Carlos Fuentes también se distinguió por ser un amante del séptimo arte. Desde la escritura de guiones cinematográficos hasta facetas menos conocidas como la de crítico, actor y hasta director de cine. En 1964 trabajó con el escritor Juan Rulfo (1918-1986) en la adaptación de la novela "El gallo de oro" y, al año siguiente, incursionó como guionista en el cortometraje "Las dos Elenas", basado en su cuento homónimo, al igual que "Un alma pura", para el que además del guión estuvo a cargo de la adaptación. Con Rulfo volvió a trabajar en la adaptación al cine de la célebre novela "Pedro Páramo" y, en 1989, junto a la escritora argentina Aída Bortnik (1935) hizo lo propio con su novela "Gringo viejo". Memos conocida es su labor como actor y director. En 1965 actuó en la película "Amor, amor, amor" y, en 1974, dirigió junto a Héctor Casillas el cortometraje "Enigma compartido". También incursionó en la crítica cinematográfica colaborando en la "Revista Universidad de México", donde firmó sus críticas con el seudónimo de Fósforo II, y en las revistas "México en la Cultura" y "El Espectador". Fuentes cultivó una gran amistad con Luis Buñuel (1900-1983), el director cinematográfico español que, entre otras joyas del cine, dirigió "Un chien andalou" (Un perro andaluz), "Viridiana", "Le charme discret de la bourgeoisie" (El discreto encanto de la burguesía) y "Cet obscur objet du désir" (Ese oscuro objeto del deseo). Para Fuentes, Buñuel exponía la miseria urbana en los tiempos en que reinaba el optimismo, pero también era el que se reía de las excentricidades de los burgueses, el que se compadecía del que sufre del temblor del deseo insatisfecho o, también, del que se complace en sufrir a manos de una villana sensual y provocativa. En las líneas que le dedicó en "Personas", Fuentes aclara la vigencia de la mirada de Buñuel, pertinente no sólo en su observación de la miseria en "Los olvidados" -su film de 1950-, sino en la sensualidad de los aristócratas, de las campesinas, en la sordidez o en el esplendor de las masas a quienes reta en sus películas.
El "Buñueloni" consiste en mitad ginebra, un cuarto de cárpano y un cuarto de martini dulce. Buñuel me lo ofrecía cada vez que le visitaba en su casa de la calle de Félix Cuevas, en la Ciudad de México, los viernes de cuatro a siete, cuando Buñuel estaba en mi país. La casa no se distinguía demasiado de las demás de la Colonia Del Valle. Buñuel había coronado los muros exteriores de vidrio roto "para impedir que entren los ladrones". No es que hubiese mucho qué robar en la casa de Buñuel. Rodeada de espacios que no llegaban a ser jardín, la casa misma (colonial-moderna, México-Califórnica) tenía en el vestíbulo de entrada el retrato de Buñuel por Salvador Dalí, hecho en 1930. "Es un buen retrato", comentaba Luis. El bar era el lugar preferido. "Empiezo a beber a las once de la mañana" dice sin más, ofreciéndome el "Buñueloni". Hay libreros en el bar. En primer término, gruesas guías telefónicas de diversas ciudades del mundo. Una tarde, esperando a Buñuel, me atrevo a mirar atrás de los libros de teléfono. No me asombra lo que encuentro. "El egoísta", de Meredith; "Cumbres borrascosas", de Brontë; "Tess, la de los d'Urberville" y "Jude el oscuro", ambas de Thomas Hardy. Lo confiesa Luis: son las novelas que le hubiese gustado filmar. Llevó a la pantalla, sí, "Cumbres borrascosas" con un error de reparto y de acentos. Buñuel no pudo realizar la película en Francia, como hubiese deseado, en los años '30. La filmó en México en 1954 con un solo propósito: la música del "Tristán" de Wagner. Como comentario: superior lo oído a lo visto. Hay también primeras ediciones firmadas de los escritores surrealistas, sobre todo un volumen de fantasías germánicas de Max Ernst, que Luis me obsequia. Hay más proyectos archivados, sobre todo un guión para "Bajo el volcán", de Lowry, en el cual colaboré y que anunciaba un gran reparto: Jeanne Moreau, Richard Burton y Peter O'Toole. Y "Una historia de las herejías" del Abbé Migne que le sirvió para filmar "La Vía Láctea" en 1970. A veces íbamos juntos al cine. Admiraba la libertad creativa de la "Roma" de Fellini, y le conmovía moralmente "Senderos de gloria" de Kubrick. Fuimos a ver -Cristo obliga- "Rey de reyes", de Nicholas Ray con Jeffrey Hunter y fuimos corridos -ya nos íbamos- del cine cuando el Demonio tienta a Jesús con una visión de domos dorados y brillantes cúpulas en el desierto. Con voz muy alta, Buñuel exclamó: "¡Le ha ofrecido Disneylandia!".
