Idea Vilariño (1920-2009) fue una de las más destacadas figuras del mundo de la poesía uruguaya. Perteneciente al grupo de escritores denominado Generación del '45, fue crítica literaria, ensayista, bibliotecaria, traductora, compositora y educadora. Publicó sus primeros poemas en una revista de la enseñanza secundaria y fue docente de Literatura desde 1952 hasta el golpe de estado en 1973. No obstante, nunca abandonó su país natal. En 1985, tras la dictadura, obtuvo la Cátedra de Literatura Uruguaya en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República de Uruguay, un cargo en el que permaneció hasta 1988. Hija de un olvidado poeta anarquista, ya hacia los comienzos de la década del '50 era ampliamente conocida en el Río de la Plata por su talento en muchas de las disciplinas mencionadas. Durante la última mitad del siglo XX críticos y profesores de todo el mundo de habla hispana así como traductores de Austria, Brasil, Italia y Estados Unidos difundieron en abundancia su poesía. Sus traducciones y trabajos sobre William Shakespeare (1564-1616) han sido reconocidos en el mundo académico latinoamericano. También sobresalió por su activa participación en recordadas revistas culturales, entre ellas "Clinamen" y "Número" (de las que fue fundadora), y "Asir", "Brecha", "La Opinión", "Marcha", "Plural" y "Texto Crítico". Sus poemas, dotados de gran musicalidad, se agruparon en títulos como "La suplicante" (1945), "Cielo y cielo" (1947), "Paraíso perdido" (1949), "Por un aire sucio" (1950), "Nocturnos" (1955), "Poemas de amor" (1957), "Pobre mundo" (1966), "Poesía" (1970), "No" (1980), "Canciones" (1993), y las antologías "Poesía 1945-1990" (1994) y "Poesía completa" (2002). Lo que sigue es una entrevista realizada poco antes de su muerte por la periodista uruguaya María Esther Gilio.
Siempre recuerdo la impresión que me dejó un verso de uno de tus más viejos poemas: "Cada uno es un fruto madurando su muerte", decías. Ahora al volver a verlo en " Poesía completa", de Cal y Canto, supe que tenías diecinueve años. Me pregunto qué te habría pasado para que tuvieras ya una idea tan clara de la fugacidad de la vida.
Era aún más chica cuando ya pensaba en la muerte. Hace poco rompí unos poemas de cuando tenía doce, trece años y en ellos estaba la muerte muy presente. Yo escribía antes de saber escribir. No sabía escribir pero me fabricaba versitos, estupideces, que guardaba en la memoria. Muchas veces no sabía qué quería decir una palabra pero la usaba porque era linda.
¿Y sobre qué escribías siendo tan chica? ¿Sobre flores, pájaros?
Sí, sí. Y también sobre la patria. Recuerdo..."Fue mi patria tierra amada, que las fieras habitaban. Y entre las flores del ceibo, los picaflores volaban...".
De cualquier manera me resulta curioso que la idea de la muerte te haya llegado en un tiempo en que ésta es algo que sólo le pasa a los otros.
No, no, en mi caso no. Murió mamá, a los dos años mi hermano Azul y un tiempo después papá. Los cuatro -Alma, Poema, Numen y yo- quedamos mirándonos. Dijo el médico de la familia que conocía a todos: "Ahora quieren ver quién se muere primero". Y tenía razón.
Fue terrible. Eran adolescentes.
Claro. Después de la muerte de Azul, Alma y yo pasamos a ser las mayores. Azul murió de una enfermedad del miocardio que pocos años más tarde curó la penicilina. Después me enfermé yo. No era la primera vez. Pero en ese momento la enfermedad tuvo características terribles que nada aliviaba. El médico me decía que la piel se me necrosaba todos los días. Entonces me metían en una bañera llena de agua con no sé qué producto hasta que la piel se ablandaba. Esa piel caía y yo quedaba con una piel tan frágil que si me movía se rompía.
¿Eso te pasó durante cuánto tiempo?
Yo diría que fue, con intervalos, durante varios años.
Durante los últimos episodios, tú ya estabas relacionada con Manolo Claps, quien te cuidó con dedicación de madre.
Sí, Manolo fue un santo. Aunque sólo pasaba períodos en Montevideo porque estaba estudiando filosofía en Buenos Aires.
