5 de enero de 2012

Quehaceres de un escritor (10). Mempo Giardinelli

Mempo Giardinelli (1947), escritor y periodista argentino, nació en Resistencia, Chaco, y desde 1969 desempeñó varios trabajos en diversos medios periodísticos de Buenos Aires. En 1976, cuando la dictadura militar censuró su primera novela, "Por qué prohibieron el circo", se exilió en México durante los siguientes ocho años. Allí se desempeñó como profesor en la Facultad de Periodismo de la Universidad Iberoamericana y comenzó a ganar popularidad con "La revolución en bicicleta" y "El cielo con las manos" (novelas) y "Vidas ejemplares" (cuentos). En 1983 fue distinguido con el Premio Nacional de Novela de México por "Luna caliente" y, un año más tarde -tras la aparición de "El género negro. Ensayo sobre novela policial"- el escritor regresó a la Argentina, donde fundó y dirigió la revista "Puro Cuento" y trabajó como profesor en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1993, Giardinelli ha publicado artículos, ensayos y cuentos en diarios y revistas de todo el mundo y sus obras han sido traducidas a una docena de lenguas. Su extensa obra literaria comprende, además de los títulos ya mencionados, las novelas "Qué solos se quedan los muertos", "Santo oficio de la memoria", "Imposible equilibrio", "El décimo infierno", "Final de novela en Patagonia", "Cuestiones interiores" y "Visitas después de hora"; los libros de cuentos "Vidas ejemplares", "Carlitos Dancing Bar", "El castigo de Dios", "Gente rara", "Estación Coghlan y otros cuentos", "Luminoso amarillo y otros cuentos", "Soñario" y "9 historias de amor"; y los tomos de ensayos "Así se escribe un cuento", "El país de las maravillas. Los argentinos en el fin del milenio", "Diatriba por la Patria. Apuntes sobre la disolución de la Argentina", "Los argentinos y sus intelectuales" y "Volver a leer. Propuestas para ser un país de lectores". En 1996, Giardinelli donó su biblioteca personal (compuesta por cerca de diez mil volúmenes) para colaborar con una fundación que, a través de diversos programas culturales, educativos y solidarios, intenta fomentar la lectura.

Todo escritor avanza lentamente en su producción salvo que tenga un talento descomunal. Va evolucionando como persona y como lector. Es cierto que uno se enorgullece de las páginas leídas más que de las escritas, para decirlo borgeanamente. Por lo tanto, a medida que avanza como persona y como lector, uno también avanza como escritor. Para un narrador, la acumulación de experiencia vital e intelectual es muy importante. Decía Marguerite Yourcenar que hay novelas que no se pueden escribir antes de los cuarenta años. A la acumulación de vida y de preocupaciones estéticas se suman las encrucijadas de tipo ético a las que un escritor debe enfrentarse y dar respuesta en un determinado momento. Responder, no tanto a la pregunta "adónde vamos a ir a parar" sino "de dónde venimos", ir hacia atrás y revisar la historia, creo que es una característica bastante notable de la literatura latinoamericana actual y un sello de la postmodernidad o de lo que algunos llaman "postboom": abordar la realidad porque es impulso, pero para modificarla ficcionalmente.
El "postboom" es una corriente que hace unos años empezó a ser considerada en los Estados Unidos. Algunos todavía discuten si la denominación postboom es correcta. A Juan Martini, por ejemplo, no le gustaba, pero sí a Antonio Skármeta. Más allá de la denominación, es indudable que se produjo una escritura diferente de la del "boom". Hija del "boom", sin duda, y nieta del "preboom", que para mí fue más grandioso. Pienso en Borges, Carpentier y Rulfo. Los verdaderos tres grandes junto con Guimarâes Rosa. Entre las características del "postboom" está el abandono de la orfebrería verbal, de la retórica narcisista que llama más la atención sobre el virtuosismo y los artificios del autor que sobre la materia narrada. Otra característica -entre muchas más que requerirían todo un desarrollo teórico- es que en el "postboom" el exilio, interior o exterior, no fue por vocación cultural sino por desgarro de nuestras naciones, lo cual arroja una escritura sin pretensión de hacer decálogos políticos revolucionarios para Latinoamérica como hicieron los autores del "boom", que se sintieron y en cierto modo fueron -y todavía son- verdaderos estadistas. Nosotros somos, creo, mucho más humildes y desvalidos, y quizá por eso no tenemos figuras consulares ni un staff de críticos a nuestro servicio. A nosotros no nos define la Revolución Cubana. Mi generación no necesitó caer en el cubanismo acrítico, eludió los baches del realismo socialista y tampoco sucumbió al frenesí anticubano reaccionario y macartista.
