11 de marzo de 2012

Pier Paolo Pasolini: "Ya no hay más seres humanos, sólo extrañas máquinas que se abaten unas contra otras" (2)

Trágica y picaresca es la Roma de Pier Paolo Pasolini, la Roma de sus novelas, de sus films, de su búsqueda filológica. Boloñés de nacimiento, emiliano de estudios, conoció con el crítico de arte Roberto Longhi (1890-1970) la doctrina del hermetismo filosófico -que aúna neoplatonismo y cristianismo- desde las páginas de "La Voce", una de las principales revistas culturales italianas de los años '30. Después pasó por la experiencia friulana, en Casarsa, el pueblo de su madre. Allí escribió los primeros versos en dialecto, los primeros versos en italiano, y vivió la caída de la República Social Fascista de Saló. También su incorporación y huida del ejército, la muerte de su hermano en un oscuro episodio entre distintos grupos de la resistencia antifascista, el final de la guerra y "el retorno de mi padre desde la prisión, un ex combatiente enfermo, envenenado por la derrota del fascismo". Son años difíciles para la familia, "años de encarnizado trabajo, de pura lucha; y mi padre siempre allí, esperando, siempre solo en la pobre cocinita, con los codos en la mesa y la cara contra los puños, inmóvil, malo, dolorido, llenando el pequeño espacio con la grandeza de los cuerpos que mueren". Después, en el invierno de 1949, viaja a Roma con su madre, "como en una novela". El periodo friulano había terminado: "los libros quedarían largo tiempo en el cajón". Con escasos medios económicos, se instala en la periferia romana, donde entabla relación con la población llegada del campo en busca de oportunidades: es el subproletariado romano que protagonizaría buena parte de su obra posterior. En ese ámbito descubre las tensiones sociales irresolubles entre la burguesía industrial, por un lado, y las grandes masas de obreros que llegaban a las ciudades desde el medio rural, por el otro. "Hace dos o tres años que vivo en un mundo con un sabor distinto -escribió en una carta-. Un mundo al que me adapto tomando conciencia muy lentamente. Estoy aquí en una vida toda músculos, totalmente privada de sentimentalismos, en organismos humanos donde no se conoce ni una de las actitudes cristianas como el perdón, la docilidad... y el egoísmo toma formas lícitas, viriles. En el mundo norteño donde yo he vivido, en las relaciones individuales siempre había, o al menos así me parecía, la sombra de una piedad que tomaba las formas de la timidez, del respeto, de la angustia, del cariño. Para unirse en una relación de amor bastaba un gesto, una palabra. Al prevalecer el interés por lo íntimo, por la bondad o la maldad que anida en nosotros, lo que se buscaba entre personas no era un equilibrio, sino un impulso recíproco. En cambio aquí, entre esta gente mucho más esclava de lo irracional, de la pasión, la relación siempre está bien definida, se basa en hechos más concretos, desde la fuerza muscular hasta la posición social". A continuación, la segunda parte de la entrevista publicada por el diario "Il Messaggero" de Roma más un fragmento de otra aparecida en la revista "Análisis" nº 371 del 22 de abril de 1968 en Buenos Aires.


A su parecer, ¿Roma es una ciudad abierta, instintivamente democrática, con una comunicabilidad entre clase y clase? ¿Existen salvoconductos entre un estrato social y el otro?

No. Hay un diafragma entre el centro y la periferia. Hasta hace algunos años eran aún dos ciudades distintas. Aparentemente, ahora un poco menos. Pero en realidad, la burguesía romana no es del tipo de burguesía que acepta entre sus filas a un proletario, ni siquiera aburguesado. Y la nobleza, igual.

Vale decir que hoy la fractura es acaso menos evidente, pero más dramática. ¿Es así?

Sí. Es más dramática en cuanto es sentida por el proletariado, que antes no la sentía. Antes, los hombres y las mujeres de los suburbios no sentían ningún complejo de inferioridad por el hecho de no pertenecer a la clase llamada privilegiada. Sentían la angustia de la pobreza, pero no tenían envidia por el rico, por el acomodado. Aún lo consideraban casi un ser inferior, incapaz de adherir a su filosofía. Hoy, en cambio, sienten este complejo de inferioridad. Si observa a los jóvenes del pueblo, verá que ya no tratan de imponerse por lo que ellos son sino que tratan de mimetizarse en el modelo del estudiante, y hasta se ponen anteojos sin necesitarlos, para tener un aire de "clase superior".

Es de la otra parte, quiero decir del lado de la nobleza de toga, de la aristocracia terrateniente, de la burocracia de los cargos, este modo de comportarse proletariamente, en las formas exteriores, usar el dialecto en las conversaciones, mezclarse con el pueblo, frecuentrar las tabernas, etc. ¿Pero se trata simplemente de una fachada?

