UNA PERLA
Raul Brasca
Argentina (1948)
- Describe la perla por la que arriesgarías tu vida allá en lo hondo -le pedí al joven buceador de pulmones de acero.
- No sé cómo es esa perla -me dijo-, pero puedo describirte la muchacha a quien se la regalaría.
LA EXPRESION
Mario Benedetti
Uruguay (1920-2009)
Milton Estomba había sido un niño prodigio. A los siete años ya tocaba la Sonata N° 3, Op. 5, de Brahms, y a los once, el unánime aplauso de crítica y de público acompañó su serie de conciertos en las principales capitales de América y Europa. Sin embargo, cuando cumplió los veinte años, pudo notarse en el joven pianista una evidente transformación. Había empezado a preocuparse desmesuradamente por el gesto ampuloso, por la afectación del rostro, por el ceño fruncido, por los ojos en éxtasis, y otros tantos efectos afines. El llamaba a todo ello "su expresión". Poco a poco, Estomba se fue especializando en "expresiones". Tenía una para tocar la Patética, otra para Niñas en el Jardín, otra para la Polonesa. Antes de cada concierto ensayaba frente al espejo, pero el público frenéticamente adicto tomaba esas expresiones por espontáneas y las acogía con ruidosos aplausos, bravos y pataleos. El primer síntoma inquietante apareció en un recital de sábado. El público advirtió que algo raro pasaba, y en su aplauso llegó a filtrarse un incipiente estupor. La verdad era que Estomba había tocado la Catedral Sumergida con la expresión de la Marcha Turca. Pero la catástrofe sobrevino seis meses más tarde y fue calificada por los médicos de amnesia lagunar. La laguna en cuestión correspondía a las partituras. En un lapso de veinticuatro horas, Milton Estomba se olvidó para siempre de todos los nocturnos, preludios y sonatas que habían figurado en su amplio repertorio. Lo asombroso, lo realmente asombroso, fue que no olvidara ninguno de los gestos ampulosos y afectados que acompañaban cada una de sus interpretaciones. Nunca más pudo dar un concierto de piano, pero hay algo que le sirve de consuelo. Todavía hoy, en las noches de los sábados, los amigos más fieles concurren a su casa para asistir a un mudo recital de sus "expresiones". Entre ellos es unánime la opinión de que su "capolavoro" es la Appassionata.
EL ABRIGO CARCOMIDO
Daniel Moyano
Argentina (1930-1992)
Paseándose distraídamente por la ciudad desde la mañana hasta la noche (era su manera de pensar), el Doctor X dedicó años de su vida a tratar de explicarse las razones que llevaron a un colega suyo, notable cirujano ambidiestro, a abandonar su profesión para vagar durante años, envuelto en un abrigo carcomido, por esa ciudad caliente del subtrópico. Un colega al que todo el mundo respetaba, "adiós doctor" le decían respetuosamente al cruzarse con él, pero él no respondía, parecía ir tiritando de frío en medio de la siesta caliginosa, y a pesar del respeto y de la placa de médico en esa casa donde vivía solo, y que ya estaba casi totalmente cubierta por la maleza, a pesar de las operaciones milagrosas que había hecho y a pesar incluso del futuro político que hubiera podido tener, senador nacional o vicegobernador o algo por el estilo, su desdichado colega, por más que la gente quisiera ocultar la verdad, hablando mal y pronto era el loco del pueblo. El Doctor X se concentraba dándole vueltas siempre a la misma pregunta, cómo había podido caer tan bajo un hombre del temple de su colega. Y nada podía distraerlo ni sacarlo de la concentración de su pensamiento, ni siquiera los muchos que lo saludaban respetuosamente al cruzarse con él, ni siquiera el calor sofocante que bajo el sol de la siesta provinciana le producía su abrigo carcomido.
ABRIO LOS OJOS
Juan Ramón Jiménez
España (1881-1958)
Abrió los ojos (había estado tirado en su butaca toda la mañana fea, durmiendo su largo, desesperado hastío). Las cuatro paredes de su cuarto estaban oscuras de tanto deslumbre. Una ventanita cuadrada cortaba el cuadro resplandeciente. Un cielo azul limpio, casas radiantes de sol y sombra, una plaza llena de gentes gritando y corriendo. "Esa es la vida, sal", le dijeron seres oscuros por dentro de su sangre. Y se tiró por la ventana.
