¿Cuál es su diagnóstico acerca del estado actual de la producción en ciencias sociales, sus temáticas recurrentes, tipos de abordaje? ¿Qué están produciendo las universidades?
Después de ese período que fue la dictadura de expulsión, censura, hubo un período de recuperación, entre otras cosas de la memoria, y creo que todavía se está discutiendo. Es muy significativa la cantidad de publicaciones, libros y películas que ha habido sobre los sesenta y los setenta, pero hay reinterpretaciones importantes que corresponden además a un planteo sobre qué hacer con el pasado, con la memoria, hasta cierto punto curioso en esta época de presentismo, de falta de densidad histórica. Al mismo tiempo, hay un desarrollo de las ciencias sociales de muy buen nivel, sobre todo en antropología y sociología, y parte de los estudios comunicacionales, que son muy exuberantes pero no siempre rigurosos. Por ejemplo, si uno visita periódicamente la sociedad argentina, sin estar estudiándola, tiene la impresión de que hay un mayor cosmopolitismo, sobre todo en las generaciones más jóvenes, de cuarenticinco años para abajo, pero también un cierto ensimismamiento en la agenda de investigación. En Brasil, por ejemplo, parece que estudian mucho más lo que sucede fuera del país. Tengo la impresión de que en la Argentina sabemos muy poco de procesos internacionales que nos afectan seriamente. Un ejemplo: antes y después de la crisis de 2001 hubo muchísimos números de revistas dedicados a analizar esa situación, las causas, perspectivas, qué había que modificar en la sociedad. Casi unánimemente, la Argentina parecía un país sin relaciones exteriores y estábamos metidos en el Mercosur. No era algo imaginario lo que sucedía afuera. Entonces encontramos que algunos analistas hablan sobre globalización pero hay poca investigación sobre cómo realmente está funcionando y transformando año tras año la globalización. Hay muy pocos estudios que estudien lo que pasa con los migrantes argentinos en el extranjero, no solamente en España donde son centenares de miles, o que estudien cómo son recibidas las películas argentinas en España o en países latinoamericanos, o qué pasa con la recepción de los autores. Tengo la sensación de que salvo en Brasil, el ensimismamiento en la agenda de investigación es un problema general en América Latina. En Estados Unidos hay decenas y decenas de centros de estudios latinoamericanos. Pero ahí, por ejemplo, tenemos una pregunta fuerte para hacernos: ¿por qué casi no hay investigadores sobre Estados Unidos en la Argentina?
En sus escritos, considera la globalización como un conjunto de procesos de homogeneización y, a la vez, de fraccionamiento articulado del mundo, que reordena las diferencias y las desigualdades sin suprimirlas. ¿Cómo cree que se han organizado los mercados culturales frente al avance globalizador?
Existen ciertos problemas que, para abreviar, podemos decir que son los de la globalización: la mayor interdependencia entre las sociedades con diferentes condiciones de desarrollo. A diferencia de la globalización, que se da en el cine o en Internet, en el campo editorial todavía los alineamientos, las fusiones y las lealtades de los consumidores tienen mucho que ver con la lengua que se habla y la solidaridad entre los hablantes de la misma lengua. Se traduce muy poco del español hacia otra lenguas y la mayor parte de lo que se publica en inglés, francés y alemán no llega al castellano. Esta interdependencia cada vez mayor se refleja poco y asimétricamente en los estudios de mercado. Los españoles han percibido cómo apropiarse de editoriales pequeñas con buenos catálogos y no obstante la mayoría de los libros no llega a España. Y no sólo porque nos consideran a los "sudacas" productores de datos real-maravillosos pero no de pensamiento, lo cual no es menor, sino también porque nos faltan políticas adecuadas.
¿Cree que existe una difusión regresiva de la producción cultural latinoamericana a nivel internacional? ¿Cómo cambió la posición de países como México o Argentina en el mercado editorial global?
Entre las décadas del '40 y '70, Buenos Aires y México eran capitales de la producción editorial en castellano, pero eso se cayó por el crecimiento de España ya en la última etapa del franquismo y sobre todo después. Hay que reconocer cierta inteligencia y astucia de los editores españoles para desarrollarse con un enorme apoyo de los gobiernos, que han impulsado la producción con beneficios, préstamos y ayudas económicas para la promoción y la distribución de libros. Y tanto en la Argentina como en México ha habido una visión miope de las posibilidades de producción y exportación y de la capacidad de generación de empleos en el desarrollo de este campo. Se han hecho acciones muy valiosas como la Feria del Libro en la Argentina o las ferias en México, especialmente la de Guadalajara, en la que los intercambios entre editores y la venta de libros hacia el extranjero es de gran resonancia, sobre todo hacia las bibliotecas de los Estados Unidos. Pero en general las acciones de fomento a la industria editorial han sido bastante erráticas, incompletas, sin una visión integral.
Latinoamérica experimenta un proceso de modernización en el consumo de productos culturales pero acentúa su lugar periférico en relación con su producción y comercialización. Frente a esta desventajosa relación entre lo que se exporta e importa, ¿cuáles podrían ser las estrategias para equilibrar la balanza?
