En un cuento de Cortázar hay una cita de Heráclito: "El tiempo, un niño que juega y mueve las piezas". Esta imagen la evoco cada vez que pienso en circunstancias relacionadas con la administración del tiempo en mi trabajo. Aunque en rigor, no creo que uno sea quien en verdad administra ni las horas de labor ni el desarrollo de la obra misma. Esta se desenvuelve en términos de su propia necesidad de realización, uno sólo se deja llevar por el tiempo como su aliado en principio y luego por el dictamen de su independencia. La música logra penetrar en mi producción como un emergente sensorial que circula desde el presente al pasado, del recuerdo real a la imagen desconocida, sin que lo advierta en términos de cambio, como una luz entre lo fantástico y lo racional. Pero éste es un juego que no advierte reglas seguras.
¿Diría que sus dibujos son atemporales?
No podría decirlo así. Aunque nadie puede sustraerse de su presente histórico, ni de la influencia más allá de los "ismos", estilos o modas, que lo involucran como pertenencia de su época, de la definición del espacio y el tiempo que le ha tocado vivir. Pero no obstante, advierto que en mi trabajo suele haber cierta nostalgia, algo que parece no ubicarse en el presente más inmediato. Soy un producto de los sesenta. Y a pesar de que en mi obra no se adviertan signos del arte psicodélico o del pop art, en algún punto debo haber hecho un registro no consciente. Sí lo he hecho con el surrealismo o el realismo mágico por ser para mi desarrollo los más afines. Por lo pronto es allí donde me ubico en mi origen como artista, sin que esto implique responder a tendencias de esa época. Mi obra no procura apropiarse de un tiempo ni busca un punto de apoyo específico, es azarosa y modificable según se formula a sí misma. Trato de alcanzar la forma del alma humana, esa búsqueda de la perfección, esa larga paciencia involucrando la música como componente no traducible en formas visibles pero presente.
¿Qué ocurre cuando entrega su obra a otros? ¿Siente que ya no le pertenece, o es posible que algo de ella permanezca para constituirse más tarde en un componente más de su imaginación?
Algo de todo eso encuentro al repasar mis trabajos, pero veo que conviven con proyectos e ideas, con imágenes en estado de ebullición constante: por lo tanto es difícil pensarlos en términos de objetos dispuestos para su manufactura, más bien me siento algo así como un periférico del mercado. Aunque no me creo un artista perdido en la autocomplacencia de la realidad artística. Trato de mantener mi trabajo alejado de cualquier asignación estética; pero cierta parte de mi producción la debo pensar en términos de oficio, y la ilustración no siempre le da lugar al artista libre que uno aspira a ser. Pero a ese costado del arte que está más ligado al "valor metafísico", no puedo concebirlo de otra forma sino como parte de mi ser y en alguna medida lo que me justifica ante la vida. Como dice Artaud: "Somos cuarenta poemas, después la nada que nos reviste". No creo ser otra cosa más que alguien intentando superarse en cada obra y no más que eso, un montón de dibujos, que son mi visión del mundo. Creo en el artista del trabajo, tocado tal vez por algo peculiar, pero que hace su tarea sin pensarse como una excepción. Sólo que a través de su labor llega a indagarse entregado a lo placentero y a lo trágico de la existencia.
¿Cuál es el género que tiene más presencia en su obra?
No suelo pensar en un tema determinado y abocarme luego a resolverlo plásticamente. Viene en el mismo envoltorio del inconsciente, donde mi labor es mínima, casi diría la de un mero traductor que tiene un porcentaje altísimo de la obra resuelta. Pero donde más se evidencia esa presencia de los géneros es cuando el automatismo psíquico se libera y sólo oigo el dictado de la imaginación. En la serie de trabajos que estoy reuniendo bajo el título de "Húmedo y Vertical-Surrealismo Erótico", se evidencia esta confluencia de los géneros pero dentro de lo caótico, de una búsqueda en la que hay cierta preponderancia de un género sobre otro y que obedece a razones estéticas, que tienen su raíz en el mundo de lo femenino por atractivo, multifacético y en un sentido más profundo, por el misterio y su fascinación que desde la mirada masculina parte del cuerpo de la madre hasta llegar al amor de la primera mujer, es más cercano a la belleza y la perfección. Aunque en gran medida también responde a los fantasmas y obsesiones que forman parte de la pulsión y el juego original de la libido. Si bien una temática como la del erotismo tiene sus límites, encuentro que se genera sólo percibida por la claridad que viene de ese estado "divino" de la niñez. En este período de intuición o trastorno místico, lo que en un término deleuziano sería el "caos-cosmos". Al no poder forzar el rumbo de las imágenes, siento que son arbitrarias en ese sentido, selectivas en su propia gestación. Son excepciones que se permite la conciencia. Vuelvo a recordar a Nietzsche al decir: "Son los estados de excepción los que condicionan al artista: todos aquellos que están profundamente emparentados y entrelazados con fenómenos morbosos, de modo que no parece posible ser artistas y no estar enfermos". En ese campo de la inconsciencia en que se genera parte de mi temática, de fijaciones, está el núcleo más puro de nuestra naturaleza. Creo tener la fortuna de exteriorizar en parte ese universo interior propio, transpolarlo a lo cotidiano, a la superficie de la realidad. Aunque en apariencia su implicancia parezca ajena y no gravitara en el mundo de lo tangible. En lo personal es lo que me ayuda a seguir formulándome preguntas. Es la parte del león que me ha tocado en suerte.