"Hay libros que se escriben con sucesos -dice el escritor argentino Martín Kohan (1967)-. Los de Hebe Uhart se escriben con sucedidos, con cosas que a la autora le pasaron o le contaron, sin requisitos de grandiosidad. No se trata de una mera disposición autobiográfica, sino de la convicción, que en Hebe Uhart es notoria, de que no existe escritura hasta que no existe encarnadura en la experiencia. Quienes escriben desde sus experiencias tienden a multiplicar esas experiencias. Y quienes asimilan la literatura al mundo existente, tienden a ampliar las fronteras de ese mundo. Pero Uhart no. Uhart en cambio dice: 'Yo no soy aventurera'. La suya resulta entonces una literatura de la experiencia, pero de una experiencia de baja intensidad, siempre módica: tal vez por eso su literatura podría admitir, en este sentido, el atributo de minimalista. Es Uhart quien no lo admite: '¿Quién dictamina qué cosas son mínimas o máximas? No hay jerarquía de lo que es importante para escribir. La importancia la da el que escribe'". Otro escritor argentino, Elvio Gandolfo (1947), opina a su vez que "entre la gente que narra hay quienes se inclinan por un 'modo de decir' que en su peso expresivo, en su manera de sonar o de envolver lo experimentado o percibido termina por imponer o producir un 'modo de mirar'. Es lo que pasa con William Faulkner, con Thomas Bernhard, con Juan José Saer. En cambio la narradora argentina Hebe Uhart se ubica entre aquellos donde un 'modo de mirar' segrega un 'modo de decir', un estilo. Lo mismo pasa primero en Kafka, después en nombres tan dispares como Eudora Welty, Felisberto Hernández, Mario Levrero, Juan José Millás o Clarice Lispector. La mirada de la autora ve algo, y en la búsqueda del mejor modo de ponerlo en palabras, va construyendo un articulado, discreto lenguaje propio, que no se impone a lo percibido, sino que se origina en ese mundo". Quien cosecha estas ponderaciones es Hebe Uhart (1936), la escritora que le ha dado a la literatura argentina -siempre al decir de Gandolfo- "decenas de personajes emocionantes, inolvidables, que establecen al hablar, al actuar, al tener sentimientos por otros, una manera de existir, de resistir, de no entregarse". Uhart estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y trabajó como docente primaria, secundaria y universitaria. Autora de notas de viajes y crónicas de personajes y situaciones, ha publicado las novelas "Camilo asciende", "Mudanzas" y "Señorita", y los libros de cuentos "Dios, San Pedro y las almas", "Epi, Epi, lamma sabhactani", "La elevación de Maruja", "Leonor", "La gente de la casa rosa", "El budín esponjoso", "La luz de un nuevo día", "Memorias de un pigmeo", "Guiando la hiedra", "Del cielo a casa", "Turistas" y "Un día cualquiera". Uhart dice seguir el consejo de Anton Chejov (1860-1904): "Dejar de lado el contenido de lo que dice el personaje para atender a cómo lo dice, mirar del personaje cómo se mueve, cómo camina, cómo se calla, etcétera. Lo que alguien dice, en materia de juicios valorativos e ideológicos, entra en el circuito de su clase social o grupos de pertenencia. Todos escuchamos más o menos las mismas radios, leemos los mismos diarios, por lo tanto la mayoría de las veces nuestros comentarios que pretenden ser muy personales, no lo son. A mí me interesa la especificidad de las personas". Con motivo de la reciente aparición de "Relatos reunidos", una selección de sus cuentos y novelas cortas, la autora conversó con Juan Fernando García para la edición del 26 de septiembre de 2010 del diario "Perfil". En la entrevista habló sobre aquellos temas recurrentes que le permitieron aunar arte y vida, ficción y experiencia autobiográfica a lo largo de su obra. A esto se le agregan algunos conceptos que expuso a Astrid Riehn del diario costarricense "El País" el 22 de octubre de 2010.
¿La memoria de infancia ha sido siempre una motivación?
