8 de enero de 2012

Quehaceres de un escritor (14). Clarice Lispector

Creadora de una obra literaria de una complejidad y una densidad peculiares que la situaron en las cumbres más altas de la lengua portuguesa y de la cultura brasileña en general, Clarice Lispector (1920-1977) nació en Tchechelnik, una pequeña aldea ucraniana, durante el trayecto que su familia realizó al huir de su país tras la Revolución Rusa. Existen dudas acerca de la fecha real de su nacimiento, algo que ella misma se encargó de fomentar, pero se supone que llegó a Recife, Brasil, con dos meses de vida. Tras la muerte de la madre, en 1930, la familia se trasladó a Río de Janeiro, donde ella completó su educación escolar, estudió Derecho y dio sus primeros pasos en el periodismo. Por esa época se convierte en una lectora voraz, sobre todo de Katherine Mansfield, Virginia Woolf, Hermann Hesse, William Faulkner y James Joyce, autores que influirían posteriormente en su obra. En 1944 publicó su primera novela, "Perto do coração selvagem" (Cerca del corazón salvaje), un texto insólito construido sobre el monólogo interior y prácticamente sin trama que escapa a cualquier clasificación de género. Casada con un diplomático, se trasladó a Italia, luego a Suiza y posteriormente a Estados Unidos. Durante esos años escribió "O lustre" (El brillo), "A cidade sitiada" (La ciudad sitiada) y "Laços de família" (Lazos de familia). De regreso en Brasil, ya divorciada de su marido, en 1961 publicó "A maçã no escuro" (La manzana en la oscuridad), obra que despertó el interés de la crítica literaria y que la situó, junto con João Guimarães Rosa, en el centro de la ficción de vanguardia. Dentro del contexto de esa nueva literatura brasileña, su obra se destacó por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo psicológico a lo metafísico. Así se sucedieron, entre otros, "A legião estrangeira" (La legión extranjera), "A paixão segundo G.H." (La pasión según G.H.), "Uma aprendizagem ou o livro dos prazeres" (Aprendizaje o el libro de los placeres), "Felicidade clandestina" (Felicidad clandestina) y "A imitação da rosa" (La imitación de la rosa). Sin embargo, para sobrevivir debió echar mano al periodismo escribiendo columnas en el "Jornal do Brasil" y en otros medios, firmando sus artículos con diferentes seudónimos. A principios de los años '70 publicó libros infantiles y algunas traducciones y adaptaciones de obras extranjeras, obteniendo un cierto reconocimiento que le permitió impartir charlas y conferencias en distintas universidades de Brasil. Tras su muerte en Rio de Janeiro poco después de la aparición de su última novela, "A hora da estrela" (La hora de la estrella), la obra de Lispector -que abarca el realismo, el naturalismo, la prosa poética, el romanticismo y el simbolismo- fue enormemente revalorizada y reeditada una y otra vez. Póstumamente se publicaron varios volúmenes conteniendo cuentos, crónicas, entrevistas y cartas, entre ellos, "A bela e a fera" (La bella y la bestia), "A descoberta do mundo" (El descubrimiento del mundo), "Como nasceram as estrelas" (Como nacieron las estrellas), "Aprendendo a viver" (Aprendiendo a vivir), "Correspondências" (Correspondencias) y "Só para mulheres" (Sólo para mujeres). La obra de Clarice Lispector -que partió siempre del presupuesto de que toda novela debe ser de educación existencial- es una constante reflexión sobre el lenguaje y sobre todo, sobre los límites de la palabra. Sus textos se destacan por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo psicológico a lo metafísico. En su narraciones pueden identificarse varias crisis: la del personaje-ego, resuelta no a través del intimismo sino por medio de la búsqueda consciente de lo supraindividual; la de la narración, a través de su estilo inquisitivo; y la de la función documental de la prosa novelesca. Lispector fue una de las primeras escritoras en iniciar la tarea del desplazamiento del sujeto dentro de una perspectiva femenina. Sus personajes, mujeres mayoritariamente, se perfilan dentro de mundos que las distinguen por su capacidad de observación y análisis, y suelen exhibir las preocupaciones de su género al resaltar las diferencias entre la realidad que las circunda y el discurso que las produce. La ensayista argentina Florencia Abbate escribió en ocasión de la publicación de "A descoberta do mundo" (Revelación de un mundo), un libro que reúne las crónicas que la escritora brasileña publicó semanalmente en el "Jornal do Brasil" entre 1967 y 1974: "Lispector fuerza el género a su antojo, hasta transformarlo en un medio de plena expresión de su subjetividad. Un tono menor para una empresa mayor: la más absoluta libertad de temas y la omnipresencia de su yo conflictuado. Para Lispector, la descripción de sus mucamas merece la misma atención que una carta dirigida a un ministro. Condena la matanza de los indios y declara que las víctimas no deben perdonar a los verdugos sino ejercer su crueldad, al tiempo que celebra los pequeños placeres de la intimidad burguesa (la cama, la buena comida, el jardín). ¿Compromiso social?, ¿Frivolidades? No hay contradicción alguna, porque la fuerza de su estilo borra toda distinción".

