Según el diccionario de la Real Academia Española, el incesto (del latín "incestus") es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio. En su "Les structures élémentaires de la parenté" (Estructuras elementales del parentesco), el
antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009) afirma que la prohibición de la unión carnal entre dos personas que tienen lazos de parentesco consanguíneo es el único fenómeno que tiene al mismo tiempo una dimensión natural (por la universalidad de los instintos) y una cultural (por el carácter coercitivo de las leyes sociales), y constituye "el movimiento gracias al cual, por el cual, pero sobre todo en el cual, se cumple el pasaje de los seres humanos desde la naturaleza a la cultura". Refiere Lévi-Strauss que desde fines del paleolítico el hombre utilizaba procedimientos endogámicos de reproducción para mejorar la especie. El antropólogo estadounidense Lewis Morgan (1818-1881) y el sociólogo británico Henry Maine (1822-1888) -en sus obras "Systems of consanguinity and affinity of the human family"
(Sistemas de consanguinidad y afinidad de la familia humana) y "Ancient law" (Ley antigua) respectivamente-, consideraban que el origen de esa prohibición era el resultado de una reflexión social sobre un fenómeno natural que devino en una medida eugenésica destinada a proteger a la especie humana de la aparición de enfermedades en la progenie. Para otros estudiosos, la prohibición del incesto tiene un origen puramente natural. Edvard Westermarck (1862-1939), antropólogo finlandés autor de "Äktenskapets historia i dess huvuddrag" (La historia del matrimonio humano), y Havelock Ellis (1859-1939), psicólogo británico autor de "Man and woman. A study of secondary and tertiary sexual characteristics" (Hombre y mujer. Un estudio de las características sexuales secundarias y terciarias), consideraron que la prohibición del incesto no es más que la proyección sobre el plano social de sentimientos o tendencias para cuya explicación sólo es necesario considerar la naturaleza tanto fisiológica como psíquica del hombre. Existe también la teoría de que la prohibición del incesto tiene un origen simplemente cultural. El antropólogo escocés John McLennan (1827-1881) en "Primitive marriage" (El matrimonio primitivo), el sociólogo inglés Herbert Spencer (1820-1903) en "Principles of Sociology" (Principios de sociología), el biólogo inglés John Lubbock (1834-1913) en "The origin of civilization and the primitive condition of man" (El origen de la civilización y las condiciones primitivas del hombre) o el sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917) en "La prohibition de l'inceste et ses origines" (La prohibición del incesto y sus orígenes), veían en la prohibición del incesto una regla de origen netamente social, cuya expresión en términos biológicos es sólo un rasgo accidental y secundario. Con posterioridad, otros pensadores resaltaron también el valor de los vínculos simbólicos en la prohibición del incesto. Los filósofos franceses Gilles Deleuze (1925-1995) y Félix Guattari (1930-1992), por ejemplo, en su obra "L'anti Oedipe" (El anti-Edipo) escribieron: "Del incesto hay que sacar la conclusión, a la letra, de que no puede existir. Nunca podemos gozar a la vez de la persona y del nombre. No puede, una persona, en su relación con otra, nominarse al mismo tiempo padre y amante, o hijo y nieto". Aunque no existen datos oficiales, diversos estudios internacionales establecen que entre un 0,05% y un 20% de la población mundial experimentó situaciones de abuso o contacto sexual con familiares de sangre, aunque el rango es tan amplio como difícil de verificar. En la Argentina, según datos oficiales, sólo en la ciudad de Buenos Aires cerca del 23% de las niñas y el 15% de los niños son víctimas de abusos sexuales. De estos casos, el 62% ocurre en el interior de las familias; y de éstos el 37% de las veces quien abusa es el padre biológico o aquel que ocupa esa función. Un estudio realizado por el Cuerpo Médico Forense de la Justicia nacional, muestra que el 90% de los abusos a niños fueron cometidos por adultos varones conocidos de ellos, y en el 56% de los casos se trataba del padre biológico, en el 17% del padrastro y el 27% restante se dividía entre tíos, hermanos, abuelos, primos, etcétera. Estos índices crecen aún más en el interior del país, sobre todo en poblaciones aisladas geográficamente. La psicóloga clínica argentina Julieta Calmels (1977), doctoranda en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y docente de Problemas Antropológicos en la Facultad de Psicología de la misma universidad, es coautora de "El incesto. Un síntoma social". Para la doctora Calmels el incesto es "ensangrentarnos con nuestros parientes. Con el incesto no hay descendencia, porque el incesto asciende desintegrando lo producido". En la siguiente entrevista realizada por Viviana Campos para el nº 16 de la revista "Nómada" de abril de 2009, Calmels se refiere al incesto, una problemática secreta y oculta, difícil de cuantificar y abarrotada de mitos y lugares comunes, y analiza desde su experiencia profesional la enorme indefensión en la que se encuentran las víctimas ante una práctica que atraviesa las clases sociales y resulta negada por la sociedad.