Los recuerdos de la niñez, de la primera juventud, son muy importantes. Uno tiene recuerdos nítidos. Después se van mezclando, se vuelven más complejos. La mía era una casa de familia de clase media, media. Como Almagro. Mi papá empleado de banco, mi mamá directora de escuela, tías maestras, profesores. Tíos de diferentes profesiones. Eso también era mi aprendizaje, algunos más ricos, algunos más pobres. El médico era mi tío; al cine entraba gratis porque el boletero era pariente de un pariente. En las escuelas, las directoras y las maestras eran mis tías. Jugábamos en un terreno con hamacas que eran del tío de unos primos. Era un mundo muy protegido, muy familiar. Eso era indudablemente un mundo muy rico, por la experiencia. Mis padres eran familias pobladoras de Paso del Rey, entonces contaban las historias de la gente del pueblo. Ahora he vuelto a escribir sobre algunas historias del pueblo, desde mi mirada de once años.
La materia autobiográfica, la "pequeña historia", aparece en muchos de sus relatos.
Durante la infancia es cuando se dan las impresiones más fuertes. Es todo nuevo, uno aprende siempre, por lo tanto es una época de descubrimientos, en la que los hechos tienen una repercusión profunda. Hay muchos escritores que vuelven a la infancia. Decía Mario Levrero que él no escribía para escribir bien, sino para recordar. Y en general se escribe para recordar, para fijar un hecho.
¿Y cuáles eran las lecturas de esos días?
En la infancia, leía a Constancio C. Vigil. Hay historias que todavía me las acuerdo porque me intrigaban mucho. Había una lectura de una niña que se llamaba, creo, "Una mancha indeleble": no te manches algo porque no se borra jamás. Era en sentido metafórico, y a mí me producía consternación esa idea de la mancha eterna, porque siempre me ensuciaba los vestidos, porque corría como una cabra, arrancaba las mandarinas de un árbol. Y como mi mamá tenía la idea de la mancha indeleble, pero no las manchas morales, sino las que no se sacaban con nada… Yo no estaba de acuerdo. Porque soy optimista, creía que uno debía poder elegir, si se la quería sacar. Esa lectura me dejaba preocupada. Después, había una de tres indiecitos, que se saludaban con sus reverencias en su lengua, que significaban: "No seas ladrón", "No seas mentiroso", "No seas flojo". Era un saludo eso, ¡qué saludo raro! pensaba yo. Todas esas historias me llenaban de interrogantes. Después, alrededor de los once empiezan a aparecer las inquietudes sexuales y aparecen historias de temas de los recién casados, los novios. Había un español, Rafael Pérez y Pérez, que contaba historias con estereotipos, las buenas y las malas. Pero, por esa época, me interesaban los que planteaban una situación de suspenso entre parejas. Después, en la adolescencia, no leí nada hasta los diecisiete. Estaba interesada en mis propios procesos.
¿Y ahí aparece la escritura?
Una escritura más consciente a los diecisiete, dieciocho, antes no tanto. Por ahí, como para no aburrirme, en la infancia, pero siempre prefería jugar, cualquier ser que corriera yo lo seguía. La calle, eso era lo que quería. La calle, el baldío, el patio del recreo, las hamacas, todo eso me gustaba. Escribía cuando estaba muy sola, pero no lo mostraba a nadie. Y los comienzos de la facultad de Filosofía, con gente loquísima, es una época de muchas lecturas, comienzo a escribir, leo los suplementos, mucho ensayo y error, por donde empieza todo el mundo. Empiezo a mostrar a los diecinueve y recién publico a los veinticinco, con un sello que nos inventamos con un amigo, en Rosario. El primer libro fue una cosa extraordinaria. Yo no tenía ni idea cómo funcionaba el mundillo, no conocía cómo funcionaba un suplemento literario. Si veía a un crítico en un café no sabía qué decirle o preguntarle si le había gustado mi libro. Mis amigos eran los compañeros de la facultad, entre los veinte y los treinta, gente que no le importaba nada de nada. Cursé la carrera acá y el último año en Rosario. En verdad, me había enamorado de un señor casado y mis amigos del alma me aconsejaron que me fuera para allá. Al principio no la pasé bien, estaba muy sola. Estudiaba latín frente al río.
¿Y el magisterio, el mundo de las maestras, atraviesa esos años?
