El analista político y crítico cultural norteamericano David Rieff (1952) es hijo de la genial ensayista y escritora estadounidense Susan Sontag (1933-2004). Nacido en Boston, se licenció en Historia en la Universidad de Princeton y actualmente es miembro de The New York Institute for the Humanities. Ha colaborado como editor en el "World Policy Journal", en "The New Republic", en "The Washington Post", en "The Atlantic Monthly" y en "Harper’s Magazine" entre otros destacados medios. Es autor de varios libros, entre ellos, "Going to Miami. Tourists, exiles and refugees in the New America" (Camino de Miami. Turistas, exiliados y refugiados en la Nueva América), "Los Angeles: capital of the Third World" (Los Angeles: capital del Tercero Mundo), "A bed for the night. Humanitarianism in crisis" (Una cama por una noche. El humanitarismo en crisis), "Slaughterhouse. Bosnia and the failure of the West" (Matadero. Bosnia y el fracaso de Occidente), "Crimes of war. What the public should know" (Crímenes de guerra. Lo que debemos saber) y "Swimming in a sea of death. A son's memoir" (Nadando en un mar de muerte. Memorias de un hijo). En los últimos años ha estado compilando los diarios de su madre, cuyo primer volumen, "Reborn. Journals and notebooks 1947-1964" (Renacida. Diarios tempranos 1947-1964), apareció en 2009. En el invierno de este año, de paso por Buenos Aires, Rieff se encontró en una galería de arte del barrio de Recoleta con el escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky (1939), autor entre otras novelas de "Vudú urbano" (prologada justamente por Susan Sontag) y "El rufián moldavo", y guionista y director de "Crepúsculo rojo" y "Ronda nocturna", por citar sólo algunos de sus veinte filmes. El diálogo entre ambos intelectuales giró en torno a los diarios de Sontag que va editando y publicando Rieff. La charla fue recogida por Andrés Hax y publicada en el nº 407 de la revista "Ñ" del 16 de julio de 2011.
E.C.: Yo te conocí hace ya unos cuarenta años, una Nochebuena en París, cuando estaba visitando a tu madre, Susan, una amiga mía de mucho tiempo. Aún eras un "teenager". Puedo decir que te consideraba un amigo antes, pero que nuestra amistad se fortaleció después de que Susan muriera. ¿Qué piensas de esto?
D.R.: Es verdad. Pero creo que siempre fui reticente con los amigos de mi madre. Pensaba que tenía que existir una división entre el Estado y la Iglesia, por decirlo así. Sino era demasiado incestuoso estar demasiado cerca de gente con la cual ella estaba muy cerca y cuya amistad preexistía a la mía... Al revés, a veces funcionaba: que amigos míos se hicieran amigos de ella. Pero en el caso de sus amigos -y vos eras íntimo de ella, especialmente en su período de París (de hecho vos aparecés en los diarios)- sentía que tenía que haber una cierta distancia.
E.C.: Lo que me interesa -casi más como una situacion literaria que humana- es que estás editando los diarios de Susan. Seguramente ya sabías muchas de las cosas que cuenta en los diarios. Pero, ¿hubo cosas que te sorprendieron? No hechos, pero tal vez sentimientos, impresiones, opiniones... Porque ella comenzó los diarios cuando era una niña, antes de que nacieras. Entonces, ¿tuviste revelaciones editando los diarios? ¿O simplemente fue la confirmación de la imagen que ya tenías?
D.R.: Ella no llevaba diarios de una forma tradicional. No escribía como los diaristas famosos que llegaban a casa después de una cena y escribían los eventos del día junto con emociones y especulaciones. Ella llevaba los diarios con intensidad intermitente y escribía más cuando estaba descontenta que cuando se sentía bien. Entonces, en los largos períodos en los que ella se sentía bastante bien hay muy poco escrito. Otra cosa es que hay un sinfín de listas. A ella le encantaban las listas. Eran una forma -entre muchas otras cosas- de seguir siendo una alumna, porque ella era una alumna perpetua. También eran una forma de mantener el mundo bajo su control, porque era una persona muy ansiosa. También las listas funcionaban como puntos de referencia. Eran libretas de trabajo: listas de libros que había leído, de libros que quería leer, películas que había visto, de grabaciones que escuchaba y quería escuchar... Al hacer los diarios, la primera cosa que tuve que hacer fue inventarles la forma. Tuve que decidir qué era lo importante. Y no sólo se trataba de elegir cuáles entradas publicar, sino que dentro de las mismas entradas tuve que hacer una edición. No me gusta hablar mucho de estas cuestiones. Lo estoy haciendo porque es la Argentina, y siento que puedo hacer una excepción. Suelo no hablar del trabajo de mi madre, edito nada más. Es mi deber y mi honor hacerlo, pero no quiero presentarme como un gran experto sobre su trabajo. Podemos hablar sobre lo personal, porque eso es distinto, y en ese campo supongo que sí soy un experto. En cuanto a la edición, otra persona lo podría haber hecho de otra forma. Si ella hubiera vivido la larga vida que quería vivir, tal vez ella misma hubiera editado sus propios diarios. Hubiera tomado decisiones muy diferentes. Soy terriblemente consciente de eso. Pero no hay nada que se pueda hacer al respeto. Soy el único que quedó, entonces me toca a mí. Esta es sólo una versión de sus diarios. En cuanto a las sorpresas, a mí me llamó la atención cuán consistentes eran sus ambiciones y sus puntos ciegos. De alguna manera ella fue ella misma a una edad muy temprana... Siempre estaba hablando sobre la transformación, y la transformación era una parte central de mucho de su trabajo -las películas, tanto "Duet for cannibals" (Duelo de caníbales) y "Brother Carl" (Hermano Carl)- son sobre la transformación. Y una de sus películas favoritas era "Ordet" (La palabra) de Carl Dreyer, que es sobre un milagro...
