30 de noviembre de 2011

Néstor García Canclini: "Muchos editores han pasado a ser gerentes locales de los planes trasnacionales que compraron sus fondos editoriales"

Referente ineludible de los estudios culturales en América Latina, el filósofo y antropólogo Néstor García Canclini (1939) es sumamente crítico con la situación del mercado editorial latinoamericano. Nacido en la Argentina pero radicado en México desde 1976, García Canclini se ha especializado en culturas urbanas y sociedades mediáticas, y, a partir de informes de consumos culturales y encuestas de lectura realizadas en la Argentina, México y Colombia, ha investigado los distintos cambios en los hábitos de los lectores. Para el autor de "Las industrias culturales en la integración latinoamericana", el mayor riesgo actual no es la imposición de una única cultura homogénea, sino que sólo encuentren lugar las diferencias comercializables y que la gestión cada vez más concentrada de los mercados empobrezca las opciones de los públicos y su diálogo con los creadores". Las muchas funciones de la cultura no pueden cumplirse si la industria editorial fabrica solo "best-sellers" de fácil lectura. "Dos décadas de mercados culturales casi enteramente desregulados -dice García Canclini- no han mejorado la difusión de los libros. Necesitamos repensar las relaciones de lo que en la cultura es negocio, industria y servicio. Los datos disponibles en la industria editorial muestran un desempeño frustrante a medida que se acentuó la desregulación y el libre comercio. Se vendieron recursos básicos de producción y circulación de bienes culturales: por ejemplo se cerraron o transfirieron editoriales a empresas europeas. Este proceso ha disminuido la capacidad productiva en los principales países editores (Argentina y México) y abatió los índices de venta en el conjunto de la región". En suma, ha habido una enorme transformación de los modos de producción y circulación de la información, y el acceso a la escritura y la lectura pasa cada vez más masivamente y con mayores facilidades por los medios digitales. Por eso, considera que mientras distintos actores (beneficiados por la circulación mercantil de los productos culturales) catalogan la circulación de obras en Internet como actos ilegales o de "piratería", el mercado editorial va a terminar sufriendo las mismas mutaciones que hoy se vislumbran en el campo musical. García Canclini, autor entre otros de "Las culturas populares en el capitalismo", "Cultura transnacional y culturas populares" y "Lectores, espectadores e internautas", ha acuñado novedosos conceptos como el de "culturas híbridas" para dar cuenta de diversos procesos socioculturales en los que distintas prácticas que existían en forma disgregada, se combinan para generar nuevas estructuras. Lo que sigue es una charla que mantuvo con Eugenia Zicavo para la edición del 3 de junio de 2007 del diario "Perfil".

