1 de noviembre de 2011

Hervé Kempf: "El desafío es reconquistar bienes comunes como la educación, la salud y el medio ambiente, para garantizar una mejor vida social " (2)

"¿Estamos en dictadura? No. ¿Estamos en democracia? Tampoco. El poder del dinero ha adquirido una influencia desmesurada, los grandes medios de comunicación están controlados por intereses capitalistas, los 'lobbies' votan las leyes en los pasillos. Hemos entrado en un régimen oligárquico, forma política concebida por los griegos antiguos y que los politólogos han olvidado: el dominio de una minoría de poderosos que discuten entre pares e imponen sus decisiones a todos los ciudadanos. La visión del mundo de las clases dirigentes, que consiste en pensar que la única vía imaginable es aquella que conduce a acrecentar más y más la riqueza, no solamente es siniestra, también es ciega". Hervé Kempf hace éstas y otras afirmaciones del mismo tenor en su trilogía de libros ("Cómo los ricos destruyen el planeta", "Para salvar al planeta, salir del capitalismo" y "Basta de oligarquía, viva la democracia") en los que expone con precisión que el problema del mundo es el imbricado sistema de hiperconsumismo que aumenta la pobreza, destruye el planeta y reduce las posibilidades de supervivencia de la especie cada día más. El periodista del "Le Monde Diplomatique" estima que la humanidad está a las puertas del cambio de paradigma más importante desde la Revolución Francesa, y cree que la batalla se libra en las protestas estudiantiles chilenas, en los indignados españoles, en la revuelta griega, en las crisis de representación de los partidos políticos, pero también en el promocionado crecimiento chino, en el modo de sembrar los campos y en cada "shopping" donde se venden cifras absurdas de plasmas y celulares. Lo que sigue es la segunda parte del compendio editado de entrevistas que Kempf concedió a distintos medios de prensa en los últimos meses.


En sus investigaciones usted aborda con claridad y sobriedad el universo de los megarricos...

Existen 8,7 millones de personas que ganan más de un millón de veces más que el resto de sus hermanos humanos juntos. Empresarios, celebridades, políticos con sus fortunas bien resguardadas en paraísos fiscales. Oligarcas, autoritarios y bastante miedosos. Excéntricos, la mayoría incluso bastante bizarros, mueven sus gustos entre las armas de colección, los tapados de piel de animales en peligro de extinción, las membresías para clubes selectos, el sexo con mujeres u hombres exóticos, las obras de arte más cotizadas o los yates con capacidad para contener canchas de tenis y fútbol. No pisan la calle sino que la compran y la cierran para mirarla de arriba: desde sus helicópteros o aviones privados. Así llegan a sus casas que ahora son edificios enteros, mansiones o reservas ecológicas hechas a medida. Que existan no es una novedad, ni un problema. El problema es que la celebración de esa ostentación allanó el espacio para un histérico juego social de imitación y rivalidad que se practica desde hace demasiados años. Gastos sin límite por un lado y, por el otro, un consumo masivo con precios baratos que esconden las pérdidas que ese sistema de producción tiene para el planeta. El sistema tiene un modo de ser, una personalidad individualista, competitiva, ambiciosa y perversa que no se limita a individuos sino que se extiende al comportamiento de naciones enteras. Y lo peor de esa lógica de consumo eterno es que ya no hay modo de seguir abasteciéndolo sin severas consecuencias: no se puede seguir exprimiendo el planeta, estimulando el desarrollo y garantizar a la vez la supervivencia de la raza humana a corto plazo.

¿Qué papel destina a los ricos?

Son ellos quienes crean los modelos que imita el resto del planeta. Su necesidad de consumo material se traslada hacia abajo hasta llegar a los más pobres de los países más miserables. La noción del "bien común" debería regresar a nuestro discurso y a nuestro concepto de la humanidad. Es una cuestión de sentido común. Es necesario regresar a la sobriedad. Muchos de ellos tienen una preocupación por el bien común. Un ejemplo: había un gran jurista tunecino, constitucionalista, que hacia 1992-1993 no estaba para nada de acuerdo con lo que el dictador Ben Alí quería imponer; entonces se retiró, dijo "me voy al campo, yo ya no quiero formar parte de este sistema". Y cuando se hizo la revolución este año y se buscó personas honestas que además fueran competentes, él volvió y ahora aporta sus conocimientos para elaborar la nueva Constitución. Me parece que hay mucha gente que puede ponerse al servicio de la sociedad para cambiar las cosas.

