LA MARIPOSA
Salvador Elizondo
México (1932-2006)
Miro la agonía de una vieja falena destruida por el mediodía clarísimo. Agita, sobre el céped, las alas carcomidas y sólo las nervaduras deshilachadas se mueven a veces, espasmódicamente, como en una memoria torpe de aleteo. Me acerco a contemplarla. Es un simulacro perfecto de la descomposición de la materia orgánica. Parece que está muerta; pero mi cercanía provoca sacudimientos convulsivos y desfallecientes. Otra vez intenta incorporarse en un remedo impotente de vuelo; pero las alas decrépitas sólo se agitan como si fueran estertores. La está devorando el dios del mediodía que sólo se alimenta de viejas mariposas. La mariposa es un animal instantáneo inventado por los chinos. Estos objetos se fabrican, generalmente, de finísimas astillas de bambú que forman el cuerpo y las nervaduras de las alas. Estas están forradas de papel de arroz muy fino o de seda pura y son decoradas mediante un procedimiento casi desconocido de la pintura secreta china llamado Fen Hua y que consiste en esparcir sutilmente unos polvillos coloreados sobre una superficie captante o prensil formando así los caprichosos diseños visibles en sus alas. En el interior del cuerpo llevan un pedacito de papel de arroz con el ideograma mariposa que tiene poderes mágicos. Los fabricantes de mariposas aseguran que este talismán es el que les permite volar. Los que se ocupan de estas cosas, los letrados -censores o sinodales-, también algunos de nuestros generales que con frecuencia consultan el augurio llamado de la mariposa o Pu Hu, para saber el resultado de las campañas que emprenden, dicen que las mariposas fueron inventadas, como todas las cosas que hay en China, por el Emperador Amarillo que vivió en la época legendaria del Fénix y a quien también se debe la invención de la escritura, de las mujeres y del mundo.
EL VIEJO TITIRITERO Y LA MUERTE
Javier Villafañe
Argentina (1909-1996)
Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el camino lo atajó la Muerte. Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha -su acostumbrado cuerpo, su piel- y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:
- Respetable señora, le ruego espere unos minutos. El -y señaló al titiritero- jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?
La Muerte dio un paso atrás. El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:
- Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.
Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.
TOQUE DE QUEDA
Omar Lara
Chile (1941)
- Quédate -le dije.
Y la toqué.
EL HOMBRE QUE PEDIA DEMASIADO
Alejandro Dolina
Argentina (1944)
Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones... Y también juventud, poder, fuerza, salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también renombre, fama, gloria y buena suerte... Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me darás todo eso?
Satanás: No te daré nada.
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece).
LOS DEDOS DE LA MUERTE
Earle Herrera
Venezuela (1949)
Desperté esta extraña y triste mañana y me encontré con que todos mis dedos estaban convertidos en largos lápices. Asombrado me estrujé la cara ante la duda de si estaba totalmente despierto y lo que conseguí fue rayármela por todas partes. Caminé durante largo rato por el cuarto y una vez recuperado de la sorpresa y resignado a mi nueva y absurda fisonomía, decidí que debía buscar la manera de adaptarme a ella. En una página en blanco de mi diario intenté registrar tan traumática metamorfosis, pero me di cuenta que cada dedo, o mejor (oh, tantos años llamando dedos a las partes más delgadas de mis manos) que cada lápiz escribía algo distinto. El lápiz pulgar, en trazos gruesos, escribió sobre la muerte de alguien. El meñique, el más débil de todos, apenas trazó una endeble línea recta y se acostó sobre ella. El índice dibujó un sol negro de polos achatados y se quedó señalando hacia él. El medio, con firme grafía, anotó: "El centro y no el fin de la vida es la muerte, hacia ella todos convergemos: nos arrastra una pasión centrípeta". El anular se quejó de su condición de reo y maldijo al anillo que hace tantos años lo aprisiona. Los lápices de la mano izquierda lo único que hacían era garabatear, como borrachos, pero de pronto todos a la vez escribieron la misma frase, por lo que hube de leerla cinco veces: "Mañana, amo nuestro que siempre nos has esclavizado, amanecerás convertido en tintero y te vamos a beber". Yo, aterrado, para no darle oportunidad a su venganza, me los clavo de un solo golpe en la garganta.