Pertenezco a una generación que pensó que la revolución social estaba a la vuelta de la esquina. Desde luego el papel que jugaba la Historia, las luchas por la liberación, la pasión nacional y latinoamericana de entonces aparecen en las obras que escribíamos en los '70 y '80, pero uno de los problemas de la época y de algunos escritores fue creer que la literatura era un vehículo revolucionario, lo cual es un error y un disparate generacional que cometimos muchos de nosotros. A mí me costó su tiempo desprenderme de aquel influjo político, social y colectivo. Creo que la soledad del exilio, las lecturas y también el crecimiento individual redundaron en que mis preocupaciones estéticas se convirtieran en lo primordial a la hora de escribir.
A partir de "Santo oficio de la memoria" hay un cambio en mi escritura que yo asumo y del que estoy satisfecho, porque me permití acceder a una mayor sofisticación de mis propios recursos y acaso apelé a otros lectores. En el '82 advertí que no quería continuar en la misma línea narrativa y con el típico manejo de una situación novelada en la que hay dos o tres personajes que actúan a través de tal o cual peripecia y ninguna geografía determinada. Sentí que tenía otra necesidad y me dejé llevar. Las voces que fueron apareciendo tenían reminiscencias históricas muy fuertes, surgieron mis ancestros: los inmigrantes. Además, los núcleos narrativos que emergían tenían que ver con momentos históricos del país. Mi mirada no era la del típico historiador, sino otra que prestaba más atención a la vivencia de la Historia mediante el comentario de los abuelos y los padres. Por ejemplo, no me interesó narrar la historia de Gardel, sino cómo vivían las quinceañeras de los años '30, el auge del tango y de Gardel; las luchas por la prostitución y las drogas entre organizaciones mafiosas de los años '30 y '40. El radicalismo y el peronismo, el surgimiento del socialismo como fenómeno inmigratorio a finales del XIX. Todo esto lo empecé a revisar en los libros de Historia y en la literatura. En la narrativa argentina del siglo XIX ya están todas estas marcas y yo me fui entroncando, diría que sin darme cuenta, en la tradición de nuestra literatura.
Hay muchos trabajos críticos que establecieron paralelos e influencias del Faulkner de "Mientras yo agonizo" en "Santo oficio de la memoria" pero para mí en esa novela hay un solo tema que es la Literatura, abordada desde una multiplicidad de voces porque es, justamente, una novela polifónica. Y es también una novela de viajes porque yo creo que la Literatura es el viaje por antonomasia. Y también es una novela sobre la inmigración precisamente por eso, porque la travesía del exiliado o inmigrante tiene esas obsesiones: buscar un destino, asentarse en la nueva patria, volver en cuanto se pueda y hablar, hablar todo el tiempo como si las palabras fueran capaces de modificar la lejanía y el extrañamiento en que viven. Desde luego, para nuestros padres y abuelos debió ser una aventura mayor porque ellos venían en barcos y desde enormes distancias. Ni siquiera eran viajes directos y ellos debían hacer escalas que muchas veces les modificaban el destino previsto. Por otra parte, para ellos emigrar significaba una ruptura: se iban para nunca más volver y podía suceder que la memoria les resultara tan dolorosa que necesitaban olvidar su origen para sobrevivir. Ese era su quiebre. No obstante, como la memoria es más persistente que la voluntad y no depende de ella, a la larga reaparecían los orígenes y los fantasmas, y el viaje, entonces, resultaba interminable. Es cierto que hoy un viaje en avión dura cuando mucho veinte horas y así ningún país de origen está hoy demasiado lejos, con lo que la travesía ha perdido aquella significación. Pero eso no quiere decir que el desgarramiento sea menor, sino que la memoria funcionará de otra manera. En "Santo oficio de la memoria" creo que estas cosas están presentes. Toda ella es un viaje -viaje interior, viaje literario- y la propuesta es que el placer radica en andar y no en llegar.