¿Cuál es su diagnóstico acerca del estado actual de la producción en ciencias sociales, sus temáticas recurrentes, tipos de abordaje? ¿Qué están produciendo las universidades?
Después de ese período que fue la dictadura de expulsión, censura, hubo un período de recuperación, entre otras cosas de la memoria, y creo que todavía se está discutiendo. Es muy significativa la cantidad de publicaciones, libros y películas que ha habido sobre los sesenta y los setenta, pero hay reinterpretaciones importantes que corresponden además a un planteo sobre qué hacer con el pasado, con la memoria, hasta cierto punto curioso en esta época de presentismo, de falta de densidad histórica. Al mismo tiempo, hay un desarrollo de las ciencias sociales de muy buen nivel, sobre todo en antropología y sociología, y parte de los estudios comunicacionales, que son muy exuberantes pero no siempre rigurosos. Por ejemplo, si uno visita periódicamente la sociedad argentina, sin estar estudiándola, tiene la impresión de que hay un mayor cosmopolitismo, sobre todo en las generaciones más jóvenes, de cuarenticinco años para abajo, pero también un cierto ensimismamiento en la agenda de investigación. En Brasil, por ejemplo, parece que estudian mucho más lo que sucede fuera del país. Tengo la impresión de que en la Argentina sabemos muy poco de procesos internacionales que nos afectan seriamente. Un ejemplo: antes y después de la crisis de 2001 hubo muchísimos números de revistas dedicados a analizar esa situación, las causas, perspectivas, qué había que modificar en la sociedad. Casi unánimemente, la Argentina parecía un país sin relaciones exteriores y estábamos metidos en el Mercosur. No era algo imaginario lo que sucedía afuera. Entonces encontramos que algunos analistas hablan sobre globalización pero hay poca investigación sobre cómo realmente está funcionando y transformando año tras año la globalización. Hay muy pocos estudios que estudien lo que pasa con los migrantes argentinos en el extranjero, no solamente en España donde son centenares de miles, o que estudien cómo son recibidas las películas argentinas en España o en países latinoamericanos, o qué pasa con la recepción de los autores. Tengo la sensación de que salvo en Brasil, el ensimismamiento en la agenda de investigación es un problema general en América Latina. En Estados Unidos hay decenas y decenas de centros de estudios latinoamericanos. Pero ahí, por ejemplo, tenemos una pregunta fuerte para hacernos: ¿por qué casi no hay investigadores sobre Estados Unidos en la Argentina?
En sus escritos, considera la globalización como un conjunto de procesos de homogeneización y, a la vez, de fraccionamiento articulado del mundo, que reordena las diferencias y las desigualdades sin suprimirlas. ¿Cómo cree que se han organizado los mercados culturales frente al avance globalizador?
Existen ciertos problemas que, para abreviar, podemos decir que son los de la globalización: la mayor interdependencia entre las sociedades con diferentes condiciones de desarrollo. A diferencia de la globalización, que se da en el cine o en Internet, en el campo editorial todavía los alineamientos, las fusiones y las lealtades de los consumidores tienen mucho que ver con la lengua que se habla y la solidaridad entre los hablantes de la misma lengua. Se traduce muy poco del español hacia otra lenguas y la mayor parte de lo que se publica en inglés, francés y alemán no llega al castellano. Esta interdependencia cada vez mayor se refleja poco y asimétricamente en los estudios de mercado. Los españoles han percibido cómo apropiarse de editoriales pequeñas con buenos catálogos y no obstante la mayoría de los libros no llega a España. Y no sólo porque nos consideran a los "sudacas" productores de datos real-maravillosos pero no de pensamiento, lo cual no es menor, sino también porque nos faltan políticas adecuadas.
¿Cree que existe una difusión regresiva de la producción cultural latinoamericana a nivel internacional? ¿Cómo cambió la posición de países como México o Argentina en el mercado editorial global?
Entre las décadas del '40 y '70, Buenos Aires y México eran capitales de la producción editorial en castellano, pero eso se cayó por el crecimiento de España ya en la última etapa del franquismo y sobre todo después. Hay que reconocer cierta inteligencia y astucia de los editores españoles para desarrollarse con un enorme apoyo de los gobiernos, que han impulsado la producción con beneficios, préstamos y ayudas económicas para la promoción y la distribución de libros. Y tanto en la Argentina como en México ha habido una visión miope de las posibilidades de producción y exportación y de la capacidad de generación de empleos en el desarrollo de este campo. Se han hecho acciones muy valiosas como la Feria del Libro en la Argentina o las ferias en México, especialmente la de Guadalajara, en la que los intercambios entre editores y la venta de libros hacia el extranjero es de gran resonancia, sobre todo hacia las bibliotecas de los Estados Unidos. Pero en general las acciones de fomento a la industria editorial han sido bastante erráticas, incompletas, sin una visión integral.
Latinoamérica experimenta un proceso de modernización en el consumo de productos culturales pero acentúa su lugar periférico en relación con su producción y comercialización. Frente a esta desventajosa relación entre lo que se exporta e importa, ¿cuáles podrían ser las estrategias para equilibrar la balanza?
Como decía de la situación española, se necesita de una industria editorial mejor actualizada en recursos mercadotécnicos y con una mirada más informada sobre cómo situarse internacionalmente. Se han hecho recientemente en la Argentina algunas experiencias valiosas como la Semana de Editores, invitados del extranjero, que ha organizado Gabriela Adamo, y algunas acciones imaginativas de unas pocas editoriales que han logrado distribuir en Latinoamérica o España. Pero son excepciones. Ha habido poca acción gubernamental, más buenas intenciones que acciones de fondo. Además, en Latinoamérica existe un déficit de estudios de consumo sobre qué ocurre en el extranjero, y es contradictorio que, con todo el reconocimiento discursivo sobre la globalización, no se estudie qué pasa con el consumo de nuestras películas, de nuestros libros. Y no tienen que ser sólo estudios mercadotécnicos, de gustos y tendencias, sino de los hábitos de mediana duración.
¿Se puede recuperar algo del papel hegemónico del que gozaron las editoriales mexicanas y argentinas entre las décadas del '40 y del '70, considerando que los costos de producción hoy son menores que en España?
En algunos aspectos, la producción de libros es más barata en la Argentina que en España, sobre todo en lo que tiene que ver con la producción intelectual; los salarios de los autores, de los traductores, del personal de las editoriales, son más bajos. Pero otros insumos que intervienen en la producción también son caros. Es cierto, todavía tenemos una posibilidad competitiva bastante buena que deberíamos explotar mejor: habría que apostar más a los recursos editoriales y académicos. Tenemos un personal desocupado y subocupado de alto nivel para la producción editorial en Argentina, más que en cualquier otro país latinoamericano, y eso permitiría, como sucedió ya en épocas anteriores, traducir libros con alta calidad, que es una deficiencia importante en las editoriales españolas.
De acuerdo con sus estudios, la expansión de las tecnologías digitales parece haber modificado sensiblemente las prácticas de lectura, con un marcado desplazamiento desde las publicaciones en papel hacia los medios electrónicos.
Hay miles de ciudades en América Latina a las que no llegan diarios ni tienen librerías, que tienen pocas bibliotecas y sin embargo todas tienen "ciber-cafés". Hoy, cualquier diario latinoamericano tuvo más consultas en la mitad del día que la cantidad de ejemplares vendidos en papel.
En un mundo organizado a la vez para conectar y excluir, ¿considera que los medios digitales permiten una elección más selectiva de los consumos culturales?
Sí. Efectivamente, Internet ha ayudado un poco a la democratización de la información porque da más posibilidades. Sobre todo a la responsabilización de los diarios, porque nos da a un sector de la sociedad la posibilidad de consultar varios periódicos sin comprarlos, incluso de otros países; también de comparar la información, lo que fragiliza la omnipotencia de los periodistas o de los dueños de los diarios.
En "Imaginarios urbanos" afirma que la globalización mercantil está reorganizando el campo editorial con novelas "light" y recetas de autosuperación, mientras sobrevive cierto "fundamentalismo macondista" que pretende representarnos, con exponentes como Laura Esquivel o Isabel Allende. ¿Cree que ésa sigue siendo la tendencia actual?
Esa tendencia fue importante en los '90 pero creo que está en declive. Casi todas las mujeres más exitosas en la literatura, como las que nombró, han optado por esa veta y también un buen número de hombres, imitadores de García Márquez, que tratan de montarse sobre ese éxito. También ha ocurrido en otros campos, por ejemplo el éxito de cierto folclore "new age" incorporable a la "world music". Hace poco escribí un artículo para la presentación en México de un libro excelente sobre Gabriel Orozco, con artículos y entrevistas que le hicieron algunos de los críticos de arte más importantes del Primer Mundo en la actualidad. Y casi todos tratan de explorar en qué sentido su obra representa la "mexicanidad". Y Orozco es, precisamente en su generación, uno de los artistas que más ha tratado de desmarcarse de lo nacional. Tiene estudios en México, en Nueva York y en París, y es una figura reconocida internacionalmente. Pero cuando lo miran, o cuando miran a Kuitca, tratan en primer lugar de hacerle confesar su nacionalidad para poder apreciarlo. Si hablan con un artista italiano no le preguntan en qué sentido su obra expresa la "italianidad". Y a un inglés o a un estadounidense, menos.
En su libro usted insiste en que no desarrollar la propia industria cultural no es sólo perder ganancias multimillonarias sino permitir que otros se apropien y modelen nuestra identidad, que otros reformateen, a su gusto y conveniencia, la imagen de "lo latinoamericano".
Esto no se arregla sólo con la cuestión de la deuda externa e interna, sino que hay que lanzar nuevos programas de desarrollo que incluyan formas de coproducción y coparticipación a escala internacional. Hoy las grandes editoriales se están apropiando de nuestro patrimonio sin que desde América Latina se adopten políticas de protección a la producción nacional. En Argentina, antes se decía que las élites intelectuales sólo miraban a Europa, pero ahora lo que está en juego no es la admiración simbólica a las metrópolis sino el ceder espacios al control y a la gestión económica de las condiciones que nos permitirían producir y hacer circular lo que nuestra sociedad requiere o produce. Y esto es verdaderamente preocupante. Es algo estructural. Muchos de los editores en vez de promover una industria nacional han pasado a ser gerentes locales de los planes trasnacionales que compraron sus fondos editoriales. Esto ha pasado en Brasil, en México, en Colombia y en la Argentina.

