25 de mayo de 2011

Elisabeth Roudinesco: "Freud comprendió que el hombre no era solamente neuronal, sino que estaba hecho de mitos, de fantasías, de cultura"

"La hostilidad actual hacia la doctrina freudiana es una prueba tanto de su éxito como de la pérdida de cierta concepción de la libertad humana en las sociedades occidentales. El desarrollo de una multiplicidad de métodos terapéuticos, que tienden a uniformizar el tratamiento del psiquismo bajo la etiqueta de una denominación de pacotilla (el psi), indican esa pérdida así como el declive de la noción de sujeto frente a la de individualidad. Así como el siglo XIX fue el de la psiquiatría y el manicomio, y el XX el del psicoanálisis y la sustitución del manicomio por sustancias químicas, el XXI será el de las psicoterapias de todo tipo, desde las más serias a las más peligrosas (como las sectas, por ejemplo), que se encargarán de las desgracias del psiquismo, contra las que nada pueden las sustancias químicas, en una sociedad cada vez más alienante y depresiva". Quien esto expresa es la historiadora y psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco (1944), actual Directora de Investigaciones en la Universidad París VII. Cuando en 2010 el filósofo Michel Onfray (1959) publicó en Francia "Le crépuscule d'une idole" (El crepúsculo de un ídolo), un brulote contra "la fabulación freudiana" en el que impugna la obra del padre del psicoanálisis acusándolo de mezquino, mentiroso, perverso, misógino, homofóbico, corruptor de menores, incestuoso, estafador y admirador de Hitler y Mussolini, la autora de la documentadísima biografía "Jacques Lacan. Esquisse d'une vie, histoire d'un système de pensée" (Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento) le respondió de manera fulminante en "Mais pourquoi tant de haine? L'affabulation d'Onfray" (¿Por qué tanto odio?). Exasperada por los embates que en los últimos tiempos está recibiendo el psicoanálisis en todo el mundo, en su ensayo Roudinesco investiga y refuta las dos mayores mentiras creadas contra Sigmund Freud (1856-1939): la del abuso de su propia cuñada y la de que favorecía la persecución de judíos, pergeñada mientras sus libros eran quemados por los nazis. La polémica generada por la publicación de ambos libros fue el motivo por el que, tanto Sylvain Courage (en el diario "Página/12" del 13 de marzo de 2011) como Héctor Pavón (en la revista "Ñ" nº 399 del 21 de mayo de 2011), la entrevistaran. Una edición de ambas entrevistas es lo que sigue a continuación.


¿Por qué las teorías de Freud siempre han generado cierto rechazo?

El odio hacia Freud ya se manifestó desde sus primeros escritos. Es de la misma naturaleza que el odio hacia Darwin. Freud aportó algo que parece intolerable a la humanidad. Es la revolución de lo íntimo. Es la explicación del inconsciente y de la sexualidad. Este es el primer escándalo, que aún sigue chocando. Así como todas las iglesias reprochan a Darwin el haber hecho del hombre un descendiente del mono, así también están resentidas contra Freud por haber hecho de la sexualidad algo normal y ya no algo patológico. En los inicios de Freud, todos los psicólogos se interesaban en la sexualidad, pero para reprimir las sexualidades que parecían perversas: los verdaderos perversos sexuales, por cierto, pero también y sobre todo las mujeres histéricas consideradas malsanas porque desviaban su cuerpo de la maternidad, los "invertidos" porque rechazaban la procreación, y los llamados "niños degenerados" porque se masturbaban. Era la gran pregunta en 1890/1900. Freud se esfuerza en responderla. Dice que para comprender la sexualidad humana hay que desprenderse de las descripciones puramente sexológicas. Dicho de otro modo, es normal que un niño se masturbe, ¡el asunto sólo se vuelve patológico si exclusivamente hace eso! Según Freud, la sexualidad perversa polimorfa está potencialmente en el corazón de cada uno de nosotros. No hay, por un lado, perversos degenerados y, por otro, individuos normales. Hay grados de norma y de patología. El ser humano, en lo que tiene de más monstruoso, forma parte de la humanidad. Y el niño está en el corazón de nosotros mismos. Por lo tanto, hay que liberar al niño y redefinir los criterios de la perversión. Para liberar a la mujer histérica de sus conflictos y de su sufrimiento, está la palabra.

¿Cuándo comienza la historia del odio contra Freud?