No fue un ejercicio consciente de novela histórica. Simplemente fue un ejercicio de novela, como lo es toda novela. Al menos las que yo intento y escribo. El calificativo de "histórica" no me gusta nada últimamente. Remite a una moda, y lo que es peor a una moda de mercado. Si se trata de historiar acontecimientos o episodios, yo podría decir que antes ya había "historiado" porque para algunos críticos "La revolución en bicicleta" era una novela histórica en tanto parte de un episodio real de la vida política del Paraguay. Lo que quiero decir es que jamás me propuse incursionar en este ni en ningún otro género. Yo escribo novelas y cuentos: es decir, escribo ficciones, mentiras. Los narradores que se meten a historiadores como los historiadores que se meten a novelistas me aburren muchísimo.
El personaje sobre el cual más se habla en la novela, Pedro, a quien todos esperan, es un exiliado itinerante. Por su profesión de ingeniero debe desplazarse, y lleva un cuaderno de viaje en el que apunta impresiones acerca de obras y autores. Traté de ver la literatura desde el punto de vista del lector y dar ideas que, desde luego, contienen una especie de teoría: para mí el "boom" fue un fenómeno absolutamente original y lo considero el Siglo de Oro de nuestra literatura. Así como creo que la narrativa norteamericana fue la gran revolución durante la primera mitad del siglo XX, en las últimas décadas esa puntuación la dio la narrativa de América Latina y específicamente la del "boom". Aunque yo jamás intenté el realismo mágico, reconozco que esa corriente literaria fue el parteaguas de la literatura de los últimos cincuenta años. Esos autores fueron nuestros maestros, abrieron camino, impusieron un nuevo modo de contar. Don Gabo es uno de los maestros más grandes de nuestra lengua porque ha revolucionado tanto a la literatura universal que hoy en día los escritores de casi todas las lenguas e idiosincracias todavía escriben realismo mágico. Buena parte de la literatura universal que se lee en la actualidad es una literatura latinoamericana treinta años después. Y yo tengo para mí que quien hoy en día quiera constituirse en vanguardia tendrá -primero que nada- que despegarse de ese camino.
A nuestra generación le pasó que escribir a lo García Márquez, a lo Cortázar o a lo Borges era una tumba segura. Si uno era más o menos consciente, lo primero que tenía que hacer era huir de esas influencias. ¿Dónde encontrábamos la voz para el tratamiento de la realidad? Algunos consideran -Skármeta lo ha dicho alguna vez- que nosotros empezamos a hacer algo así como realismo poético. También se habló de hiperrealismo o de neorrealismo. No sé cuál es la categoría correcta. Yo prefiero hablar, en lugar de esas categorías y de "postboom", de Literatura de las Democracias Recuperadas. Allí me siento cómodo: en la búsqueda a través de la cual aparecen un montón de elementos que nos caracterizan.
El realismo en la literatura latinoamericana ha sido una especie de destino necesario e inevitable, y quizás en cierta medida lo sigue siendo. Lo importante es ver de qué modo el hecho estético trabaja la realidad, de manera que el realismo pueda superar la mera transposición de lo que pasa en la vida cotidiana. Creo que la literatura latinoamericana buscó y dio alternativas. Pienso en el realismo social de los años '30, en lo primero que escribieron Jorge Amado y Alejo Carpentier, y en lo que después se llamó realismo mágico. Siempre se han dado variaciones de trato con la realidad. La literatura fantástica -cuya mayor tradición está en la Argentina y cuyo epígono yo creo que no es Borges sino Lugones- en verdad es una literatura que también -si se piensa en el Lugones de "Las fuerzas extrañas" y de los "Cuentos fatales"- resulta una inflexión deformada del realismo. Esto está presente en Bioy Casares, en Silvina Ocampo, en el mismo Borges. "Emma Zunz" y "El muerto" son cuentos realistas.
