Las
novelas iniciales de Antonio Dal Masetto evocan al paisaje y los personajes que
debió abandonar en su niñez. Con su estilo personalísimo narró con una mirada atenta
las personas de a pie, las mujeres y los hombres vapuleados por las
contingencias de la vida. Novelas como "Siete de oro", "Siempre es difícil
volver a casa" o "Demasiado
cerca desaparece", interpelan al lector y lo conmueven, lo
introducen en los relatos como un testigo de los hechos. Pero también supo
pintar los miedos que tuvo como muchos argentinos en los tiempos de la
dictadura en "Hay unos tipos ahí abajo" y "Fuego
a discreción", o desenmascarar las
imposturas e hipocresías, la ferocidad y las traiciones de los habitantes de un
pueblo bonaerense superficialmente apacible, como ocurre en "Bosque" y en "Sacrificios en días santos". Con un lenguaje seco, sin adornos, Dal Masetto supo
como nadie cómo describir los meandros de la condición humana. El mismo Dal Masetto que admiraba incondionalmente a Giuseppe
Ungaretti (1888-1970), a Eugenio Montale (1896-1981) y a Salvatore Quasimodo (1901-1968), el
trío de poetas italianos que siempre lo acompañó a la hora de leer.
Claudio Zeiger (1964). Escritor y
periodista argentino, actual editor de los suplementos "Radar" y "Radar Libros" del
diario "Página/12". Ha colaborado en las prestigiosas revistas "El
Porteño", "V de Vian" y "El Periodista". Hasta el momento lleva publicadas cuatro novelas: "Nombre de guerra", "Tres deseos", "Adiós a la
calle" y "Redacciones perdidas". También ha escrito el libro de ensayos "El paraíso argentino". Su
última obra es "Los inmortales", una narración genéricamente heterodoxa en
la que el ensayo se fusiona con la ficción a lo largo de diez relatos de tono
intimista. Especializado en el mundo de la crónica
cultural, en su obra ahonda, sin estridencias, en la psicología de sus
personajes, individuos de carne y hueso que viven en la delgada frontera entre
la inocencia y la culpabilidad.
FUEGO
Y DISCRECIÓN
En
los párrafos finales de su secreta, mítica e iniciática "Siete de oro", el
narrador que era Dal Masetto hace girar la escena reveladora de una verdad
módica pero firme alrededor de la fogata que unos muchachos encienden casi a la
salida del pueblo, allá en el sur, el sur profundo del país. Chicos y chicas se
sientan en círculo alrededor de la fogata. Son los años sesenta avanzados. "Las
llamas daban una seriedad irreal a esas figuras. De vez en cuando alguien
echaba una rama al fuego, con un movimiento lento que la noche agrandaba. Sentí
ganas de acercarme y sentarme entre ellos. Me hubiese gustado preguntarles sus
nombres, decirles quién era yo. Uno comenzó a cantar. Era una voz áspera, pero
firme. Pude adivinarla pese al fragor del lago. Los otros hicieron coro (...)
Me abracé a una roca y mantuve los ojos fijos en esas imágenes. Una vez más me
dije que a lo largo de mi vida no había habido más que un desfilar de nombres
anónimos. Y me dije también que esa noche estaba más cerca de esas sombras
avivadas por las llamas de lo que lo había estado nunca de nadie". Después,
dice el narrador, los muchachos desaparecieron y el fuego se apagó. Y se
termina la novela, aunque "quedaron chispas girando sobre las piedras".
Años
después, en la novela que sigue, ya desde el título el fuego se reaviva con
todo, y en el comienzo, el narrador, que sigue siendo Dal Masetto pero con el
peso de los años terribles pasados en el medio, señala que "alrededor ocurrían
cosas. Me enteraba por la primera plana de los diarios, por las charlas en las
mesas cercanas. Pero yo tenía mi propia cosa. Me la llevaba a la cama, al baño,
a todas partes. Días densos, llenos de furia y gusto a nada. Imaginaba
incendios. Fuegos fastuosos donde todo capitulaba y desaparecía. Por la noche y
a menudo durante el día, las persianas bajas y el velador prendido, fumaba sin
parar durante horas, dejaba que la pieza se llenara de humo y que los puchos se
consumieran en el cenicero. Los miraba gastarse, sin pensar. En mi cabeza,
aparentemente, no había otras presencias vivas que esas brasas humeantes. Así
era mi vida durante ese verano", se lee en el primer, impactante capítulo de "Fuego a discreción", la novela aparecida en el '83.