¿Cuál es la incidencia de los casos de incesto en Argentina?
El tema del incesto es muy difícil de investigar y sobre todo de medir. Las estadísticas son escasas y fragmentadas; nuestro país no cuenta con investigaciones nacionales que midan la presencia del fenómeno. Si bien ahora se está denunciando un poco más, no podemos saber con certeza qué tan cercanos son estos indicadores de las prácticas efectivas. Lo que tenemos en claro es que las denuncias o las consultas son muchísimas menos que los casos que ocurren.
Existe un mito de que solamente ocurre en las clases bajas.
Sí, existe una idea muy arraigada en el imaginario social que tiende a asimilar la incestuosidad con clases bajas, alcoholismo, drogadicción, inmigrantes. También se piensa que quien realiza estas prácticas es un "loco perverso" a quien uno identificaría con sólo verlo. Pero, en muchos de los casos, los abusadores tiene una inserción social buena, con trabajos estables, muchas veces profesionales. Son personas que en muchos casos gozan de una imagen social respetada (buenos vecinos, buenos padres, etcétera), situación que contrasta con el tipo de marginalidad que el mito les atribuye. Lo mismo sucede con la condición económica, el incesto se da en todas las clases sociales. Lo que sí ocurre es que a más alto nivel económico, hay menos cantidad de denuncias. En los casos de clases bajas o medias bajas, la mamá consulta en el hospital o en la salita del barrio. Los hospitales, a pesar de todas sus dificultades, en los últimos años fueron armando unidades de violencia familiar, y a veces han tenido cursos de formación sobre temas de violencia. En este contexto, el tema cobra una visibilidad que no alcanza a tener en el ámbito privado. Hay que llenar historias clínicas, hay posibilidades de derivación a unidades especializadas o a organismos públicos abocados a la asistencia del tema, y el profesional también está más observado. Por el contrario, las clases altas tienen su circuito privado que favorece el ocultamiento. Si la decisión familiar es ocultarlo cuentan con más recursos, por ejemplo, para cambiar al niño de escuela o para mudarse. Además, poseen capacidad para pagar abogados; hay muchos y muy entrenados en las estrategias de negación y ocultamiento de las denuncias de abuso. Estos recursos y una red de circulación les permiten implementar estrategias para mantener en silencio el problema, frente a una familia que no podría moverse de su casa o de la institución pública.
¿Cómo se sitúa la familia ante el impacto de una situación tal? ¿Tiende a descreer?