Los elementos característicos y aglutinadores de este otro tratamiento de la realidad tienen que ver con la escritura contra la política, como bien ha sugerido Ricardo Piglia. Pero la política se infiltra en nuestros textos, como se infiltra la realidad. Aunque no lo queramos, realidad y política se meten por los resquicios, inficionan nuestros textos. Hoy creo que tenemos una actitud conciente de huir de lo fotográfico social-político para concebir toda la literatura como un hecho fantástico en sí mismo. Para mí la literatura fantástica no existe como categoría, porque toda la literatura es fantástica. Otro elemento es la presencia distinta de la mujer en la escritura: como sujeto de nuestras obras y también como sujeto escritor que hoy tiene un lugar que antes no tenía. Esto también es un fenómeno de la democracia recuperada. Hay, además, un abandono del exotismo que es lo que más me agrada. No escribo pensando en lo que Europa o Estados Unidos quieren leer. No estoy pensando en darles una imagen de mi país o de América Latina donde el exotismo llame la atención. No quiero ser injusto y decir con esto que los autores del "boom" o anteriores a él lo hicieron con esta intención. Pero el resultado fue ése. Y otra característica fuerte es el retorno a la Historia. En toda la narrativa latinoamericana del XIX y del XX estuvo presente (en "Facundo", en "Los de abajo", en "Doña Bárbara") pero la sensación que tengo hoy es que hay una recuperación bastante notable y más conciente de episodios que son alusiones al presente. Esta mirada hacia la Historia se entronca con la tragedia reciente que hemos vivido.


Yo no creo en los estereotipos, aunque en la literatura universal son muy eficaces. ¿O no son estereotipos las mujeres de Stendhal, Flaubert, Leopoldo Alas, Dostoievsky o Hemingway? ¿Y las matronas sureñas de Faulkner y aún las mujeres de Flannery O'Connor? ¿Y las de García Márquez, Cortázar o Kundera, como las de Isabel Allende o las de Laura Esquivel? Todos los caracteres de la literatura universal son estereotipos, o acaban siéndolo. Mis personajes femeninos son sólo una explicación personal que me vengo dando desde hace años. Yo soy lo que podría llamarse un machista "curado". Todos los hombres de mi generación, y también de las generaciones contemporáneas, hemos sido machistas y nos hemos visto forzados a dejar de serlo. Yo lo he dicho muchas veces y lo he escrito: la gran revolución del siglo XX ha sido el cambio en el rol de la mujer. Y sobre todo en los últimos treinta años. Y en una revolución de ese tamaño, de esa envergadura, nosotros los varones también hemos tenido que cambiar. Soy de la generación que nace después de la Segunda Guerra Mundial. Y cuando en los '60 y los '70 se produjo este gran cambio, yo lo viví, lo acompañé. Quizá con asombro y dolor al comienzo, pero hoy con enorme felicidad. No sé si un hombre puede ser feminista; yo creo que sí, y por eso me siento feminista y me alegro de serlo. Si se recorren mis personajes femeninos y el tratamiento de la figura de la mujer desde mis primeros cuentos hasta mi última novela, los textos muestran palmariamente este cambio. Yo estoy muy orgulloso de haber abandonado el sexismo. Que es para mí uno de los problemas más graves de la civilización contemporánea.
Es evidente que existe lo que algunos llaman "boom de las mujeres" en la literatura latinoamericana, pero existe como fenómeno comercial. De hecho está comprobado que en todo el mundo son muchas más las lectoras que los lectores, y es obvio que la mayoría de los grandes éxitos de los últimos diez o quince años -no sé si en todas las lenguas pero sin dudas en castellano- han sido escritos por mujeres. De modo que sería necio negar esa realidad. A mí me parece una característica irrelevante para la literatura. Los fenómenos de venta masiva, las modas temáticas y las tendencias escriturales basadas en estrategias comerciales sexistas, no son literatura. Y a mí me interesa la literatura. Algunos críticos sostienen que, en general, los libros de las escritoras latinoamericanas son "light". Participo de todos los juicios críticos que reprochan cualquier literatura "light", entendida por tal toda escritura superficial, liviana, intrascendente y "a la moda". Sea escrita por varones o por mujeres, es una seudo-literatura: se trata de una escritura menor, estupidizante y solamente comercial. Es cierto que últimamente hay algunas mujeres escritoras que parecen prestarse a ese juego, y hay muchas más con deseos de jugarlo. Bueno, lo lamento por ellas pero en tanto pobres personas, pobres escritoras. No por su condición de mujeres. Yo no soy sexista y no abordo la literatura en términos genitales.
La modernidad pasa por el lado de la parodia y de la Historia. Son caminos que se están transitando y en ellos, a lo mejor, está la potencialidad para encontrar una voz propia, al menos para mi generación. Pero esto forma parte de una crisis mundial. Ser original es un poco exótico hoy en día, además de difícil. Hay demasiado plagio, demasiada tontería y frivolidad. Eso que llaman "ligth" parece el signo de nuestros tiempos. Si eso es ser moderno yo prefiero a los clásicos. Parte de esta crisis podría adjudicarse a las campañas de marketing, donde el sujeto de la literatura parece ya no ser el lector, sino el propio editor, a quien sólo se complace con la búsqueda de la técnica que mejor se adapte a su montaje de ofertas, premios y propaganda. Es cierto que el marketing vino a complicar el mundo de la literatura y que ahora condiciona y determina los gustos del público y hasta decide lo que va a funcionar o no. Sin embargo, un escritor cabal no debe preocuparse por las imposiciones del mercado. Si todo es moda y fugacidad, también esto va a pasar y la literatura va a sobrevivir. No es que yo piense, como George Steiner, que sólo de situaciones y sociedades del Tercer Mundo es dable esperar una revitalización literaria, pero algo de eso parece haber porque en Europa y los Estados Unidos ahora casi todo es puro marketing. Saramago, Tabucchi o Morrison son las excepciones, quizá, pero la norma del Primer Mundo es la repetición; no el agotamiento -porque los talentos no se agotan ni tienen nacionalidad- pero sí la repetición, la moda, el producir en serie. Eso es lo que todavía no se comete -tanto- en la literatura del Tercer Mundo y a mí me parece que eso explica que siga siendo tan vital y capaz de nuevas originalidades. Me refiero a los autores tercermundistas no colonizados, desde luego.
La autobiografía es un género que a mí no me interesa porque ha producido algunos textos despreciables. Hay que tener un ego monumental y estar autoconvencido de que la propia vida es fascinante para ponerse a escribir una autobiografía. Lo que me parece mucho mejor, y más digno y modesto, es que uno vaya mezclando e intercalando experiencias y datos de la propia vida en la ficción que escribe. Y esto no es otra cosa que hacer literatura. ¿O acaso no lo hizo Cervantes en "Don Quijote", donde nos dio la cátedra mayor a este respecto?
Hace tiempo que vengo haciendo una indagación sobre la Maldad contemporánea. Pienso que el siglo y el milenio se cierran con la Maldad en el centro del escenario: ahí podemos incluir al cinismo, la corrupción, la hipocresía, la mentira, la insolidaridad, el cretinismo. Creo que hoy hay una perversión generalizada -y para mí asombrosamente admitida- en las relaciones humanas, que se establecen en muchas ocasiones en base al cinismo, sin duda. Cuando escribo, yo no pienso en el género que trabajo sino que estoy preocupado por resolver el texto en sí, la anécdota, la trama, los personajes. No pienso en ningún momento en hacer un texto policiaco o de misterio, aunque creo que ahora puede admitirse esa lectura. De hecho gran parte de los libros de hoy son narrativa negra. Las formas literarias de lo que podríamos llamar el realismo capitalista, son indudablemente negras.
Escribir me ha dado la vida. La literatura es mi respiración y no es una simple frase: cuando las actividades de la vida cotidiana me alejan de la literatura, cuando no tengo un buen libro que leer, cuando no escribo y paso períodos de sequía escritural, verdaderamente me siento morir. Uno se pasa la vida intentando responder esa pregunta fundamental: ¿Qué diablos es la literatura? Y para ello no queda otra que leer y escribir todo el tiempo. Porque si algo es la literatura es un bosque en el que uno no sabe con qué se va a encontrar. El bosque siempre plantea imprevistos, es un laberinto del que no se sabe salir y del que si se encuentra una salida no necesariamente será a la luz. Caminar acosado por infinitos riesgos, éso es la literatura para mí. Y es lo mejor que me ha dado escribir, porque la vida sin riesgos ha de ser muy aburrida, me parece, y yo no me he aburrido jamás.