Eduardo Santellán (1951) es un dibujante, ilustrador e historietista argentino de formación autodidacta que completó sus estudios de dibujo y pintura en la Asociación Estímulo de Bellas Artes. Con una fuerte impronta del surrealismo y la estética psicodélica en los primeros años de su profesión, a lo largo de sus más de tres décadas de labor se ha consolidado como un artista singular, de abundante imaginación y técnica impecable. Sus primeros trabajos fueron para la mítica revista "Expreso Imaginario" a los que siguieron colaboraciones para un gran número de publicaciones como "Descubrir", "El Brulote", "El Péndulo", "El Periodista", "El Tajo", "Fierro", "Húrra", "Lezama", "Mutantia", "Nómada", "Periscopio", "Quark", "Skorpio", "Sudestada" y "Trix Hemocomics", en las que realizó ilustraciones para las tapas e historietas. También ilustró libros de cuentos infantiles y textos escolares y es responsable de las tapas de los discos de rock "El valle interior" de Almendra y "Bajo Belgrano" de Spinetta Jade. La siguiente entrevista fue realizada por la profesora y licenciada en Ciencias de la Educación Adriana Russo para el nº 7 de la revista "Nómada" de octubre de 2007.
Nietzsche propone una definición para el arte creativo: "El artista produce lo bueno, lo mediocre y lo malo, es su criterio extremadamente agudo el que ordena, descarta, clasifica". Considero que este "criterio" es el ordenador entre esas dos instancias que en principio aparecen como antagónicas. En términos relativos entendemos que la técnica puede ser un obstáculo o una facilidad a la hora de encarar un trabajo, pero en términos concretos se produce un efecto inverso si supeditamos la intervención de ambas dimensiones como únicos presupuestos. En un caso la ausencia de técnica puede generar un producto puro y despojado de todo cálculo pero a la postre rústico, deslucido, convirtiendo a veces muy buenas ideas en intentos fallidos que se quedan a medio camino. Pero la sobrestimación de la técnica, cierto sometimiento al hechizo de su perfección puede ser un engaño, un artificio del que es preferible prescindir. En mi dibujo intento, desde los primeros bosquejos de un trabajo hasta la ejecución sistemática, evitar cualquier especulación. Cuando se decide cómo se abordará una obra, uno también elige la inclusión de los materiales a utilizar, que en algún sentido son determinantes del resultado final y la técnica es algo que se lleva naturalmente a cabo según las necesidades que van surgiendo.
¿Esto fue así desde sus inicios?
En mis primeros dibujos, por mi condición de autodidacta pensaba que lo técnico me restaría libertad, e inclusive por cierto desborde de mi propia imaginación, lo que me hacía despreciar cualquier orden. Con el tiempo y procurando hallar otros recursos expresivos entendí que la imaginación no está exenta de la razón. Por el contrario, razón y técnica son como cartas de navegación que ordenan y permiten ejercer un dominio sobre lo que va revelándose a medida y según se avanza. Trato en lo posible de ejercer la menor presión sobre estos dos términos al parecer opuestos, que intervengan de manera equilibrada y armónica, para que tampoco estén reñidos con la expresividad y el lenguaje. En ese sentido doy todo el crédito a mi juicio, a mi criterio. Esto no es un sometimiento a lo racional, más bien potencia la libertad, plantea otros espacios, hace de la imaginación un elemento claro y liberador, sin traicionar su verdadera esencia.
Puede inferirse que existe una suerte de revelación desde el nacimiento de la idea, pasando por la ejecución sistemática, hasta llegar al dibujo como resultado final. ¿Cuál es entre sus dibujos el más representativo de aquel otro de su original imagen?