La primera reacción que aparece es la de no poder creer la situación. "No puede ser", "no puedo creerlo", son las frases típicas de familiares, allegados, docentes y a veces también de profesionales cuando se enteran de un caso. Esto es lo que ocurre en todas las familias en general. Esta dificultad da cuenta de la difícil aprehensión de la temática del incesto en nuestro sistema de representaciones, que se entiende, ya que el incesto no es un acto prohibido entre otros, sino lo prohibido en sí mismo, el fundamento de la prohibición. De hecho, es la única prohibición que no cuenta con excepciones para nuestra cultura; digo la única porque, por ejemplo, la prohibición de matar -que también es central para nosotros- sí puede tener excepciones: en defensa propia, del territorio, etcétera. Pero con el incesto no ocurre lo mismo, porque es lo prohibido en sí. Es por esto que pienso que el incesto, más que una violación a una ley jurídica, es una transgresión a los límites simbólicos. Cuando ocurre el incesto quedan conmovidos todos los anclajes simbólicos que nos organizan como sujetos de esta cultura: ¿Qué es ser un padre? ¿Qué es ser un hijo? ¿Qué es relacionarse con otros? ¿Qué es la sexualidad? Ante el incesto, como tragedia humana, se rompen los diques que tenemos naturalizados y que por esto mismo suponemos que funcionan solos, pero ahí dejan de funcionar y nos encontramos ante lo que algunos autores llaman el "abismo": un vacío al que se precipitan los sujetos cuando sus referencias simbólicas, cuando sus lugares en las relaciones primarias quedan arrasados, confundidos, superpuestos. Es por esto que resulta "increíble", porque no tenemos con qué entenderlo. En algún sentido todos nos desestabilizamos ante estos casos. Hay una dificultad social para creer que esto existe y pasa, o para representarlo como posible. A este orden de dificultad, esperable e ineludible, se suman otros más propios de nuestra "moral" cultural que tiene que ver con la sacralización de la familia como institución social y con la perseverancia de ideologías patriarcales que tornan aún más complejos los procesos de develación del incesto porque con él se pone en cuestión la idea de la familia como sagrada y del rol del padre representante natural de la ley.
¿Cómo se llega a la consulta y a la denuncia?
A veces el chiquito empieza a contar a partir de un cierto nivel de distanciamiento, que puede ser un divorcio o un viaje. Es algo que se observa mucho. Y es comprensible: pueden contar cuando saben que no se van a encontrar con el abusador al otro día. Otras veces aparece a través de síntomas no específicos: enuresis, encopresis, alteraciones en el sueño, cambios bruscos de conductas; un niño muy sexualizado, que se masturba compulsivamente, o que tiene conductas que toman las formas de intercambios sexuales más propios de los adultos que de los niños; o ante los dibujos de los nenes (penes, vaginas, penes eyaculando, etcétera). Cuando esto es reiterado y va acompañado de los síntomas es sospechoso. Muchas veces los juegos con los compañeros son un indicador. Un chiquito abusado, a veces repite jugando, lo que sufrió. Pero sobre todo, hay que tener en cuenta el relato. Que un nene tenga estos "síntomas" puede ser un motivo para que la mamá o algún familiar consulte, y ahí se inicia el proceso. Puede ocurrir que los profesionales no den ningún alerta, y esto pasa mucho, porque también los profesionales están atravesados por las mismas pautas culturales, los mismos prejuicios que el resto de la sociedad. Como profesional tiene que ver qué hace con eso y en qué medida lo enfrenta, porque no hay que perder de vista que tiene la responsabilidad de escuchar a un niño.
¿Puede ocurrir que los chicos cuenten y no les crean?
Sí. Muchas veces los chicos cuentan y no les creen, las madres no les creen, los abogados y los jueces tampoco. Existen discusiones sobre cuán creíble es el relato de un niño, si vale o no como testimonio de prueba. Las técnicas de validación existen -el juego, los dibujos-, pero es fundamental el relato del niño. También hay un trasfondo de incredulidad previa en la justicia, en los profesionales de la salud y en la sociedad aún más. Esta incredulidad sobre el relato del niño tiene que ver con algo que excede la temática del incesto y que se vincula con la escasa legitimidad que tiene la palabra del niño en nuestra sociedad. Porque no logran aún ser reconocidos como sujetos capaces de portar un discurso de verdad. Y esta dificultad da lugar a toda una serie de cuestionamientos y prejuicios muy arraigados, de los niños "fabuladores", "mentirosos", "influenciables", adjetivaciones que no hablan tanto de los niños como de las representaciones adultas sobre la infancia.
¿Existe algún perfil sobre el comportamiento en el adulto abusador?
