BOMBA DE ASPIRACIÓN
Anna Jorba Ricart
España (1952)
Salí del taller del fontanero complacida.
Admirada de su profesionalidad en el manejo de tuberías en general y de la suya
en particular. Llegado el sábado, inicié con mi marido la comedia de nuestro
baño de espuma y sales perfumadas. A la hora prevista quité el tapón y empezó a
mover los brazos como un poseso mientras se precipitaba girando hacia el
sumidero. Desapareció por el desagüe de la bañera, aspirado por aquel
despiadado tobogán que lo engulló hasta el pozo negro. Negro, como el
teléfono de mi deseo, que recuerdo sobre su mesa, desde dónde voy a esperar la
llamada del eficiente instalador.
LA LENGUA DE CERVANTES
Rogelio Ramos Signes
Argentina (1950)
Se trataba de una pieza musculosa alojada
entre los arcos dentarios propios de los vertebrados, alfombrada de papilas
gustativas, y propicia para la expresión verbal. En estos parajes habíamos dado
en llamarla "lengua de Cervantes". Luego, algunos colaboradores
ingleses nos informaron que un órgano de similares características se conocía
en el Reino Unido como "lengua de Shakespeare". Por eso es que ahora
estamos tratando de comunicarnos con colegas italianos para que nos expliquen
qué cosa es lo que ellos denominan "lengua del Dante".
Glosofaringeos, deglutores académicos, perversos de toda laya, más algunos
filólogos internacionales preocupados en el tema de las mucosas (que de todo
hay en este mundo) trabajan denodadamente para demostrar que Cervantes, Shakespeare
y Alighieri son sinónimos. ¡Qué quieren que les diga! No sé. No sé.
IMÁN
Oscar Wilde
Irlanda (1854-1900)
Había una vez un imán y en el vecindario
vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió
bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta
visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el
mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a
discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso.
"¿Por qué no ir hoy?", dijeron algunas, pero otras opinaron que sería
mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían
ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta
de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto
más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes
declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó
decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le
debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente
acercándose. Al fin prevalecieron las impacientes y, en un impulso
irresistible, la comunidad entera gritó:
- Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora.
Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada
al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban
convencidas de que su visita era voluntaria.
RÍOS
Patricia Nasello
Argentina (1959)
"¿Quién es?, pregunta aterrada aunque no
espera respuesta. Los golpes en la precaria puerta continúan, es el viento, la
tormenta. Sabe que la creciente arrasará su choza e intuye que ha ocupado
demasiados minutos procurando salvar sus míseras pertenencias; el río, esta
vez, no le dará tiempo". Marca con un doblez la página del libro con el
que intenta distraer esa rabia angustiosa que la domina. "Como un río
manso", piensa mientras escucha los redobles de tambor de la manifestación
que avanza.
Desde el tercer piso donde está ubicado el
departamento que alquila, mira pasar hombres, mujeres y niños. Son
los trabajadores y sus familias. Trabajadores porque quisieran trabajar, pero
están desocupados. Como un río que crece minuto a minuto sin herir ni
amenazar a nadie, al contrario: él es el perjudicado. Aunque no se cuenta entre
los que han recibido el odioso telegrama de despido, sabe que debería estar
allí abajo, con ellos, apoyando. Desconoce qué forma de inacción o cobardía la
mantiene inmóvil. La mantuvo inmóvil, porque ya se apresura en
tomar campera y paraguas (una llovizna persistente, helada, moja la
ciudad).
El timbre del portero eléctrico interrumpe la
tarea de subir el cierre al abrigo.
- ¿Quién es? -pregunta son una sonrisa.
Supone se trata de la broma inocente de alguno de los niños.
- Correo Argentino -gruñe una voz
desconocida.
PASEO NOCTURNO
Rubem Fonseca
Brasil (1925)
Llegué a la casa cargando la carpeta llena de
papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi
mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin
sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la
casa: mi hija en su dormitorio practicando impostación de la voz, la música
cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín?, preguntó
mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte. Fui a la
biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado, y como siempre
no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni
los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto a que tus
socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala
con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida? La empleada
servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos.
Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió
dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del
licor. Mi mujer no pidió nada: teníamos una cuenta bancaria
conjunta. ¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no
iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear en auto todas
las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la
que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.