E.C.: Ella dijo en algún momento que la posibilidad de un milagro era la única cosa que tenía importancia.
D.R.: Bueno, si no hubiera sido una atea rigurosa hubiera sido una buena mística cristiana. Desafortunadamente el materialismo mostró su fea cabeza.
E.C.: Era una atea pero también era, de alguna manera, culturalmente judía.
D.R.: Sí. Tenía una relación muy complicada con eso.
E.C.: Ella dijo en algún lado que era una católica de placar.
D.R.: Creo que ella quería ser una católica de placar. Baudelaire dice en algún lugar de sus diarios: "Siento el viento de las alas de la locura...". Y de alguna manera creo que le hubiera gustado ser una católica wildeana. Tú tal vez serás un converso pero ella no.
E.C.: Lo dudo, a esta edad tan tardía.
D.R.: Bueno, nunca se sabe... Roma sigue estando allí. Pero para contestar bien tu pregunta original: me llama la atención la consistencia de interés, ambición, y tambien sus errores. Es interesante. Cuando ella era una mujer muy joven, huyó de su marido y de mí y de la niñera para irse a Europa, alrededor de 1956. Pasó más de un año entre Oxford y París. Me contó una vez que en un momento de ese período estuvo en Grecia y vio una representación de "Medea" al aire libre. Aún era el mundo premoderno... Mi madre recordaba que cuando Medea está por matar a sus hijos, la gente en la audiencia gritaba: "¡No lo hagas, Medea!". Tengo que decir que tengo esta misma sensación una y otra vez cuando leo sus cuadernos, cuando hay una "affaire" después de otro. Y al editarlos, yo pensaba: "¡No lo hagas, Susan!". En cuanto a las revelaciones, el primer volúmen que he publicado va desde que mi madre tenía catorce años hasta que tuvo treintiuno. Yo tengo cincuentiocho años, entonces he tenido la extrañísima experiencia de leer los diarios de un padre, pero también la de una persona vieja leyendo los diarios de una persona joven. Es extremadamente peculiar.
E.C.: Ahora, en este otro libro que publicaste en inglés, "Nadando en un mar de muerte. Memorias de un hijo", hablás de los últimos meses de la vida de Susan. Y es un libro, al parecer, contenido. Desde el punto de vista literario esto es un gran triunfo porque se ve la intensidad de los sentimientos, pero nunca llega a ser sentimental. ¿Cómo fueron para ti estos últimos meses de su vida?
D.R.: Soy alérgico al sentimentalismo. Lo detesto. Creo que es el "kitsch" de las emociones y que destruye el pensamiento. No quería escribir un libro que llevase a que Oprah Winfrey me invitara a su programa, sino todo lo contrario: quería escribir un libro que desagradase a los espectadores de Oprah Winfrey. Pero uno dice la verdad sólo hasta el punto en que uno lo entiende, y es posible que uno haya malentendido algo. Pero también estaba limitado por mi decisión de no escribir sobre situaciones de las cuales no conocía la verdad entera como yo lo podría entender. Por ejemplo, no iba a hablar de la relación de mi mamá con Annie Leibovitz. Sí escribí una frase muy enojado sobre unas fotos que sacó Leibovitz después de la muerte de mi madre. Sentí que le debía ese comentario al lector. Y en cuanto a mi madre, los últimos diez años de nuestra conexión fueron muy difíciles. Sentí que el lector se merecía tener esta información. Pero, para contestar concretamente a tu pregunta sobre cómo me sentí, debo decir que cuando ella se enfermó con su tercer cáncer, después de haber sobrevivido a dos anteriores, entré en una especie de neutralidad emocional. Hay tanta administración en una enfermedad... Va sonar muy frío pero en ese momento creo que no sentí mucho. Soy bueno al momento de distanciarme. Pero tienes que serlo en este tipo de situación. Tú lo sabes bien con lo que pasó con tu madre.
E.C.: Es extraordinariamente claro lo que cuentas. En mi caso, brevemente, empecé a sentir que mi madre murió después de pagar las últimas cuentas. De alguna manera este trabajo de mantener todo en orden e interactuar con todas las personas involucradas en su tratamiento... Una vez que terminó eso había de repente un vacío. Y ese vacío era el vacío de su muerte.
D.R.: Y después es un proceso. El libro, seguramente, era parte de ese proceso. No fue mi intención escribir el libro, pero escribí un artículo y de allí parecía que había algo para hacer. Espero que uno que no esté interesado en Susan Sontag pueda encontrar algo de interés en este libro, en cuanto que el libro pueda tener una narrativa más allá del momento periodístico. Tiene que ser sobre algo más grande, y este libro trata sobre el tema de no estar reconciliado con la muerte, de no encontrar manera de acomodar la idea de la extinción de uno mismo. Distintas personas tienen distintas capacidades para enfrentar la muerte y ella no las tenía. Creo que yo tampoco las tengo. Pero al fin se convierte en un objeto que ya no te pertenece... Ahora, esto es un libro y la gente podrá hacer con él lo que le parezca.