Antonio
Dal Masetto vivió sus últimos años en el Bajo, un barrio que lo fascinaba.
Alguna vez dijo: "De día hay mucha actividad de turistas y empleados de
las oficinas, los bancos y los negocios. Pero al caer la noche todo ese mundo tiende
a desaparecer y emergen de sus madrigueras otros protagonistas, una fauna
totalmente diferente". Iba a los bares, se quedaba hasta la madrugaba,
observaba. Él mismo se definió como "espía" y lo explicó después:
"Algo de eso tiene esta actividad de escribir. Uno anda por el mundo
espiando acá y allá, acechando gestos, frases, caras. En realidad se
ejercita para este permanecer alerta todo el tiempo, el ojo y el oído atentos,
siempre listo para capturar algo. Diría que no solamente se es espía, sino
también una especie de ladrón". Con su lápiz sobre el cuaderno, Antonio
Dal Masetto escribió muchas de sus historias en los bares del Bajo porteño, su
barrio por elección. "Yo espero en las mesas, como un cazador con la
escopeta amartillada, que caiga la historia. Si uno está alerta siempre
aparece. El escritor es un espía que anda por el mundo tratando de robar cosas
en un lado y en otro para alimentarse".
Miguel Grinberg (1937). Escritor, periodista, traductor y poeta argentino. Como periodista ha trabajado en las
revistas "Panorama", "Cantarock", "Caras y Caretas", "Eco Contemporáneo", "Contracultura" y "Mutantia",
entre otras. También ha sido articulista del diario "Tiempo Argentino" y columnista del
diario "Crítica de la Argentina". Ha publicado más de cincuenta
volúmenes, entre ellos "Cómo vino la mano. Orígenes del rock argentino", "Marcuse
y la sociedad carnívora", "Introducción a la Ecología Social", "Ecología
cotidiana", "Un mar de metales
hirvientes. Crónicas de la resistencia musical en tiempos totalitarios
(1975-1980)", "Edgar Morin y el pensamiento complejo", "Nuestro
futuro indómito" y "Evocando a Gombrowicz" (ensayos); y "América hora cero", "Ciénagas" y "Opus New York" (poemarios).
UN
TANO LLAMADO GIORGIO
Escena
1. Abro
un ejemplar de "Eco Contemporáneo", el número 2: enero-abril 1962. En la página
27, ocupando cinco más, se despliega uno de sus cuentos más emblemáticos:
"Lacre". "Formamos una extraña pareja los tres. Ella allí, debajo de la mesa,
cada vez más lívida. La otra, en el fondo de la pileta, dura e inmóvil como un
trocito de carbón. Y yo, de espaldas sobre la cama, escrutando el techo desde
hace tres días. Tres días bien pueden dar la pauta de la eternidad". Un hombre,
una cucaracha y el cadáver de una mujer. Me
doy cuenta de algo singular: en el colofón de la página 2 todos los autores
publicados tienen obra, antecedentes, entre ellos Alejandro Vignati, Francisco
Urondo, Alberto Cousté, Clarice Lispector y otros. Los tres editores (Antonio
Dal Masetto, Juan Carlos de Brasi y yo) ni media línea. Eso nos igualaba:
carecíamos de biografía. No éramos alguien. Igual que el número inicial,
habíamos encuadernado estas noventa y seis páginas a mano, pliego tras pliego, impresos en
un pequeño taller gráfico provincial (San Andrés). Éramos tan inexistentes que
el dueño de las librerías Fausto (Gregorio Schvartz), tras hojearla nos
vaticinó: "A ustedes se los van a comer los piojos". No le dimos el gusto. La
portada ostentaba un dibujo en tinta de una especie de Hamlet en calzoncillos,
con una calavera en lo alto. Nos lo había cedido su hermano Alberto, juez
laboral en Quilmes, donde Dal Masetto trabajaba como asistente judicial y
mediador en los conflictos pequeños para disolver la belicosidad de las partes
enfrentadas. La faena le resultaba muy entretenida.
Escena
2. Verano
1958: teatro Caminito en La Boca. Salida de artistas. En cartel "La zapatera prodigiosa, de García Lorca. Espero a mi amada Lelia. A unos veinticinco metros de
distancia, pero sobre la misma vereda, está él, esperando a su amada Ethel. No
sé como se llama, pero sé que está allí, semana tras semana. Sabe como yo que
las chicas son amigas y compañeras en el elenco. Pero me ignora. O lo ignoro.
Cuando salen, ellas se despiden animadamente y cada una enfila hacia su galán.
Y nos vamos con rumbos diferentes. Yo estoy tomando clases de arte escénico en
la Sociedad Hebraica. Ella estudia con la maestra Hedy Crilla. Compartimos la
poesía de Pablo Neruda y Pedro Salinas.
Escena
3. Invierno
1960: teatro Sindical de Cámara en San Telmo. Me han convocado para interpretar
al capitán de un crucero turístico (una comedia leve). Como sábado y domingo
hay dos funciones, durante el intervalo pido un sándwich que llega desde la
pizzería de la esquina. Cargo un disco de João Gilberto en la cabina de sonido
y disfruto la bossa nova en la penumbra de la sala, masticando sin apuro. De
pronto, desde el fondo del teatro surge una voz que exclama: "¡Linda música!". Iniciamos un diálogo sobre nuestras fantasías de conocer Brasil. Cuando se
encienden las luces para dar acceso al público de la segunda función, verifico
que es él. ¿Qué hace en ese teatro? Pues su novia Ethel es parte del elenco.
Ella nos presenta: él se identifica como "Giorgio" y no como "Antonio".
Quedamos en seguir charlando.
Escena
4. Verano
1961. Habíamos decidido viajar a Brasil como mochileros, por tierra. Llevamos
una carpa montada según el plan de la Asociación Argentina de Campamento. Su
jefe, Alberto de la Vega, le encargó que le haga una reserva en una posada de
Río de Janeiro durante el Carnaval carioca. Allá fuimos. Salimos en tren desde
Federico Lacroze a Posadas, y de ahí en colectivo hacia Puerto Iguazú.
Acampamos en las Cataratas. Es la noche de Año Nuevo y no queda un alma en el
lugar: solamente nosotros. Bien tarde se desata un temporal. La carpa lo aguanta,
pero sentimos cómo el agua fluye por debajo del piso de hule. Tengo pesadillas:
visualizo una carpa flotando en el océano. Con la luminosidad del amanecer,
corro con cautela el cierre relámpago de la puerta. Giorgio sigue durmiendo.
Miro hacia afuera y me topo con la mirada de una iguana que me observa con gran
curiosidad. Al mediodía llegan unos camioneros y nos convidan un plato de
fideos. Más tarde, cruzamos el río en balsa hacia Foz. Pernoctamos en una
posada rea. Vamos hacia Mafra (Río Negro) donde un tío de mi madre tiene una
tienda de ramos generales. El viejo nos lleva en auto hasta Curitiba. Es tiempo
de vacaciones y no hay pasajes a São Paulo, donde otro hermano de mi abuelo
materno tiene una casona con piscina en la isla de Guarujá. Giorgio es un buen
conversador y disfruta las incógnitas de la situación. Le cae bien al empleado
de la ventanilla, que de pronto nos llama agitando los brazos. Hubo una
devolución municipal y hay dos boletos hacia Río de Janeiro. Aceptamos.
Decidimos hacerle primero la reserva a Alberto y después rumbear hacia la
piscina bacana. En Río nos atrapó el Carnaval. No fuimos a São Paulo. Nos
instalamos en la Casa do Estudante. Y hasta acampamos en la isla de Paquetá.
Giorgio agotó su mes de vacaciones y volvió solo a Quilmes. Yo me quedé tres
meses más noviando con una bella garota de Ipanema. Subimos juntos al Cristo
del Corcovado. La tristeza no tiene fin. La felicidad, sí.
Escena
5. Invierno
1961. Ya de regreso, nos hicimos habitués de una pizzería de Corrientes y Paraná:
La Comedia. No se llama más así. Todas las noches se reunían allí poetas,
escritores y gente de teatro. Ambos nos pusimos a hacer apuntes de viaje.
Giorgio alucinaba con las cucarachas de las pensiones baratas del centro
porteño. En "Lacre" decía: "Vivimos horas esencialmente cucarachianas". No
esperaba este desenlace, che. No terminaste la novela cuyos dos primeros
capítulos publicaste en la "Eco". Cuando te lo hice recordar, confesaste que
habías olvidado el resto de la trama. La habías titulado "La pirámide y la
cucaracha". Rescato el párrafo inicial: "Cuando nací llovió. Y mi madre asegura
que al cuarto día abrí un ojo, eché una mirada de desaprobación. Allí fue donde
comenzó todo... Desde entonces aquí estoy: apático y desterrado por el simple
hecho de haber abierto uno sólo de mis ojos a la fría luz del mundo y haber
vislumbrado un poco de la triste verdad".
Tano:
te recuerdo panza arriba junto a la carpa en Paquetá, canturreando una balada
ignota, con los dos ojos abiertos hacia el horizonte, vislumbrando el lado
verídico de la tristeza.