina. En ella se pueden encontrar
varios lunfardismos y decenas de términos habituales en el habla coloquial de
los argentinos. También una profunda crítica social, agudamente situada en el
presente del escritor, quien se incluye bajo diversas máscaras en los círculos
infernales de una Argentina corrompida, sumida en los siete pecados capitales y
en sus vicios conexos de estupidez, trivialidad y vaciamiento espiritual.
La ciudad que reveló
Marechal tenía nombres y lugares concretos. El barrio de Villa Crespo, la calle
Monte Egmont, el teatro Tabarís, una parrilla en Rivadavia y Azcuénaga llamada Gildo,
un taller mecánico de barrio: La Joven Cataluña. Así como en Arlt la ciudad
estaba cargada de imágenes que mostraban el paisaje de la explotación, la
exasperación oscura, las luces y las sombras procedentes de la industria
capitalista, en Marechal, en cambio, esas estampas estaban más cercanas a las viñetas
que ilustraban los manuales escolares del peronismo: las chimeneas humeantes de
las fábricas, el puerto repleto de barcos de carga, trenes briosos, automóviles
modernos, el progreso imparable que decía fomentar el gobierno. En Marechal, el
pintoresquismo adquirió una dimensión metafísica.
Aun siendo, de sus tres
novelas, la de menor incidencia política, "Adán Buenosayres" adquirió la
estatura de novela de ruptura y anticipación y desacomodó a la crítica por su planteo
innovador e irreverente. Años después de su publicación, Marechal decidió
escribir "Las claves de Adán Buenosayres" con la intención de dar orientaciones
para su lectura. Allí explicó que la novela no sólo estaba escrita en claves de
personajes, sino -y esto es lo importante, subrayó- que la concibió respetando
las leyes de la epopeya clásica. Ese texto apareció luego formando parte de "Cuaderno
de navegación", un libro publicado en 1966 que contenía además el inédito "El
poeta depuesto" (un breve ensayo en el que hizo una encendida exégesis del
peronismo no libre de confesiones polémicas) y otros textos breves en los que
presentó su visión sobre el arte, la física, la astronomía, la astrología, lo
espiritual, la vida extraterrestre y hasta consideraciones sobre la mentalidad
burguesa y marxista.
En la edición del diario "Página/12" del 11 de junio de 2000, día en que se cumplía el centenario del
nacimiento de Marechal, el escritor argentino Guillermo Saccomanno (1948)
-autor entre otros, de los libros de cuentos "Bajo bandera" y "Animales
domésticos", y de las novelas "La lengua del malón" y "El oficinista"- escribió:
"Marechal, en lugar de limitarse a citar el misterio se propuso descifrarlo. En
este acercamiento hay un engranaje poético-narrativo que se pone en marcha, una
ironía que observa cada mínimo resquicio de lo cotidiano como por primera vez,
inaugurándolo. Aun cuando Marechal no dispone de la consagración canónica, su
literatura, como la de Arlt, sigue rebelándose contra las lecturas prolijas,
con rango universitario. Tanto Arlt como Marechal no fueron ni solemnes ni
serios. Este rasgo habla de una diferencia: la oposición a las normativas del
poder, la elección de una cierta solidaridad antes que el elitismo sobrador o
el sufrimiento redencionista. Hoy en día, tal vez sea el momento adecuado de
volver a Marechal para discutir qué se espera de la literatura al margen de la
consolación marketinera". En el suplemento "Radar" del mismo diario, el 27 de
julio de 2008 Saccomanno publicó otro artículo: "Marechal, el alegato". Fue en ocasión de la
reedición de "Cuaderno de navegación", poco más de cuarenta años después de su
edición original.
MARECHAL, EL ALEGATO
La nueva
edición de "Cuaderno de navegación" tiene un valor adicional además de la
búsqueda metafísica de su autor. Porque incluye un texto inédito, en forma de
carta, que Marechal le escribe a un tal José María, presumiblemente el poeta
peronista Castiñeira de Dios, refiriéndose a una polémica en "La Nación" en
noviembre del '63 entre Murena y el ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal,
quien en "Narradores de esta América" alude a su proscripción. El texto es "El
poeta depuesto", un inédito que el escritor pensaba incluir en la primera
edición del libro en 1965. Se trata de una defensa apasionada, pero no menos
meditada y racional, del peronismo y sus argumentos tienen una vigencia
estremecedora. (Quizás algún espíritu "progre" se escandalice con la mención
amistosa del nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo. Y convendrá recordar que fue
en su diario "Mayoría", firmada por él mismo Sánchez Sorondo, donde se publicó la
primera reseña a favor de "El precio", la primera novela de Andrés Rivera).
