21 de abril de 2012

Entremeses literarios (CLI)

NO TENGO NADA CONTRA USTED
David Lagmanovich
Argentina (1927-2010)

No tengo nada contra usted, se lo aseguro. He frecuentado a muchos como usted, me he encariñado con algunos, y ellos me han acompañado a lo largo de la vida. Si le restrinjo el acceso a mis escritos no es por hostilidad, sino más bien para no fatigarlo, para que después no se me acuse de abuso o de falta de consideración. Es cierto que en mi juventud recurría mucho más que ahora a sus servicios. Pero la vida me ha enseñado que para mí su utilidad, perdóneme que se lo diga, no depende de que esté siempre dando vueltas a mi alrededor, sino de un factor que podemos llamar eficacia. Con esto no quiero ofenderlo ni hacerlo a menos: mi respeto por usted es absoluto. Podemos decir que lo considero indispensable, pero en dosis moderadas. Un gran poeta dijo que usted, cuando no da vida, mata. Y yo no quiero que me mate ni que mate mis textos, señor adjetivo.


LA INVENCION DEL FUEGO
Wilfredo Machado
Venezuela (1956)

En el sueño la mujer entró en el vagón y vino a sentarse justo a su lado. A esa hora la estación del metro estaba casi vacía. Los trenes viajaban a gran velocidad. No daba ni siquiera tiempo de leer los carteles que desaparecían como manchas brillantes sobre el muro y que quedaban atrás sumidos en la oscuridad de los túneles. Recordó que la mujer olía al humo de mil bares y al deseo de tantas preguntas sin respuesta que se habían quedado flotando en el aire turbio del salón bajo la música de la orquesta. Corazón de sombra. Pensó que era un buen título para un bolero.
- ¿Qué estación es ésta? -preguntó con cierta urgencia, como si de ello dependiera su vida.
- No sé -respondió-. Es difícil reconocer las estaciones a esta hora.
- ¿Para dónde vas?
- Dos caminos.
- ¡Ah, eres de los indecisos! -dijo con cierta ironía.
Fue en ese preciso momento que sacó un cigarrillo del bolso y le pidió fuego.
- Yo no fumo -respondió cortésmente.
Entonces, acercándose, le susurró casi al oído:
- ¿Por qué ese gran incendio sobre tu cama?
Cuando despertó, el apartamento ardía en llamas. Apenas tuvo tiempo de huir escaleras abajo para salvar la vida. Por instrucciones del Cuerpo de Bomberos todos los inquilinos debieron abandonar el edificio esa misma noche. Su corazón, su vida, sus huesos olían a humo. Se sentó en la acera a observar como las llamas iban desapareciendo entre los escombros. No había nada que hacer. Cuando más tarde tomó el metro -casi al amanecer, entre obreros de la construcción y estudiantes somnolientos-, la mujer todavía estaba allí, en el mismo vagón, aguardándolo. El cigarrillo apagado colgando entre los labios.


P
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

Pterodáctilos, paquidermos y palmípedos, la plena patota, pasean sus pasmadas pintas por las páginas del pasquín pituco protestando porque pidieron permiso para poder poner las patas en la pileta de Parque Palermo pero prohibiéronselo. Perros de pocas pulgas los putearon, a patadas los piantaron del parque. Protegidos por Ptolomeo -pseudónimo del psicólogo- pterodáctilos, paquidermos y palmípedos pierden la paciencia. Ponen pies en polvorosa y parten a los pedos para otra parte pública del planeta. Parecen perdidos, platican pelotudeces. Pronto piden perdón por no poder permanecer pasivos y persistentes, pónense las pilas, pecando por promiscuidad. Porfiados perversos polimorfos, se aparean plenamente pariendo poco a poco personajes perfectos para sus propósitos. Pájaros de pico prehistórico, plúmbeo plumaje pesadísimo y patas de pato: los pelícanos.


ROBERT DAVIDSON
Edgar Lee Masters
Estados Unidos (1868-1950)

Crecí espiritualmente nutriéndome del alma de la gente. Si veía un alma fuerte, la hería en su orgullo y devoraba su fuerza. Los refugios de la amistad conocían mi astucia, porque cuando podía robar a un amigo lo hacía. Y toda vez que lograba ensanchar mi poder socavando una ambición, lo hacía, así calmaba la propia. Y triunfar sobre las otras almas, sólo para afirmar y demostrar mi fuerza superior era para mí un gran placer, el agudo regocijo de la gimnasia del alma. Devorando almas hubiera podido vivir eternamente. Pero sus indigestas sobras me provocaron una nefritis mortal, con terrores, desasosiegos, depresiones, odio, suspicacia, visiones perturbadoras. Al fin me desplomé con un alarido. Hay que recodar a la bellota: no devora a las otras bellotas.