De
las fogatas a los grandes incendios y de esos fuegos fastuosos a las brasas más
íntimas, en estos dos libros, se me ocurre pensar, Antonio Dal Masetto fijó un
estilo que más que estilo es un tono y que entre uno y otro es, fue, una
posición. Posición narrativa, de escritura, en primera instancia, y también
posición literaria, y si se me permite la sencillez más lisa y llana: de vida.
Lo que a veces, no sin autoironía todavía escuchamos decir por ahí, eso de que
alguien tiene o adoptó "una postura de vida". Que cuando se la actúa puede ser
una pose y que cuando, como en el caso de Dal Masetto, se la internalizó de una
vez para siempre no por negarse a cambiar sino por pura ética existencial, es
una postura frente a la vida. Para decirlo lo más secamente posible: una
postura de vida. Ya sin ironía ni autoironía.
Ahora
bien, sería más que forzado sacarlo a Antonio Dal Masetto del terreno de la
narrativa y el lenguaje para embanderarlo (¡y sin poder defenderse!) en una
supuesta postura "ética" frente a la literatura y la vida. Así sea. Pero no se
puede negar que muchos de sus lectores y colegas escritores siempre intuyeron y
le adjudicaron algo del orden de una postura detrás de esos libros, y también
detrás de otros libros, como "Oscuramente fuerte es la vida", o "La culpa", por
citar uno más reciente. Algo, por decirlo así, que trascendía su literatura y a
la literatura. Y que eso que la sobrepasaba era no sólo algo de la vida sino
algo tan vital como difícil de apresar que venía de atrás y de lejos. De
Italia, de la inmigración tardía (arribo en el año '50, ya terminada la Segunda
Guerra Mundial, como en una oleada final), del que llega a insertarse en una
sociedad muy amigable pero donde evidentemente era ineludible sentir una
distancia entre chicos y a causa del idioma. Todo eso, o "mi propia cosa" como
le dice en "Fuego a discreción", eso que llamamos experiencia y que no ha muerto
porque renace con cada individuo, lo intransferible.
Dal
Masetto hizo de la reflexión sobre la experiencia un verdadero culto y una
disciplina férrea, y en ese gesto tan nítido en "Siete de oro" y que empieza a
expandirse y agrandarse de ahí en adelante, superó las estrecheces de lo
autobiográfico para convertirlo en materia de gran observador. Otra expresión
aquí para utilizar con ironía o autoironía, vendría a cuento: Dal Masetto hizo
una amplia reflexión (en un sentido quizás más hondo, una meditación) sobre la
"experiencia de vida". Sus libros, hegemónicamente narrativos, fluyen en verdad
como la vida misma, como si se deslizaran sobre la superficie de los días con
la monotonía y los saltos bruscos e intempestivos de lo real más que de lo
ficticio. Tienen todos sus libros lógica de vida y sin embargo son de lo más
literario que pueda imaginarse, quizás por esa enorme capacidad de condensar la
experiencia como algo nunca cerrado, siempre en fuga.
Estos
rasgos, me parece, lo acercan a escritores como Haroldo Conti ("Alrededor de la
jaula" perfectamente podría ser una novela de Dal Masetto), a cierto Bernardo
Kordon, de cuyo nacimiento se cumplen por estos días cien años. Por eso me
parece que a toda una camada (por no decir varias generaciones) en la que me
incluyo le atrajo tanto la obra, el tono y la postura del Tano. Siempre fue un
sólido mojón al costado del camino, un poco apartado como Rabanal, pero
posible, real, un escritor viable, al contrario de tanto narciso, tanto
figurante. Un fuego que calentó y fue constante, unas brasas que no se van a
apagar así nomás.