licenciatura en Letras en la Universidad de Columbia de Nueva York y luego, dado su creciente interés por la poesía francesa, fue becado por el gobierno francés para realizar
estudios de postgrado en
AVARICIA
Mi querido Balzac, debe quedarse muy quieto.
No hacer ningún movimiento, o nada aparecerá en la placa,
salvo una débil grisalla.
¡La Obra Maestra Desconocida, por cierto!
Si bien es el mío un talento drásticamente menor,
permítame entretenerlo o al menos mantener su espíritu ocupado
mientras la carne por fuerza holgazanea.
Entre exposiciones (nuestro disoluto término
para designar el intervalo en que el lápiz de la luz
puede delinear su rostro) puede hablar,
más no debe variar su actitud;
he descubierto que ese calambre casi imperceptible
en la nuca puede resultar de gran ayuda, ¿no está de acuerdo?
Comencemos, entonces.
Por supuesto
he aguardado con ansias una ocasión así para poder especular con usted...
Ah, no, nada parecido a un interrogatorio,
sólo estas meditaciones con propósito de seducir
a un intelecto que ha asombrado a toda Francia.
¿Listo, ya? No se mueva hasta que se lo indique...
He sentido, señor, un constante azoramiento
desde que me encontré con la "Comedia"
-que hace ya más de una década que leo-, el que usted,
que ha anatomizado tan bien a la Codicia como Moliere,
se abstenga de hacer una condena;
y el que un autor que engendra
monstruos tan incansables de Avaricia
como Grandet, Gobseck o Goriot,
termine sus consternantes retratos
de todo lo que es peor en la humanidad
sin siquiera una condenación de sus pecados,
como si el creador no trazara una línea
entre la Necesidad y la Avaricia.
Libro tras libro declara que toda la felicidad humana
equivale a números, cifras, sumas,
¡como si contar fuera igual a amar!
¡No, no, no hable todavía! No hasta que la placa
registre un rostro que contradiga toda la lógica:
las partes mucho más grandes que el todo...
Soporte mi lente tan sólo un momento más, luego
podrá corregir mi opinión como dicte su sabiduría.
Si no tener es el comienzo del Deseo,
entonces, el hecho de tener, el de poseer,
tal cual expresa usted tan exhaustivamente,
¿no es el poseer de esa forma... culpable?
Ahora puede hablar, pero haga el favor de mantener
la misma pose, pues debemos hacer un nuevo intento...
Nadar, querido amigo, no me interpreta bien.
En literatura, ¿quién puede creer
haber entendido nada? Todos morimos solos.
Fíjese: cuando pronuncia la palabra Avaricia,
cuando dice el verbo tener,
sienta con cuánto gusto sus dientes superiores
acarician su labio inferior.
Así se produce el sentido,
pues nuestro cuerpo forma,
crea el significado de las palabras...
Lo hacen nuestros sentidos: ¡ávido!
Amigo mío, tan ansiosos por poseer el ser
como la boca por poseer la lengua.
Interpréteme mejor:
no encuentro pecado en amar lo que tenemos,
pues de hecho no poseemos nada; salvo lo que nos posee
-nuestra lengua, por ejemplo- ¡no poseemos nada!
El único pecado es creer, o comportarse
como si poseyéramos lo que amamos;
algo que escribí tanto como un millón de veces,
y que seguíre escribiendo,
pero la gente no lee de buen grado
cuando encuentra otra cosa para entretenerse.
Todos los padres pueden concebir lo divertido
que resulta abusar de un niño; no se necesita un libro.
No puede decir que mis avaros sean pecadores;
no son más que exageraciones de nuestra mutua flaqueza,
pues ellos no pueden creer que posean lo que codician.
Pecado es suponer que podemos poseer nuestras pasiones...
Permítame hacer otra prueba.
Entiendo, al oirlo hablar de esta manera,
que todo el conocimiento humano
es conocimiento culpable,
¡y que la única consecuencia es la huida!
¡Aquí la mirada, así! Luego, después...
Después me envía la placa.
Debo tenerla,
debo poseerme a mi mismo.
Nadar, ¿cuál es su tarifa?