En general el adulto niega y responsabiliza a la madre que le está "llenando la cabeza" al nene porque tiene una situación de conflicto con él. Sobre todo porque estas situaciones se develan muchas veces después de un divorcio. La separación de los padres es un facilitador para que el niño pueda hablar. Muchas veces se plantea como hipótesis de la defensa jurídica de los abusadores que tiene que ver con las causales de divorcio, con el odio en relación a la separación, con todos los conflictos ligados a la ex pareja conyugal. Actualmente está circulando mucho la noción de "síndrome de alineación parental", que dice que los chicos cuando hay una separación pueden sufrir la influencia de uno de los progenitores hablando negativamente del otro, induciéndolos a hacer acusaciones falsas respecto del otro progenitor. Este síndrome está en plena discusión y muy devaluado como categoría clínica, como categoría diagnóstica, porque supone que el niño es una especie de recipiente vacío capaz de ser llenado de palabras, como si no tuviera su pensamiento, su palabra, su registro y su sentimiento. Esto no quiere decir que los niños no sean influenciados, pero hay formas de diagnosticar: el juego, la palabra, lo que el juego muestra y representa como discurso, o bien los dibujos. Ese concepto es inconsistente en términos teóricos, y tendencioso en el marco de estos temas. Además, no cumple con ningún protocolo científico. En general es el que utilizan los defensores de padres abusadores. Además, hay que recordar que las prácticas incestuosas se producen a través de dispositivos que muchas veces involucran el secreto, apoyados por esa dificultad social que hay para creer que esto existe y pasa, o para representarlo como posible. Por otro lado, están las estrategias de ocultamiento que utilizan los abusadores a partir de amenazas; que si cuentan van a matar a la madre y los van a lastimar. Amenazas que siempre apuntan a los miedos más fuertes de los chiquitos y que además de comprometer a los niños en el silencio, producen en ellos temores muy intensos y desorganizadores que se incrementan una vez que se devela la situación, y que perduran a veces mucho tiempo.
¿Qué ocurre cuando se llega a la justicia?
Muchos jueces y abogados sostienen sus estrategias de defensa de los abusadores en la idea de que los chicos fantasean o mienten. Pero ningún juez diría eso de un adulto que fantasea y miente como argumento. Que éstas sean las objeciones de los relatos infantiles hace pensar en otra cosa: que el juez no puede pensar al niño. Porque el niño fantasea por supuesto, al igual que los adultos fantaseamos y esta condición potencial de nuestro psiquismo, no invalida el relato de un adulto. El fantasear de los niños tiene determinados tópicos infantiles que cualquier terapeuta de niños conoce. Los niños fantasean, pero no con ser penetrados por genitales en las zonas genitales. Ni fantasean con que les hacen ver fotos de personas desnudas y les piden que copien lo que hacen las personas desnudas en revistas o películas. Eso no es una fantasía del mundo infantil; es parte del mundo adulto. Los niños fantasean sobre el mundo en el que viven, y bajo los modos que tiene de representarse el mundo. Lo que uno se encuentra cuando hay casos de abuso sexual y de incesto, es que aparecen datos que no tienen que ver con un modo de representación infantil, ni con sus fantasías, ni con sus temores. Eso justamente es un indicador de que hay una intromisión violenta de las prácticas adultas en el cuerpo del niño. Hay que ser muy cuidadoso en la indagación para ver cuándo aparece algo del mundo adulto en el mundo infantil, algo sexuado bajo la forma adulta. El niño tiene trabajo psíquico y capacidad de construir ideas, tiene fantasía y pensamiento, pero en función de su posición en el mundo, de sus experiencias.
¿La difusión de estos hechos ayuda a los alertas?
Se trata de que estar cada vez más enterado no se transforme en un alerta excesiva, algo que nos haga sacar a los niños de todos aquellos intercambios que son necesarios y esperables. Por ejemplo, he oído que a veces en el jardín, cuando algún chiquito se hace pis -algo normal porque es ahí a veces donde terminan de aprender a retener-, las docentes no los cambian por temor a las denuncias por abuso. Aquí hay un problema: negarle al nene un contacto corporal que es necesario para su desarrollo. Los contactos corporales del niño con el adulto son parte de la materia prima de su crecimiento y de las experiencias vitales de construcción de su cuerpo, de su mundo. Eso es algo constitutivo del proceso de crecimiento de la infancia, y es fundamental que se preserve. Hay que afinar las cosas para que no se confunda un encuentro corporal con una sexualización violenta.