Marechal traza su autobiografía política, la simpatía por el socialismo
primero, un interés contemplativo y pietista por el yrigoyenismo y, más tarde,
vía el cristianismo, su adhesión al justicialismo y su doctrina, adhesión que
no implica, en su caso, hacerse el distraído y formular reparos en cuanto a la
restricción de libertades individuales en el marco de un gobierno popular. Dos
subrayados: "El hombre, por el solo hecho de vivir, es un ser comprometido ya
desde su nacimiento hasta su muerte". El otro subrayado, que explica el porqué
de su compromiso político, tiene una base religiosa: "Se me impuso la doble y
complementaria lección crística del amor fraternal y la condenación del rico en
tanto que su pasión acumulativa trastorna el orden en la distribución asignado
tan admirablemente a la Providencia en el Sermón de la Montaña".
Desde estos
argumentos Marechal explica su peronismo. Pero antes de estas reflexiones, fue
el instinto: cuando la mañana del 17 de octubre de 1945 vio pasar bajo el
balcón de su departamento sobre Rivadavia, entre Congreso y Once, las masas de
descamisados hacia la Plaza, sin vacilar, puro reflejo, Marechal supo que ahí
marchaba el pueblo, bajó a la calle y se sumó a la manifestación que, según
define, fue "la única revolución verdaderamente popular que registra nuestra
historia". A partir de entonces, Marechal se ganó el desprecio de la
intelectualidad tilinga. En "El poeta depuesto" Marechal ironiza: quienes
empiezan a segregarlo, los partidarios de la "civilización", representan la
"barbarie" que luego encarnará la "contrarrevolución" -así la denomina- del '55
con bombardeos, fusilamientos, torturas. Si hay un líder depuesto, un gobierno
democrático depuesto, un pueblo depuesto, cómo no va a haber, por lógica,
también un poeta depuesto. A él le ha tocado serlo.
Fue en 1971, bajo la dictadura de Lanusse. Hacía un año que Marechal había
muerto. Por entonces un grupo de estudiantes de la carrera de Letras que nos
acercábamos al peronismo decidimos homenajearlo. Buscamos a Elbia Rosbaco,
Elbiamor, su viuda. Eran sus noches largas del duelo. La viuda nos recibía en
su casa y nos hablaba de Marechal. Fascinados, la escuchábamos. Nosotros éramos
más "pichis" que la generación de "El Escarabajo de Oro", que precediéndonos, había
iniciado bastante antes la revaloración de Marechal y compartían juntos veladas
en las que fluían la literatura, la amistad y el humor, siempre el "humor
angélico", todo un don en Marechal. Transmitía calidez, Marechal. Como su Adán
Buenosayres.
Nos habíamos acercado primero a su obra y después a su viuda. No
éramos inocentes: pensábamos en el escritor no sólo como una gran literatura.
También como una provocación, y lo era. Ese primer homenaje al año de su muerte
no era una simple mesa redonda literaria: era un acto político. Me acuerdo:
tiempos de la CGTA, en el Sindicato de Farmacia. Contábamos con el apoyo de las
Cátedras Nacionales. Eduardo Romano y Juan Sasturain, si mal no recuerdo, enseñaban "Adán Buenosayres". Invitamos a Abelardo Castillo, Liliana Heker, Haroldo Conti,
Castiñeira de Dios y Antonio Carrizo. No me acuerdo si acudieron todos, pero sí
que la sala desbordaba. Tal vez mi memoria se engaña: por ahí la audiencia nos
parecía tan masiva porque el local era reducido. En la calle, en la puerta del
sindicato, vigilaban patrulleros, un neptuno y camiones celulares. A la salida
hubo un momento de tensión. De no haber sido por la popularidad y el carisma de
Carrizo, el homenaje habría terminado con gases y a los bastonazos.
Un año más
tarde intentamos otro homenaje: esta vez en el sindicato del calzado. Entre los
participantes estuvieron Arturo Jauretche y Juan Carlos Gené. Me acuerdo:
leíamos a Marechal con fervor, pero también, como dije, nos entusiasmaba
nombrarlo en los ámbitos académicos y de "intelligentzia" acartonada. Un buen
escritor no podía ser peronista, pensaban sus detractores. Es más: no se podía
ser peronista y escritor. Al peronismo la escritura le estuvo, le está, negada.
La negrada no lee siquiera.
Hay un sinfín de anécdotas que lo retratan a Marechal, durante su colaboración
con el peronismo, haciendo gauchadas, dándole una mano a quien en la mala lo
requería. Pero muchos olvidarán esta generosidad suya. Ya desde 1948, cuando
publicó "Adán Buenosayres", Marechal venía registrando el ninguneo, una exclusión
operada "según la triste característica de nuestros medios intelectuales, con
el recurso fácil de los silencios prefabricados". Son escasos quienes lo
defienden: Murena, Sabato y Cortázar. A Cortázar, un artículo extenso sobre "Adán Buenosayres" le costará, a su vez, la repulsa del séquito de la Ocampo.
Deberían pasar muchos años, casi hasta fines de los '60, para que se lo
reivindicara. Entre las primeras señales de rehabilitación se contó "Primera
Plana", que coqueteaba con el peronismo, el elogio de "El banquete de Severo
Arcángelo", que operó como su reaparición pública. También por esa época, al
igual que Martínez Estrada, viajaría a Cuba y revisaría su posición con respecto
a la liberación latinoamericana que parecía tan inmediata. Son ya los tiempos
de la insurgencia: el Cordobazo, la Jotapé, la lucha armada prenuncian una
revolución que Marechal comprende desde su cristianismo no muy alejado de la
Teología de la Liberación. De esta época es "Megafón o la Guerra", su novela
publicada post mortem, explícitamente peronista y simpatizante de la guerrilla.
