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Hitchcock, que ya era un realizador exitoso cuando dejó a Inglaterra en 1939, obtuvo en los Estados Unidos un continuado suceso comercial que lo convirtió en un poderoso hombre de negocios hasta el punto de convertirse en uno de los mayores accionistas de la compañía Universal. Sin embargo, el reconocimiento de la crítica llegaría después, a fines de los años cincuenta, por medio de la revista francesa "Cahiers du cinema". Hacia el final de su vida, el libro de entrevistas con Francois Truffaut (1932-1984), "Le cinéma selon Alfred Hitchcock" (El cine según Hitchcock), donde expuso retrospectivamente su teoría y su práctica, lo consagró definitivamente como un maestro del cine. Además de sus películas, Hitchcock realizó varias series de historias cortas y produjo dos series de enorme éxito para televisión: "Alfred Hitchcock presents" (Alfred Hitchcock presenta) entre 1959 y 1962, y "The Alfred Hitchcock hour" (La hora de Alfred Hitchcock entre 1963 y 1965, ambas con una notable audiencia e inmensamente populares, en las que el director realizaba la introducción y la selección de guiones.
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También incursionó en el ambiente editorial compilando historias de terror y suspenso de diversos escritores del género. Entre las numerosas antologías figuran "Stories not for the nervous" (Prohibido a los nerviosos), "Stories that scared even me" (Relatos que me asustaron), "Supernatural tales of terror and suspense" (Historias sobrenaturales de terror y suspenso), "Stories to be read with the lights on" (Historias para ser leídas con las luces encendidas) y "Bleeding hearts" (Corazones sangrantes).
Precisamente en este último, Hitchcock escribió un curioso prólogo en el que caviló de manera humorística sobre las computadoras. El texto dice así:
Tengo una noticia que a mi entender es alentadora para el mundo: las computadoras son humanas. Empecé a descubrirlo hace algunas semanas al recibir una factura, por compras hechas con tarjeta de crédito, en la que figuraba un débito de casi 10 dólares por un artículo que yo no había adquirido. Esta no fue mi primera experiencia al respecto. En las ocasiones anteriores comuniqué la anomalía, por carta, a la compañía emisora de las tarjetas de crédito. Su reacción fue decididamente de carácter defensivo y hasta diría que casi ofensiva. Me informaron que la confección de las facturas estaba encomendada a una computadora y que estas máquinas son por naturaleza incapaces de cometer errores humanos lo cual hacía imposible que la factura estuviera equivocada. Los sucesivos diferendos que he tenido con la mencionada compañía están todavía en los tribunales.
Como no estoy dispuesto a seguir iniciando pleitos indefinidamente, esta vez le escribí directamente a la computadora encabezando la carta: "Estimado Sr. o Sra.". Quizás por haberme dirigido a la máquina como a un igual y no como a un autómata sin rostro, mereció mi queja una lectura comprensiva. Sea por lo que fuere, el caso es que recibí una pronta respuesta. "Querido Sr. Hitchcock" -comenzaba la carta de la computadora-: "No soy ni Sr. ni Sra., sino Srta.; pero ¿cómo iba usted a saberlo? Por lo que se refiere a su queja le confieso que no me sorprendería en lo más mínimo el hecho de haberle cargado diez libros de más. Estos días no estoy en mis cabales. A la plana mayor de esta usina le dio un ataque agudo de economía y hace seis meses que no me cambian el aceite. ¿Qué haría usted si le doliese un electrodo? Vi uno de sus viejos films en el televisor que tiene en su oficina el jefe de computación. Me apasionó".
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Por supuesto que no me gustó nada el hecho de que ni siquiera mencionara el error que había cometido en mi factura. Más aún, me tenía preocupado la desazón mental de la computadora. Parecía haber un atisbo de desesperación en la enigmática referencia a la compañía IBM. De inmediato le informé por telegrama que, en realidad, tenía un amigo que a su vez tenía un amigo que conocía a un empleado de IBM. La respuesta llegó por correo urgente. "Querido Hitch" -escribía la computadora-: "Vamos a hablar sin rodeos. Se corre el rumor de que IBM ha desarrollado una computadora cuya eficiencia aventaja en un 26,6 % al modelo que soy yo. No me interpretes mal. No estoy contra el progreso. Pero, Hitch, todavía no estoy preparada para pasar a retiro. Para serte franca, no tengo ni un centavo ahorrado. Lo peor del caso es que, ante el temor de lo que pueda sucederme, siento deseos de pasarme al bando de los malos. He estado considerando la posibilidad de hacer arreglos fraudulentos con algunos de los clientes que nos adeudan cantidades importantes de dinero. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? Hitch, ¡haz algo!".
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Uno o dos días después de haber puesto a la computadora al corriente de los hechos, recibí una nueva comunicación. "Hitch, muchacho" -encabezaba alborozada la computadora-: "Gracias a ti me siento como un millón elevado a la millonésima potencia. Así que me van a dar una inyección de siliconas ¿eh? Está bien, pero cuando se tiene una figura como la mía, 47-47-47, no hay riesgo de que siente mal. Gracias otra vez por haber usado tu influencia en IBM. Una buena acción desencadena otra". En la próxima factura que recibí me encontré con un crédito por 10 dólares. Ante la posibilidad de que el lector piense qué yo he recurrido a mi amiga la computadora para producir los relatos que se agrupan en este volumen, permítaseme apresurarme a asegurar que eso no es cierto. Todos ellos reconocen su origen en la diestra pluma de buenos conocedores del arte de escribir.
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