No, también es una tradición romana. Creo que muchas de estas manifestaciones se remontan a varios siglos atrás. La nobleza romana, creo, siempre habló romano. Hasta por ignorancia. Porque es la nobleza más ignorante del mundo. Entonces, ni siquiera se trata de una decisión estetizante. Acaso se ha vuelto tal en estos últimos años. Pero, en cuanto al pasado, creo que ha dependido del sencillísimo hecho de que eran rústicos: nunca leyeron nada, nunca escribieron nada, nunca dieron nada a la cultura, y no han sido tampoco mecenas, algo que también es un modo de comprender la cultura. Siempre han vivido de sus rentas, en completo aislamiento. Mezclarse con el pueblo, a esta altura, se convierte en un ejercicio de esnobismo.

Usted ha escrito en romano, ha escrito en friulano. En un escritor, más allá de la pura búsqueda, ¿de dónde nace una exigencia de este tipo?

Bueno, aunque todos digan lo contrario, es decir, aunque todos piensen que mi búsqueda lingüística es primaria, en el caso del romano no fue así...

¿Qué entiende por primario?

Entiendo la inspiración directa, es decir escribir en romano por placer, por un interés filológico personal, etcétera. No, no ha sido así. Mi interés ha sido por esta nueva cualidad de vida, por este nuevo tipo humano que encontré al llegar a Roma. Pero como esta cualidad de vida y este tipo humano tenían por lengua al romano, entonces me ha resultado natural realizar también una investigación lingüística.

Entones, aislemos en esta búsqueda algunas alocuciones que me parecen típicamente romanas. ¿Por qué en el dialecto recurre tantas veces, por ejemplo, una expresión como: "¡a fanatigo!" (¡eh fanático!)?. ¿Es una elección, aunque inconsciente?

Sí, hay una elección de... ¿En qué consiste esta elección? Consiste en la filosofía estoico-epicúrea romana fundada en el sentido común, en el sentido práctico de la vida que implica una condena no intolerante, sino humorística, de todo lo que parece idealista, fuera de la realidad. Esto es.

¿Y el "faccio come me pare, si mme va" (hago lo que quiero, si me parece bien)?

Bueno, corresponde al pragmatismo típico de todos los dialectos con una particular vena romana, como también el "a fanatigo": en todos los dialectos se dan expresiones semejantes.

Pero, ¿no me dirá que en el terreno de los insultos "li mortacci tua" (malditos tus muertos) tienen ecos precisos en los otros dialectos italianos?

No, no. Son particulares, pero hay cosas parecidas.

¿Por ejemplo?

Bueno, ahora no podría darle una lista... Pero, en el norte, por ejemplo en el Véneto, donde son más religiosos que los romanos, está la blasfemia.

¿No vienen a su mente otras de estas expresiones? Hay alguna que en usted, septentrional, ha tenido...

Sí, hay una a la que amo particularmente. Es ese "¡an vedi!" (¡sólo mírame!). Porque se trata del único caso, del único momento en que el romano se descubre. Es decir, el único momento en que revela tener la capacidad de asombrarse. Porque su filosofía de hombre sabio, alejado, irónico respecto de la vida no le impide mostrar estupor. Aunque ingenuo, el joven, el hombre romano trata siempre de no mostrarse ingenuo. En cambio, esta expresión "¡an vedi!" denuncia una repentina capacidad de asombro. Y por lo tanto me gusta mucho. En general mi vida social depende exclusivamente de lo que es la gente. Digo "gente" con conocimiento de causa, refiriéndome a lo que es la sociedad, el pueblo, la masa, en el momento en que entra existencialmente -y acaso sólo visualmente- en contacto conmigo. Es de esta experiencia existencial, directa, concreta, dramática, corpórea, de la que nacen en el fondo todos mis discursos ideológicos.

En "Accattone", su primera película, muestra un retrato de los arrabales y del lumpenaje de Roma de finales de los años '50. Una especie de prehistoria. ¿Qué ve hoy, veintitres años después?

Dos prehistorias, la prehistoria arcaica del Sur y la prehistoria nueva del Norte. La coexistencia de ambas prehistorias -y el lento final de la Historia, que ya no se identifica sino con la racionalidad marxista-, me convierte en un hombre solo, ante dos decisiones igual de desesperadas: perderme en la prehistoria meridional, africana, en los reinos de Bandung, o sumergirme de lleno en la prehistoria del neocapitalismo, en el funcionamiento mecánico de la vida de las poblaciones de alto nivel industrial, en los reinos de la Televisión. El único antepasado espiritual que cuenta es Marx, y su dulce, erizado, leopardiano hijo, Gramsci. Pero no lo digo como lo hubiera dicho hace apenas uno o dos años. Algún peso habrán tenido en mi vida los meses y meses de angustia, de terror, de vergüenza, de ira, de piedad.

¿Qué piensa de la búsqueda de ideales por parte de la juventud en la civilización del consumo? ¿Cómo piensa que serán los jóvenes italianos dentro de treinta o cincuenta años, cuando por vía del neocapitalismo su país estará altamente desarrollado?

Yo soy pesimista. No pienso en términos de treinta o cincuenta años. Pienso en cómo serán las cosas dentro de dos mil años.

Y… ¿qué piensa de la muerte?

Como marxista, es un hecho que no tomo en consideración.