(Cuentos nocturnos). Entre las ocho historias que lo componen está una de las más recordadas de su autoría: "Der sandmann" (El hombre de arena), un inquietante relato de terror gótico basado en una antigua leyenda escandinava. Según esta tradición, el Hombre de Arena visitaba las casas por la noche, derramando arena en los ojos de los niños para que se durmiesen. Según cómo hubiera sido el comportamiento de éstos durante el día, los sueños podían ser dulces o pesadillescos. Hoffmann le dio una vuelta de tuerca al mito y convirtió al personaje en un ser malévolo y siniestro que por las noches entraba en los cuartos de los niños que no se dormían y, tras echarles arena en los ojos, los encerraba en una bolsa y se los llevaba a la luna para que sirviesen de alimento a sus hijos.
Algo más de cien años después, Sigmund Freud (1856-1939) incluyó un análisis de este cuento en su conocido ensayo "Das unheimliche" (Lo siniestro). En él, el creador del psicoanálisis explicaba que lo siniestro emerge cuando ciertos complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión exterior. Todo aquello familiar y conocido de pronto se transforma en algo extraño, en algo siniestro. Medio siglo más tarde, el psiquiatra y psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981), durante una de las clases del seminario "L'angoisse" (La angustia), señaló la necesidad de retomar aquel escrito de Freud para abordar el tema de la angustia. A aquello que siendo familiar se vuelve ajeno y la ocasiona lo denominó "extimité" (extimidad), no como antónimo de "intimidad", sino para referirse a lo que, cuanto más íntimo es, más extraño resulta. Finalmente, entre fines de 1985 y comienzos de 1986, el psicoanalista francés Jacques Alain Miller (1944) dictó en París un curso al que llamó, justamente, "Extimidad", analizando lo paradojal que resulta que lo exterior se encuentre en lo interior.
Algunos psicólogos y sociólogos utilizan el término extimidad contrapuesto al concepto de intimidad, para hacer referencia al intercambio de intimidades, antaño reservadas al círculo familiar, que actualmente prolifera en forma masiva en los medios de comunicación y las redes sociales. Así, proponen definir la extimidad como el movimiento que empuja a cada cual a mostrar una parte de su vida íntima, tanto física como psíquica. Sin embargo, Lacan creó el neologismo con el propósito de definir de qué manera, en la experiencia analítica, lo más interior tiene una cualidad de exterioridad. "Lo que es lo más íntimo justamente es lo que uno está constreñido a no poder reconocer más que fuera de uno mismo", afirma Lacan; es decir, lo más íntimo es irreconocible para el sujeto porque se sitúa en un espacio mental ajeno a su conciencia. A esto, Miller agregó que la extimidad "afirma que lo íntimo es 'otro', como un cuerpo extraño, un parásito", recordando que el "yo" y el "otro" mantienen una relación de interdependencia, tal como lo señalara Freud en 1921 en su "Massenpsychologie und ich analyse" (Psicología de las masas y análisis del yo): "En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, el 'otro' como modelo, objeto, auxiliar o adversario", planteando la vinculación existente entre un individuo y la sociedad, esto es, la dualidad entre lo "interior" y lo "exterior".
Esa relación entre el individuo y la sociedad está dada por la influencia que ejerce lo "exterior" social en la formación de lo "interior" psicológico. Lacan sostenía que la gravitación de la sociedad sobre el individuo es tal que convierte a éste en un "sujeto-objeto" sometido a las manipulaciones del mercado. Ese mercado, apunta Miller, aparece en la actualidad como la oposición entre lo útil y un goce que no sirve para nada. "Toda civilización es un sistema de distribución de goce. Y el régimen actual de la civilización es el del desamparo capitalista sostenido en la rentabilidad". En ese sentido, ya en 1970 Lacan decía en "Radiophonie" (Radiofonía): "La plusvalía es la causa del deseo, del cual la economía hace su principio: el de la producción extensiva, por consiguiente insaciable, de la falta en gozar. Por una parte, se acumula para acrecentar los medios de esta producción a título de capital. Por otra, se extiende el consumo, sin el cual esta producción sería vana", y profetizaba que la universalización aumentaría la segregación social y la escalada del racismo.