RECOMENDACIONES A SEBASTIAN PARA LA COMPRA DE UN ESPEJO
Eduardo Gudiño Kieffer
Argentina (1935-2002)

Mire, Sebastián, es en la calle Juncal. Venga, acérquese; voy a decirle el número al oído -es mejor que nadie lo sepa, hay secretos que conviene guardar muy bien-. Bueno. Usted entra en la boutique y pregunta por la señora Hipólita. Le dirán que no está. Pero no se aflija, Sebastián. Sugiera que va de parte de mistress Murphy y ponga cara de inteligente. Le harán un gesto de complicidad y lo llevarán a la trastienda. Abrirán una puertecita escondida entre los brillantes vestidos que cuelgan, inmóviles pero vivos, de una increíble cantidad de perchas doradas. Podrá entonces ingresar al cuarto de los espejos. La señora Hipólita, que adora a los muchachos desgarbados como usted, le ofrecerá un cigarrillo. Acéptelo, Sebastián, acéptelo y aspírelo con delectación, porque sin duda será un cigarrillo egipcio con una pizquita de opio. Después contemple atentamente la colección de espejos, emitiendo de vez en cuando una interjección oportuna y discreta. Nada de exclamaciones altisonantes, a pesar del asombro. Y tenga en cuenta que en ningún momento hay que pronunciar la palabra "mágico", porque se supone que usted ya sabe que todos los espejos lo son, y en especial los de la señora Hipólita. Fíjese en ése, Sebastián. Sí, en ése, el ovalado con marco de plata. Todos los días, a las seis de la tarde, refleja a Rachel en su estupenda interpretación de "Phédre". Es magnífico, ¿eh? O aquel otro, tan profundo en el misterio de su azogue, tan rico en las volutas rococó que lo rodean. No niego que es maravilloso. Pero no se lo aconsejo, porque al sonar las doce campanadas de la medianoche muestra a un oficial de húsares de Grodno asesinado por su novia vampiro. ¡Brrr! Mejor es el que está a su derecha; menos morboso y sumamente eficiente, hasta educativo. Imagínese: a las seis de la mañana deja ver a las damas mendocinas bordando una bandera. Es un espejo quizás demasiado madrugador, claro, pero tan patriótico como un discurso de fiesta cívica. En fin... hay que reconocer que la señora Hipólita tiene una colección fabulosa. Espejos teatrales, pasionales, históricos... También tiene los que reflejan el futuro, pero solo los muestra previa presentación del certificado de buena salud, porque una vez tuvo problemas con el profesor N. El pobre era cardíaco y... bueno, usted sabe el resto, salió en todos los diarios. Lo importante es que usted, Sebastián, puede comprar el espejo que más le interese. Los precios son exorbitantes, es cierto, pero no cualquiera puede darse el lujo de poseer cosas así. Además, si sonríe usted como lo está haciendo justamente ahora, no dudo que la señora Hipólita le hará una rebaja o le dará facilidades. Es una mujer muy tierna, muy sensible, muy maternal a veces. Aunque tan arrugada que... pero eso no viene al caso. Elija el espejo que prefiera. Deje su dirección y mañana mismo lo enviarán a su casa. ¿Un consejo? No lo coloque en el living ni en el escritorio ni en ningún lugar por donde pase mucha gente, porque sus amigos son muy convencionales, muy burgueses, y el espejo puede reflejar algo irritante, impropio para la gente decente. Suponga que se le ocurra comprar el espejo de Paolo y Francesca... ¿Qué diría su abuelita materna, Sebastián, que va a misa todos los domingos? No, hay que tener cuidado, hay que ser respetuoso de las convicciones y de la moral de los demás. Yo le sugeriría (y perdóneme el atrevimiento), que ponga el espejo en el altillo, con otros trastos viejos. Más todavía: que lo cubra con algún paño opaco. Y otra cosa aún, la más importante de todas: con los espejos de la señora Hipólita es imprescindible ser puntual. Puntualísimo. Si no llega usted a la hora exacta, no verá el espectáculo. Ni Rachel declamando, ni húsar sangrando, ni damas mendocinas bordando, ni Paolo y Francesca fornicando (perdón otra vez, hay palabras que realmente no suenan muy bien). Si llega tarde sólo verá su propia cara, la misma de siempre, Sebastián, tan angulosa, tan mística. Pero eso es lo de menos. Lo grave sucede cuando la curiosidad lo impulsa a apurarse y lo obliga a llegar demasiado temprano, para averiguar cómo prepara el espejo su "mise en scène". Eso puede ser fatal, porque los espejos no toleran la curiosidad. Y sucederá que, al arrancar el paño que lo cubre y enfrentarlo, se encontrará usted con que está vacío, con que no refleja nada, con que su imagen en el espejo no existe y por lo tanto, claro, usted tampoco. Es una platónica verdad. Al no verse en el espejo, sin duda se llevará usted las manos a la cabeza, en un gesto de terror y asombro. Pero como usted no existe, descubrirá que no tiene manos ni cabeza. Intentará salir corriendo pero tampoco le será posible, pobre Sebastián, pues tampoco tendrá piernas. Y se quedará por siempre allí, atrapado en un espejo vacío que alguna vez retornará a la colección de la eterna señora Hipólita y reflejará, para otro cliente como usted, joven y desgarbado, la imagen ascética de Sebastián, un Sebastián pálido de terror, sólo durante un minuto y a la hora en que se pone el sol.


