El escritor y matemático Guillermo Martínez (1962) es uno de los escritores argentinos más traducidos en el mundo. Es autor de los libros de cuentos "La jungla sin bestias" e "Infierno grande" -con el que obtuvo en 1989 el Premio del Fondo Nacional de las Artes-, y de las novelas "Acerca de Roderer", "La mujer del maestro", "Crímenes imperceptibles", "La muerte lenta de Luciana B." y "Yo también tuve una novia bisexual". En 2005 publicó el libro de artículos y polémicas sobre literatura "La fórmula de la inmortalidad" y en 2009 el ensayo de divulgación científica "Gödel (para todos)", en colaboración con Gustavo Piñeiro. Martínez ostenta el privilegio de ser el segundo autor nacional, después de Jorge Luis Borges (1899-1986), a quien la prestigiosa revista estadounidense "The New Yorker" le ha publicado uno de sus relatos. Precisamente sobre el autor de "El libro de arena", Martínez dictó en febrero de 2003 una serie de clases en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). En ellas, Martínez rastreó los elementos matemáticos en la obra borgeana para demostrar la profunda articulación de los mecanismos de abstracción y estructuración lógica en relatos como "El aleph", "La muerte y la brújula" y "La biblioteca de Babel". Esas clases, junto a una serie de ensayos sobre Euclides, Pascal, Russell y Fermat, entre otros, aparecieron en el libro "Borges y la matemática". En la edición del 15 de agosto de 2009 del diario "La Nación", Martínez publicó el artículo "Leyes (y transgresiones) de la narración policial", en el que, al igual que Borges, nos advierte que la buena literatura de enigma suele depender menos de la observancia de ciertas reglas estilísticas que de su delicada y sabia infracción.
LEYES (Y TRANSGRESIONES) DE LA NARRACION POLICIAL
En su artículo "Leyes de la narración policial", (de 1933, recogido en "Textos recobrados"), Borges propone algunas reglas básicas o "mandamientos" para el relato policial clásico. Estas convenciones, como señala con agudeza, "no propenden a eludir dificultades, sino a imponerlas". Borges escribe explícitamente las siguientes seis:
1. Un límite discrecional de sus personajes. Los personajes deben ser pocos y bien determinados, de modo que el lector llegue a conocerlos y a distinguirlos. "La infracción temeraria de esa ley tiene la culpa de la confusión y el hastío de todos los films policiales".
2. Declaración de todos los términos del problema. Se deben disponer todas las cartas sobre la mesa, sin ases intempestivos de último momento. A partir de cierto punto, el lector tendría que contar con todas las pistas necesarias para encontrar por sí mismo la solución. "La variada infracción de esta segunda ley es el defecto preferido de Conan Doyle. Se trata, a veces, de unas leves partículas de cenizas recogidas a espaldas del lector por el privilegiado Holmes. Otras, el escamoteo es más grave. Se trata del culpable, terriblemente desenmascarado a última hora para resultar un desconocido, una insípida y torpe interpolación".
3. Avara economía de los medios. Que un personaje se desdoble en dos puede ser admisible, señala Borges. Pero que dos individuos finjan ser un tercero para proporcionarle ubicuidad "corre el seguro albur de parecer una cargazón". La solución debe ser lo más limpia y neta posible, sin engorros tecnológicos, artificios improbables o despliegues abrumadores de movimientos y detalles. También: la solución debe poder inferirse con los recursos ya puestos en juego, como otro reordenamiento de lo conocido.
4. Primacía del cómo sobre el quién. La verdadera intriga de un buen "whodunit" no es el nombre final de quién lo hizo, sino cómo será el nuevo orden lógico más sutil, la verdad subterránea, que ilumina todo lo leído de otra manera.
5. El pudor de la muerte. A diferencia de los "thrillers" del cine contemporáneo, en que la imaginación se dirige a concebir crímenes cada vez más morbosos y cadáveres cada vez más chocantes, en el relato policial clásico la muerte es como la jugada de apertura en el ajedrez, y no tiene en sí misma tanta importancia. "[Las] pompas de la muerte no caben en la narración policial, cuyas musas glaciales son la higiene, la falacia y el orden". Una transgresión ejemplar a esta ley es "Navidades trágicas", de Agatha Christie. La idea, según se deja ver en la dedicatoria, surgió como un desafío, después de que su cuñado le reprochó, justamente, que sus crímenes eludían la sangre. "Te quejaste de que mis asesinatos se iban volviendo demasiado refinados, decadentes incluso. Sentías profundos anhelos de 'un buen crimen violento, con mucha sangre'. ¡Un asesinato que no ofreciera duda alguna de que era un verdadero asesinato!". Quizá lo más notable es que en este crimen, estéticamente opuesto, Agatha Christie no deja de ser ella misma: el chillido escalofriante, la escena brutal del crimen, la profusa sangre son todas claves precisas de la resolución final.