Los autos de los niños bloqueaban la puerta
del garaje, impidiendo que yo sacase el mío. Saqué los autos de los dos, los
dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros
nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron
levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el
refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que mi corazón batía rápido de
euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su
fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin
saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene
más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho
movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el
lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no
aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre
sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía
ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante por ser más fácil. Ella
caminaba apresuradamente, llevaba un bulto de papel ordinario, cosas de la
panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había
árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que
exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella solo se
dio cuenta de que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de
los neumáticos pegando en la cuneta. Le di a la mujer arriba de las rodillas,
bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe
perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié
rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol
y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el
mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo
todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro,
de esos bajitos de casa de suburbio.
Examiné el auto en el garaje. Con orgullo pasé
la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas
personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas
máquinas. La familia estaba viendo televisión. ¿Ya diste tu paseíto, ahora
estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente
el video. Voy a dormir, buenas noches para todos, respondí, mañana voy a tener
un día horrible en la compañía.
EL HOMBRE SIN PATRIA
Francesc Barberá Pascual
España (1979)
Un equipo de prestigiosos psicólogos
americanos elaboró un test para medir el patriotismo. El cuestionario se
administró a toda persona mayor de edad que llevara diez o más años residiendo
en el país. Los resultados fueron realmente satisfactorios. A excepción de un caso.
El sujeto en cuestión, natural de Wisconsin, había obtenido una puntuación
extremadamente baja. Inmediatamente fue sometido a un exhaustivo examen. Se le
presentaron una serie de estímulos como la bandera o el himno nacional ante los
cuales no generó ninguna respuesta fisiológica. La sorpresa inicial se volvió
preocupación cuando además descubrieron que nunca había empuñado un arma.
EL MARAVILLOSO ADJETIVERO
DE MI PRIMO LEN
Walter Braden Finney
Estados Unidos (1911-1995)
Mi primo Len encontró su maravilloso adjetivero en una casa de empeños. Suele visitar las casas de empeño de la Segunda Avenida porque, según dice, son un alivio comparadas con la naturaleza. Al primo Len no le gusta mucho la naturaleza. Se pasa la mayor parte del tiempo al aire libre juntando material para "El sabor y el saber de los bosques", una sección que escribe, y dice que preferiría ser plomero. Así que recorre las casas de empeños en el tiempo libre, llevándose equipos de proyección estereoscópica (vistas de la Feria Mundial, Chicago, 1893), relojes que dan la hora sonoramente y caballitos de porcelana que sostienen escarbadientes en la boca. Mi mujer y yo admiramos mucho estos objetos. Hemos estado viviendo con el primo Len desde que salí del Ejército mientras esperamos conseguir casa propia. Así que también admiramos el adjetivero. Tenía la elegancia de líneas de una toma de incendios, aunque era un poco más pequeño y de peltre. Creíamos que se trataba de un salero y también el primo Len lo pensó. Descubrió que en realidad se trataba de un adjetivero cuando estaba trabajando en su artículo, al día siguiente de comprarlo.
"Las ramas enjoyadas de la foresta hechizada están fúnebremente silenciosas", había escrito. "La mano helada como de acero del invierno ha aquietado su verde murmullo estival. Y las notas argentinas, como de flauta, de sus innumerables aves tornasoladas han desaparecido". A esta altura, como es natural, se tomó un descanso. Y empezó a examinar el salero. Le estudió la parte inferior en busca de la marca de fábrica haciéndolo girar en las manos, con la tapa a dos centímetros y medio de lo que había escrito, y un momento después vio que el manuscrito había cambiado. "Las ramas de la foresta están silenciosas" leyó. "La mano del invierno ha aquietado su murmullo. Y las notas de las aves han desaparecido". Ahora bien, el primo Len no es ningún tonto y reconoce una mejora cuando la ve. Volvió a poner manos a la obra, escribiendo con el estilo de siempre, pero esta vez redactó un artículo dos veces más extenso. Y después le aplicó el adjetivero, moviéndolo de aquí para allá como un magneto, recorriendo cada línea. Y los adjetivos y los adverbios desaparecían de la página con un leve silbido, como partículas de pelusa dentro de una aspiradora.