En esa época me tomé una licencia sin goce de sueldo y en Rosario sólo di unas clases de ingreso al secundario. Poquita cosa. Me ayudaban un poco en mi casa y gastaba poco. Lo que tiene que ver con el mundo de las maestras viene de mucho pariente vinculado con la docencia, además de la propia experiencia. Algunos relatos son los que me contaba mi mamá. "Una se va quedando", por ejemplo. Mucha transmisión por parte de mi madre, de sus comienzos como directora en Paso del Rey, que era escuela de campo. Tenían que ir a buscar a los chicos a las quintas de los italianos. Ella describía muy bien a todos esos personajes. Por ejemplo, la historia de Anunzziata, que tenía como catorce años y estaba en primero. Mi mamá les contaba la historia de Colón, ella levantaba la mano y decía: "Mio padre me ha dito que Colón era quintero". Otro gracioso que contaba: en las escuelas enseñaban manualidades y el padre de un alumno vino a decirle: "Yo lo mandé para que aprenda las cuentas y no para que sea teatrista y botinero". Después, otro tano que tenía a Rosa, que andaba sin problemas, y a Alberto, que tenía algunas dificultades, y el tano decía: "Eh, la Rosa sí; el Alberto e al pedo". Mamá tenía muy buena transmisión, y como era de una familia muy humilde que había pasado a una clase media interesante dentro del pueblo, ella tenía muy bien puesta su clase social. No mentía nada de lo que había vivido cuando era chica; no mentía cuando recordaba su vida en Paso del Rey que era casi una villa miseria en esa época. Ella tenía muy buen registro. Digamos, hay gente que inventa un pasado. Yo no necesité. De la parte paterna, no. Los vascos son cerrados, más herméticos.
Y en algunas historias aparece la movilidad social: "Camilo asciende" es emblemático.
Aparece en algunas historias. Creo que es un momento social traumático, sobre todo en ascensos rápidos. El ascenso de la familia de mi papá fue más armonioso. Subieron como subió el país. En mi familia materna fue más rápido y más traumático, porque produjo locos. Económicamente, yo no ascendí más que la de ellos, tal vez culturalmente, pero nada más. Tampoco lo busqué.
Ahora que ha vuelto al universo familiar, ¿reaparecen parientes? María, la protagonista inolvidable de "Mudanzas", Camilo, Pipoto...
No, a María ya la dejé, ya fue suficiente, pobre María, aprendió su oficio. Aparecen otros tíos. Pero todo eso está al servicio de cómo se transforma el pensamiento de una nena, o de una chica de once años, más o menos. Aparecen personajes nuevos, como la profesora de declamación, porque me mandaban a estudiar eso. Nos hacían declamar ciertas cosas que me resultaban muy extrañas, y te decían que tenías que ver, no sé, "la barca…" y yo no veía nada, qué barca. También aparecen otras casas en las que aprendí. Cómo me resonaban las cosas que me decían a mí. De mi tía Teresa: "Hasta que enviudó, vivió muy bien. Y tiene su carácter", y yo la veía tranquila y pensaba: "Para tener carácter, ¿hay que enviudar?". Son todas ideas de la edad, cosas que pensaba.
Hace tiempo viene incursionando en la crónica. Ahí trabaja con los materiales de los viajes.
Me gustan los viajes y me gusta volver. Me pone muy ansiosa el avión y prefiero la tierrita. Estoy leyendo a Kapuscinski, que me encanta. Dice que le gusta el Tercer Mundo, él que nació en la Polonia de posguerra que es como el Tercer Mundo. Bueno, ¿a mí qué me gusta para visitar? Nací en un pueblo, me gustan los pueblos. Me resulta más difícil trabajar una ciudad grande. En un pueblo me informo caminando, mirando "graffitis", las plazas, yendo al café, preguntándole cosas a alguien. Hice muchos pueblos de Entre Ríos, algunos muy pequeños, otros menos. Ciudades más grandes como Córdoba, Rosario. Hice La Habana, Quito, Lima este verano, Arequipa, Nápoles, Taormina. Un ejemplo de lo que a mí me interesa: Victoria es una ciudad que se ha urbanizado muy rápidamente, por el casino, la llegada de los rosarinos. Es una ciudad de matriz rural. Vos ves la plaza, moderna; los chicos del secundario en uniforme; y un letrero que dice: "Chiche guampudo". No dice "cornudo", dice "guampudo", que es del campo, el signo del campo en la ciudad. En una ciudad así pregunto quién es el referente. Me gusta escuchar las formas orales que representan las distintas culturas, las mezclas con lo rural. Una señora que me hablaba de las estrellas y decía "viera cómo loquean", no me decía "cómo titilan", o "cómo brillan", sino "cómo loquean"; ese movimiento que le parecía alucinante. Por esa forma de hablar veo cómo percibe el mundo esa señora. Hay que prestar mucha atención a esas cosas. El escritor tiene la obligación de tener un oído atento al lenguaje.