¿En algún momento perdido en la vida se anuncia para cada uno de nosotros una misión que cumplir? Rechazo cualquier misión. No cumplo nada, sólo vivo, porque no sé como captar lo que sucede si no es viviendo cada cosa que me suceda, no importa qué. He profundizado en mí pero no creo en mí porque mi pensamiento es inventado. Tengo un cierto miedo de mí misma, no soy de confianza y desconfío de mi falso poder. La densa selva de palabras envuelve sólidamente lo que siento y vivo, y transforma todo lo que soy en algo mío que está fuera de mí. Entiéndanme: escribo onomatopeyas, convulsiones del lenguaje. Transmito no una historia sino sólo palabras que viven del sonido. No me gusta lo que acabo de escribir, pero estoy obligada a aceptar todo el párrafo porque eso es lo que me ocurre.
Lo que escribo no llega suavemente, subiendo poco a poco hasta un auge para después ir muriendo mansamente. No, lo que escribo es de fuego, como ojos en llamas. Mi conciencia ahora es leve y es aire. El aire no tiene lugar ni época. El aire es el no-lugar donde todo va a existir. Lo que escribo es música del aire. Escribo en acrobáticas y aéreas piruetas, escribo porque deseo hablar profundamente. Aunque escribir sólo me da la gran medida del silencio. Lo que escribo no es para leer, es para ser. ¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor. Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.
Quién no se ha preguntado: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona? ¿Qué hacer sino meditar para caer en aquel vacío pleno que sólo se alcanza con la meditación? Meditar no tiene que dar resultados: la meditación puede verse como fin de sí misma. Medito sin palabras y sobre la nada. Lo que me confunde la vida es escribir. El vacío tiene el valor de lo pleno y se asemeja a ello. Un medio de obtener es no buscar, un medio de tener es no pedir y sólo creer que el silencio que forjo en mí es respuesta a mi misterio. Quiero aceptar mi libertad sin pensar en lo que muchos creen: que existir es cosa de locos, un caso de demencia. Porque lo parece. Existir no es lógico. Los hechos son sonoros, pero entre los hechos hay un susurro. Y ese susurro es lo que me impresiona. Porque la vida es así: se pulsa un botón y la vida se enciende. Sólo que uno muchas veces no sabe cuál es el botón que se debe pulsar.


Escribir es tratar de entender, es tratar de reproducir lo irreproducible. Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra. La palabra tiene su terrible limite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno. Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío. Y si tengo que usar palabras, tienen que tener un sentido casi corpóreo; palabras hechas de los instantes-ya. Quiero algo así como poder tomar las palabras con la mano.
No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible. Hay muchas cosas para decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido. Tengo miedo de escribir, es tan peligroso... Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto; y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Pero, mientras tenga preguntas y no tenga respuestas, continuaré escribiendo.
Sé qué es lo que se llama verdadera novela. Sin embargo, al leerlas, con sus tramas de hechos y descripciones, sólo me aburro. Yo no escribo la clásica novela. Sin embargo son novelas realmente. Sólo que lo que me guía al escribirlas es siempre un sentido de búsqueda y descubrimiento. Todo lo que escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo poco, casi nada oigo. Me sumerjo por fin en mí hasta la matriz del espíritu que me habita. Mi fuente es oscura. Escribo porque no sé qué hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El cuerpo informa mucho. No soy una intelectual, escribo con el cuerpo. Nosotros, los que escribimos, apresamos en la palabra humana, escrita o hablada, un gran misterio que no quiero revelar con mi raciocinio porque es frío. En el acto de escribir alcanzo, aquí y ahora, el sueño más secreto, aquel que no recuerdo al despertar.
¿La literatura compensa? De ninguna manera. Escribir es uno de los modos de fracasar. Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad. Digo, por ­si le interesa a alguien­, que estoy desilusionada. Escribir no me ha traído lo que yo quería, es decir, paz. Quién sepa la verdad que venga. Y que hable. Escucharemos afligidos. Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias.