10 de marzo de 2012

Pier Paolo Pasolini: "Ya no hay más seres humanos, sólo extrañas máquinas que se abaten unas contra otras" (1)

Poeta, crítico, novelis­ta, ensayista, pintor, lingüista, guionista, teórico y direc­tor de cine, Pier Paolo Pasolini (1922-1975) manifestó, a lo largo de toda su producción, la pasión voluntariosa por lograr una síntesis y una supe­ración de la contradicción entre los presupuestos  gramscianos y una profunda sacra­lidad enraizada en lo mítico y en el credo de una verdad grabada en el interior de la vida. Dueño de una personalidad compleja, autoexigente y provocativa, Pasolini hizo de la herejía -consistente en hacer de la verdad un motivo sacro de sub­versión de la realidad- una políti­ca de vida. Nacido en Bolonia, permaneció con su familia poco tiempo allí. Vivió en Parma, en Conegliano, en Belluno, en Sacile, en Cremona y en otras ciudades del norte de Italia. En 1942 publicó "Poesie a Casarsa" (Poesías a Casarsa), su primer poemario. A éste le siguieron, entre 1945 y 1949, "Poesie" (Poesías), "Diarii" (Diarios), "I pianti" (Las lágrimas) y "Dov'è la mia patria" (Donde está mi patria). Por esos años se graduó en la Facultad de Letras de la Universidad de Bolonia y comenzó su conflictiva militancia política en el PCI. En 1950 Pasolini llegó a Roma con poco dinero y muchos manuscritos. La fama de poeta friulano no le había precedido. Semidesocupado, pasó los días escribiendo para desfogar su ansia experimental y para no dejarse tragar por una ciudad gigantesca y atractiva, pero cruel y violenta a la vez. "Fue un periodo terrible de mi vida -recordó-. Llegado a Roma desde los lejanos campos friulanos, en paro durante muchos años, ignorado por todos, devorado por el terror interior de no ser como la vida quería, trabajando empecinadamente en estudios pesados y complicados, incapaz de escribir sin repetirme en un mundo que había cambiado. No quisiera volver a nacer jamás por no volver a vivir aquellos dos o tres años". En 1954 consiguió un trabajo como figurante en los estudios cinematográficos Cinecittà y publicó "La meglio gioventù" (La mejor juventud), un nuevo libro de poemas. Trabajó también como corrector de pruebas de imprenta mientras vendía sus libros en puestos callejeros de barrio hasta que, gracias a un amigo poeta, consiguió empleo como profesor en un colegio de Ciampino. En 1955 publicó la novela "Ragazzi di vita" (Muchachos de la calle), con la que obtuvo un gran éxito tanto de crítica como de público. Luego, en 1957, publicó otro libro de poemas, "Le ceneri di Gramsci" (Las cenizas de Gramsci), y colaboró como traductor en la película "Le notti di Cabiria" (Las noches de Cabiria) de Fellini. Luego llegarían los poemarios "L'usignolo della Chiesa cattolica" (El ruiseñor de la Iglesia católica) y "La religione del mio tempo" (La religión de mi tiempo); los ensayos "Passione e ideologia" (Pasión e ideología), y su debut como actor en la película "Il gobbo" (El jorobado de Notre Dame), de Carlo Lizzani, en 1960. De aquellos primeros años en Roma, aquel encuentro-desencuentro del joven provinciano con la atractiva "Ciudad de Dios", habló Pasolini en la entrevista realizada por Luigi Sommaruga para la edición del 9 de junio de 1973 del diario "Il Messaggero" de Roma, cuya primera parte se transcribe a continuación. 


Desde su llegada a Roma han pasado unos veintitres años.

Sí, cerca de veintitres años.

¿Y por qué eligió Roma?

No fue una elección. Es decir, si hubiera podido elegir, probablemente, muy probablemente, habría elegido Roma. Pero, he llegado aquí sólo por una serie de circunstancias familiares, porque aquí tenía una cierta garantía de empezar una vida, eso es todo.

Hace veintitres años que vive en Roma. Después de todo este tiempo, ¿existe una relación de crédito o de débito entre usted y la ciudad?

Y, bueno... hasta hace cinco o seis años la relación fue maravillosa, escribí mucha poesía, todos los poemas de "Las cenizas de Gramsci" están ambientados en Roma, escribí dos novelas, hice películas que se refieren a Roma; es decir que ha habido un verdadero amor, si se puede hablar de amor entre un hombre y una ciudad. Más aún, a Roma le debo mi madurez, y así lo he escrito, justamente con palabras que testimonian un débito, en el poema "El llanto de la excavadora". Pero, desde hace cinco o seis años, todo esto se terminó. Y ha terminado no tanto por una ruptura de la relación con Roma como por una ruptura de relaciones con toda la sociedad italiana. Si Roma ha cambiado, y excesivamente para peor, no es culpa de la ciudad. La cuestión no ha nacido en la ciudad, sino que pertenece a un fenómeno degenerativo que toca a toda la sociedad italiana.

Aparte de esta reciente separación, antes, hasta hace cinco o seis años, ¿usted había comprendido a la ciudad, y cree haberla conocido?

Absolutamente, sí. Pero ahora cambió y ya no quiero comprenderla.