Qué piensa de la llamada "filosofía del decrecimiento"?

Como periodista, fui uno de los que pusieron el foco ahí cuando comenzó a desarrollarse en 2002 o 2003. Fue un momento muy importante porque trajo radicalismo a la ecología política. Personalmente no me defino por el decrecimiento porque es un poco difuso, yo digo que soy un "objetor del crecimiento". Hablo de disminuir el consumo material y también el consumo de energía; eso me parece más concreto.

¿La Argentina actual puede escuchar objeciones al crecimiento?

Puedo hablar de Chile, que visité hace poco. Allí hay un índice de crecimiento muy importante pero también tiene un índice de desempleo muy grande. Y hay una muy desigual distribución de la riqueza y mucha destrucción del medio ambiente. Entonces, incluso en algunos países del Sur, se puede pensar en cuestionar el crecimiento porque uno de los desafíos de priorizar el bien público es la distribución de la riqueza. Cuando hablo de reducción del consumo material y del consumo de energía, claramente estoy haciendo un discurso para los norteamericanos, para los europeos, para los japoneses, porque son los principales contaminadores y creo que no tiene sentido seguir desarrollando a los países del Norte. Además, son quienes definen el modelo cultural de superconsumo: tener una 4x4, una pantalla extraplana de TV o el último modelo de cualquier cosa. El mecanismo cultural del consumo suntuario está en el centro de la máquina económica actual.

En sus libros expone que una de las decisiones más urgentes sería limitar la capacidad de ganancia de los ricos, establecer una Renta Máxima Obtenible. ¿Es un deseo personal o su propuesta ha tenido alguna precisión concreta?

Está avanzando. En Francia hay un debate actualmente sobre las ganancias máximas. La idea fue tomada por los partidos ecologistas y los partidos de izquierda, que representan cada uno el 8% del electorado. El Partido Socialista francés ha incorporado la idea de un salario máximo dentro de las empresas públicas. Y cada vez salen más proyectos de reforma fiscal para que los ricos paguen.

¿En ese sentido va el pedido de aumento de los impuestos que hicieron los ricos en Francia un par de semanas atrás?

No fueron todos los ricos sino algunos de ellos. Pero sin dudas los ricos están sintiendo que viene mucha presión de abajo. Entonces hacen gestos de caridad: "Este año les dejo mil millones". Pero no hay que tomar esos gestos. Lo que se necesita es una reforma fiscal. Que la sociedad, que es la que elige a los representantes del pueblo, que a su vez votan los impuestos, exija que se modifique esa situación. Y en todos estos temas es igual: el nodo de la democracia es la representación del pueblo para que decidan acerca de las representaciones en común. Eso, que era central en la Revolución Francesa, vuelve a estar en el centro del debate.

Usted dice en su libro que los ricos tienen que volver a la mesura. Que "la solución es detener el crecimiento material". ¿No es un delirio?

¿Qué es un delirio? Hay hipermillonarios que quieren comprarse cohetes para ir al espacio y yates de 110 metros de largo. ¿Son ellos los que deliran o deliramos los que decimos: "Hay una crisis ecológica tan profunda que habría que limitar la presión de la sociedad humana sobre el medio ambiente y reducir el consumo"? Si queremos hacer avanzar las cosas debemos articular la cuestión ecológica a la restructuración de la relación de poder, de la acumulación de riquezas. Yo no digo que los ricos o los empresarios deben desaparecer. Por el contrario, creo que tienen un papel muy importante que desempeñar. Pero hay estudios que muestran que en los años '70 los ejecutivos ganaban treinta veces más que sus empleados. Ahora hemos superado la proporción de 120 a 1. No se trata de denunciar. Pero es necesario decir que hay que volver a una relación social más humana y normal.

¿Y eso cómo puede hacerse?

Políticamente, redescubriendo el bien común.

Usted es un optimista sin límites.