Usted pone especial énfasis en los modos de decir de sus personajes. A veces también aparecen palabras nuevas.
Para escribir hay que saber escuchar, para incorporar palabras o expresiones que uno no tiene. "Pordelantear", por ejemplo, la tomé de una señora que vino a mi casa y que me dijo "Yo avanzo sin pordelantear a nadie".
¿Difiere el modo de escribir un cuento del de la crónica?
En el caso de las crónicas de viajes, escribo dos tipos de impresiones. Una más libre, subjetiva, donde aparezco más yo, que son las que más se parecerían a un cuento. Y las que están más documentadas, con información relevante, de museos, de iglesias, unido a mis impresiones personales. Los géneros están muy mezclados. Hay cuentos que pueden ser leídos como crónicas, crónicas que son cuentitos.
¿Qué cronistas le interesan?
Me interesan los viajeros ingleses, los Robertson escriben muy bien; me gustan los relatos de migrantes. La literatura de frontera también me parece fascinante.
Hablemos de su actividad docente actual: ¿qué le sigue interesando del taller?
Me gusta que es un espacio para pensar. Se mezcla el chiste con la reflexión. La escritura con la lectura también se mezclan. Y es un tipo de trabajo que me gusta.
¿Qué ocurre cuando se encuentra con una escritura muy subsidiaria de la suya?
Puede pasar, porque quizás alguien viene porque leyó algo mío y sintió empatía, y puede que yo no me dé cuenta. Lo que sí puede pasar, y me pasó dos veces en veinte años, es encontrarme con gente que tiene otra estética, y yo sé que no voy a poder hacer nada. Puede ser muy talentosa esa persona y puede ir muy adelante pero con otro maestro. Policial no doy. Ni ebria identifico al asesino, salvo con Columbo, que te contaba todo. Ciencia ficción, tiene que ser muy buena, muy rara.
¿Cómo se lleva con la crítica?
Lo único que miro es lo mal que salgo en las fotos. En general miro lo que sale, pero soy un poco desabrida. Me tratan bien. Todavía no tengo la idea de lectores abstractos, "mis lectores"… Esa idea la tengo funcionalmente, pero nada más. Es raro el efecto que produce la literatura en la gente, a cada uno le produce un efecto distinto. La literatura es algo muy mediado, tarda mucho en salir un libro, es muy fortuito. Tampoco hay que creerse lo que dicen de uno, ni lo bueno ni lo malo.
¿Cómo se ha hallado en esta antología? ¿Releyó textos, corrigió?
La verdad es que los cuentos los eligió la editorial y yo estoy de acuerdo. Y no los corrijo porque hacerles una corrección implicaría una nueva versión. Lo que sí hago es leer algún cuento que le gustó a alguna persona. Y lo leo para ver qué le gustó. Por qué le gustó ese y no otro. La corrección es infinita y pertenece a una obsesión. Es como si ante la vida uno se plantara y dijera: "Si hubiese hecho así, si hubiese hecho tal cosa". ¿Si tuviera que hacer todo otra vez? ¡Ni ebria!
Recientemente, la crítica literaria argentina Silvia Hopenhayn escribió en el diario "La Nación" sobre los "Relatos reunidos": "Uhart parece escribir en un arranque de ganas. Como si escribiera lo que se le canta. Y encanta".
Todos escribimos un poco lo que se nos canta. Lo veo en los talleres, como escriben. Escribir es comunicar. Para eso vale cualquier recurso.