Pablo Capanna. Las revistas de ciencia ficción que marcaron época

Pablo Capanna (1939) es Profesor de Filosofía egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha ejercido la docencia en la Universidad Tecnológica Nacional, en la Universidad Católica Argentina y en la Universidad del Salvador. Nacido en Florencia, Italia, y radicado en la Argentina a los diez años de edad, ha publicado cerca de una veintena de libros de ensayos, principalmente en el área de la ciencia ficción. Entre ellos figura el primer libro sobre el género publicado en español: "El sentido de la ciencia ficción" en 1966. Con esta obra Capanna inauguró los estudios en este idioma sobre el tema ya que, por entonces, existía un vacío de textos críticos referidos a la ciencia ficción al considerársela -como cualquier otro nacido en el seno de la cultura popular- un género menor. Despreciada por los cánones académicos vigentes, la ciencia ficción fue una fuerza soterrada que, al decir de Capanna, moldeó el presente tal como lo conocemos: anticipó y previno, como si gran parte de su corpus se tratara de una sumatoria de textos sagrados a la que fuese dable rendirle tributo. Aquel memorable libro, tras permanecer por años descatalogado, fue reeditado en 2007 bajo el título "Ciencia ficción. Utopía y mercado".
En la Argentina el género atravesó distintas etapas, signadas ellas por los cambios de sensibilidad, las problemáticas generacionales y hasta la evolución de la lengua. Podría establecerse como un hito el cuento "El origen del diluvio" que Leopoldo Lugones (1874-1938) publicó en 1906 siguiendo la mejor tradición de la novela "gótica" inaugurada por el "Frankenstein" de Mary Shelley (1797-1851). Luego, grandes maestros incursionaron también en el género: Jorge Luis Borges (1899-1986) lo hizo en 1944 con "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"; Adolfo Bioy Casares (1914-1999) con "La trama celeste" en 1948; Héctor G. Oesterheld (1929-1979) con "El eternauta" en 1957; etcétera. Otros notables escritores como Alberto Vanasco (1925-1993), Eduardo Goligorsky (1931), Angélica Gorodischer (1928), Elvio E. Gandolfo (1947), Marcial Souto (1947) y Sergio Gaut vel Hartman (1947) tuvieron mucho que ver con el desarrollo y la difusión de la ciencia ficción en la Argentina.
En 1995, la editorial Nuevo Siglo lanzó la colección Biblioteca de la Cultura Argentina dirigida por el lingüista y profesor universitario Pedro Luis Barcia (1939), quien actualmente preside la Academia Argentina de Letras. Uno de sus tomos fue, precisamente, "El cuento argentino de Ciencia Ficción", cuya edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Pablo Capanna. El texto de aquella introducción es el que se transcribe a continuación. 


Suele decirse que la ciencia ficción, como género literario, es una creación de los editores de revistas norteamericanas; también se dice que Hugo Gernsback, un inventor aficionado, fue el primero en rotular como "scientifiction" los cuentos que publicaba su revista "Amazing" en 1926. En realidad, el nombre ya existía: lo había propuesto el ensayista inglés William Wilson nada menos que en 1851. En cuanto al género, ya tenía, tres siglos de historia. Nacida junto a la ciencia moderna (el "Sueño Astronómico" de Kepler es de 1610), la ciencia ficción asumió la herencia de las utopías del Renacimiento (Moro, Bacon) y de los Viajes Maravillosos del siglo XVII (Swift). Después de la Revolución Industrial le cantó al Progreso (Verne) o se unió a la vertiente mágica del romanticismo (Mary Shelley), para alcanzar su madurez con la obra de H.G. Wells (1866-1946).
Cuando el género inició su carrera comercial en los Estados Unidos ya estaba consolidado en Europa: aún en Argentina ya lo habían cultivado Holmberg y Lugones. Es comprensible, pues, que los críticos europeos vean a Gernsback como una calamidad. Pero lo que no puede negarse es que, desde ese momento, la escuela norteamericana pasó a ser la orientadora del género. En Estados Unidos, la ciencia ficción volvió a empezar casi desde cero. En su primera etapa (1926-1939) tuvo escaso vuelo literario: abundó en experimentos maravillosos y científicos locos. Los seguidores de Verne cultivaron la "gadget story" (una suerte de acertijo científico, con personajes estereotipados) o tejieron desmesuradas sagas de aventuras espaciales: las llamadas "space operas".
A partir de 1939, el género dio un salto cualitativo por obra de John W. Campbell (1910-1971), un ingeniero que editaba la revista "Astounding". Campbell exigió a "sus" escritores tramas más sobrias y personajes más creíbles, logrando que a su sombra crecieran Asimov, Heinlein, Blish, Weinbaum, Anderson, Miller, Pohl, Sturgeon, Simak y otros clásicos. Durante la era de Campbell (1936-1945), las revistas se multiplicaron: para 1955 había treinticuatro solamente en los Estados Unidos, aunque ya se publicaban antologías y novelas. La ciencia ficción, que hasta entonces había pertenecido al mundillo de los aficionados, comenzó a hacerse aceptable para el gran público después del éxito de Ray Bradbury.