MUTACION
Harold Kremer
Colombia (1955)

Yo no quería venir a pedirle que se callara. Desde mi habitación alcancé a oír sus gritos y golpes y me dije que estaba en todo su derecho. A veces suceden cosas como éstas. A lo mejor usted ha tenido un sueño de aquellos de los que nunca queremos despertar, ya que al hacerlo encontramos otra vez la melancólica realidad en nuestra habitación. Nos atrevimos a entrar porque los gritos parecían por fuera de lo normal. Ha sido difícil romper la cerradura y luego invadir su habitación, pero cuando vimos el desorden tuvimos el suficiente coraje para entrar. Le repito: está en su derecho y nadie puede impedirle que grite. Usted, estoy casi seguro, cree que no puede dejar escapar de sus manos aquella imagen tan bella y placentera que acaba de soñar, pero desafortunadamente su sueño ha culminado y nosotros, algunos sin afeitar, somos la realidad junto con su pierna amputada. Su muleta está a un paso de usted, al lado de la cama.


GATOS
Vicente Muleiro
Argentina (1951)

Quiero a los gatos y no me gusta que anden huérfanos por ahí. Los gatos van al baldío donde jugamos a la pelota y no nos molestan para nada. La que sí nos molestaba era la Vieja. La Vieja compraba el bofe en la carnicería donde trabaja Miguelito y después venía y nos echaba para darle de comer a sus amados gatos. Era una Vieja rasposa que no tenía ni para comer pero que todas las mañanas se gastaba unas monedas para cumplir con su ceremonia de alimentar a los gatos por las tardes. Llegaba al baldío y nos corría con una vara en alto y unos grititos agudos. Nos daba risa ver correr a la Vieja que de repente parecía una nena ágil saltando los pastos y los cardos y gritando con esa voz chillona. Pero interrumpía nuestros picados. Así que le dijimos a Miguelito: ponele veneno al bofe así revientan y la Vieja no nos jode. Juntamos varios venenos -para hormigas, para ratas y otros, más raros, todos con calaveras- y se lo dimos al Mike. A la tarde siguiente no hicimos el picado. Nos quedamos esperando entre los yuyos que llegara la Vieja con su bolsa de lona y sacara el bofe. Pero fue en vano: la Vieja no volvió nunca más. Ahora jugamos en paz mientras los gatos nos miran. Si no se lo molesta, el gato es un ser muy tranquilo.


MEMORANDUM SOBRE EL TERCER PLANETA
Alvaro Menen Desleal
El Salvador (1932-2000)

A: Tercer Intuidor Emérito de Venus
De: Comisionado Suplente de la Vía Láctea
Ref.: Imposibilidad de la vida humana en el Tercer Planeta del Sistema Solar

Del análisis del largo unforme sobre la ecología  del Tercer Planeta del Sistema Solar (Programación H-2-002852) claramente se deduce la imposibilidad de que exista vida en él. Gran parte el globo rojizo está cubierta de agua, elemento impropio para el desarrollo de la vida. Las zonas secas -además de la superficie acuosa- están de todas maneras rodeadas por una atmósfera letal (oxígeno, hidrógeno, ozono, etc.), lo que nos hace descartar las menores posibilidades de que alguna forma de vida pueda haberse desarrollado allí. Sin embargo, el centro del planeta parece ofrecer condiciones para el desarrollo de vida humana, gracias a su densidad y a su temperatura cálida. Esto es, sin embargo, una remota posibilidad, pues todo indica que el globo en cuestión se enfría rápidamente. En conclusión, debemos dejar a un lado los planes para visitarlo, por lo inútil del esfuerzo. Los compañeros del sol confirman esta apreciación. Atentamente:
Comisionado Suplente de la Vía Láctea
6 de abril de 1964


UN PUNTO DE VISTA
Juan Martini
Argentina (1944)