No. Di varias conferencias en Francia y me doy cuenta de que hay mucha gente que tiene necesidad de descubrir la política, de cambiar las cosas, de imaginar otro mundo en el cual podrían participar. La gente normal conoce la realidad, mucho más que los hiper-ricos o los oligarcas, como yo los llamo. Hay dos fenómenos simultáneos. El primero son esos individuos que discuten, proyectan y hacen cosas para ir en una dirección diferente de aquellos que buscan el enriquecimiento desenfrenado o la acumulación de bienes. El segundo es que la gente quiere hacer política. La gente recupera ese bien común. En los años '60 el concepto de bien común estaba -por lo menos en Francia- mucho más presente que ahora. Cuando yo era niño todos los adultos hablaban de política, fueran comunistas o gaullistas. Estos últimos 
treinta años consiguieron convencernos de que la política no sirve para nada, de que todos los políticos son corruptos. En Francia, la izquierda tiene mucha responsabilidad en esto. En ese proceso hemos perdido la idea del bien común. Ahora, cada individuo piensa que uno es lo que tiene. Si uno tiene un hermoso Mercedes es porque ha trabajado muy bien y se merece un auto mejor que el de los otros.

En esa crítica durísima que hace de los hiper-ricos dice que no tienen proyecto de sociedad.

Efectivamente. No lo tienen. En los años '60, las elites mundiales, sobre todo en Estados Unidos, tenían un proyecto que era el de defender el mundo libre del comunismo soviético. Y tenían razón. La clase dirigente (que entonces llamábamos burguesía) tenía como objetivo no sólo hacer mucho dinero, sino defender Occidente y sus valores. Desde el derrumbe de la Unión Soviética, la clase dominante no tiene proyecto. Lo único que defiende es el crecimiento, la acumulación de bienes y, sobre todo, la preservación de la relación de fuerzas establecidas desde el poder. Cuando uno lee sus libros o sus revistas, es imposible encontrar alguna visión de futuro. Y, si existe, es una visión apocalíptica, que imagina que los más ricos terminarán aislados, protegidos por muros y milicias privadas, frente a las amenazas desencadenas por la crisis ecológica y social. Tenemos una clase dirigente que ha dejado de tener legitimidad. Porque, ¿qué confiere legitimidad al poder? La capacidad de proponer a una sociedad una forma de pensar el futuro. No tenemos eso. Lo único que les interesa es acumular para ellos.

¿Y la clase política?

La clase política está al servicio de ese gran capital. Actualmente tenemos una clase política que está totalmente engarzada en esa oligarquía económica y que comparte sus valores.

Usted afirma que, además de carecer de proyecto político, son ignorantes y que, incluso, tratan de llevar el planeta al cataclismo.

Por lo menos una parte de ellos tiene la tentación de ir hacia el límite aceptable. Mire la forma en que se comportó la presidencia de George Bush, que fue una de las más catastróficas de la historia de Estados Unidos. Tres señales muestran que una parte de la clase dirigente está dispuesta a todo para mantener su preeminencia frente a las crecientes tensiones sociales y ecológicas que se manifiestan. Primero, la guerra en Irak, que desestabilizó a Medio Oriente y que fue desencadenada gracias a mentiras vergonzosas. En segundo lugar, el hecho de que el número de prisioneros en Estados Unidos aumenta en forma regular desde que Bill Clinton dejó de ser presidente. Hoy, Estados Unidos es el país que encarcela la mayor cantidad de gente en el planeta. Por último, la actitud de la administración Bush cuando se produjo el huracán Katrina en Nueva Orleans: la respuesta fue enviar militares no para ayudar a la gente, sino para encarcelar a aquellos que robaban porque no tenían nada para comer. En Europa, donde generalmente somos mucho más respetuosos de las libertades públicas, hay una multiplicación de las cámaras de videovigilancia, de ficheros informáticos de todo tipo, en nuestros países también aumenta el número de gente encarcelada. Esto revela que la oligarquía tiene una propensión a recurrir cada vez más a instrumentos de represión con el objetivo de mantener la estructura social actual.

Entre paréntesis, ¿por qué utiliza en su libro el término "oligarquía"?

Porque no soy marxista. No hago un análisis clasista, tipo proletariado por un lado y burguesía por el otro. Creo que la actitud individual es fundamental en esto. Todos los miembros de la oligarquía no son fatalmente depredadores, no todos se comportan como la mayoría de los millonarios. Incluso cuento mucho con la ayuda de una parte de la oligarquía. Con la gente que tiene medios, no necesariamente los hipermillonarios: los abogados, los periodistas, los jefes intermedios de empresa, los altos funcionarios Toda esa gente puede evolucionar para rescatar el bien común. Tengo la esperanza de que los jóvenes que pertenecen a ese sector o se incorporan a él entiendan que el objetivo en la vida no es el de acumular, sino el de ser útil a la sociedad y a la comunidad planetaria.