Mi primo Len encontró su maravilloso adjetivero en una casa de empeños. Suele visitar las casas de empeño de la Segunda Avenida porque, según dice, son un alivio comparadas con la naturaleza. Al primo Len no le gusta mucho la naturaleza. Se pasa la mayor parte del tiempo al aire libre juntando material para "El sabor y el saber de los bosques", una sección que escribe, y dice que preferiría ser plomero. Así que recorre las casas de empeños en el tiempo libre, llevándose equipos de proyección estereoscópica (vistas de la Feria Mundial, Chicago, 1893), relojes que dan la hora sonoramente y caballitos de porcelana que sostienen escarbadientes en la boca. Mi mujer y yo admiramos mucho estos objetos. Hemos estado viviendo con el primo Len desde que salí del Ejército mientras esperamos conseguir casa propia. Así que también admiramos el adjetivero. Tenía la elegancia de líneas de una toma de incendios, aunque era un poco más pequeño y de peltre. Creíamos que se trataba de un salero y también el primo Len lo pensó. Descubrió que en realidad se trataba de un adjetivero cuando estaba trabajando en su artículo, al día siguiente de comprarlo.
"Las ramas enjoyadas de la foresta hechizada están fúnebremente silenciosas", había escrito. "La mano helada como de acero del invierno ha aquietado su verde murmullo estival. Y las notas argentinas, como de flauta, de sus innumerables aves tornasoladas han desaparecido". A esta altura, como es natural, se tomó un descanso. Y empezó a examinar el salero. Le estudió la parte inferior en busca de la marca de fábrica haciéndolo girar en las manos, con la tapa a dos centímetros y medio de lo que había escrito, y un momento después vio que el manuscrito había cambiado. "Las ramas de la foresta están silenciosas" leyó. "La mano del invierno ha aquietado su murmullo. Y las notas de las aves han desaparecido". Ahora bien, el primo Len no es ningún tonto y reconoce una mejora cuando la ve. Volvió a poner manos a la obra, escribiendo con el estilo de siempre, pero esta vez redactó un artículo dos veces más extenso. Y después le aplicó el adjetivero, moviéndolo de aquí para allá como un magneto, recorriendo cada línea. Y los adjetivos y los adverbios desaparecían de la página con un leve silbido, como partículas de pelusa dentro de una aspiradora.
Cuando terminó, el artículo tenía la
extensión exacta y el estilo más agudo y límpido imaginable. Por primera vez,
como lo comprendió el primo Len, el artículo parecía decir algo. Luisa, mi
mujer, dijo que casi daban ganas de salir e ir a los bosques, pero el primo Len
no pensaba que eso estuviera bien. Desde entonces mi primo Len usó el
adjetivero en todos los artículos, y mediante la experimentación descubrió que,
a dos centímetros y medio de distancia del papel, absorbía todos los adjetivos,
hasta los más pesados. A cuatro centímetros, sólo adjetivos de peso mediano, y
a cinco, sólo los de tres o cuatro letras. Gracias a un cuidadoso control, mi
primo Len ha podido producir artículos sobre la naturaleza cuya masa de
lectores ha crecido día a día. "Es el mejor material de lectura del
diario, junto a las necrológicas", le escribió una anciana. Lo que ella
quiere decir, me explicó Len, es que el artículo que se publica junto a las
necrológicas, en la página, es el mejor material de lectura en todo el diario.
Mi primo Len siempre espera hasta que
nosotros estemos en casa para vaciar el adjetivero: nos gusta estar presentes.
Se llena una vez por semana y Len desenrosca la tapa y, golpeándole el fondo
como si fuera una botella de salsa de tomate, lo vacía por la ventana que da a
la Segunda Avenida. Y allí, atrapados por la brisa, los adjetivos y los
adverbios flotan sobre la calle y las veredas como una nube de confites casi
invisibles. En cierto modo se asemejan a fideos en miniatura de una sopa de
letras, unidos entre sí y hechos con el más delgado celofán. No se los puede
ver a menos que la luz sea la indicada, y en su mayor parte son incoloros.
Algunos tienen delicados tonos pastel, sin embargo, "muy", por
ejemplo, es rosa pálido; "exuberante" es verde, desde
luego; e "indudable" de un color gris sucio. Y hay una palabra,
la favorita del primo Len cuando más odia a la naturaleza, que se parece a un
trozo de la tirilla roja y brillante que cierra los paquetes de cigarrillos.
