Creo que no se lo lee más, sino de otro modo. La caída de ciertas visiones dogmáticas acerca del marxismo, y la crisis de las lecturas postestructuralistas de su obra -importadas de Francia y los Estados Unidos- permitió que se percibieran dimensiones muy disímiles de su producción. Durante años, Benjamín era entre nosotros el autor de "Das kunstwerk im zeitalter seiner technischen reproduzierbarkeit" (La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica) y de "Der erzähler" (El narrador); al margen de la importancia de estos dos ensayos -sin duda importantes-, hay que señalar que su producción es más amplia e integra otros aspectos; por lo demás, esos dos estudios eran interpretados en nuestro medio de un modo un tanto equívoco, por no decir erróneo; en parte a falta de un conocimiento de las circunstancias en que fueron escritos.
En el ámbito académico nacional e internacional muchos han tomado a Benjamín como referente. Terry Eagleton escribe un libro, "Walter Benjamin or towards a revolutionary criticism" (Walter Benjamín o hacia una crítica revolucionaria), que según dice surgió por el enojo que tenía con el Benjamín despolitizado que mostraba la Academia, la inglesa en su caso. ¿Qué piensa de las lecturas que se han hecho de él?
Hay varias operaciones reduccionistas de las que fue víctima Benjamin. Así, por ejemplo: Benjamín reducido a la condición de teórico de los "mass media". En Alemania, Benjamin circula ante todo en cuanto tal: la forma más habitual de leer a Benjamin es a través de una pequeña compilación de sus escritos que presenta a Benjamin como un mero teórico de los medios, volviéndolo presentable frente a un público relativamente amplio. Existe un Benjamin que es precursor de líneas neomarxistas, cualquiera sea la cosa que se quiera dar a entender con ese término; o un predecesor de varias líneas postestructuralistas. Hay dos extremos, dos monstruos marinos que hay que eludir, como Escila y Caribdis, en caso de Benjamin. Uno es una especie de activismo sin ideas, una forma activista muy tonta y mecánica de leer a Benjamin; y el otro supone ver a un Benjamin políticamente castrado; creo que esta última es la más peligrosa y la más establecida en nuestros ámbitos. Hay un comentario que hizo Frank Kermode a propósito de Benjamin. Decía, en los '8o, que si Benjamin estuviera con vida, a los ochenta y tantos años, sería un profesor emérito en una universidad norteamericana, y se habría olvidado de su partici¬pación juvenil en la lucha política. Hay un pequeño detalle que olvida Kermode y es que Benjamin no está con vida, y que eso tiene que ver decisivamente con elecciones políticas; con ello, Kermode está ratificando la tesis de Benjamin según la cual "ni siquiera los muertos estarían a salvo cuando triunfa el enemigo; y este enemigo no ha cesado de vencer". En Benjamin se querría ver a una figura instalada como sedentaria dentro del ámbito académico, o a un profesor emérito, y Benjamin era un escritor demasiado móvil, proteico para ser ubicado en uno de esos lugares.
Acá, en Filosofía y Letras, muchas veces se lo da como antecedente del posestructuralismo...
Recuerdo un montaje John Heartfield que fascinaba a Benjamin, que se llamaba "Deutsche naturgeschichte" (Historia natural alemana), y mostraba la evolución que hay desde Ebert, pasando por Hindenburg hasta llegar a Hitler como el desarrollo que va de la oruga a la mariposa, pasando por la crisálida. Bueno, la forma en que se cuenta la historia de la crítica en nuestra carrera (Letras) suele ser evolucionista, aunque curiosamente la cuenten desde el postestructuralismo. Primero vinieron los formalistas rusos, después vienen -digamos- Benjamin o Adorno, luego los estructuralistas, más tarde Foucault o Derrida... Es un camino de dirección única. Aquí el postestructuralismo asume un carácter evolucionista, positivista, que no admite líneas de desarrollo múltiples: diversas y simultáneas. El extremo de la irracionalidad en ciertos sectores del postestructuralismo, los más banales, es un tanto positivista, y me parece bastante razonable que siguiendo esa línea se llegue a aquellos extremos.