6. Necesidad y maravilla de la solución. "Lo primero establece que el problema debe ser un problema determinado, apto para una sola respuesta. Lo segundo requiere que esa respuesta maraville al lector". Esta sensación de maravilla, aclara Borges, no debe apelar a lo sobrenatural. La solución de un relato policial debe ser como la demostración de un teorema profundo: difícil de imaginar a partir de las premisas, pero cuya necesidad se impone por el ingenio riguroso de una explicación perfectamente lógica.
Además de estos seis axiomas declarados, dentro del artículo se postulan de manera indirecta también algunos otros: el genuino retrato policial -¿precisaré decirlo?- rehúsa con parejo desdén las aventuras físicas y la justicia distributiva. Prescinde con serenidad de los calabozos, de las escaleras secretas, de los remordimientos, de la gimnasia, de las barbas postizas, de la esgrima, de los murciélagos y de Charles Baudelaire y hasta del azar. Podemos desglosar de aquí tres reglas más:
7. Desdén de las aventuras físicas. En el desdén de las aventuras físicas podría establecerse una de las diferencias principales con la novela negra, o con el "thriller" cinematográfico. Borges observa que en los primeros ejemplos del género, "la historia se limita a la discusión y a la resolución abstracta de un crimen, tal vez a muchas leguas del suceso o a muchos años". Isidro Parodi, el detective que imaginó junto con Bioy Casares, resolvía los casos desde el encierro de una cárcel. Tanto en las aventuras de Sherlock Holmes como en las de Hércules Poirot, la vida del detective a veces está en peligro inminente, pero estos riesgos son efímeros y nunca la materia narrativa principal, salvo quizá en los casos finales de ambos. C. Auguste Dupin, la anciana Miss Marple, el padre Brown y Perry Mason son todos ejemplos de detectives a resguardo de las aventuras físicas.
8. Prescindencia de las consideraciones o juicios morales. Sobre la cuestión de la "justicia distributiva", "La huella del crimen" de Raúl Waleis, primera novela policial argentina -del año 1877, recientemente rescatada- tiene una intención declarada de favorecer una nueva legislación, a través de la exposición de un caso que desnudaría una falta en la justicia: "El Derecho es la fuente en que beberé mis argumentos. Las leyes malas deben conocerse por los efectos que su aplicación produzca. Yo formo el drama en que aplico la ley vigente. Sus fatales consecuencias probarán la necesidad de reformarla". Posiblemente, también las novelas de Perry Mason y los relatos de Chesterton pueden verse dentro de cierto apego a los cánones de la justicia y a las consideraciones morales sobre inocentes y culpables.
9. Rechazo del azar. En cuanto al rechazo del azar, son interesantes las reflexiones de Patricia Highsmith, a quien no la asusta tensar la credulidad del lector: "Me gusta mucho que en los argumentos haya coincidencias y situaciones casi (pero no del todo) increíbles, como, por ejemplo, el plan audaz que en el primer capítulo de 'Extraños en un tren' un hombre propone a otro al que apenas conoce hace un par de horas [...]. Lo ideal es que los acontecimientos den un giro inesperado, guardando cierta consonancia con el carácter de los protagonistas. Puede estirarse al máximo la credulidad del lector, su sentido de la lógica -es muy elástico-, pero no debe romperse". (En "Suspense", capítulo 5).
El azar puede aparecer en la narración a manera de elipsis, tal como en las comedias se acepta que una puerta se abra para dejar salir a un personaje y otro aparezca de inmediato. También, como el catalizador de una circunstancia propicia, que dé la ocasión y oportunidad para un crimen cuando el motivo no es tan fuerte. Así ocurre, por ejemplo, con la aparición del pariente lejano en coincidencia con el dato financiero en "Cuenta pendiente" de Cecil Scott Forester. El azar no debería jugar en cambio un papel decisivo en la explicación final. Notablemente, en "La muerte y la brújula" del propio Borges, es un accidente fortuito, una muerte azarosa, lo que da al asesino la idea para su serie y su emboscada.
10. Desconfianza o rechazo de las vías y protocolos de la investigación policial.("Las cotidianas vías de la investigación policial -los rastros digitales, la tortura y la delación- serían unos solecismos ahí"). La investigación policial pertenece al orden prosaico de los hechos y el sentido común. Esto suele establecer la diferencia entre el plano de la investigación oficial de la justicia y la investigación paralela, del orden de la ficción -y excéntrica respecto a los criterios y parámetros usuales- que lleva adelante el detective. En "La muerte y la brújula", como una ironía, tanto el policía oficial como el detective paralelo tienen razón, cada uno a su manera.
11. El asesino debe pertenecer al elenco inicial del relato. "En los cuentos honestos -señala Borges-, el criminal es una de las personas que figuran desde el principio". Una variante más laxa dice que el asesino debe aparecer en la primera mitad del relato.
12. La solución debe prescindir de lo sobrenatural, que sólo puede aparecer como conjetura transitoria a descartar. La respuesta debe maravillar al lector, "sin apelar a lo sobrenatural, claro está, cuyo manejo en este género de ficciones es una languidez y una felonía. Chesterton, siempre, realiza el "tour de force" de proponer una aclaración sobrenatural y de reemplazarla luego, sin pérdida, con otra de este mundo".