EL ANIMAL MAS RARO DE LA TIERRA
Alvaro Menen Desleal
El Salvador (1931-2000)
Para terminar este Informe sobre nuestro primer viaje de estudios a la Tierra, tan felizmente culminado, quiero referirme, distinguidos colegas, a una de las creaturas más interesantes que nos fue dable observar. Se trata de un mamífero vertebrado que puebla el planeta en todas sus latitudes, instalado ya en cubiles toscos en la campiña, ya en altos edificios en las ciudades en que se almacenan alimentos y agua y se utiliza la energía eléctrica. Pese a la persecución y a las depredaciones de otras especies animales, algunas físicamente superiores; pese a ser -excepción hecha de cierto otro mamífero vertebrado- el único animal que ataca y mata a sus semejantes; pese a los rigores ambientales, las hambrunas y las epidemias, la población aumenta. En nuestras excursiones por aquel globo achatado por los polos pudimos apreciar que el mamífero objeto de nuestra curiosidad no es sedentario. Utiliza todo género de vehículos para viajar, desde burdos camiones de carga con motores movidos por combustibles líquidos de bajo octanaje hasta buques transoceánicos de muchos miles de toneladas de desplazamiento; desde aviones a reacción hasta carretas elementales tiradas por cuadrúpedos. Cubierto su menudo cuerpo con electrodos, ha salido de la atmósfera típica del planeta en cohetes y cápsulas espaciales. Así como ha roto la barrera gravitacional con las primeras velocidades cósmicas, encontrándose al borde de los viajes interplanetarios, en igual forma se ha aventurado en las profundidades marinas, descendiendo en batiscafos a las hoyas abisales de sus mares hasta donde jamás penetra la luz solar. Por extraño que parezca, la especie posee variedades de distintas características, notables particularmente en lo que se refiere a la pigmentación de la piel, que varía desde el blanco rosáceo al negro lustroso. Este simple hecho se encuentra asociado con frecuencia a las marcadas diferencias cualitativas de las esferas en que se desenvuelve su vida de relación. Por ejemplo, existe una manifiesta inclinación a utilizar la raza blanca en las nobles labores científicas, en tanto que el grueso de los individuos pertenecientes a las razas oscuras deben arrastrarse por el campo y por las ciénagas, por los rincones sucios y los tragantes de aguas negras, por las bodegas de los puertos y hasta por los retretes, en pos de su magra alimentación. Fue alentador verlo cerca de las bibliotecas, en cuyos locales, públicos y privados, medra a toda hora rodeado de un silencio absoluto, verdadero homenaje a la cultura. Consume preferentemente los viejos libros, los incunables; literalmente se nutre de la herencia dejada por las Civilizaciones Que Han Sido. Gracias al cine y a los libros pudimos descubrir algunas otras de sus costumbres: su sospechar de todo lo que lo rodea, su duro luchar por la supervivencia, su poca responsabilidad en la reproducción de la especie. Cuando su hembra da a luz, ella amamanta por un corto período a la progenie, en tanto el macho deambula lejos de lo que debería de constituir su núcleo familiar. La madre también abandona un día a la creatura. Más no se crea por eso que tal animal actúa de acuerdo a un libre albedrío absoluto, despreocupado de las medidas que se puedan tomar en contra de sus abusos. Pudimos constatar que la sociedad se ha organizado para la persecución, la caza y la imposición de penas a los transgresores de las normas. Se utilizan jaulas para el encierro de los delincuentes; y si éstos han cometido faltas más graves, se emplea un aparato en el que el animal puede perder la cabeza cercenada por los filos de las partes metálicas sujetas a gran velocidad y presión. Ese extraño animal que habita la Tierra desde los trópicos hasta los polos; que mora indiferentemente en los pantanos, en los desiertos, en las montañas, en el aire y en el mar, en las ciudades y las selvas, se llama "rata".
MAGO CON SERRUCHO
Ana María Shua
Argentina (1951)
Con el serrucho, el mago corta en dos la caja de donde asoman las piernas, los brazos y la cabeza de su partenaire. La cara de la mujer, sonriente al principio, se deforma en una mueca de miedo. Enseguida empieza a gritar. Brota la sangre, la mujer aúlla pidiendo socorro y mueve los brazos y las piernas con aparente desesperación mientras la gente aplaude y ríe.
Después sólo se queja débilmente y al fin se calla. En otras épocas el público era más exigente, recuerda el mago: pretendía que la mujer volviera a aparecer intacta. Ahora, en cierto modo, todo es más fácil.
ULTIMAS VOLUNTADES
Miguel Angel Zapata
España (1974)
Y como el calendario de la mosca sólo dispone de dos semanas para ejecutar su arsenal de vuelos y velocidades, es por eso que porfía ella, con irremediable ahínco, en sucias succiones, contagios enfermos, coprofagias varias y sadismos estivales, como el condenado ansía la desgracia extrema de los que quedarán en pie.