Entonces te curaste con el medicamento de aquel sabio veterinario.
Sí, vivíamos en Joaquín Requena, cerca del Parque Rodó. Al día siguiente de esta rara vacuna, yo abrí los ojos y dije: "¿Quién sacó la tela de araña que estaba allá arriba, en el ángulo? ¿Por qué la sacaron? Era una belleza".
Querías encontrar el mundo tal como lo habías dejado.
A pesar de mi miedo a las arañas, quería esa tela allí, en mi techo. Vi esa falta y al mismo tiempo escuché campanas. Luego quedé en babia y después lentamente volví a la realidad. Me ayudó el verano. El sol y el mar.
Y Manolo Claps que seguía cerca de ti. ¿Podríamos decir que tu gran amor fue Manolo Claps?
Sí, yo estuve muy enamorada de Manolo. El fue el primer hombre en todo sentido. Era una relación muy especial. Manolo era tan delicado, tan encantador. Puedo decir que después de mi padre y de Alicia Goyena fue Manolo quien me formó intelectualmente. Era argentino y siempre que llegaba de Buenos Aires venía con aquellas valijas cargadas de libros y revistas culturales que leíamos, comentábamos.
Seguimos con tu vida afectiva; después de Manolo, Onetti. El cambio es grande. Se acabó la paz... ¿o no?
Tuvimos períodos en que estábamos muy bien. En que todo funcionaba, en que nos entendíamos totalmente. Esos períodos eran maravillosos.
Pero no duraban.
Era todo muy complejo. Estábamos en uno de esos buenos momentos cuando él me dijo que se iba a Buenos Aires. "¿Por qué?" dije yo, "¿por qué te vas?". "Porque tengo que casarme", dijo él. "Tengo que casarme. Tengo".
¿Pero tú qué dijiste? Tratá de recordar qué dijiste.
No sé, éramos muy especiales. Esto ocurrió en un momento en que no estábamos muy problematizados sino al contrario, estábamos insólitamente bien, maravillosamente bien. No sé qué dije. Seguramente no dije nada.
Pero ese verbo que él usó, "tengo", quedó muy grabado en tu memoria. ¿Supiste por qué "tenía" que?
Habló de Dolly, de cómo era Dolly. No sé. Tal vez yo dije: "La semana que viene me voy a Las Toscas". El, claro, algo dijo. Lo curioso es que no fue algo que le costara decir. Para él era algo banal. Tenía que casarse la semana siguiente y nada más. Se trataba de algo irrelevante.
¿Y tú nada tenías que ver con ese hecho?
¡Qué desgraciado! Entonces le dije: "Si estuviera locamente enamorada de otro hombre y te dejara por él, ¿lo aceptarías?".
¿Y él?
El... no recuerdo bien qué dijo. Creo que nada. No era de hablar mucho, de explicar. El explicaba con palabras que tornaban todo más incomprensible. Pero era así. Eramos unos monstruos. Yo también.
Tú también.
Claro, yo también. Recuerdo una vez que me prometió venir a Las Toscas a pasar una semana conmigo. Yo lo esperé pero no vino. Cuando finalmente nos encontramos le pregunté por qué no había venido. Le dije: "Te esperé". "¿Querés que te diga la verdad?", dijo él. "¿Querés realmente saber?". "Sí" dije yo, que no iba a ser menos hombre que él... "Sí, sí, decime". "Mirá, -dijo él- me pasé la semana con una mujer. Pero cada vez que encendía un cigarrillo pensaba en lo nuestro". Y se acabó el tema. El decía siempre la verdad aunque esto te matara. No sabía lo que era cuidar al otro.
Tú me cuentas esto y yo pienso en tu poema "Ya no" donde parecés dolerte de no saber cómo habría sido estar juntos, quererse, estar. La pregunta es en definitiva, ¿querrías haber armado con él una pareja, compartir la vida de todos los días?
Yo no digo ahí que querría eso, sino que eso no podría ser.
El dijo en una entrevista que estaba enamorado de ti, pero que nunca sintió que tú estuvieras enamorada de él.
Sí, sí, ya lo sé. El me lo dijo a mí muchas veces. Cuando eso apareció en la entrevista que tú le hiciste y publicó la revista "Brecha", me llamaron de todas partes para preguntarme. Yo me enojaba mucho con él cuando decía que no sentía que estuviera enamorada. "Con la cabeza lo entiendo, pero con esto no", decía él y se tocaba el corazón.
¿Por qué pensás que no creía en tu enamoramiento?
Porque yo muy a menudo decía no.
Y para él no hay amor sin sumisión.
Seguramente. Pero yo no tenía más remedio que decir no, salvo que estuviera dispuesta a dejar que me pisara la cabeza. Pero además, no se trataba sólo de amor. Era la manera de vivir. Nosotros nos contábamos todo, hablábamos de todo lo que nos pasaba, de lo que pensábamos y sentíamos con total libertad. Sin miramientos ni escrúpulos. Eso era algo que hacíamos bien, pero compartir la vida... Habría sido muy difícil. Yo no debí haberme enamorado nunca de Onetti. Era el último hombre que tenía que haberme gustado. Eramos dos personas absolutamente contradictorias.
¿Pero habrías escrito los poemas de amor que escribiste?
Eso, quién puede saberlo.
¿Cómo conociste a Onetti?
Había una reunión de la gente de la revista "Número" a la que iría Onetti como invitado. Yo estaba, aunque todavía débil, en plena recuperación de uno de mis episodios. No sentía ganas de ir, pero Manolo insistía. "Vení, va a estar Onetti", decía, lo cual a mí no me interesaba. Finalmente me vestí, fui y Onetti estuvo seductor. Completamente seductor, y claro, me sedujo a mí y a todos. Cuando se fue quedó en mandar de Buenos Aires los cuentos que se publicarían en la revista "Número": "Un sueño realizado", "Bienvenido Bob" y otros. A partir de ahí él mandó cartas a "Número" donde siempre había palabras para mí, la mujer de sonrisa giocondina.
Para terminar con tus amores más importantes y también más públicos, tenés que hablar de Jorge, con quien curiosamente, te casaste.
Jorge había sido alumno mío, yo le llevaba veinte años. Siempre hablábamos mucho de mi poesía. Le pregunté si quería oír los poemas de amor que tenía grabados. Dijo que sí, puse el disco y se conmovió de una manera tan terrible que yo no sabía qué hacer. "¿Qué te pasa Jorge?", le dije. "Hay quienes tienen todo y quienes no tenemos nada", dijo él.
Se refería a Onetti.
Sí, Onetti tenía todo ese amor que yo expresaba allí y él no tenía nada. De cualquier modo yo sentía que era muy joven para mí. Pero yo estaba viviendo una época de allanamientos. Eran los años '70 y la policía venía a cada rato a allanar mi casa. Dejé de lado los escrúpulos. El se había expuesto varias veces por mí. Recuerdo un día en que llegamos a Las Toscas y nos encontramos veinte milicos, barriga en tierra, apuntando hacia la puerta de mi casa. Jorge atravesó esa escena y respondió al interrogatorio que le hicieron, cuyo final nadie podía prever.
En definitiva, y a pesar de la diferencia de edad, encontraste razones para casarte con Jorge. Volviendo al tema de tus viejos amores, ¿podrías decir que Onetti fue el hombre más importante de tu vida? ¿Qué fue lo que tanto te atrajo en Onetti? Tú no hablas de él en tus poemas, hablas de tus sentimientos. Hay algo que sí decís, que su piel huele a flores. En cuanto a cómo es él, nunca lo sabríamos por tu poesía.
Hay un poema que dice: "No sos mío, no estás en mi vida, a mi lado, sos un extraño huésped que no quiere, no busca más que una cama, a veces, ¿qué puedo hacer? Decírtelo". Allí defino una actitud de él y una reacción mía.
Ahí hablás de una modalidad de la relación con él en algún momento.
Algo muy importante que no debés olvidar es que los poemas siempre se escriben en los momentos más negros. No toco, casi, los días felices con él. No tengo necesidad de escribir sobre esos momentos felices ya que los estoy viviendo.
En tu poesía tú hablas del dolor, la muerte, la soledad, la lejanía que duele. Todo esto abunda en tu alma. Pero cuando conversás conmigo sos menos dura con tu vida. Uno siente que tu vida te gustó bastante, ¿qué decís?
Pienso que valió la pena. Salvo aquellas épocas tan terribles de la enfermedad física, valió la pena.
De cualquier modo, cuando uno lee tu poesía no puede dejar de preguntarse si no pensaste en el suicidio.
Sí, pensé muchas veces. Y también pensé que lo que me defendía era la propia enfermedad. Porque cuando estás terriblemente enfermo y no sabés ya cómo vivir, empezás a soñar con el verano, los días de sol, el mar. Es raro lo que te digo. Y aparentemente contradictorio. Pero yo no pensaba en el suicidio cuando estaba muy mal. No pensaba.
Me gustaría que me contaras de tu infancia, adolescencia, familia y barrio. Empezamos pero no sé qué pasó. Creo que debemos cuidarnos de que Onetti no lo invada todo.
Vivía en la calle Luca. En el número decía Aguada, ése era el barrio. Cuando mis padres se casaron se fueron a vivir a una calera vieja que mi abuelo, que era un gallego precioso, había comprado cuando llegó. Aquella calera tenía un horno altísimo, en el cual la cal se echaba por arriba con el carbón en capas sucesivas y luego de cocida se sacaba por abajo. Después de vivir en ese primer piso de la calera vieja, nos hicimos una casa en la calle Luca. Esta casa tenía jardines adelante y al fondo. Chorreaban las rosas y los jazmines por todas partes. Y en ese jardín paradisíaco, una hamaca doble.
Te gusta mucho recordar eso. Hace unos minutos que hablás de tu casa en esa época y no dejás de sonreír.
Sí, fueron años muy felices. Pasaba algo que hoy veo como curioso. Me refiero a la actitud de mi padre que aceptaba complacido que saliéramos a bailar e hiciéramos en casa reuniones, asaltos, como se usaba en la época. Para mí todo esto era muy lindo. Me gustaba bailar y lo hacía muy bien. Mi padre no tenía nada que ver con este tipo de cosas. Era un hombre que pasaba sus horas libres leyendo a Kropotkin y otros en este estilo. Sólo escuchaba música clásica.
¿Te acordás del tango que más le gustaba a Onetti? Yo creo que era "Amurado".
Sí, "Amurado" le gustaba, pero yo creo que el que más le gustaba era "Tus besos fueron míos". "Pasaste por mi lado con fría indiferencia, tus ojos ni siquiera se detienen sobre mí. Y sin embargo tienen sumida mi existencia, y tuyas son las horas mejores que viví". Ese tango le encantaba.
Bailar no bailaba.
Una noche estábamos en casa y habían venido unos amigos a escuchar unos tangos viejísimos. Bailé con alguien que bailaba muy bien, con lo cual yo también bailé muy bien. Cuando me senté vi que Onetti estaba tristón. "¿Querés bailar?", le pregunté. "No, con lo que acabo de ver, no", dijo él.
Vayamos ahora a tu poesía porque ésta es una entrevista a una poeta, ¿no? No hay en tu poesía palabras que no sean las cotidianas. Transmitís ideas muy profundas, que tocan el alma, pero siempre usando el lenguaje de todos los días.
Sí, siempre me he rehusado a usar palabras que salen de lo corriente, aquellas que suelen considerarse poéticas. Me cuido de no caer en eso, me cuido de no volver a tocar un poema una vez que lo dejé.
Quiere decir que no corregís.
Yo escribo un poema en unos minutos y no lo toco más. Puedo escribirlo varias veces, una atrás de otra hasta que me parece que está. Ahí lo dejo y no vuelvo a tocarlo.
Quiere decir que no cambiás una palabra o dos, sino que...
Vuelvo a escribirlo entero hasta que lo guardo o lo tiro. Cuando está, está.
En cuanto al proceso por el que llegás a escribir un poema, ¿éste te ronda la cabeza hasta que te sentás y lo escribís?
No, no, es como si la mano fuera... Es muy difícil para mí explicar lo que hago.
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No, nada, nada. Tengo que hacer eso y lo hago. No que necesito hacer, que estoy obligada a hacer.
Juan Gelman dice que sus poemas responden a obsesiones: "Tengo una obsesión y escribo para terminar con ella". ¿Será lo tuyo algo parecido?
No, no es así. Es algo completamente natural que en determinados momentos debo hacer. Lo hago y jamás vuelvo a tocarlo, una vez hecho. Por otra parte no quiero ceder a la tentación de escribir lo que no estoy obligada a escribir. A esa tentación me resisto.