También de 1970 es su "L'envers de la psychanalyse" (El reverso del psicoanálisis), donde Lacan destaca que "en la sociedad todo lo que existe está fundado en la segregación; nunca se ha terminado completamente con la segregación; nada puede funcionar sin ella". Esto fue analizado por Freud en el antes mencionado "Psicología de las masas y análisis del yo" cuando manifiesta que "el extranjero, en su alteridad (capacidad de ser otro) -que siempre introduce lo extraño, lo diverso-, conmueve en el sujeto su posición siempre frágil respecto de un 'ideal del yo' que está profundamente del lado del 'otro'. La reunión de los semejantes entre ellos contra el extranjero permite que se reduzca la distancia con ese ideal". Es que el extranjero aparece como un invasor que viene a disputar los puestos de trabajo y a ocupar el espacio común (hospitales, escuelas, plazas, medios de transporte, etcétera).
Dentro del contexto de la globalización esas diferencias se acentúan ya que ésta propone homogeneizar los modos de gozar en la civilización, algo para lo que hay que considerar el papel que cumple el mercado en el manejo de los medios de producción. El proceso de producción dentro del sistema capitalista funciona merced a la plusvalía, aquella que Lacan asimilaba al "plus de gozar" del capitalista. La supuesta intención de globalizar ese "plus de gozar" mediante la incitación al consumo desenfrenado -a simple vista engañoso e impracticable- solo logra reanimar más violentamente la "falta en gozar", la intolerancia y el odio hacia el otro. Es allí donde aparece el concepto original de extimidad en relación al racismo, a aquello que nos es más ajeno, pero a la vez, más íntimo y desconocido.
El pesimista ensayo "Die welt als wille und vorstellung" (El mundo como voluntad y representación) que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) publicó en 1819 fue el primer acercamiento del austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951) a la filosofía. Conocida es la modesta estimación por las cualidades del ser humano que sentía el autor del "Tractatus logico-philosophicus" (Tratado lógico-filosófico) y las "Philosophische untersuchungen" (Investigaciones filosóficas). Dueño de una compleja aptitud para la convivencia social, Wittgenstein sintió a menudo la necesidad de aislarse de la gente, lo que lo impulsó en ciertos tramos de su vida a llevar una existencia austera y retirada, trabajando como maestro de una pequeña escuela o como jardinero en un convento de su ciudad natal. Uno de los textos de Schopenhauer que más le agradaban era la conocida fábula de los puercoespines que el autor de "Eudämonologie" (Eudemonología) incluyó en "Parerga und Paralipomena. Kleine philosophische schriften" (Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores), el conjunto de ensayos, anotaciones y aforismos que publicó a finales de 1851 y que sería, a la postre, la última obra que escribiría.
En esta fábula, Schopenhauer utiliza la paradoja de los puercoespines -que, ateridos de frío, deciden juntarse para darse calor unos a otros, pero, al hacerlo, se clavan las espinas lastimándose- para poner de manifiesto la situación de los hombres que, empujados los unos a los otros por "la necesidad de la sociedad surgida del vacío y de la monotonía de su propio interior" tienden a llevar una vida gregaria, pero sus múltiples "cualidades repulsivas y sus insoportables defectos los dispersan de nuevo". Para Schopenhauer, la vida "oscila como un péndulo entre el sufrimiento y el aburrimiento"; cada individuo titubea necesariamente entre ambas miserias. Friedrich Nietzsche (1844-1900) opinaba que esta fábula revela el estado de espíritu de una sociedad devenida vulgar y niveladora. Para Freud, en cambio, la historia de los puercoespines demuestra cuán difícil es soportar una proximidad demasiado íntima de un semejante, de lo cual se desprende que es la proximidad del "otro" lo que funda el racismo.