Tal palabra no puede ser revelada en un relato que puede ser leído por las
familias. La mayor parte de las veces los adjetivos y los adverbios
sencillamente caen a la calle y desparecen como copos de nieve al tocar el
asfalto. Pero en ocasiones, cuando tenemos suerte, caen de lleno en una
conversación. Un día la señora Gorman pasaba bajo la ventana con la señora
Miller. Venían de hacer las compras. Y una pequeña ráfaga de adjetivos y
adverbios cayó exactamente en medio de lo que decía. "Los precios, en
estos días apacibles -señaló- son evanescentes, trascendentales y sencillamente
impresionantes. Toma en cuenta mis maníacas palabras: las cosas están yendo
directa y superlativamente para el centelleante, indomable y alegórico
carajo". La señora Gorman se quedó bastante sorprendida, desde luego, pero
afrontó la situación con elegancia, sonriéndole con majestad y condescendencia
a la señora Miller. Siempre había sostenido que sus antepasados eran reyes:
ahora pretende que además eran poetas.
Una vez le sugerí al primo Len que conservara
los adjetivos, los envasara en frascos o latas prolijamente etiquetadas, y los
vendiera a las agencias publicitarias. Sin embargo Len señaló que no le
alcanzaría la vida entera para suministrarles las cantidades necesarias. Aún
así, conservamos varias cajas de zapatos llenas que llevamos con nosotros
cuando hicimos un viaje turístico a Washington. Y allí, en la galería para
visitantes que da sobre el Senado, las vaciamos con prudencia en dirección a un
enorme ventilador eléctrico dirigido hacia abajo. Se desparramaron en una gran
nube y bajaron derivando a través de un animado debate. Sin embargo algo debe
haber fallado esta vez, porque las cosas no sonaron distintas en absoluto.
Aún seguimos empleando el maravilloso adjetivero y los artículos del primo Len mejoran sin cesar. Hace poco apareció una recopilación reunida en un volumen, que probablemente ustedes han leído. Y se habla de vender los derechos cinematográficos. A nosotros también nos resulta útil el adjetivero para redactar telegramas, y yo lo usé, por lo general a una distancia de cuatro centímetros, para escribir esto. Por eso es tan breve, desde luego.
Aún seguimos empleando el maravilloso adjetivero y los artículos del primo Len mejoran sin cesar. Hace poco apareció una recopilación reunida en un volumen, que probablemente ustedes han leído. Y se habla de vender los derechos cinematográficos. A nosotros también nos resulta útil el adjetivero para redactar telegramas, y yo lo usé, por lo general a una distancia de cuatro centímetros, para escribir esto. Por eso es tan breve, desde luego.
INFLUENCIAS
Laura Elisa Vizcaíno
México (1984)
Soñé que soñaba con un lugar común, en el que
mi otro yo pretendía revelarme la verdad absoluta. De repente Borges me sacó
del primer sueño, ahogándome con una almohada y gritando algo sobre los
derechos de autor. Cuando desperté de verdad, fui directo a mi biblioteca y
quemé todos los libros del envidioso.
LA CABEZA DEL PERRO
Arthur Conan Doyle
Escocia (1859-1930)
Estoy arrellanado en el sillón junto a la
chimenea donde crepita el fuego. Tengo la copa de coñac en la mano derecha. Con
la mano izquierda, caída descuidadamente, acaricio la cabeza de mi perro...
hasta que descubro que no tengo perro.
PRIMER SUEÑO: UN INSECTO
Ramon Rodó Carrero
España (1958)
Mi padre, más anciano de lo que le llegué a
conocer, sentado en una silla baja y con las piernas cruzadas, intenta
explicarme, lúcido y calmado, que, ya desde mi infancia, habita en mi oído
izquierdo un insecto de respetables proporciones, que no ha sido posible
hacerle abandonar su escondite, y que, ahora, este médico (y señala una especie
de Dr. Swartz, armado con un instrumental digno del Jeremy Irons
de Inseparables) va a intentar acabar con él dentro de mi oído para extraerlo
posteriormente a trozos. El médico musita algo que no entiendo y que luego
interpreto como "el proceso es doloroso". Entonces me veo de pronto
siendo niño, y recuerdo repentinamente haber visto en el espejo las largas
patas de ese negro insecto moviéndose, asomando por mi oído.