Las revistas que marcaron rumbos durante el llamado período clásico (1946-1965) fueron "Galaxy" y "The Magazine of Fantasy and Science Fiction". Esta última propuso un nuevo salto cualitativo; la dirigía Anthony Boucher, un profesor de literatura que hizo mucho para acortar las distancias entre la ciencia ficción y la gran narrativa fantástica. Para esos tiempos, Judith Merril ya prefería hablar de ficción "especulativa" en lugar de "científica", mientras que el británico J.G. Ballard proponía dejar el espacio cósmico para privilegiar el "espacio interior". La ciencia ficción de este período fue más humanista, irónica y crítica; menos confiada en la tecnología y menos utópica; pero seguía siendo optimista. La concisa obra de Cordwainer Smith, que recapitula su herencia, marca también su fin.
En los años que siguieron las revistas fueron extinguiéndose, y con ellas se eclipsó el cuento, pero el mercado editorial de la ciencia ficción terminó de consolidarse. Nuevos talentos, como Ursula K. Le Guin, hicieron que el género se volviera respetable para la crítica universitaria. Pero este reconocimiento pareció estimular más a la industria que a la creatividad. La producción de libros trepó a cifras increíbles: sólo en 1985 se publicaron en Estados Unidos mil trescientos treintidós títulos, con tiradas que a veces sobrepasaban los dos millones de ejemplares. Los clubes de lectores y aficionados se convirtieron en una vasta y burocrática red mundial.
El imperio de la ciencia ficción se extiende hoy hasta los más remotos confines de la Tierra, pero ha sido fagocitado por la industria del entretenimiento. Desde la exitosa "Duna" de Frank Herbert, el mercado se llenó de ambiciosas trilogías y tetralogías, suerte de "space operas" posmodernas, a veces escritas por encargo. Ellas alimentan otros negocios millonarios, como las películas de efectos especiales y los juegos de video. En los escritores más recientes predomina el pesimismo: reniegan del futuro e imaginan una indefinida decadencia. No terminan de salir del marco imaginativo creado por quien fuera el último de los clásicos o el primero de los posmodernos: Philip K. Dick.


Las reglas del juego. La ciencia ficción creció en el seno de la literatura fantástica hasta invadirla, reemplazando la seducción de la magia por las incógnitas de la ciencia. Pierre Versins y Borges la llamaron "literatura conjetural", Judith Merrill propuso hablar de "ficción especulativa", Darko Suvin la caracteriza como una literatura "cognoscitiva", con predominio de las ideas.
En general, un relato de ciencia ficción no se distingue de uno fantástico por su tema, sino por el tratamiento que le da. Puede tratar acerca de vampiros, sirenas o centauros, pero allí donde un escritor de fantasía como Tolkien nos invita a suspender el juicio de realidad, el autor de ciencia ficción procurará persuadimos de que todo lo que ocurre tiene alguna explicación racional. Estas distinciones, que han ocupado a los críticos durante años, tienden a desaparecer en la medida en que los viajes espaciales se han vuelto un tema periodístico, nuestros autos son fabricados por robots y los extraterrestres han ingresado al folclore urbano. De hecho, para los editores y críticos "ciencia ficción y fantasía" suelen ir unidas. Después de Tolkien, la fantasía se ha tomado la revancha contaminando a la ciencia ficción, al punto de que cada vez es más difícil discernir dónde termina la ciencia y dónde empieza la magia. Pero, en su evolución histórica, el género ha codificado ciertos temas y convenciones que suelen respetarse: el futuro, el robot, el extraterrestre, etcétera.
Nacida de la utopía, la ciencia ficción ha cultivado con más empeño la distopía, la descripción de futuros indeseables, pensados como una forma de advertencia. En ella, los planetas remotos permiten el mismo extrañamiento que en otros tiempos producían los países exóticos. Los mundos paralelos, situados "en otra dimensión", ofrecen una libertad imaginativa aún mayor. La ucronía, por su parte, nace de imaginar qué hubiera ocurrido si algún hecho histórico, por ejemplo una batalla decisiva, hubiese tenido un resultado distinto. En cuanto a los viajes en el tiempo (que permiten enamorarse de la tatarabuela o sabotear a Colón), ya habían agotado sus posibilidades antes que el cine los descubriera.


La ciencia ficción argentina. En lo que va del siglo XX, muchos grandes escritores argentinos han incursionado en el género. Nuestra literatura tiene toda una tradición fantástica, abierta a las sugestiones de la ciencia ficción, aunque la escasa presencia de la ciencia en nuestro medio cultural ha impedido la consolidación de una sólida escuela local. Antes de que aparecieran las revistas norteamericanas, los argentinos habían hecho ciencia ficción sobre modelos europeos. El zoólogo Eduardo L. Holmberg (1852-1937), promotor del darwinismo, fue el primero; también lo hicieron Fray Mocho, Enrique Méndez Calzada, Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Su omnívora curiosidad llevó a Borges a interesarse por la ciencia ficción norteamericana, ignorada entonces en las universidades. El prólogo que compuso para la edición argentina de las "Crónicas marcianas" de Ray Bradbury, fue todo un espaldarazo para los lectores argentinos. Bioy Casares escribió la que quizás sea la mejor novela argentina de ciencia ficción: "La invención de Morel", cuyo título evoca a "La isla del doctor Moreau", de Wells.
Entre 1953 y 1955 apareció en Buenos Aires la revista "Más allá", que difundiría masivamente lo mejor de las revistas norteamericanas de entonces. Gracias a ella, el lector argentino pudo saltear las etapas más primitivas del género y tomar contacto con sus formas más maduras.  Fue un amigo de Cortázar, antiguo surrealista, gran lector y traductor (Paco Porrúa), quien dio otro paso decisivo en 1955 al fundar Ediciones Minotauro. Con este sello difundió obras y autores más ambiciosos, con una calidad editorial superior a las publicaciones europeas de entonces. Detrás de Porrúa, otros editores intentaron efímeras colecciones de ciencia ficción, y algunos autores argentinos, como Vanasco, Goligorsky y Gorodischer, se sintieron atraídos por el género. Quien esto escribe produjo entonces el primer ensayo crítico sobre la ciencia ficción que se haya escrito en español; la bibliografía internacional, hoy inabarcable, constaba entonces de dos o tres títulos. En esos años, los lectores y aficionados comenzaron a organizarse de la mano del pionero Héctor R. Pessina.