Naturalmente no puede considerarse a este fenómeno únicamente desde el punto de vista de la psicología. Si bien tanto Lacan como Miller hacen una aproximación al componente socio-económico de esta cuestión, la segregación tiene una hagiografía notoriamente emparentada con sus aspectos políticos. El racismo, la manera más cruel de considerar al "otro" como alguien inferior, es un concepto relativamente moderno que tuvo sus primeras manifestaciones en Europa hacia mediados del siglo XV y se intensificó notablemente a finales del siglo XIX cuando el imperialismo occidental alcanzaba su apogeo. Por entonces el diplomático y escritor francés Joseph Arthur Gobineau (1816-1882) proclamaba en su "Essai sur l'inégalité des races humaines" (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas) que el declive de las sociedades era producto de la "degeneración" que produce la mezcolanza de las razas.
No se quedaba atrás el psicólogo social francés Gustave Le Bon (1841-1931) al afirmar en su "Les lois psychologiques de l'évolution des peuples" (Las leyes psicológicas de la evolución de los pueblos) que la grandeza de un pueblo era el producto de su carácter racial, proponiendo evitar que los "extraños" alterasen su alma. O el filósofo político inglés Houston Stewart Chamberlain (1855-1927) que alarmaba sobre el peligro que entrañaba el "caos étnico" en su "Die grundlagen des neunzehnten jahrhunderts" (Los fundamentos del siglo XIX). Estos argumentos, fundantes y funcionales a la cultura que "el poder económico dominante -tal como lo definiera Antonio Gramsci (1891-1937)- logró generalizar hacia otros segmentos sociales", fueron muy bien descriptos por la politóloga alemana Hannah Arendt (1906-1975) en su libro "Elemente und ursprünge totaler herrschaft" (Orígenes del totalitarismo) en el que aseveraba que fue el imperialismo europeo quien necesitó inventar el racismo como "la única explicación posible y la única excusa para su comportamiento criminal".
Desde el punto de vista científico y racionalista, en el siglo XIX aparecieron varios investigadores que atribuyeron una importancia singular al tema de la raza. Así, por ejemplo, el entomólogo sueco Anders Retzius (1796-1860) introdujo el índice cefálico para clasificar a los seres humanos en razas, dividiéndolos en dolicocéfalos, braquicéfalos y mesocéfalos según el tamaño de sus cráneos. Esta idea fue ampliada por el antropólogo francés Georges Vacher de Lapouge (1854-1936) en su "L'aryen et son rôle social" (Los arios y su rol social) al combinarla con otros atributos humanos como el color de la piel, las características del cabello, la estatura, el color de los ojos, la forma de la nariz, etc. para llegar a la conclusión de la superioridad de ciertas razas sobre otras. Los antropólogos alemanes Carl G. Carus (1789-1869) y Gustav F. Klemm (1802-1867), y el médico estadounidense Samuel G. Morton (1799-1851) figuran entre los primeros científicos que pretendieron interpretar la evolución de la historia humana y sus culturas a partir de la idea de que se podía determinar la capacidad intelectual de una persona según su taxonomía, una idea que ya en el siglo anterior tenía sus adalides en científicos ilustrados como el sueco Karl von Linné (1707-1778), el francés George Louis Leclerc (1707-1788), el holandés Peter Camper (1722-1789) o el alemán Franz J. Gall (1758-1828), creador de la frenología, una teoría que afirmaba que la forma del cráneo precisaba el carácter y los rasgos de la personalidad de las personas incluyendo sus impulsos criminales.
Lo cierto es que el hombre es un ser inexorablemente social cuya existencia depende en gran medida de las relaciones que entable con el prójimo. Hoy en día se habla de la inmigración como la responsable del desequilibrio económico y el consecuente conflicto social que este movimiento provoca en el lugar de destino, pero el trasiego de un grupo de personas a otro emplazamiento geográfico no es un incidente moderno sino que es un fenómeno constante en la historia de la humanidad que ha contribuido como pocos al desarrollo tecnológico y cultural del género humano. Los grandes movimientos migratorios de los últimos tiempos, de una magnitud y diversidad desconocidas hasta ahora, alteraron sustancialmente el sistema de equilibrios en el que venían fundándose las relaciones sociales de las grandes urbes, lo que puso sobre el tapete nuevos y perentorios problemas de convivencia que el paso del tiempo no ha hecho sino agravar situándolos en el centro de la escena política.
