"El
viaje es la historia, sin viaje no hay historia. 'La Odisea', 'Moby Dick', las
grandes historias son sobre viajes. El viaje está incorporado en la vida del
ser humano, todo el tiempo estamos viajando hacia alguna parte". Así pensaba el
escritor Antonio Dal Masetto (1938-2015), quien hace poco tiempo emprendió
su último viaje, el definitivo. Autor de una prosa sobria y directa, en líneas
generales cruda, el eje central de su narrativa fue su propia biografía: su
infancia en Intra, a orillas del lago Maggiore, en la zona alpina del norte de
Italia, sus padres campesinos, sus estudios primarios en un colegio religioso, la
Segunda Guerra Mundial, la migración, el desarraigo y el duro proceso de transculturación
en Argentina. Llegó con su madre y su hermana en 1950 (su padre lo había hecho
dos años antes) y se radicó en Salto, al norte de la provincia de Buenos Aires.
Allí, en la biblioteca del pueblo, la lectura de Julio Verne (1828-1905) y Emilio
Salgari (1862-1911), a quienes había leído en italiano, lo ayudó a incursionar
en su nueva lengua, a cambiar de idioma. Trabajó en la carnicería de su padre
donde descubrió, entre los diarios y revistas que usaban para envolver, la
revista de historietas "Leoplán", la que traía relatos enteros de los clásicos. Después,
incentivado por esas lecturas, ya no dejó de leer. "Sufrí mucho con el
traslado. Me sentía un marciano en el mundo. Como todo adolescente, pensaba que
mi sufrimiento era único y que nadie me entendería. Un día encontré un libro,
no recuerdo el autor, cuyo protagonista era un adolescente al que le pasaba lo
mismo que a mí. Descubrí que no estaba tan solo en un pueblo perdido de la
pampa. Para eso me sirvió la lectura". A los diecisiete años decidió trasladarse
a Buenos Aires. Se instaló en un cuarto de pensión con otros cinco hombres y
comenzó a desempeñar múltiples oficios para ganarse la vida: albañil, pintor de
paredes, vendedor ambulante, heladero, obrero fabril, empleado mercantil, etc. Luego
vivió dos años en Bariloche y a su regreso decidió dedicarse por entero a
escribir aunque "pasara hambre".
Consiguió trabajo como
periodista y pronto apareció "Siete de oro", su primera novela, donde
sentó el sello autobiográfico que mantendría por más de cuarenta años. Un año
más tarde, en 1964, publicó su primer libro de cuentos, "Lacre", que mereció
una mención en el Premio Casa de las Américas de La Habana. A partir de
entonces Dal Masetto comenzó una larga relación con la narrativa. Dueño de una
intuición y una capacidad de observación inigualables, consolidó un trabajo
literario entendido como una reflexión totalizadora sobre la experiencia de
vida, una tarea que realizó siempre con bajo perfil, dedicación y humildad. "Utilizo mi propia existencia para hacer ficción -admitió
en una oportunidad-. Mi forma de acceder a la escritura es a través del
desorden, no tengo otra manera de acercarme a un proyecto literario. El
desorden me da libertad. No tengo obligaciones ni estructuras, entonces tiro
material y después de abundar mucho en ese desorden, viene un paso posterior de
ordenamiento. En mi cabeza la escritura tiene mucho que ver con la
arquitectura. Cuando imagino un texto lo pienso desde el punto de vista
estructural, como un edificio: para que sea coherente, bello y sólido tiene que
estar bien armado; un texto está sometido a las mismas leyes". Con ese
criterio se fueron sucediendo a lo largo de su vida las novelas "El ojo de la
perdiz", "Fuego a discreción", "Siempre es difícil volver a casa", "Oscuramente
fuerte es la vida", "Amores", "La tierra incomparable", "Demasiado cerca desaparece", "Hay unos tipos abajo", "Bosque", "Tres genias en la magnolia", "Sacrificios en días
santos", "La culpa", "Cita en el lago Maggiore", "Imitación de la fábula" y "Crónica de
un caminante". También escribió cuentos y relatos, los que aparecieron en "Ni
perros ni gatos", "Reventando corbatas", "Gente del Bajo", "El padre y otras
historias", "Señores más señoras" y "Crónicas argentinas". Dal Masetto alternó su
producción literaria con la publicación de notas periodísticas y columnas en el
diario "Página 12", el dictado de talleres de escritura e interminables charlas
con autores y amigos entrañables como Osvaldo Soriano (1943-1997) y Miguel Briante
(1944-1995) entre muchos otros. Todos coincidieron siempre en destacar su
amistad, que superaba la actividad profesional, y su personalidad afectuosa.
"Dal Masetto es italiano de nacimiento, pero como escritor no puede ser
más intensamente porteño. No sólo ha publicado cuentos y novelas, sino también
poesía. Su don poético, cuando queda libre, le permite volar y permite volar al
lector", señaló alguna vez el escritor y periodista Eduardo Gudiño Kieffer
(1935-2002). Tras su fallecimiento, varios de ellos lo recordaron en el
suplemento "Radar" del diario "Página/12" del 8 de noviembre de 2015.
Eduardo Berti (1964). Escritor,
guionista cinematográfico, traductor y periodista argentino. Editor de la sección "Cultura"
del diario "Página 12" durante varios años, en 1988 publicó su primer
libro: "Spinetta. Crónica e iluminaciones", en el que analizó la obra del
músico Luis Alberto Spinetta (1950-2012). Luego publicaría, entre otros,
las novelas "Agua", "La mujer de Wakefield", "Todos los Funes", "La sombra
del púgil" y "El país imaginado"; los libros de cuentos "Los pájaros" y "Lo
inolvidable"; y los de microrrelatos "La vida imposible" y "Los pequeños
espejos". Formó parte de la redacción cooperativa
de la revista "El Porteño" durante los años ‘80 y también ha escrito en las
revistas "Letra Internacional" (con ediciones en España, Alemania, Rumania y
Dinamarca) y "Letras Libres" (con ediciones en México y España) entre otros
medios. Colabora habitualmente en los diarios "La Nación", "Clarín" y "Página/12".
ECOS
DE UN APRENDIZAJE
Corría 1983 o 1984, quería hacer un
taller de escritura y encontré un aviso en "El Porteño". Conocía el nombre que
aparecía ahí porque tenía todos los números de "Eco Contemporáneo", la revista
que fundaron Miguel Grinberg y el Tano Dal Masetto en los '60. Cuando vi este
nombre en el aviso, no dudé. Me dije: "Aunque sea, voy a conocer a un tipo que
hacía esa revista, que habló con Gombrowicz...". Lo llamé por teléfono y fui a la
casa. El vivía en el Bajo. Cuando llegué, me preguntó por qué lo había elegido.
No supe bien qué contestar y le hablé de "Eco Contemporáneo". El me había pedido
que llevara textos míos, se puso a leerlos y me dio "Siete de oro", su primera
novela. Era una situación muy desigual: yo leía a Dal Masetto y él leía unos
cuentos míos que eran horribles.
Durante dos años, hice taller con el
Tano todos los viernes a la tarde, en su casa. A veces estaba solo, a veces
había alguien más. El no tenía un método muy "científico" para el taller. Era
un tipo muy simple y bastante parco. Y su taller era demoledoramente simple.
Por ejemplo, te leía un verso de Montale o de Ungaretti y decía: "Seguilo,
dale". Eso me sirvió muchísimo. Y, además, era un lector implacable. Recuerdo
cómo combatía los lugares comunes y las complicaciones sin sentido y cómo
criticaba los golpes de efecto. Por entonces yo estaba interesándome en la
literatura italiana y él terminó de avivar esa pasión haciéndome leer a Pavese
o a Elio Vittorini.
Aprendí mucho con el Tano. De lo poco
que él decía, de la simpleza con la que abordaba todo, de sus métodos. Un día
me explicó el método de la caja de zapatos: había ido juntando papelitos con
partes que le gustaban de lo que escribía y armó la compaginación final sumando
los fragmentos a medida que salían de la caja. Esos métodos medio lúdicos, que
iban contra toda idea romántica de "inspiración", fueron muy estimulantes para
mí.
Siempre me admiró que el Tano fuese tan
sutil como lector y escritor pese a que no había nacido en lengua española.
Seguimos en contacto unos años, aunque nos veíamos cada vez menos. A diferencia
de Soriano o Briante, él casi nunca iba a la redacción de "Página/12", supongo
que por su forma tan discreta de ser.
A principios de los '90, le comenté que
quería armar un libro. Le llevé varios cuentos, se tomó el trabajo de leerlos,
me llamó y fui de nuevo a su casa. Siempre ahí, en el Bajo. Como él no adornaba
las cosas, me marcó lo que realmente le gustaba y lo que no. Y dijo: "Mirá, acá
hay un libro que se está empezando a construir, pero no está terminado".
Siempre daba ese consejo: que no nos apuráramos a publicar, que lo que había
que hacer era escribir, que para lo demás había tiempo. El año pasado, antes de que se
entregaran los Premios Konex, descubrí que compartía terna con el Tano. Me dio
mucha alegría y también mucha vergüenza aparecer ahí, al lado de mi maestro.