No es la mejor de Marechal. La mejor, en mi opinión, sigue siendo el "Adán
Buenosayres", que aun cuando muchos la consideraron una versión local del "Ulises" joyceano, no se le parece en nada.
Volviendo
a "El poeta depuesto": acá hay una prosa tan precisa como delicada, que termina
con el mito de que el buen gusto literario era un patrimonio exclusivo de la
colonialista secta "Sur". En lugar de sorna, en Marechal asoma una picardía
serena que mira con lástima a sus enemigos. Si algo no es Marechal es un
resentido. Y su ensayo, en forma de carta, tiene un valor enorme si se lo
intercala, complementario, entre la carta que el general Juan José Valle
escribe a sus fusiladores en 1955 y la carta que Rodolfo Walsh le escribe a la
junta militar del '76. Una digresión y no tanto: algún día la crítica habrá de
reparar en estos textos con valor de carta abierta, y fijarse de qué manera,
por ejemplo, Valle, al escribir la suya, parece estar imprimiéndole a Walsh un
tono, el mismo. Reparar, digo, como la denuncia no implica necesariamente un
registro de brulote sino que puede no subestimar a su destinatario al adoptar
una preocupación por el estilo, la palabra justa. "El poeta depuesto" pertenece a
esta clase de textos ejemplares y tiene el efecto de un alegato.
Pero, al margen del ninguneo sufrido por su compromiso político, hay una hipótesis que me queda picando. Y creo que me viene desde esa época en que un grupo de estudiantes lo homenajeábamos como provocación. Ahora que lo pienso, me pregunto si la mentada antinomia entre Borges/Arlt no deviene una contradicción maniquea, un invento que le queda cómodo a la intelectualidad liberal con sus remilgos antiperonistas. Es una contradicción, la de Borges/Arlt, educada, presentable, en la que no cabe el peronismo. Me pregunto, si la verdadera contradicción, civilización/barbarie, no es en términos de "alta cultura" Borges/Marechal.
Pero, al margen del ninguneo sufrido por su compromiso político, hay una hipótesis que me queda picando. Y creo que me viene desde esa época en que un grupo de estudiantes lo homenajeábamos como provocación. Ahora que lo pienso, me pregunto si la mentada antinomia entre Borges/Arlt no deviene una contradicción maniquea, un invento que le queda cómodo a la intelectualidad liberal con sus remilgos antiperonistas. Es una contradicción, la de Borges/Arlt, educada, presentable, en la que no cabe el peronismo. Me pregunto, si la verdadera contradicción, civilización/barbarie, no es en términos de "alta cultura" Borges/Marechal.
A Marechal no se le perdonó no sólo su
militancia. No se le perdonó tampoco -y todavía no se dice- que desde el
martinfierrismo pasara al justicialismo mientras publicaba una obra monumental
como el "Adán Buenosayres", una gran novela cargada de personajes inolvidables,
poética, urbana, iniciática, amorosa, satírica, muy jodona. Lo trágico siempre
ha tenido más y mejor prensa que el humor. Entre la melancolía de la guapeza
devaluada de Borges y la angustia del Arlt humillado que plantea la traición
como una condición de clase media, Marechal se cruza con una novela gigante,
inusual en su forma y contenido, entre poética e hilarante, que empieza con un
despertar de "la Gran Capital del Sur" donde una "mazorca" (sí, leyeron bien:
mazorca, escribe Marechal) de hombres se disputan a gritos la posesión del día
y la tierra. Marechal sobrevuela omnisciente sobre Villa Crespo, Avellaneda y
Belgrano, el puerto y los frigoríficos, los cien barrios porteños. Mientras se
oye la voz de una piba de barrio cantando "El pañuelito", el narrador observa y
celebra con "una mirada gorrionesca" la vida.
A pesar de la religiosidad de su
autor, "Adán Buenosayres" es una novela profana que se cifra en "la felicidad del
pueblo y la grandeza de la Nación". De acuerdo: lo que no se le perdonó a
Marechal fue su peronismo. Pero menos se le perdonó el genio que brilla en cada
página de "Adán Buenosayres". Basta "ichinearla", abrirla en cualquier parte para
quedar pegado. Y dan unas ganas de leerla, de recomendarla, de compartir la
lectura prodigiosa de esa cruza imaginativa entre lo barrial y lo "flanneur", lo "canyengue" y lo criollo, el tango y la música clásica, lo filosófico y lo
cotidiano, lo lírico y lo bajo, y con un desafuero rabelaisiano, como si fuera
poco, un descenso, "El Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia". Demasiado para
los estreñidos del gueto literario entre los cuales, Borges, pareciera ser, con
su "sense of humour" tan british, su máximo representante, "solemne como pedo
de inglés".