En el prólogo del libro dice que Benjamín encarna de manera ejemplar el intelectual moderno, que no tiene parámetros de orientación fijos. ¿A qué se refiere?
Un aspecto que aparece en varios de los artículos del libro es la tentativa de definición del intelectual moderno; también la discusión en torno sus funciones, es decir, quién es y qué hace el intelectual en la Modernidad. La visión de Benjamín se remite indirectamente al modo en que Hegel veía al intelectual moderno, sobre todo pensando en un pasaje muy conocido de la "Phänomenologie des geistes" (Fenomenología del espíritu), donde Hegel coloca el lugar del intelectual moderno en el lugar de la "conciencia desgarrada". Es decir, una figura que está interiormente dividida, escindida, y que no consigue formar una totalidad coherente. Marx cita ese pasaje muy aprobatoriamente, en carta a Engels, vinculando su visión del sujeto moderno con ese desgarro, con esa sensación de quiebre, de escisión. En Benjamín este quiebre, este desgarramiento, es esencial como a la hora de definir al intelectual. Sobre todo porque Benjamín piensa que el intelectual moderno debería definirse por no ser dogmático, es decir, por no tener un sistema que le indique de antemano cómo ha de guiarse para interpretar los fenómenos; a falta de indicaciones precisas, tiene que elegir un camino personal que no está previamente pautado. Hay un pasaje de "Einbahnstrasse" (Dirección única) en que Benjamín dice que el interior burgués es un lugar donde solamente podría alojarse un cadáver: es el lugar de las cosas muertas. Y es por eso que Benjamín consideraba que sus lugares como intelectual de la Modernidad eran la calle, la plaza pública, el espacio por donde circulan las masas, no el encierro, el interior burgués.
Usted plantea que la forma ensayística que utilizaba le sirvió para vislumbrar problemas en la Modernidad que no se estudiaban en la academia de su tiempo. ¿Por qué?
Desde su nacimiento, cuando nace este género con Montaigne y Bacon, en el Renacimiento, el ensayo poseyó un carecer experimental, y la palabra misma de ensayo tiene esta dimensión. Montaigne es muy claro al respecto cuando dice que cultiva un género que implica salir a recorrer un camino que el autor ignora, y que no sabe adonde lo conducirá. Es decir, el ensayista es un paseante que sale a pasear sin tener claro cuál es la meta a la que habrá de dirigirse. Es decir, es un experimento lo que se está realizando, y es este carácter experimental, a mitad de camino entre lo científico y lo estético, lo que permitió que toda esta generación de pensadores tuviera una relación tan inmediata, tan viva con lo que era nuevo por esos años. Bloch, el joven Lukács, Kracauer, Benjamín, y detrás de todos ellos quien fue su maestro, Georg Simmel, descubrieron aspectos de la Modernidad que la filosofía académica de aquellos años no tomaba en cuenta. Cuando Simmel escribe sobre la coquetería, sobre la moda, sobre la vivencia en las grandes ciudades, sobre el dinero, está abordando temas que se consideraban indignos de la filosofía. Cito siempre aquella frase de Benjamin -tan emblemática para esto- que dice que una filosofía que no pueda explicar cómo se adivina el futuro a partir de la borra de café, no es filosofía. Es decir, hay que descender a elementos muy materiales, muy cotidianos, para poder ser un filósofo moderno en el sentido pleno.
Uno de los autores que participan de la compilación, Lówy, retoma en su artículo lo que fue tema de todo un libro dedicado a Benjamin y sus "Geschichtsphilosophische thesen" (Tesis sobre el concepto de historia) que también reivindica como una lectura política. ¿Qué relación hay entre la concepción que tiene Benjamin de la historia y la política?