En 1905 se empezó a publicar un número muy importante de brulotes -libros polémicos, un brulote es una antorcha para encender un fuego-. Los primeros escritos incendiarios contra Freud emanaron de la derecha conservadora de medios católicos que lo acusaban de ser un degenerado, un destructor de la civilización, de la familia y de la moral, de haberles inventado una sexualidad a los niños. Y en realidad, Freud era más bien un conservador ilustrado, un emancipador de las mujeres que estaba a favor de la conservación de los valores de la familia y también del divorcio. Después Freud fue atacado por los nazis; se quemaron sus libros y también fue atacado por el estalinismo, por ser la imagen de la burguesía degenerada. Después de la Segunda Guerra fue bombardeado en Estados Unidos por los puritanos y por los defensores de las ciencias duras que consideraban que era una teoría superada, ridícula. Después salió "Le livre noir de la psychanalyse" (El libro negro del psicoanálisis), donde se revisa la historia y se inventan leyendas negras. Naturalmente, estoy a favor del cuestionamiento contra toda leyenda y hagiografía, ya sea que apunten a Lacan o a Freud.

Y entonces llegó Onfray...

Onfray sintetizó las críticas de la extrema derecha, las del puritanismo norteamericano y las de la extrema izquierda libertaria, o sea que es una verdadera estafa y una verdadera impostura. Sobre todo porque él no sabe nada de la historia de Freud ni del psicoanálisis; copió a los antifreudianos e hizo una lista de errores que son más bien divertidos y que su editor no corrigió. Onfray dice que Freud tuvo un hijo con su cuñada cuando ésta tenía 
cincuentiocho años, en 1923; que había conocido a Hitler, que había conocido a Göring, cuando en realidad no había ido a Berlín. Pero Onfray ya había escrito, por ejemplo, que Kant prefiguraba el nazismo... Tenemos ahí un monumento a la estupidez. Como no tiene reconocimiento universitario, tiene en su contra a todas las universidades.

¿Usted debatió alguna vez con Onfray?

Sí, habíamos hecho un debate en 2005 sobre religión y su libro "Traité d'athéologie" (Tratado de ateología) y otro sobre Freud en 2009, pero cuando estaba frente a mí le resultaba muy difícil hablar porque es ignorante. Después no quiso debatir más, rechazó todos los debates conmigo. Exigió discutir en televisión con quienes estuvieran a favor suyo. Es un fenómeno muy peligroso del populismo en Francia.

Pero... ¿usted no comparte ninguna crítica al psicoanálisis con Onfray?

¡Ah no! Yo comparto las críticas de historiadores y filósofos serios. Y él no es serio. Estoy muy de acuerdo con las críticas de Michel Foucault sobre el conservadurismo de los psicoanalistas, pero no puedo estar de acuerdo en nada con Onfray porque en primer lugar sólo sostiene errores. El se apartó de la historia crítica en la medida que inventa hechos. No es un libro polémico, es un libro falsificador de la verdad. Por mi parte, yo asumí la defensa de los homosexuales contra los psicoanalistas. Nunca consideré que Freud fuera un hombre de extrema izquierda pero no se puede decir que fuera fascista, nazi e incestuoso, o un mentiroso. Freud tenía muchos defectos, pero no ésos. En la actualidad, la historiografía freudiana es tan variada, tan rica que ya no hay necesidad de estar a favor o en contra de Freud, se está en una reflexión crítica sobre la obra de Freud. Yo me ubico más bien en esa tendencia, no del lado de quienes inventaron leyendas negras. El libro de Onfray es un libro de rumores, que inventa complots.

Pero lo que sí es cierto es que el psicoanálisis tiene verdaderos enemigos dentro de sus filas: hay conservadores, gente que no se adapta a los cambios sociales...

Mire, no se puede mirar la historia del psicoanálisis como una entidad monolítica. Existen varias tendencias de lacanianos, freudianos clásicos, kleinianos; es un medio donde se mantienen las peleas entre las diferentes capillas. Hay conservadores y hay progresistas. ¿Usted sabe que hay sesenta escuelas psicoanalíticas en Buenos Aires? El error de todos los que inventan estas leyendas negras es imaginar que todo eso es monolítico y que habría una suerte de gran secta psicoanalítica que sólo pensaría en términos de ortodoxia. No se puede tratar la historia del psicoanálisis como si sólo hubiera malos. Toda historia maniqueísta hay que rechazarla, no funciona. Yo tuve muchas polémicas con lacanianos ortodoxos y con freudianos ortodoxos. Cuando un psicoanalista es conservador al punto de ser homofóbico, cuando colabora con una dictadura, hay que criticarlos.

Y, ¿cuáles son las críticas que usted le hace a Freud?

Era intransigente. No soportaba bien los ataques contra su autoridad, estaba convencido de que no debía enseñarse el psicoanálisis en la universidad salvo que fuera enseñado por los propios psicoanalistas. Freud fue capaz de polemizar, por ejemplo, con los defensores de Melanie Klein. De modo que Freud no era un dictador monstruoso reaccionario, misógino y homófobo. Y en la actualidad, tampoco se ve a Freud como un personaje de leyenda, un santo o un hombre al que no se puede criticar. Freud era bastante simple en su vida privada. No tuvo transgresiones mayores. Es falso que mantuviera una relación sexual con la cuñada. Fue complicado con su propia hija: no quería que se casara, la analizó; pero, mire, Freud no era un hombre espantoso, transgresor, malo. Freud era, en resumidas cuentas, bastante normal.

También siempre se ha reprochado al psicoanálisis el no ser una ciencia. ¿Qué relación mantiene Freud con las ciencias naturales, de las que reclama formar parte en sus inicios?

Muy temprano, a partir de 1896, Freud, que era médico, abandonó el modelo neurológico. Más allá de lo que digan quienes querrían ver hoy en él a un partidario antes de tiempo de las neurociencias, comprendió que había que romper con las mitologías cerebrales. Esperaba que algún día progresara la medicina del cerebro. No tenía nada en contra de la ciencia. Pero fundó el psicoanálisis a partir de otra racionalidad que no es del mismo orden que la de las ciencias naturales. Comprendió que el hombre no era solamente neuronal, sino que estaba hecho de mitos, de fantasías, de cultura. Y ubicó la tragedia griega -la de Sófocles (Edipo)-, pero también la conciencia culpable de Hamlet, en el centro de la subjetividad. En resumen, el psicoanálisis es una ciencia humana al igual que la antropología: no es una rama de la neurología. Y si biologizamos las ciencias humanas caemos rápido en el oscurantismo, e incluso en el ocultismo: descubrimos causalidades allí donde no las hay. El desencadenante psíquico de las enfermedades orgánicas -el cáncer, por ejemplo- no está en absoluto probado científicamente, y si confundimos todo, aterrorizamos a la gente al hacerle creer que, si tiene una vida psíquica "higiénica" no tendrá enfermedades, lo que es opuesto a lo que dice la ciencia médica y también al orden natural del mundo y de la vida.

¿Cuál es, según su opinión, la especificidad de la crítica de Freud en Francia?

En Estados Unidos, el puritanismo aliado al cientificismo alimenta los ataques contra el freudismo. El debate historiográfico se centró, por ejemplo, en la sexualidad de Freud. ¿Acaso se acostó con su cuñada en 1898? Según el gran rumor norteamericano, completamente inventado, Freud la habría embarazado y obligado a abortar. En Francia, este tipo de polémica no prende. Originalmente, la elite intelectual se apoderó de las tesis de Freud. Los surrealistas y los progresistas vieron en ellas una revolución, en la línea del "yo es otro" de Rimbaud. En el contexto del caso Dreyfus, el freudismo se vio asociado a la ideología de 1789. Pero nuestra historia es de dos caras: Francia generó Valmy y Vichy. Desde esa época, asistimos a una lucha feroz entre los partidarios de una psicología francesa con eje en la fisiología -Théodule Ribot o Pierre Janet- y el freudismo considerado como una "ciencia boche", antinacional, especulativa. No hay que olvidar que un buen número de psicólogos franceses también fueron teóricos de la desigualdad de los pueblos y las razas a fin de justificar la colonización. Es por eso que suele haber en Francia una confluencia inconsciente entre antifreudismo, racismo, chauvinismo y antisemitismo, fundada en el odio de las elites y el populismo. En los años '70, Pierre Debray-Ritzen hizo resurgir el viejo fondo antijudeocristiano tratando al psicoanálisis de "ciencia judía". Y también el libelo antifreudiano de Jacques Bénesteau. Los eternos complots y fabulaciones atribuidos a los psicoanalistas por los adeptos del conspiracionismo son discutibles.

¿Estas polémicas no provienen sobre todo del hecho de que el psicoanálisis fue superado por el progreso médico?

En lo más mínimo. Después de la Segunda Guerra Mundial ocurrió la revolución de los psicotrópicos y, en especial, de los neurolépticos. Eso permitió suprimir el asilo. Los medicamentos de la mente permitieron poner fin a las camisas de fuerza. Pudimos tratar, o al menos estabilizar, las psicosis, pero no las neurosis, ni siquiera las depresiones. Y los tratamientos medicamentosos no alcanzan en ningún caso. En verdad, para tratar las psicosis, hay que asociar la administración razonada de psicotrópicos con curas psíquicas basadas en la palabra, y también hay que ocuparse de reintegrar a los enfermos en la ciudad. Ahora bien, este triple enfoque, el único que permite progresar, cuesta muy caro. Es por eso que las sociedades occidentales prefieren renunciar a él y conformarse con una ideología cientificista en apariencia menos costosa.

¿Cómo se manifiesta esta ideología cientificista?

Se impuso con la nomenclatura del "Diagnostic and statistical manual of mental disorders"
(Manual de diagnóstico estadístico de trastornos mentales, DSM). De origen norteamericano, este nuevo mapa de las clasificaciones, adoptado por la Organización Mundial de la Salud, se supone que sirve para hacer un repertorio de los trastornos psíquicos a fin de prescribir los tratamientos. A todos los médicos se les impone. Pero, según mi opinión, es pura ideología. Decidieron creer que todo refería a un mecanismo cerebral. En lugar de considerar al sujeto según lo que vive, sólo se toman en cuenta sus comportamientos. El problema, por consiguiente, es que ya no se sabe quién está loco y quién no. ¿Usted chequea tres veces si su puerta está bien cerrada? Está angustiado, por lo tanto, es un enfermo mental. No se preocupan en saber a qué reenvían los comportamientos. El sujeto está cortado, dividido, normado. Ya no quieren saber nada de la intimidad. A tal punto que la influencia del DSM dio pie a una revuelta de los propios sujetos, en especial contra el proyecto de incluir en el DSM, en preparación para 2013, las nuevas adicciones a Internet y otros medios como si fueran drogas dañinas. Sin embargo, sabemos bien que para determinar si alguien está realmente alienado por su adicción hay que pasar por la palabra y oír lo que tiene para decir. En la próxima entrega del DSM, también está previsto anexar los comportamientos sexuales bajo el ángulo de las adicciones. En este ámbito, ¿dónde está la norma? ¿Cuántas veces por semana? ¿Cómo? Nos hallamos en un callejón sin salida.

Ante la competencia de otros enfoques, en especial, las terapias cognitivas conductuales (TCC), ¿la cura analítica clásica debe evolucionar?

Creo que sí. Hemos asistido a la rigidificación de la cura clásica: hoy, el silencio del analista durante años ya no es aceptable, si es que alguna vez lo fue. De allí proviene el éxito de las terapias conductuales y cognitivas, que pretenden frenar los síntomas de las enfermedades psíquicas que nos son presentadas como los males del siglo: fobias, trastornos obsesivo-compulsivos, pérdida de autoestima, etcétera. Por comparación, se les reprocha a los analistas su no intervención sobre los síntomas. Ahora bien, el análisis puede responder mucho mejor que las TCC. Pero es necesario, sin embargo, proponer curas cortas y activas como las que practicaba el propio Freud. Todo debe reinventarse en el campo clínico de manera que la cura se adapte a cada sujeto.

El movimiento psicoanalítico, dividido en una multiplicidad de capillas enfrentadas, ¿puede reaccionar?

Al estructurarse, el movimiento psicoanalítico se volvió conservador corporativo. En los años 1930/1960, la refundición kleiniana, que puso en evidencia el papel central de la madre, luego la revolución lacaniana (1950/1970), que asoció psicoanálisis y teoría del lenguaje, aportaron ideas novedosas. Pero estas revoluciones produjeron también nuevos conformismos. Esto se hizo visible de manera notoria cuando la emancipación de las mujeres, y después la de los homosexuales, vino a chocar contra la vulgata freudiana. Hubo que rever el viejo modelo patriarcal, revisar las viejas concepciones de la sexualidad femenina, permitir a los homosexuales convertirse en psicoanalistas y padres. Después de haber sido atacado por la derecha, el freudismo fue sacudido por la izquierda y por brillantes filósofos de quienes estuve cerca: Deleuze, Derrida, Lyotard, etcétera. Y la crítica ha sido fecunda. Hoy, lamentablemente, la mayoría de los analistas parecen dejar de lado el compromiso ciudadano. Están despolitizados y suelen ignorar su historia, lo que les impide ser eficaces en la lucha ideológica que los antifreudianos radicales llevan en su contra. Por otro lado, demasiados psicoanalistas se aferran a tesis de otra época condenando, por ejemplo, la familia monoparental, homoparental o la gestación en vientre de alquiler, aun cuando estas nuevas formas de filiación son perfectamente pensables y los conciernen de lleno.

¿Cómo reaccionó el mundo intelectual francés con Onfray?

Hay una hostilidad total con Michel Onfray. Pero es normal porque antes del caso Freud él tenía en su contra a toda la filosofía universitaria, las religiones, sobre todo porque dijo que el cristianismo prefiguraba el nazismo. E incluso, en Francia, desde el punto de vista político fue rechazado por los trotskistas y por el Nuevo Partido Anticapitalista, por ejemplo.

¿De verdad nadie lo apoya?

Políticamente lo apoya Jean Luc Mélenchon, un hombre de izquierda un poco populista. Sintió simpatía por Onfray porque creó una universidad popular fuera de la academia. Pero en líneas generales, tuvo en su contra a los filósofos, a los historiadores, a los católicos, la derecha y la izquierda. Lo que para mí fue divertido. Nunca vi semejante unanimidad.