Entonces, de su parte, en este momento, hay un rechazo...

Sí, un rechazo total, y tanto que en mi interior me he comprado un lugarcito en la campaña y tengo previsto irme a vivir allí. Y con algún viaje, de vez en cuando, muy lejos de Europa, a Oriente, seguramente.

Entonces, hablemos ahora un momento de la Roma de cinco o seis años atrás, de la Roma que usted amaba, digamos. Si tuviera que antropomorfizarla, ¿qué sexo le atribuiría?

Eh, le atribuiría un sexo ni masculino ni femenino, sino el especial sexo que es el sexo de los muchachos.

¿Y qué edad?

La adolescencia.

¿Y qué semblante?

Bueno, el semblante de un típico muchacho romano de los suburbios: es decir moreno, aceitunado, con el ojo negro, el cuerpo robusto.

Robusto, ¿cómo?

Esbelto, no precisamente atlético. Un poco como los árabes que no son atléticos, sino que, digamos, están hechos armoniosamente.

¿Y qué tipo de alma?

El tipo de alma que nace de una concepción no moralista del mundo. Y por lo tanto tampoco cristiana. El alma de quien tiene una verdadera moral de tipo estoico-epicúrea, sobrevivida, digamos, al catolicismo. Una moral que ha seguido desarrollándose subterráneamente, viviendo bajo el dominio vaticano, un tipo de filosofía basada en una relación de lealtad con el prójimo y que reemplaza al amor por el honor, entendido de modo real y auténtico. Que es tolerante, pero no con la tolerancia del poder, sino con la tolerancia singular del individuo.

Entonces, a su parecer, los siglos de dominio vaticano, digamos, no han incidido para nada en...

No, no han incidido para nada en el carácter romano, no. Roma es la ciudad menos católica del mundo. Naturalmente que hablo de la Roma de unos cinco o seis años atrás, que era una gran capital popular. Proletaria y subproletaria. Ya no ahora, cuando se ha convertido en una pequeña ciudad burguesa de provincias.

¿Por qué?

Porque mientras el protagonista de la vida romana fue el pueblo, Roma siguió siendo una metrópolis, una metrópolis desordenada, descompuesta, dividida, fraccionada, pero de todos modos una metrópolis grande, confusa, magmática. En cambio, en el momento en que se cumplió la aculturación, ante todo a través de los "mass-media", el modelo del pueblo romano ya no ha nacido más de sí mismo, de su propia cultura, sino que ha sido un modelo proporcionado desde el centro. Y a partir de entonces, Roma se convirtió en una de las tantas pequeñas ciudades italianas. Pequeño-burguesas, mezquinas, católicas, amasadas de inautenticidad y de neurosis.

A su parecer, en las otras ciudades italianas, como Turín y Milán, ¿este proceso de aculturación ha sucedido antes?

No, este proceso de aculturación, es decir de transformación de las culturas particulares y marginales en una forma de cultura central que homologa todo, se ha dado casi contemporáneamente en toda Italia. A ello han concurrido distintos elementos. El desarrollo de la motorización, por ejemplo. Cuando cae el diafragma de las distancias ceden también ciertos modelos humanos. Hoy, el muchacho de los suburbios se sube a la Siambretta y se viene "al centro". Ya no se dice, como se decía antes, "voy adentro de Roma". El centro los ha alcanzado. Ha terminado la aventura. El intercambio entre el centro y la periferia es rápido y continuo. Pero Turín y Milán eran ciudades industriales y no proletarias y subproletarias, sino pequeño-burguesas ya antes. El tránsito ha sido menos sensible, menos dramático que en el caso de Roma, antes gran metrópolis popular. Y es todavía menos sensible en Nápoles. Nápoles, en el fondo, es todavía la única ciudad italiana que ha permanecido idéntica a sí misma, con una particular cultura propia.

Cuando usted llegó a Roma, se fue a vivir al principio cerca del Pórtico di Ottavia; no existía todavía la moda de las dos habitaciones recicladas. Después, se fue más allá del Tiburtino, después a Monteverde viejo y ahora aquí, al EUR, una de las zonas más hermosas y más tranquilas de la ciudad. ¿Hay una razón en estas mudanzas?

Razones económicas, evidentemente.

Entonces, este peregrinaje de un barrio al otro, así, en sentido ascendente y sus hechos personales, ¿lo han puesto en condiciones de atravesar los distintos estratos sociales de la ciudad? ¿Y también de conocerlos?

Bueno, no, no diría que es así. Mi experiencia romana es ante todo una experiencia popular. Nunca he frecuentado a la burguesía romana.

Entonces, usted dijo al principio que Roma puede ser identificada con un cierto tipo de adolescente de los suburbios, ¿pero no cree que Roma es también la intelectualidad, la burguesía, el pequeño comerciante, el hostelero?

Pero, vea, esta burguesía está tan encerrada en sí misma, tan despojada de una cultura propia, es tan parasitaria, que no cuenta en la ciudad. Por lo menos hasta ahora no ha contado. A lo sumo ha contado más la burguesía burocrática de los ministerios, que sin embargo no es muy romana. Ha contado especialmente en el plano político, proporcionando la derecha de la ciudad.