Dos ideas en relación con el pasado que me parecen fundamentales se vinculan con esta visión ensayística. La primera es la idea de redención. Redimir el pasado significa sacarlo de la parálisis, de esa situación de inmovilidad en la que fue colocado por la historia de los vencedores. Y lo segundo es la transitoriedad. Es tan dinámica, tan móvil la visión del pasado que tiene Benjamin, que la mejor forma de definirla se encuentra en un poema de Baudelaire, el poema "A une passante" (A una paseante) -un poema muy conocido de "Les fleurs du mal" (Las flores del mal)- donde, dice Benjamin, se habla de la experiencia típica del amor dentro de la gran ciudad: un amor que no es a primera, sino a última vista. Hay allí dos sujetos que se cruzan, el yo del poema, que ve pasar, y una mujer cuya irrupción se compara con la de un rayo en medio de la noche. El yo sabe que es un destello que apareció súbitamente y que se va a apagar para siempre, para no ser visto nunca más. Podríamos detenernos en una lectura estética del poema, que es desde luego muy válida, pero hay una lectura política. Es el modo en que Benjamin lee la revolución. El instante de la revolución es ese destello, ese débil poder mesiánico, dice Benjamin, que tiene cada época, que se enciende y se apaga súbitamente; el instante que tenemos para nuestra participación en la política es un instante efímero: hemos sido esperados -dice Benjamin- sobre la Tierra, y disponemos de una débil fuerza mesiánica. Si no aprovechamos el instante (y ese es el modo en que él interpreta la coyuntura revolucionaria previa la fascismo), si lo dejamos pasar, el instante se pierde definitivamente, y entonces desaprovechamos el instante histórico de participación.
Desde hace unos pocos años, las ideas posmodernistas del "fin de la historia" y "de las ideologías" que acompañaron al neoliberalismo están cuestionadas, hoy aún más patentemente con la actual crisis económica, frente a la cual hay "vueltas a Keynes", a Marx, etcétera. ¿Qué ideas y luchas del pasado cree que "redimiría" Benjamin que nos sirvan hoy?
Benjamin fue un brillante pensador de la crisis; una sección de la colección de fragmentos "Dirección única", "Reise durch die deutsche inflation" (Viaje a través de la inflación alemana), despliega una serie de reflexiones sobre la crisis económica alemana que revelan una llamativa actualidad, aún para nuestro entorno más inmediato. Así, Benjamin señala que en la masa de pequeñoburgueses alemanes "la imagen de la estupidez alcanza su culminación: inseguridad, e incluso perversión de los instintos vitales básicos, e impotencia y hasta deterioro del intelecto". Agrega luego: "Resulta imposible vivir en una gran ciudad alemana en la que el hambre obliga a los más miserables a vivir de los billetes con que los transeúntes intentan cubrir una desnudez que les hiere". En el contexto de esa crisis desarrolla Benjamin su reflexión sobre la función del intelectual; hay que recordar que Benjamin y Brecht habían planeado editar una revista llamada "Kritik und Krise" (Crisis y Crítica): se trataba de impulsar una crítica que reformulase enteramente su campo de reflexión en una crisis permanente; es decir, que concibiera la época como una "época crítica", en el doble sentido de la expresión. En Benjamin, la conciencia de vivir en una época crítica era muy clara; hacia fines de la década del veinte y comienzos de la del treinta atravesaban sus ensayos reflexiones sobre la posición social y la tarea del intelectual. Le interesaba entonces encontrar respuesta a las preguntas por dónde se sitúa el intelectual, qué papel e importancia le caben en la sociedad, qué tareas tiene que buscar para sí mismo. Como entonces, también hoy es fundamental la participación del intelectual como alguien que cumple la misión -expresada en las "Tesis sobre el concepto de historia"- de sustraer la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. Mantener presente las tradiciones oprimidas y rebeldes del pasado tiene en esto una importancia capital.