Como decía de la situación española, se necesita de una industria editorial mejor actualizada en recursos mercadotécnicos y con una mirada más informada sobre cómo situarse internacionalmente. Se han hecho recientemente en la Argentina algunas experiencias valiosas como la Semana de Editores, invitados del extranjero, que ha organizado Gabriela Adamo, y algunas acciones imaginativas de unas pocas editoriales que han logrado distribuir en Latinoamérica o España. Pero son excepciones. Ha habido poca acción gubernamental, más buenas intenciones que acciones de fondo. Además, en Latinoamérica existe un déficit de estudios de consumo sobre qué ocurre en el extranjero, y es contradictorio que, con todo el reconocimiento discursivo sobre la globalización, no se estudie qué pasa con el consumo de nuestras películas, de nuestros libros. Y no tienen que ser sólo estudios mercadotécnicos, de gustos y tendencias, sino de los hábitos de mediana duración.
¿Se puede recuperar algo del papel hegemónico del que gozaron las editoriales mexicanas y argentinas entre las décadas del '40 y del '70, considerando que los costos de producción hoy son menores que en España?
En algunos aspectos, la producción de libros es más barata en la Argentina que en España, sobre todo en lo que tiene que ver con la producción intelectual; los salarios de los autores, de los traductores, del personal de las editoriales, son más bajos. Pero otros insumos que intervienen en la producción también son caros. Es cierto, todavía tenemos una posibilidad competitiva bastante buena que deberíamos explotar mejor: habría que apostar más a los recursos editoriales y académicos. Tenemos un personal desocupado y subocupado de alto nivel para la producción editorial en Argentina, más que en cualquier otro país latinoamericano, y eso permitiría, como sucedió ya en épocas anteriores, traducir libros con alta calidad, que es una deficiencia importante en las editoriales españolas.
De acuerdo con sus estudios, la expansión de las tecnologías digitales parece haber modificado sensiblemente las prácticas de lectura, con un marcado desplazamiento desde las publicaciones en papel hacia los medios electrónicos.
Hay miles de ciudades en América Latina a las que no llegan diarios ni tienen librerías, que tienen pocas bibliotecas y sin embargo todas tienen "ciber-cafés". Hoy, cualquier diario latinoamericano tuvo más consultas en la mitad del día que la cantidad de ejemplares vendidos en papel.
En un mundo organizado a la vez para conectar y excluir, ¿considera que los medios digitales permiten una elección más selectiva de los consumos culturales?
Sí. Efectivamente, Internet ha ayudado un poco a la democratización de la información porque da más posibilidades. Sobre todo a la responsabilización de los diarios, porque nos da a un sector de la sociedad la posibilidad de consultar varios periódicos sin comprarlos, incluso de otros países; también de comparar la información, lo que fragiliza la omnipotencia de los periodistas o de los dueños de los diarios.
En "Imaginarios urbanos" afirma que la globalización mercantil está reorganizando el campo editorial con novelas "light" y recetas de autosuperación, mientras sobrevive cierto "fundamentalismo macondista" que pretende representarnos, con exponentes como Laura Esquivel o Isabel Allende. ¿Cree que ésa sigue siendo la tendencia actual?
Esa tendencia fue importante en los '90 pero creo que está en declive. Casi todas las mujeres más exitosas en la literatura, como las que nombró, han optado por esa veta y también un buen número de hombres, imitadores de García Márquez, que tratan de montarse sobre ese éxito. También ha ocurrido en otros campos, por ejemplo el éxito de cierto folclore "new age" incorporable a la "world music". Hace poco escribí un artículo para la presentación en México de un libro excelente sobre Gabriel Orozco, con artículos y entrevistas que le hicieron algunos de los críticos de arte más importantes del Primer Mundo en la actualidad. Y casi todos tratan de explorar en qué sentido su obra representa la "mexicanidad". Y Orozco es, precisamente en su generación, uno de los artistas que más ha tratado de desmarcarse de lo nacional. Tiene estudios en México, en Nueva York y en París, y es una figura reconocida internacionalmente. Pero cuando lo miran, o cuando miran a Kuitca, tratan en primer lugar de hacerle confesar su nacionalidad para poder apreciarlo. Si hablan con un artista italiano no le preguntan en qué sentido su obra expresa la "italianidad". Y a un inglés o a un estadounidense, menos.
En su libro usted insiste en que no desarrollar la propia industria cultural no es sólo perder ganancias multimillonarias sino permitir que otros se apropien y modelen nuestra identidad, que otros reformateen, a su gusto y conveniencia, la imagen de "lo latinoamericano".
Esto no se arregla sólo con la cuestión de la deuda externa e interna, sino que hay que lanzar nuevos programas de desarrollo que incluyan formas de coproducción y coparticipación a escala internacional. Hoy las grandes editoriales se están apropiando de nuestro patrimonio sin que desde América Latina se adopten políticas de protección a la producción nacional. En Argentina, antes se decía que las élites intelectuales sólo miraban a Europa, pero ahora lo que está en juego no es la admiración simbólica a las metrópolis sino el ceder espacios al control y a la gestión económica de las condiciones que nos permitirían producir y hacer circular lo que nuestra sociedad requiere o produce. Y esto es verdaderamente preocupante. Es algo estructural. Muchos de los editores en vez de promover una industria nacional han pasado a ser gerentes locales de los planes trasnacionales que compraron sus fondos editoriales. Esto ha pasado en Brasil, en México, en Colombia y en la Argentina.