Minotauro también produjo una revista del mismo nombre (1964-1968) que, a pesar de la calidad de sus textos, no logró establecer esa comunicación con los lectores que había caracterizado a "Más allá". Ello no impidió que siguiera haciendo docencia y formando el gusto argentino. Los frutos se verían entre 1966 y 1970, cuando se multiplicaron las antologías de escritores argentinos (en su mayoría, nombres consagrados) y se celebraron las primeras convenciones de aficionados. A falta de una revista local, el papel rector lo asumió la española "Nueva Dimensión", aparecida en 1968.
Los violentos años '70, que culminarían en una inédita dictadura militar, no fueron propicios para el género, que mantuvo su presencia gracias a algunas ediciones locales de títulos norteamericanos, pero dejó de convocar a los escritores, en esos momentos más preocupados por la ideología. En 1976, cuando arreciaba la "guerra sucia" y reinaba una agobiante censura, entró a la palestra Marcial Souto, un joven que se había iniciado junto a Porrúa, entonces ya radicado en España. Tras fracasar con varias publicaciones efímeras, logró el respaldo de los editores de una revista opositora, y en 1979 logró lanzar "El Péndulo". Desde sus modestos comienzos como suplemento literario de una publicación humorística, "El Péndulo" creció hasta llegar a ser "la mejor revista de ciencia ficción en contenido, presentación y diseño que se haya jamas producido en cualquier sitio", según escribiera años después el crítico sueco Sam J. Lundwall en la revista literaria británica "Foundation".
"El Péndulo" nunca fue un éxito comercial, a pesar de que alcanzó tiradas increíbles para una revista argentina del género. Entre 1979 y 1991, desapareció tres veces y reapareció otras tantas: la última, convertida en antología. Durante uno de sus eclipses (1983-1986), Souto reflotó por cuenta de la editorial Sudamericana la revista-libro "Minotauro". Fue una experiencia que no se parecía a su precursora de los años '60 ni a "El Péndulo": adoptó un perfil aún más definidamente cultural, incluyendo ensayos, crítica y excelentes ilustraciones. En la última etapa de "El Péndulo", había capitalizado esta experiencia y el marco gráfico era aún más ambicioso.


Pese a sus dificultades comerciales, "El Péndulo" marcó a una generación de lectores e hizo lugar a nuevos escritores atraídos por las posibilidades del género. En las páginas de "El Péndulo" y "Minotauro", y en los libros que aparecieron con este último sello (un catálogo integrado exclusivamente por nuevos autores argentinos), se abrieron paso Elvio E. Gandolfo, Carlos Gardini, Rogelio Ramos Signes, Mario Levrero, Leonardo Moledo, Eduardo A. Jiménez, Ana María Shua, Sergio Gaul vel Hartman, Raúl Alzogaray y Eduardo Carletti. Fue la misma época en que se consagraba una brillante escritora que siempre había apoyado al género: Angélica Gorodischer.
En la etapa de "El Péndulo" y "Minotauro" también se produjo la refundación del "fandom", la red de aficionados, por iniciativa de Sergio Gaut vel Hartman. Esto dio lugar a una verdadera proliferación de revistas profesionales y semiprofesionales o "fanzines", con suerte diversa pero gran entusiasmo, entre las cuales se rescata "Axxón". Gracias a la electrónica, que permite editar en disquete a muy bajo costo, "Axxón" ha sido la primera publicación de ciencia ficción argentina capaz de sobrevivir más tiempo que la mítica "Más Allá": en sus páginas, una novísima generación de escritores ha encontrado su ámbito.
Vista con perspectiva, la ciencia ficción argentina se caracteriza por tener una temática escasamente "científica", aún en el caso de los autores que cuentan con una formación rigurosa. En general, se trata de escritores que han asimilado críticamente las influencias extranjeras, apropiándose de sus símbolos, convenciones y mitos. Los más jóvenes también han sido marcados por las duras experiencias de las últimas décadas, lo cual explica el predominio de los climas nostálgicos, amargos a veces, una visión evanescente de la realidad, y una decidida adopción del lenguaje coloquial, los ambientes y la sensi­bilidad argentinos.