LOS ANIMALES DEL GENESIS
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)
Recién expulsado del Paraíso, Adán hizo una aparición espectacular entre los animales. Todos reconocieron en él, inmediatamente, a alguien más fuerte que cualquier criatura del mar, del cielo y de la tierra. Pero mientras algunos, con tal de librarse de la obligación de buscar por sí mismos el sustento, corrieron a sometérsele, otros, orgullosos de su libertad y de su individualidad, prefirieron mantenerse apartados. A estos últimos Adán los llamó fieras salvajes.
LOS PLANES EN MI VIDA
Alejandro Ramírez Giraldo
Colombia (1980)
Estoy seguro que todos, menos yo, saben que me muero. Después de cinco días en el hospital es imposible no leer en esos rostros de conmiseración el pronto final de mi vida. Tengo múltiples dolencias y algunos órganos vitales, como el hígado, ya no quieren funcionar. ¿Algún familiar se atreverá a proferir alguna palabra sincera? Hasta el médico internista finge mal. Quizá mi muerte está demasiado cerca y quieren ahorrarme ese trago amargo. A estas alturas ya no me importa nada, pero me aterra saber que los demás me dan por muerto mientras yo sigo haciendo planes con mi vida.
FANTASMAS VEGETALES
Ana María Shua
Argentina (1951)
Que los árboles, arbustos y otras especies vegetales también son capaces de sentir miedo, lo prueba el hecho de que existan las plantas fantasmas. Qué objeto tendría, en efecto, la súbita aparición de almas vegetales, su posibilidad de escapar por momentos del Otro Mundo, si sus congéneres no se asustaran de ellas. Estos ectoplasmas, casi tan silenciosos como lo fueron en vida, emiten apenas un susurro apagado pero constante, como si sus hojas y sus ramas o tallos se entrechocaran suavemente al ritmo de un viento invisible: ningún movimiento agita las copas inmóviles y transparentes. Los fantasmas vegetales sólo pueden ser percibidos por seres de su mismo reino. Que los hongos, setas y trufas posean asimismo la facultad de atemorizarse, es algo que hasta ahora no ha sido comprobado. Pero se investiga, señores, se investiga.
EL CORAZON DEL BOSQUE
Sylvia Iparraguirre
Argentina (1947)
A cada paso, las botas del guardabosque hunden el tapiz de hojas marchitas. Es el fin del otoño. En el aire se huele el humo acre de las fogatas que la madrugada sofocó con su aliento frío de huérfana. Un rayo de sol, recto y exacto, brilla, verde, sobre una hoja. Más adentro, otros rayos disipan la tenebrosidad del bosque: el claro se abre y se ilumina. En el centro, una niña, sentada sobre su amplio vestido, apoya una mano en la corteza de la encina. La otra mano sostiene sobre la falda al pequeño unicornio, delgado, trémulo, de delicados ojos grises. El cuerno también es gris, con una veta clara que sube como una cinta de plata de la base hacia el vértice. Cruje una rama. Los cuatro ojos alarmados miran al guardabosque antes de desaparecer.
EL QUE ESTA ESCONDIDO Y ESPERA
Isidoro Blaisten
Argentina (1933-2004)
El que está escondido y espera asoma su rostro macilento, cansino, no precisamente estragado, pero más bien cetrino, o por qué no oliváceo, aunque podría ser también aceitunado, que asimismo puede decirse. Aunque se dicen tantas cosas. Siempre hagas lo que hagas te van a criticar. Te la van a dar con todo. La gente es mala. Retomo el hilo. Estábamos en que asoma su rostro macilento por detrás del biombo. Entonces el biombo se cae. Al caerse se caen también todas las flores pintadas en el biombo, todos los pájaros, todos los lotos, todos los japoneses. Es entonces, en ese preciso instante, cuando todos los tintoreros abandonan a la sanfasón todos los pantalones en las planchas y corren, corren y corren, corriendo a alcanzar todas las flores, todos los pájaros, todos los lotos. Entonces, el que está escondido y espera se da cuenta de que ya no está escondido puesto que el biombo no está y entonces se dice a sí mismo "qué espero". Y entonces va, abre la puerta y corre detrás de los japoneses, que corren detrás de las flores, detrás de los pájaros, detrás de los lotos.