Si tuviese que describirlo no sabría cómo hacerlo. Puede decir, desde luego, que es un hombre de mediana edad, alto, delgado, que lee un periódico en la terraza de un bar mientras bebe lentamente, como si en verdad no desease hacerlo, una cerveza. Sin embargo, piensa Juan Minelli, esto no es una descripción. Puede decir, es claro, que el hombre está sentado en uno de esos ligeros silloncitos de aluminio que han proliferado, últimamente, en las terrazas de los bares, y que es un hombre de mediana edad y de mirada errátil. Podría decirse, también, que ese hombre, en rigor, finge leer el periódico, puesto que es evidente que no lo está leyendo. No son, sin embargo, piensa Minelli, ni los gestos ni los movimientos del hombre, sentado en el silloncito de aluminio frente a la cerveza que ya ha perdido su inmaculado cuello de espuma, los que ponen en evidencia que no se trata, como bien se podría pensar a simple vista, de un hombre abstraído en la lectura de un periódico. Es su mirada errátil la que revela que ese hombre finge hacer lo que no hace. Son sus ojos apagados, inquietos, que se dibujan con claridad en los cristales blancos y graduados de las gafas con montura de metal, los que le hacen ver a Minelli que, a decir verdad, el hombre lee el periódico con la misma atención que le presta, además, a otros movimientos, o deslices, que tienen lugar, podría decirse, en la terraza y en el interior del bar. El sol se filtra por las junturas de los toldos. Es un sol de haces rectos, puesto que es el sol del mediodía, un verano, o en el comienzo de un verano, y sus rayos, tal como se dice, arden, queman la piel, y se reflejan, incandescentes, al tocarlos, en los brazos de los silloncitos de aluminio. De modo que en este momento el hombre desvía la mirada del periódico, alza la copa de cerveza, una de esas copas llamadas balón, y, sin beber, contempla, por ejemplo, el ir y venir de un par de mozos, en la terraza del bar, pero, sobre todo, piensa Minelli, el hombre le presta atención, en particular, al movimiento de una mujer: su mirada se ha deslizado desde el periódico hacia una mujer, una mujer joven y, podría decirse, sin exagerar, esbelta. La mujer joven ha abandonado su propio silloncito de aluminio y se ha encaminado en dirección al baño del bar. Ha sido entonces cuando la mirada errátil del hombre ha tropezado con los mozos que atienden la terraza del bar, pero esta interrupción ha durado apenas algunos segundos y él ha podido, en seguida, continuar observando el paso de la mujer internándose en el bar, primero, hasta el fondo, y luego el movimiento de sus piernas, y de su cuerpo todo, pero sobre todo de sus piernas, i u.nido ha subido la escalera que conduce, como es legítimo imaginar, se dice Minelli, a los baños, situados en el primer piso del bar. Ahora bien, Minelli no sabrá, por ahora, mucho más que esto. No sabrá, por ejemplo, que el hombre a quien observa es un escritor, un novelista que ha escrito dos o tres libros en los que otro hombre, un personaje, por así decirlo, llamado Juan Minelli, encarna con una delgadez creciente un cierto desconcierto propio de estos tiempos. Ni sabrá, desde luego, Minelli, que la mirada errátil de ese hombre, apagada tras los reflejos del sol en los cristales de sus gafas, no sólo ha reparado en la mujer que se ha dirigido al baño sino también en él, es decir, en el propio Juan Minelli, y que ha tomado notas, ese hombre, el escritor, con la vaga, todavía, idea de comenzar un próximo libro con una escena en la terraza de un bar donde un hombre, llamado Juan Minelli, observa a otro sin darse cuenta de que, en verdad, tanto él, Minelli, como el hombre al que Minelli observa, el escritor, son, a su vez, observados por una mujer joven, una mujer, podría decirse, esbelta, que en este momento se ha ido al baño en un acto que no es una provocación sino la prueba cabal de su soberanía, puesto que sin conocerla, sin saber nada de ella, ninguno de esos dos hombres -ella está segura de eso- se moverá de sus silloncitos de aluminio, en la terraza del bar, hasta que ella regrese.


CONVERSACION
Alejandro Zaccardi
Argentina (1976)

Ya hemos hecho las cuentas y la cosa marcha -le dijo un diputado a un senador, mientras tomaban un café en un bar-. No puede haber golpe de estado porque los militares están presos, no puede haber revuelta social, porque los jubilados se han muerto de hambre al igual que la clase media. Hemos erradicado a los pobres, porque hace rato que están tocando el arpa en el cielo. No puede haber revolución de ideales cuando estos ya no existen. Por fin hemos nivelado a la sociedad en su conjunto. El país se encuentra tal y como lo queríamos: un lugar democrático de paz y prosperidad.