¿Cómo imagina un mundo sin crecimiento?

No estoy en contra del crecimiento, sino a favor de la reducción del consumo material. Imagino un mundo donde no habría más evasión fiscal de los más ricos. Esa evasión significa varios miles de millones de dólares que están depositados en Liechtenstein, en las islas Caimán, en Guernsey o en otros sitios. Europa tiene una responsabilidad enorme y podría comenzar a hacer un esfuerzo en ese sentido. Se podría recuperar una gran parte de la riqueza colectiva que, por el momento, es robada por esos hiper-ricos y que volvería a la sociedad. No pretendo la igualdad perfecta, no creo en eso, pero se terminaría todo ese consumo desenfrenado de gastos inútiles; sería el fin de ese modelo cultural de superconsumo que empuja a la gente normal a imitar esas conductas. Imagino un mundo donde la parte ahorrada del hiperconsumo serviría para financiar actividades sociales que toda comunidad necesita. En Francia necesitamos educación, salud pública. El mundo necesita otra agricultura, más ecológica, que produzca más y emplee más gente; necesita eficacia energética, con menos derroche; otra política de transporte. Imagino un mundo donde seguiríamos creciendo, pero donde ya no existiría el crecimiento material. Hay que instaurar una actividad económica centrada en la necesidad de la gente, orientada hacia los lazos sociales y el intercambio. Por fin, teniendo en cuenta que soy ciudadano de una gran potencia, quizás estas naciones ricas deberían ser más generosas y utilizar parte de esa enorme riqueza para ayudar a esos países que, por el momento, hemos explotado descaradamente.

¿Cómo se les pide a los países emergentes como China o India que dejen de consumir?

Yo no puedo hacerlo. Por eso me dirijo, sobre todo, a los grandes países del Norte que son los más ricos y los principales contaminadores. Además, son ellos los que definen el modelo cultural que se ha impuesto en el planeta a través de la mundialización. Las clases medias indias tienen ganas de consumir más, de tener autos más potentes, porque miran en la TV cómo viven los estadounidenses y los europeos. Con los rusos sucede lo mismo. Lo que pido a europeos y norteamericanos es que cambien el modelo. En todo caso, China, India o Brasil se están dando cuenta rápidamente de la amplitud de la crisis ecológica. Y ven que en sus países también hay fenómenos de desigualdad, que serán cada vez más insoportables a medida que la crisis se agrave. En esos países hay conflictos sociales que se organizan en torno al control de los elementos esenciales a la supervivencia (agua, propiedad de la tierra). Las contradicciones que hemos descrito a escala mundial, se están manifestando también a nivel nacional en el Sur. El crecimiento en esos países no durará mucho tiempo. El crecimiento actual de China y de India (entre el 9 y 10%) no durará mucho. Es demasiado violento, tanto desde el punto de vista ecológico como social. También allí se producirán profundos movimientos de transformación. Sin embargo, a ellos les será menos difícil ir hacia un modelo de sociedad que consuma poco materialmente. Los habitantes de los países ricos padeceremos más ese proceso, porque hemos perdido la costumbre de la sobriedad.

¿Ha sufrido usted explotación?

Cuando veo un africano malviviendo en un suburbio de París y le pregunto: "¿por qué estás aquí?", su respuesta siempre es una historia de explotación del hombre por el hombre y después de degradación del planeta.

Por ejemplo...

Los suburbios de Europa están llenos de inmigrantes que tuvieron que abandonar el medio ambiente donde nacieron porque está exhausto tras la explotación abusiva. Son africanos que inmigran porque no han podido seguir siendo pescadores o cazadores o agricultores en su tierra, porque los recursos de sus mares, campos y selvas han sido esquilmados.

En sus libros, usted habla desde "la urgencia y el optimismo". ¿Qué debería cambiarse de aquí a diez años?

Lo urgente es que la clase política retome el control de los sistemas financieros. La segunda prioridad sería cambiar las relaciones de derecho e igualdad y articularlas a través de una reforma fiscal, que haga que los ricos paguen más impuestos. El tercer aspecto estaría relacionado con que los gobiernos se orienten hacia una economía basada en la ecología y que tienda hacia el bien común, un sistema contrario al capitalismo vigente. La crisis que estamos viviendo desde hace varios años en los países del Norte está vinculada a una acumulación de deudas estimulada por un deseo de consumo material cada vez más fuerte.