26 de noviembre de 2011

Agustín Cuzzani. Heráclito bajo la sombra

El dramaturgo argentino Agustín Cuzzani (1924-1987) fue un eximio autor de logradas farsas burlescas en las que mezcló, con una actitud escéptica y amarga frente a la realidad, la crítica social con el absurdo cotidiano. Abogado de profesión, comenzó su carrera literaria con la publicación de textos narrativos: el libro de cuentos "Mundos absurdos" y las novelas "Lluvia para Yosia" y "Las puertas del verano". En 1942 escribió la tragedia "Dalilah" y pronto entró en contacto con autores y actores del teatro independiente, realizando con ellos estudios sobre dramaturgia y estética teatral. Su obra dramática recibió el espaldarazo tanto del público como de la crítica cuando presentó, en 1954, "Una libra de carne", a la que le seguirían "El centroforward murió al amanecer", "Disparen sobre el zorro gris", "Para que se cumplan las escrituras", "Los indios estaban cabreros", "Sempronio, el peluquero y los hombrecitos", "El leñador", "Pitágoras go home" y "Lo cortés no quita lo caliente". Cuzzani fue el creador de la farsátira, un género al que definió como "una propuesta voluntariamente exagerada hasta casi el absurdo con relación a la situación del protagonista, una situación insólita que se tramita en un medio ambiente realista y natural, y que se resuelve en gran medida por medio del humor". Otra de las modalidades de la farsátira es el tratamiento multitudinario de personajes accidentales, coros, simultaneidades escénicas y el método cinematográfico de cortes directos entre situaciones. Entre las múltiples aventuras intelectuales que a lo largo de su vida emprendió Cuzzani (profesor de Estética, fundador de salas teatrales, guionista de cine, radio y televisión, adaptador de obras de teatro, autor de espectáculos musicales), son menos conocidas las que lo llevaron a indagar en las letras clásicas. Este curioso texto inédito sobre el filósofo griego Heráclito de Efeso (544-484 a.C.), escrito durante la última dictadura militar, muestra su destreza para rescatar la vigencia del pensamiento dialéctico, por entonces perseguido y censurado.
Oriundo de Efeso, la más floreciente ciudad de Jonia (en la actual Turquía) tras ser destruida Mileto por los persas, Heráclito nació en el seno de una familia aristocrática. De carácter severo, independiente, mordaz y taciturno, su oposición tanto a la tiranía como a los demagogos de la democracia, y su desprecio tanto a los bienes materiales como a la religión y la política, lo convirtieron en un hombre solitario que optó por vivir en los bosques, retirado del contacto humano, para dedicarse en soledad al cultivo del pensamiento. A falta de datos fidedignos, sobre su vida existe mucha ficción biográfica, en general ridiculizándolo. El historiador griego Diógenes Laercio (215-250), por ejemplo, en su "Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres", lo acusa de misántropo y vegetariano, renuente 
a componer leyes para los efesios, prefiriendo jugar con los niños en el templo de Artemis. Otro griego, el filósofo escéptico Timón de Fliunte (322-235 a.C.), lo tildó de enigmático,
una calificación que dio origen al epíteto de "el oscuro" que le endilgó el filósofo romano Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.). Otra calificación corriente en el período romano fue la de "filósofo llorón", que le atribuyó Platón (428-347 a.C.) en su "Crátilo" basándose en la idea
heraclitana de que todas las cosas fluyen como ríos; o la de "melancólico" que le endosó Teofrasto de Ereso (371-287 a.C.) al malinterpretar la locución "melayjolía" (melancolía),
que para Heráclito era sinónimo de impulsividad y no de tristeza permanente. La melancolía, según la escuela aristotélica, era una enfermedad mental producida por un exceso de bilis negra, un humor orgánico tóxico que alteraba el comportamiento haciéndolo inestable. Según la psiquiatría actual, ciertas peculiaridades biográficas y estilísticas de Heráclito podrían asociarse con los síntomas tipificados de la esquizofrenia. Pero, tanto la melancolía como la esquizofrenia, si bien producen una disfunción cognoscitiva, no alteran las funciones intelectuales básicas, por lo que la crítica filosófica moderna considera irrelevante el tema de la supuesta locura de Heráclito. A lo sumo, según el filósofo italiano Rodolfo Mondolfo (1877-1976), podría considerársela como la causante de los altibajos vitales del filósofo.
Se supone que Heráclito, en quien Georg W.F. Hegel (1770-1831) vio al fundador de la dialéctica, escribió un libro de aforismos que depositó en el grandioso templo de Artemisa Efesia. Según el ya citado Diógenes, su titulo era "Sobre la naturaleza" y sólo se conservan de él unos pocos fragmentos sueltos. Su lectura llevó al filósofo ateniense Sócrates (470-399 a.C) a decir: "Lo que he entendido es elevado, y elevado también parece lo que no entendí. Pero para descifrarlo todo habría que ser un buceador de Delos". Sin embargo, para el helenista e historiador de filosofía alemán Hermann Diels (1848-1922), Heráclito no escribió tal libro sino que sólo se limitó a verter sus opiniones a modo de aforismos, de las que luego se hizo una recopilación. Luis Farré (1902-1997), filósofo hispano-argentino en su "Heráclito (exposición y fragmentos)", y Maurice Solovine (1875-1958), filósofo rumano en su "Héraclite d'Ephèse. Doctrine philosophiques" (Heráclito de Efeso. Doctrinas filosóficas), han hecho interesantísimas aportaciones al estudio de la filosofía de Heráclito. Sobre las obras de estos autores se basó Cuzzani para la elaboración de su texto "Heráclito bajo la sombra".