Otros economistas como John Maynard Keynes (1883-1946) adjuntaron el problema de la superproducción al del subconsumo y ambos problemas conducen a explicar el fenómeno de la inmigración si se tiene en cuenta que tanto la una como el otro afectan a la mano de obra. Así, el motivo que lleva a una persona a trasladarse a otro país, abandonando su historia y su cultura, es encontrar mejores condiciones de vida que le permitan la mínima subsistencia. El capitalismo global ha generado una crisis de la reproducción social de millones de personas en todo el planeta. La creciente pobreza, la desigualdad, la marginación y las carencias constituyen la parte oscura del sistema capitalista global, y la lucha por la supervivencia, el verdadero motor de la inmigración, es la cara más visible de la quiebra de un sistema político-económico que las genera por inmanencia.
Volviendo al enfoque psicológico de la cuestión, las migraciones no sólo son el traspaso de personas de un lugar a otro, sino también una alteración de sus estructuras sociales y culturales: las costumbres, las tradiciones, los valores, las creencias, la lengua y todo aquello que representa su mundo material y simbólico. El psicoanalista argentino Leon Grinberg (1921-2007) afirmaba en "Psicoanálisis de la migración y del exilio" que la migración "expone al individuo que la experimenta a pasar por estados de desorganización que exigen una reorganización ulterior que no siempre se logra. Una vez que el inmigrante llega a la sociedad receptora, difícilmente puede reorganizar su universo al encontrarse con unos parámetros sociales y culturales que le son ajenos. Así, las migraciones son hechos traumáticos que configuran una realidad social de nuestro tiempo. Por un lado, los inmigrantes rompen con su grupo de pertenencia y, por otro, la sociedad de acogida los ve llegar como intrusos, desconfía de ellos y, en muchos casos, aflora un sentimiento de rechazo".
La inmigración de hoy día a la Europa industrial, por ejemplo, no sólo la componen personas con una economía insuficiente o sin ninguna economía, sino que llevan consigo la ilegalidad y la raza, palabra esta última que la antropóloga española Paz Moreno Feliu (1951) sustituye por la de etnia. Según la autora de "Racismo, heterofobia y nacionalismo", es "un ambiguo término que cuenta entre sus referentes tanto con las viejas nociones maquilladas de raza-pueblo como con la abstracción más purificada de la esencia: la etnicidad". Vuelve a existir la "pureza étnica" como en otros tiempos existió la "pureza racial" y la "pureza de sangre". De este modo, en las sociedades industriales se da un requisito social que, con el tiempo, desemboca en antagonismo, al tratar cada unidad étnica de mantener su particularismo cultural.
Estamos en presencia, entonces, de un problema de inadaptación e incompatibilidad que es simultáneamente experimentado tanto por los naturales del lugar que se sienten invadidos por el "otro" como por los inmigrantes que se sienten fuera de lugar, desarraigados y rechazados por su identidad diferente. Es en definitiva el intrincado asunto del encuentro con el "otro", entendida esta figura como lo diferente, lo extraño, lo desconocido. Retomando a Lacan, existe una cuestión radical: no hay acceso al goce del "otro", aquella ilusión neurótica de que mientras uno no goza el otro sí lo hace. Llegamos otra vez al concepto de extimidad acuñado por Jacques Alain Miller, cuando sostiene que el racismo moderno es "el odio al goce del 'otro': se odia la manera particular en que el 'otro' goza”, una cuestión para la que "el discurso universal de la ciencia no tiene respuesta". La verdadera intolerancia es la intolerancia al goce del "otro". De la uniformización de los modos de goce y de la producción de un sujeto en falta de goce, surgen la idea de lo "otro" y los procesos de segregación que van de la mano con el racismo.