Debo hacer una diferencia entre lo que es una obra planificada a partir de una idea, y lo que nace del automatismo psíquico y que consiste precisamente, en desechar todo plan a priori. Esta condición que viene desde mis inicios y que utilizo como recurso de búsqueda, de mi identidad expresiva, hace en algún sentido de la imaginación la materia prima de mi obra, es en sí misma un ejercicio de libertad. Bajo estas condiciones, desarrollo como propuesta inicial el pensamiento en su "embriaguez dionisíaca" (ese principio irracional del hombre), la mirada aferrada a lo mágico y a su revelación sin acuerdos básicos de perspectivas, ángulos o encuadres. Es cierto, hay un trabajo que está unido a las ideas y a la aplicación más ordenada del imaginario, pero que lleva en sí el tratamiento paciente y artesanal del oficio. Es en estos trabajos en los que, a partir de una idea y la aplicación de la técnica, los bosquejos, una gran inversión de tiempo y trabajo, comienza a desarrollarse un acercamiento a la imagen que se originó en un comienzo. Convengamos que nunca esa traducción al plano de lo material puede ser exacta, pero mantener la mayor fidelidad es una tarea que requiere alguna destreza pero sobre todo una enorme paciencia. En principio para no traicionarse uno mismo y luego para solazarse con el producto que genera la propia mente.
Cuando se entrega a esa "embriaguez dionisíaca", ¿la música que lo acompaña, es fuente de motivación o simple telón de fondo?
Confieso que mantengo una relación de tipo patológica con la música. Es tal mi dependencia que no sé si dibujo escuchando música o si en realidad escucho música y el dibujo es un ardid para legalizar esta actividad. A veces pongo el piloto automático para que realice la tarea progresiva del trabajo, mientras yo me pierdo en los fraseos y el ritmo. Cuando escucho música clásica siento abrirse grandes espacios de conciencia, ideas, sentimientos o recuerdos. Pero es en el jazz donde creo que se fusiona con mayor objetividad ese diálogo entre mi dibujo y los sonidos, algo de eso debe transcribirse en mis obras ya que siento que se establece una sintonía con el buen humor y la exaltación de los sentidos, y en mi caso particular una relación directa con la belleza. Algunas veces suelo dejar de escuchar música grabada durante algunos días, para disfrutar del silencio. Como vivo en una zona semiurbana, puedo oír el canto de los pájaros que por aquí abundan, o en el crepúsculo, las voces de los niños que juegan a lo lejos (y que suenan distinto a esa hora de la tarde, lejanas pero amplificadas y espaciales), son como ecos de mi propia infancia. Es otra forma de música que también aprecio y disfruto.
Dice que la música sinfónica lo ubica en un tiempo no datable, salvo para su devenir interior... ¿Cuál es el tiempo que atrapa su obra?
En un cuento de Cortázar hay una cita de Heráclito: "El tiempo, un niño que juega y mueve las piezas". Esta imagen la evoco cada vez que pienso en circunstancias relacionadas con la administración del tiempo en mi trabajo. Aunque en rigor, no creo que uno sea quien en verdad administra ni las horas de labor ni el desarrollo de la obra misma. Esta se desenvuelve en términos de su propia necesidad de realización, uno sólo se deja llevar por el tiempo como su aliado en principio y luego por el dictamen de su independencia. La música logra penetrar en mi producción como un emergente sensorial que circula desde el presente al pasado, del recuerdo real a la imagen desconocida, sin que lo advierta en términos de cambio, como una luz entre lo fantástico y lo racional. Pero éste es un juego que no advierte reglas seguras.
¿Diría que sus dibujos son atemporales?
No podría decirlo así. Aunque nadie puede sustraerse de su presente histórico, ni de la influencia más allá de los "ismos", estilos o modas, que lo involucran como pertenencia de su época, de la definición del espacio y el tiempo que le ha tocado vivir. Pero no obstante, advierto que en mi trabajo suele haber cierta nostalgia, algo que parece no ubicarse en el presente más inmediato. Soy un producto de los sesenta. Y a pesar de que en mi obra no se adviertan signos del arte psicodélico o del pop art, en algún punto debo haber hecho un registro no consciente. Sí lo he hecho con el surrealismo o el realismo mágico por ser para mi desarrollo los más afines. Por lo pronto es allí donde me ubico en mi origen como artista, sin que esto implique responder a tendencias de esa época. Mi obra no procura apropiarse de un tiempo ni busca un punto de apoyo específico, es azarosa y modificable según se formula a sí misma. Trato de alcanzar la forma del alma humana, esa búsqueda de la perfección, esa larga paciencia involucrando la música como componente no traducible en formas visibles pero presente.
¿Qué ocurre cuando entrega su obra a otros? ¿Siente que ya no le pertenece, o es posible que algo de ella permanezca para constituirse más tarde en un componente más de su imaginación?
Algo de todo eso encuentro al repasar mis trabajos, pero veo que conviven con proyectos e ideas, con imágenes en estado de ebullición constante: por lo tanto es difícil pensarlos en términos de objetos dispuestos para su manufactura, más bien me siento algo así como un periférico del mercado. Aunque no me creo un artista perdido en la autocomplacencia de la realidad artística. Trato de mantener mi trabajo alejado de cualquier asignación estética; pero cierta parte de mi producción la debo pensar en términos de oficio, y la ilustración no siempre le da lugar al artista libre que uno aspira a ser. Pero a ese costado del arte que está más ligado al "valor metafísico", no puedo concebirlo de otra forma sino como parte de mi ser y en alguna medida lo que me justifica ante la vida. Como dice Artaud: "Somos cuarenta poemas, después la nada que nos reviste". No creo ser otra cosa más que alguien intentando superarse en cada obra y no más que eso, un montón de dibujos, que son mi visión del mundo. Creo en el artista del trabajo, tocado tal vez por algo peculiar, pero que hace su tarea sin pensarse como una excepción. Sólo que a través de su labor llega a indagarse entregado a lo placentero y a lo trágico de la existencia.
¿Cuál es el género que tiene más presencia en su obra?
No suelo pensar en un tema determinado y abocarme luego a resolverlo plásticamente. Viene en el mismo envoltorio del inconsciente, donde mi labor es mínima, casi diría la de un mero traductor que tiene un porcentaje altísimo de la obra resuelta. Pero donde más se evidencia esa presencia de los géneros es cuando el automatismo psíquico se libera y sólo oigo el dictado de la imaginación. En la serie de trabajos que estoy reuniendo bajo el título de "Húmedo y Vertical-Surrealismo Erótico", se evidencia esta confluencia de los géneros pero dentro de lo caótico, de una búsqueda en la que hay cierta preponderancia de un género sobre otro y que obedece a razones estéticas, que tienen su raíz en el mundo de lo femenino por atractivo, multifacético y en un sentido más profundo, por el misterio y su fascinación que desde la mirada masculina parte del cuerpo de la madre hasta llegar al amor de la primera mujer, es más cercano a la belleza y la perfección. Aunque en gran medida también responde a los fantasmas y obsesiones que forman parte de la pulsión y el juego original de la libido. Si bien una temática como la del erotismo tiene sus límites, encuentro que se genera sólo percibida por la claridad que viene de ese estado "divino" de la niñez. En este período de intuición o trastorno místico, lo que en un término deleuziano sería el "caos-cosmos". Al no poder forzar el rumbo de las imágenes, siento que son arbitrarias en ese sentido, selectivas en su propia gestación. Son excepciones que se permite la conciencia. Vuelvo a recordar a Nietzsche al decir: "Son los estados de excepción los que condicionan al artista: todos aquellos que están profundamente emparentados y entrelazados con fenómenos morbosos, de modo que no parece posible ser artistas y no estar enfermos". En ese campo de la inconsciencia en que se genera parte de mi temática, de fijaciones, está el núcleo más puro de nuestra naturaleza. Creo tener la fortuna de exteriorizar en parte ese universo interior propio, transpolarlo a lo cotidiano, a la superficie de la realidad. Aunque en apariencia su implicancia parezca ajena y no gravitara en el mundo de lo tangible. En lo personal es lo que me ayuda a seguir formulándome preguntas. Es la parte del león que me ha tocado en suerte.