HERACLITO BAJO LA SOMBRA

Ocurría en Efeso. Entre el parloteo de mendigos y sabios regañones que asaltan a la gente para proponer acertijos por dinero, en las tardes olorosas cerca del anochecer, es frecuente que los chiquillos y las jovencitas desvergonzadas rodeen con burlas y cantos intencionados a una figura de inmenso tamaño, rostro asqueado y aire de soñador incomprendido, que avanza apartando a golpes los inoportunos y los perros mezclados en el juego, para ascender jadeando por la cima del monte hasta el templo de Artemisa. Los efesinos le respetan y le temen. No olvidan es cierto, sus insultos y el desprecio con que los trata, pero tampoco olvidan sus servicios a la ciudad durante el sitio de los Persas, ni que pudo ser su legislador y su rey y no quiso. No, los insulta y los desprecia, pero los efesinos saben que en esa mole de grasa iracunda se encierra el alma de un grande y extraño filósofo: Heráclito "El Oscuro", o "El Chillón", o "El Llorón".
La ascensión hasta el templo de Artemisa es larga, aparte que el verano se hace sentir brillando sobre las piedras y las copas de los olivares. Antes de llegar al templo, Herádito tiene que pasar fatalmente por delante de "las hermanitas" -nadie podría afirmar si realmente lo son-, dos jovencitas de trece o catorce años cuya tarea consiste en esperar a los mozos que han ganado algún dinero jugando a la taba delante del templo. Raro es que el filósofo pase sin que le hagan alguna invitación descarada, riéndose luego de su asombro. Hoy, la más pequeña, la más audaz también, se ha acercado hasta casi tocarle, y mirando al mismo tiempo el rollo voluminoso donde Heráclito anota sus tratados y el no menos voluminoso abdomen, le dice con intención: "Heráclito, hijo de Blison, ¿quieres que te lleve la... carga?". El filósofo la mira en silencio. Tal vez ahora que se ha detenido, jadea con más ímpetu. La jovencita usa la túnica demasiado corta y tiene rodillas puntiagudas como una cabra salvaje. Entonces es ella la que se asusta y echa a correr hasta donde está su compañera. Solo comienza a reír cuando se siente a salvo. Heráclito se encoge de hombros, compone sus ropas y antes de continuar el ascenso echa una última mirada a las rodillas de la inoportuna y murmura: "Hay tanto de mal como de bien en ti, criatura". Luego sigue su camino.
No es que Artemisa o los dioses en general le importen mucho. Al fin y al cabo su filosofía no necesita para nada de ellos. Pero junto al templo hay un árbol cuya sombra es incomparable para recogerse a meditar sobre la naturaleza de las cosas y de los hombres. Al amor de ese árbol compuso ya tan extrañas doctrinas que son el asombro de sus contemporáneos, no solo de la ciudad sino de toda la Jonia desde donde llegan físicos y geómetras que hacen el viaje expresamente para oírle. Su fama de oscuro y difícil anda en boca de todos y circulan ya unos versos intencionados que dicen: "No desenvuelvas aprisa el libro de Heráclito/ Verdaderamente es muy difícil el camino/ Por el que hay que trepar./ Reinan en él las tinieblas y las oscuridades/ Y para hacerlo claro y brillante como el sol/ Haría falta la guía de un entendido". Pero al parecer no hay tales entendidos ni discípulos. Heráclito sube solo a la cima del monte, y daría la impresión que ese penoso viaje quisiera hacérselo pagar a los lectores, sembrando acertijos y enigmas en sus frases.
Su gordura, ahora que está sentado a la sombra sosteniendo sus tratados, le preocupa. Es lo bastante médico como para saber que tiene "las tripas llenas de agua" y que eso se llama hidropesía. Ha buscado ya la manera de deshidratarse por diversos medios y se dice que su fama de llorón le viene de la costumbre de llorar copiosamente todos los días para perder el agua. También ha hecho un desafío a los médicos. Si no son capaces de sacarle el agua del cuerpo se tenderá al sol, se cubrirá de estiércol y dejara que todo se seque y le quite la humedad. Ahora reposa y medita. Delante de sí, ocupando todo lo que puedan abarcar sus ojos, está el problema. Las cosas, las piedras, las montañas, los ríos, los árboles y también los hombres, la justicia, el bien y el mal. Todo eso es el problema. La "fisis", la realidad, lo que es, lo que existe. ¿Qué es el ser? Esa es la pregunta. Y el ancho y diáfano mundo que se desparrama delante de sí es la respuesta. O debiera serlo. Heráclito mira lejos y oye hondo. Allí está el ser extendido, quieto e indiferente, en pleno atardecer de verano.
Meses atrás, en uno de esos barcos panzudos que vienen de Sicilia, alguien le ha hecho llegar desde Elea algunos versos de Xenófanes de Colofón, donde se decía que los sentidos sólo dan apariencias de las cosas, y que ese conocimiento es sólo opinión, pero no sabiduría. Que la verdadera sabiduría sólo podía obtenerse por la meditación. ¡Como los pescadores del Ponto Euxino! Zambullirse en aguas oscuras y pescar a ciegas... No. A él no le convence eso. Los sentidos puede ser que sólo provean apariencias, pero sólo al que no sabe ver más atrás de ellas. "Malos testigos son los ojos y los oídos para los que tienen almas bárbaras". (Frag. 107. Diels. en Sexto Empírico. Adversus Matemáticos. Farre 163).
De tiempo en tiempo, como una burla que le llega de adentro, descubre alguna paradoja que parece encerrar abismos de profundidad. Ese camino, por ejemplo. Tan fatigoso que resultó para su gordura, treparlo hasta la cumbre. Tan placentero como será luego descenderlo hasta la ciudad. ¡Sin embargo es siempre el mismo camino! Tanto es subir como bajar. Es uno solo el camino placentero y penoso a la vez. "El camino que sube y que baja es uno y el mismo". (Frag. 59, Solovine. Diels). "El bien y el mal, como ese camino, también son una misma cosa". (Frag. 57, Diels, Solovine). Queda de pronto detenido en medio de esa idea. Ha entrevisto de golpe la verdad, la razón, el ser íntimo de las cosas. Cuando hace un movimiento para anotarlo y registrar lo que ha descubierto ya es tarde. La certidumbre se ha escurrido, la chispa que creyó entrever se ha escapado. Mira con disgusto cómo huye volando una corneja y le gruñe. "La naturaleza goza ocultándose". (119, Solovine).
Algo ha ocurrido en Grecia. Algo formidale y sin remedio. Allí está Heráclito, junto al templo de una diosa, en una ciudad donde el culto es atendido por las propias autoridades, donde a cada paso se encuentra una estatuilla o una imagen. Todo está ya explicado y es hasta obligatorio aceptarlo así. Y sin embargo, allí está Heráclito buscando una unidad que resuma todo. Una unidad a la que se pueda atribuir sabiduría, como si fuera un nuevo Zeus, aunque, por supuesto, ocuparía su lugar sin serlo. "El uno, que es la única sabiduría, sufre y no sufre porque se le llame Zeus".
Heráclito está sentado y medita con aire malhumorado. Las paradojas venidas de nadie sabe donde le hacen signos intencionados y ha estado a punto de atraparles todo su sentido. Pero ahora le ha ocurrido algo más extraño que todo eso. Algo que le ha intervenido todas sus facultades y adivina, de una manera confusa, que está frente a la aurora de un descubrimiento trascendental. Es que de pronto se sintió como instalado en un ritmo de tiempo infinitamente más lento que el de todos los días. Un tiempo desde el cual pueden verse crecer las ramas y el tronco de los árboles y agrandarse sin pausa las grietas de las piedras y los muros. Un tiempo que permite ver envejecer a la gente y aun crecer pueblos y costumbres para a su vez, derrumbarse y caer. No ya un hombre, sino generaciones tras generaciones de hombres lanzados por oleadas incesantes a la vida. "Una vez nacidos quieren vivir y luego morir, o más bien reposar. Y dejan atrás de ellos niños que a su turno morirán". (Frag. 19, Solovine).