13. La solución no puede incluir elementos o saberes desconocidos para el lector. ("También están prohibidos... los elixires de operación desconocida").
Hasta aquí, las leyes que recoge Borges en su artículo. Algunas otras podrían ser, quizá:
14. Omisión de la vida privada del detective y de sus aventuras sentimentales o sexuales. Regla vulnerada en todas las películas policiales, donde asistimos al divorcio obligatorio del policía a cargo, a su vida rutinariamente desdichada y a su romance forzoso con la actriz principal.
15. En el caso de un doble o triple desenlace, debe haber un escalamiento, en que cada uno de los finales supere en ingenio y rigor al anterior. Como en la regla de los tres adjetivos que menciona Proust para los salones franceses, el último está obligado a sobrepasar los dos primeros.
16. El asesino no puede ser el mayordomo (a menos que se trate de una convención de mayordomos). El asesino no puede ser un personaje demasiado lateral, que esté permanentemente oculto, como una carta guardada.
17. El asesino no puede ser el inmigrante, o el fanático religioso, o el sospechoso de extremismo político. Regla observada siempre con cuidado por Agatha Christie. Los motivos del asesinato deben ser íntimos y el asesino debe pertenecer al núcleo íntimo de la historia. Esta regla se deja a un lado de una manera particularmente decepcionante en "Asesinos sin rostro" de Henning Mankell.
18. El asesino no debe ser el narrador. Regla admirablemente incumplida por Agatha Christie en "El crimen de Roger Ackroyd", y de manera más previsible por Anton Chejov en "Extraña confesión".
19. El asesino no debe ser el investigador. Regla desoída por Agatha Christie en "Navidades trágicas" y por Juan José Saer en "La pesquisa".
¿Podría extenderse todavía más esta lista? Seguramente. Pero eso quizá daría lugar a una ilusión equivocada, la ilusión de que el género puede capturarse y reducirse a un formalismo de axiomas, a una lista de instrucciones y procedimientos. Una ilusión simétrica y también equivocada -aunque popular en las mesas redondas, porque permite la pose iconoclasta y las metáforas bélicas- sostiene que el género debe dinamitarse, que hay que hacer saltar todas las reglas por los aires, que las leyes existen sólo para ser violadas. Cualquiera que lo haya intentado sabe en todo caso que es difícil -si no imposible- deshacerse de todas a la vez, y que hay en el género policial una tensión y un desafío extraordinario entre lo que efectivamente ya está dicho, en la retórica acumulada en miles de novelas, y aquello que todavía puede decirse, en el filo de las reglas. Las leyes son, en este sentido, como la altura de una valla, que la astucia y la creatividad deben saltar.
En una de las poquísimas ocasiones en que Borges concibe el plan de una novela propia, (en el artículo "E vero, ma non tropo" de 1938, revista "El Hogar") no casualmente elige, entre todos los géneros, la novela policial. La suya sería, declara, "un poco heterodoxa". Y subraya que esto último es importante, porque "el género policial, como todos los géneros, vive de la continua y delicada infracción de sus leyes". La delicada infracción de sus leyes: el subrayado es nuestro.
En relación con el desarrollo del género policial en la Argentina, la profesora de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Marta Castellino, sostiene en su ensayo "Borges y la narrativa policial. Teoría y práctica" que "la figura de Jorge Luis Borges constituye un hito insoslayable". El periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh (1927-1977), autor de "Variaciones en rojo" y "Cuento para tahúres y otros relatos policiales", hacía coincidir los comienzos de la narrativa policial argentina con la aparición de "Seis problemas para don Isidro Parodi", obra que Borges y Adolfo Bioy Casares (1914-1999) publicaron bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq en 1942. "Sin embargo -dice Castellino-, los aportes de Borges a la difusión del género habían comenzado en décadas anteriores a través de una serie de reseñas y notas periodísticas publicadas en revistas como 'El Hogar' o 'Sur' entre el '30 y el '40, en las que desarrolló una tarea de exégesis, sentó las bases del género y delineó su propio canon". Y más lejano aún en el tiempo, dichos aportes pueden rastrearse a través de un relato publicado en 1927 en la revista "Martín Fierro", llamado "Leyenda policial" y luego incluido en "El idioma de los argentinos" (1928) bajo el título de "Hombres pelearon". La obra de Borges en pro de la difusión del género continuaría luego con la dirección de la colección "El Séptimo Círculo", que nació en 1945 por iniciativa del propio Borges y de Bioy Casares.
Borges consideraba la narrativa policial como "una de las pocas invenciones literarias de nuestra época, de un encanto tan poderoso que difícilmente haya obra narrativa que no participe de ella en alguna medida. En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial. Yo diría, para defender la novela policial, que no necesita defensa, que está salvando el orden en una época de desorden". Las colaboraciones periodísticas de Borges, por cierto, contribuyeron a sentar ciertas bases del género policial en el conocimiento y el gusto del público lector argentino y a asentar su prestigio.