EL RITO
Blas Sewald
Argentina (1954)
Terrible esfuerzo, terrible. Los músculos de su cara se contraen. Fuma. No sabe para qué, total, todo va a quedar igual. Ni siquiera puede paladear el cigarrillo. No, no. Todo esto no es más que un rito. El humo, mientras tanto, va formando informes volutas, extrañas espirales, majestuosas siluetas con lejanas connotaciones atómicas que se recortan en forma antojadiza sobre su cabeza y van más allá, a duplicarse en el espejo de la pared de enfrente. Tiene los brazos entrelazados, con los codos apoyados sobre las rodillas y la cabeza gacha incrustada sobre el pecho. Cierra los ojos furiosamente. Una extensa gama de colores se le aparece espectralmente bajo sus párpados, como si recién terminara de llover y, sobre el horizonte, se formase el arco iris. Pero no. Nada de eso ocurre en realidad. La tormenta recién empieza. Los truenos se suceden, uno tras otro, en forma ininterrumpida, con imprevisible regularidad, presagiando con su estruendo un acontecimiento enorme y bullicioso que se avecina. Ahora, repentinamente, levanta su cabeza. La echa hacia atrás y hacia arriba, mirando al cielorraso. Advierte que una lágrima corre por sus mejillas; tal vez sean dos, no sabe. No está como para contar cuántas son. Apoya con una fuerza inusitada sus pies sobre el piso, como si quisiera hundir los mosaicos más allá de los límites precisos establecidos por la municipalidad. Indudablemente es un gran esfuerzo; lo sabe por el agotamiento que siente en los músculos de sus piernas, pero ya es tarde, ya nada podrá detenerlo. El proceso se cumplirá puntualmente, de acuerdo a las estrictas reglas de la naturaleza. "Ya falta poco", piensa. Entonces sí, habrá logrado su objetivo final, ese que jamás caduca, que permanece incólume a través del tiempo y de la historia. Ahora goza plena, deliciosamente. Logra, por fin, deshacerse de ese descomunal peso, de esa desmesurada forma que se desliza de manera maliciosamente incitante. Lo sabe. Sabe que es descaradamente sugestivo, pero, a pesar de todo -"prejuicios pequeñoburgueses", piensa- disfruta el momento satisfecho. Un instante después, recurre a la manga de su camisa. Se limpia el sudor que irrumpió caudaloso en su frente en ese momento supremo de furia y sacrificio. "Es un alivio", piensa. Verdaderamente es un alivio que todo haya terminado; inclusive el cigarrillo que, casualmente, también se ha terminado quemándose hasta el filtro casi simultáneamente con el esfuerzo final. Ahora es el éxtasis, es la gloria, es el suspiro de alivio y el volver a recrear todo otra vez, como ocurre todas las mañanas desde que tiene uso de razón. "No hay nada como la satisfacción del deber cumplido" piensa. Se levanta, se acomoda, se mira al espejo, gira y oprime el botón. "En fin, mañana será otro día", piensa, mientras sale del baño.
VENUSINAS
Pierre Versins
Francia (1923-2001)
Las primeras llegaron al comenzar el mes de mayo. Eran tan bellas que hicieron soñar a los hombres a lo largo de los días y a lo largo de las noches. Poco se tardó en saber que no eran nada hurañas, y los hombres se transmitieron la nueva. Hacían el amor con tal refinamiento que dejaban muy atrás el ardor de sus rivales terrestres. El número ya grande de solteras aumentó. Y seguían cayendo del cielo, más deseables que nunca, eclipsando a la mujer más maravillosa. Sólo el amor contaba para los hombres, y ellas no envejecían. Mucho tiempo pasó antes de que se dieran cuenta de que eran estériles. Así que, cuando medio siglo más tarde sus robustos amantes llegaron de Venus, sólo quedaban en la Tierra hombres decrépitos y mujeres ancianas. Tuvieron con ellos muchos cuidados y los trataron sin brutalidad.
EL INCREDULO
Pedro Orgambide
Argentina (1929-2003)
Mienten los que dicen que Emiliano Zapata vive todavía. ¡Ni modo, mano, está muerto y bien muerto! ¡Si yo fui uno de los que lo mató! Mienten los que di¬cen que anda en un caballo blanco por el desierto de Arabia. Puros cuentos, cotorreo de esos viejos que se llenan la cabeza de pulque, de sueños y de pájaros. Se lo digo yo: está muerto. A mí no me falla la memoria ni la puntería. Si ahorita, de un balazo, puedo acabar con el vuelo de un zopilote de las sierras. Esto de que Emiliano vive es cuento, señor, toda esa historia del caballo blanco... Así dijo el viejo. Sólo que aquella noche, el incrédulo, vio bajar de las sierras al caballo blanco y su jinete. Sacó su pistola. Pero tarde. El jinete le disparó su 30-30. Se desparramaron en la tierra los pensamientos del incrédulo. Fue así como murió don Buenaventura Salazar, según dicen.