Por un momento el universo que rodea a Heráclito se vuelve un fantástico decorado en crecimiento y transformación. Esa piedra tan quieta y sólida, ese tronco de árbol tan firme, esa columna de mármol, del templo... Todo, absolutamente todo, entrando en la danza del nacer y del morir, del derrumbe y la recreación. Eternamente fluyendo, cambiando. Después, todo volvió a la normalidad. Incluso Heráclito tuvo que cambiar trabajosamente de postura tironeando bruscamente dos o tres veces el pliegue de la túnica. A su alrededor las piedras volvieron a ser piedras y las montanas recobraron su fijeza. Pero ya era tarde. Ya Heráclito había penetrado el secreto de todo lo que existe. Y ese secreto develado le iba a conducir, como de la mano, por el resto de todo su sistema. Lo dijo en pocas palabras. Lo dijo casi murmurándolo. Pero bastaba con eso. Basta aún hoy, "panta rei" (Platón, Teaitetos).
Todo fluye, todo se mueve, todo cambia. Nada permanece tal y como es un momento. Casi lo dijo en secreto. Era más bien un secreto entre la naturaleza y él. "Panta rei...". El ser eso que en la apariencia primera de los sentidos parece estar quieto, pero en la verdad profunda está permanentemente cambiando.
Por supuesto sabe que eso no es todo. Simplemente ha aprendido a ver la naturaleza con ojos aptos. Pero las paradojas que suben y bajan, le han avisado ya que detrás de ese fluir de todas las cosas, se esconde otra verdad más terrible y honda. Por el momento, antes que sea tarde, se limita a recoger lo cosechado y escribe: "No se puede entrar dos veces en el mismo río, ni tocar dos veces una substancia perecedera en el mismo estado, pues ella se dispersa y se reúne de nuevo, se aproxima y se aleja por la prontitud y rapidez de los cambios". (Frag. 87, Solovine. Diels).
Pero de allí a su segundo descubrimiento no hay más que ahondar la reflexión. Los cambios y los movimientos que ha visto en todas las cosas, no son sucederes arbitrarios y contingentes. No es un caos inestable donde ningún orden o ninguna ley pueda establecerse. Por el contrario, los cambios tienen un sentido. El árbol no se cambia en fruto sin pasar por la flor. El hombre no envejece de niño sin pasar por la madurez. El día no se vuelve noche sin crepúsculo. Siempre se trata de día y noche, de juventud y vejez y muerte, de bien y mal Generalizando, ser y no ser. Aquí vuelve a acercarse, pero ahora en puntas de pie, sigilosamente para que no se vuelen, a las famosas paradojas. Tanto como para ir reteniéndolas y habitarlas hasta que destilen toda su verdad, escribe Heráclito de Efeso en sus tratados: "El camino que sube y baja es uno y el mismo. En la máquina de Batán el camino del tornillo recto y curvo a la vez, es uno y el mismo. Descendemos y no descendemos en el mismo río. Somos y no somos. El bien y el mal son una sola y misma cosa" (Frag. varios).
En toda paradoja son los contrarios los que se presentan juntos. Esto es lo que les hace extraños, irracionales y sorpresivamente ciertos. Ya está más cerca. Si hay verdad en las paradojas hay verdad en la coexistencia de las cosas contrarias. Y ahora ve claro. Las cosas contrarias coexisten luchando. Por eso fluyen y cambian. La vida y la muerte coexisten dentro del hombre, llevándolo gradualmente adelante. Todo se mueve -"panta rei"- porque dentro de todo está esa lucha de los contrarios. Lo que afirma y lo que niega.
La mirada que ahora arroja Heráclito al mundo circundante no es ya malhumorada sino realmente curiosa. Cree ver detrás de cada cosa, detrás de cada piedra, de cada efebo jugando a las puertas del templo, y dentro mismo del templo, una batalla de ejércitos, una guerra que a medida que va recorriendo con la mirada a todas partes le va pareciendo universal y permanente. Con pulso febril, incómodo por la postura, anota: "Es la misma cosa que vive en nosotros. La vida y la muerte, la vigilia y el sueño, la juventud y la vejez". Y dice "cosas" en sentido muy amplio: "Hay que saber que la justicia es una lucha y que todo toma vida de la discordia y necesidad". "La enfermedad hace la salud agradable, el mal hace al bien, el hambre la saciedad, la fatiga el reposo. El frío de convierte en calor, el calor en frío, lo húmedo en seco, lo seco en húmedo". Y agrega este verdadero enigma, que sugiere de golpe toda la verdad, toda la realidad como tendencia y la necesidad como fundamento del ideal: "Las cosas crecen según lo que les falta".
La noche ha ido subiendo y a lo lejos se oyen los ruidos característicos del cierre de las grandes puertas de la ciudad. Los muchachos que juegan frente al templo, descienden ya cantando una canción guerrera del tiempo del sitio, y seguramente seguirán la juerga toda la noche. Efeso es famosa por la cantidad de túnicas cosidas como enaguas que usan sus mujeres y por la rapidez con que se las quitan. Aún de eso extraerá hoy Heráclito nuevas conclusiones. Hace poco se negó a dar leyes a Efeso porque la corrupción era tal que de nada hubieran servido. Ahora le resulta distinto: "La naturaleza ama los contrarios y es con ellos y no con los semejantes que produce la armonía. Es así, por ejemplo, que une al macho con la hembra y no cada ser con su semejante". Ciegamente, como quien obedece a una ley universal, los contrarios se unen luchando y esa unión es al mismo tiempo guerra y armonía. Una armonía oculta detrás de la apariencia de las cosas. El mismo lo anota así: "La armonía escondida vale más que la armonía visible".
Solo que ahora esa armonía escondida tiene una belicosidad inusitada. Se diría que siente luchar debajo de sus pies, dentro de las piedras, y cuando respira hondo el aire de la noche ya crecida, parece como si adivinara el tumulto de innumerables legiones arrojadas a la batalla dentro suyo. Como si alguien le dictara palabras sabias que solo para él tienen sentido, pronuncia suavemente: "El combate es el padre de todas las cosas, el rey de todo. Hace representar a los unos el papel de dioses, a los otros el papel de hombres. Vuelve esclavos a los unos, a los otros libres".
A lo lejos, los rumores de la ciudad bulliciosa, tan llena de vicios, de corrupción, tan falta de sentido moral. Pero ahora ya no lo ve así. Ve la lucha y el combate. Eso que vuelve esclavos a unos y libres a otros. Entonces los rumores de la ciudad lejana cobran otro significado, como si hubieran cambiado de canto. El, Heráclito de Efeso, hijo de Blison, de familia real, con derecho a ser Basileus, de toga roja en las fiestas, de porte y educación aristocrática, con arrebatos de desprecio hacia el común de los hombres, él, el intocable y solitario, siente ahora las oleadas del canto de la ciudad. A unos vuelve esclavos, a otros libres... Y por primera vez, comprende.
Mientras inicia el descenso componiendo su túnica, tiene la certeza de haber dado con una ley universal, con una razón externa del suceder de las cosas que les confiere al mismo tiempo verdad y armonía. Más tarde le pondrá un nombre a esa razón externa, a esa lucha de contrarios que hace devenir las cosas: la llamará "logos". La luna clara y enorme ha nacido del lado de la ciudad. Salvo algún ramaje de fresnos, o un ángulo del templo de Asklepios que se levanta de esa parte, su suave disco reina solo y sereno sobre el horizonte. Es, de algún modo, el carro de luz de Artemisa, la virgen reina de los cielos nocturnos. La inmensa mole de Heráclito al incorporarse la cubre totalmente. Después, al alejarse, su silueta nítidamente recortada comienza su descenso hacia la ciudad, bamboleándose como un barco cargado de trigo y de niel.