El período en el cual Croce se hace prominente y su pensamiento se propaga en la mayor parte de la cultura y el pensamiento italianos -comienzos del siglo XX- es el que sigue al largo proceso de la unificación, un proceso durante el cual el Estado se centró en la construcción de una nacionalidad italiana. Dos sociedades surgieron de esa transformación: una oficial, la de los grupos en el poder, y otra real, la de los sectores populares. La ruptura entre ambos tenía sus raíces en los conflictos socioeconómicos y se reflejaba en los ámbitos moral, cultural e intelectual. Antonio Gramsci (1891-1937) veía en Croce a la figura más representativa de esa brecha y lo definió como "una especie de Papa laico", el soporte ideológico fundamental de la burguesía italiana. Para Gramsci, Croce ocupaba al mismo tiempo la cúspide del pensamiento italiano y el punto más bajo de la historia y la política italianas. En muchos aspectos la posición filosófica del autor de "Teoria e storia della storiografia" (Teoría e historia de la historiografía) fue mucho más allá de la neohegeliana hasta llegar a un idealismo absoluto y hacia fines del siglo XIX había criticado la doctrina filosófica y económica del marxismo luego de -con su "Materialismo storico ed economia marxistica" (Materialismo histórico y economía marxista)- haber contribuido a su introducción en Italia.
A pesar de su profunda formación en teología católica, Croce llegó a ser ateo y anticlerical. En su sistema filosófico, a diferencia del de Hegel, no aparecen ni la naturaleza ni la religión, y la lógica es considerada dentro de la filosofía del Espíritu. Para Croce, la noción de naturaleza se remite a una ficción práctica, fruto de la actitud económica hacia el mundo. A la religión no le reconoce autonomía, la considera un conjunto de motivos poéticos, filosóficos y morales. Su sistema establece cuatro vertientes para la "ascensión del espíritu universal": la estética, la lógica, la económica y la ética. Para Croce, el Espíritu puede ser considerado en su aspecto teórico o en su aspecto práctico. Según Ferrater Mora, "en el primero cabe considerarlo como conciencia de lo individual, y este es el tema de la estética, o como conciencia de lo universal, y este es el tema de la lógica; en el segundo cabe considerarlo como querer de lo individual, y este es el tema de la economía, o como querer de lo universal, y este es el tema de la ética. Cada una de estas partes de la filosofía del Espíritu ha sido desarrollada por Croce con especial detalle, buscando en todo momento aquello que podía enlazarla con los grados restantes". De esta manera, los diferentes grados del Espíritu se hallan implicados entre sí, constituyendo una especie de círculo en el cual cada grado se apoya en los restantes y a la vez los completa.
Croce desarrolló su filosofía del Espíritu en tres ensayos publicados entre 1902 y 1909: "Estetica come scienza dell'espresione e linguistica generale" (La estética como ciencia de la expresión y lingüística general), "Logica come scienza del concetto puro" (La lógica como ciencia del concepto puro) y "Filosofia della pratica económica ed ética" (Filosofía práctica en sus aspectos económico y ético). "
Por vía del chiste podríamos decir que el concepto de "raza" no hace fortuna entre los historiadores "de pura raza". El motivo de su desdén y de su fría y callada repudiación se debe aquí también al carácter de individualidad que corresponde a la verdad histórica, y, como lo hemos hecho ver, a toda verdad genuina; hecho que nos place ofrecer aquí con palabras de Maquiavelo: "Si algo agrada o enseña en la historia, es lo que se describe con pormenores".
El historiador conoce y señala bien la formación de modos comunes de sentir, pensar y hacer en las sociedades humanas y en sus varios momentos, tiempos, épocas o como quiera que los llamemos; modos que los diferencian de los otros momentos, tiempos y épocas. Los italianos de la edad de las comunidades, por ejemplo, son muy diferentes de los italianos de la Contrarreforma y de la dominación española, y todos ellos difieren de los italianos del Resurgimiento. El aspecto mismo, el aire, las fisonomías de estas tres comunidades sociales, los vemos en los retratos que han llegado a nosotros de los hombres que las representaron. Y, sin embargo, ni el historiador ni el conversador ordinario (salvo en algunas expresiones metafóricas y enfáticas, como cuando se dice que "parece haber surgido una nueva raza" o algo parecido) emplean en tales casos la palabra "raza". Porque aquellas comunidades son históricamente individuales y por eso surgen, se modifican, se disuelven o se resuelven por sí mismas, mientras que la raza parece distinguirse, destacándose del curso de la historia, estar por encima de ella, o intervenir en ella como fuerza y entidad natural.
Esto es lo que parece, pero cuando intentamos descubrirla o determinarla como fuerza natural nunca acertamos a comprenderla en el mundo real. En verdad la "raza" no puede separarse del llamado "medio", es decir, de las condiciones históricas, ni puede fijársela ni describírsela como constante porque cambia con los cambios del mundo. Y tampoco pueden distinguirse de modo radical las razas que se suponen diferentes, porque siempre se mezclaron y siguen mezclándose, de forma que, miradas desde el punto de vista de la pureza, todas aparecen mixtas o impuras. El fundamento de ese concepto extra-histórico de raza no es "físico", según se cree, sino "metafísico"; más aún, "mitológico", refiriéndose a un Dios que creó razas humanas fijas como creó especies fijas de otros seres vivos; esas especies que aún la ciencia natural hecha historia en el siglo XIX consideraba variables.
Por supuesto, esas razas fijas que la crítica niega y de las que la historia se muestra ignorante, son apasionadamente afirmadas, defendidas, atacadas y sostenidas en las luchas políticas, pero ello prueba no más que su realidad está constituida por la pasión y la imaginación, y no por la verdad; que consiste en un fantasma y no en un concepto. Siendo, como son, ídolos de la pasión, sólo pueden ser reducidos a verdad por un camino: haciendo ver qué proceso ideal los ha engendrado y tratándolos a la vez históricamente, es decir, desarrollando la historia de las obras y hechos individuales en que han desempeñado un papel.
La integridad de la humanidad no está presente en sí misma, es decir, no existe sino en la acción, y la acción no es nunca una acción general, sino una misión determinada e histórica; de modo que, llevándola a cabo, la humanidad se expresa íntegramente, y cuando sobrevengan otras misiones se expresará en ellas sucesivamente, siempre en su integridad.