Nació al debutar el siglo XX en Calanda, pequeño pueblo de Aragón, donde la Semana Santa es celebrada a tambor batiente, única, angustiosa "música" que Buñuel admitirá a partir de "Nazarín" en 1958. El padre de Luis había sido oficial del ejército español en la colonia de Cuba y cuando Alfredo Guevara, el entonces joven jefe del nuevo cine (el castrista) de Cuba invitó a Buñuel a filmar en La Habana "El acoso", de Alejo Carpentier, el director se negó: "No puedo. Mi padre fusiló a Martí". Calanda y Aragón eran la raíz de Buñuel y España se hizo presente, con tambor, incienso, pobreza y soledad, en todas sus obras. Era un creador aragonés. Ni el surrealismo en París ni el exotismo en México pudieron jamás expulsar la mirada española de Luis, mirada de Cervantes, Rojas, Valle-Inclán y Galdós, origen este último de "Nazarín" y "Tristana". En la residencia de estudiantes de Madrid, el joven Buñuel hizo amistad con Federico García Lorca y Salvador Dalí. Con Lorca perpetró grandes bromas madrileñas, la mayor de todas, disfrazarse ambos de monjas, tomar el tranvía y provocar sexualmente a los espantados (o asombrados) pasajeros. Posan juntos en aeroplanos de feria, se divierten porque Lorca, me dice Buñuel, valía más por su gracia andaluza, su imaginación en la vida diaria, que por su poesía. Aún así, Buñuel, mucho más tarde, quiso filmar "La casa de Bernarda Alba" con María Casares, pero los herederos de Lorca lo impidieron.
Con Salvador Dalí había otra forma de hermandad. Buñuel entró al cine francés como ayudante del director Jean Epstein en la adaptación de "La caída de la Casa de Usher" de Poe. Epstein reñía a Buñuel: "¿Cómo se atreve un muchachito principiante como usted a opinar?". Pero al llegar Dalí a París, ambos ingresaron al movimiento surrealista encabezado -como un papado- por André Breton. La foto colectiva del grupo y el cuadro pintado por Max Ernst son alucinantes, pasajeros y acaso conmovedores. Tendrían destino. René Crevel, joven poeta suicida. Robert Desnos moriría en el campo de concentración nazi de Theresienstadt. Benjamin Péret se exiliaría en México y André Breton en Nueva York. Chirico se volvería conservador y Eluard y Aragón, comunistas. Picasso sería Picasso y Cocteau un gran juglar sin más convicción que Cocteau. Max Ernst proseguiría como artista, gran pintor hasta el final. Dalí y Buñuel harían juntos la película insignia (más que "La sangre de un poeta" de Cocteau) del surrealismo: "Un perro andaluz". El inconsciente no es conocido: de serlo, sería el consciente. El surrealismo es un hecho personal pero universal. El azar (Breton dixit) es objetivo. El arte está al servicio del misterio, del sueño, de lo irracional. Y más: las contradicciones del ser humano sólo se resuelven en la libertad ejercida contra un sistema social inhumano que es el nuestro.
Buena parte de este ideario surrealista informa las imágenes de "Un perro andaluz". Sin embargo, el significado nunca está lejos de la imagen. Al inicio del film, Buñuel, actor, ve una nube que cubre la luna. Acto seguido, corta por la mitad el ojo de la protagonista, Simone Mareuil, a la cual, de inmediato, veremos protagonizar escenas en un apartamento, en las calles y al cabo en una playa. Pero la escena inicial, original, imprevista, implacable, será constantemente parte de Buñuel. La paradoja del ojo rebanado nos remite al hecho de ver, ver una película y no necesariamente proyectada del film a la pantalla sino de los ojos del creador/espectador al muro de su casa. Para entrar al arte de Buñuel, hay que volver una y otra vez a esa imagen del ojo rebanado. El ojo verdadero no es el del cine o la pintura. Es el ojo tuyo y mío proyectado en la pared de la imaginación. La película final, el cine que inventamos tú y yo, liberados de comercio, audiencia o duración. Es lo contrario de la "Disneylandia" denunciada por Buñuel una tarde. "Un perro andaluz" fue financiada con dinero enviado por la madre de Buñuel. La siguiente película Dalí-Buñuel, "La edad de oro", contó con el apoyo de la Condesa de Noailles. Pero en medio se coló la separación de los amigos. Dalí se dejó seducir por su ambiciosa rusa Elena Diakonova (Gala), mujer hasta entonces de Paul Eluard. Por razones desconocidas, Buñuel intentó ahorcarla en la playa de Cadaqués. Adivinaba, acaso, que Gala desviaría (como sucedió) a Dalí de su destino artístico para convertirlo (como sucedió) en un gran payaso con genio, explotador explotado del mundo artístico y comercial. "Avida dollars", como lo llamaron en el acto los surrealistas.
Solo, Buñuel dirigió una de las películas que dan fama y forma a la cinematografía: "La edad de oro". Profético, Buñuel inicia el film con tomas de los anuncios comerciales que el protagonista (Gaston Modot) encuentra rumbo a la fiesta elegante (todos los hombres de frac, y corbatas blancas) dada por la familia del "objeto de su deseo" (tema constante de Buñuel) Lya Liss. Para llegar a ella, Modot insulta a los invitados de la fiesta, tira de las barbas a los ancianos, mientras Lya, en su soledad, se chupa el dedo y admite a una vaca en su recámara. Cuando al cabo la pareja se une, el amor no acaba de consumarse, todo es prolegómeno erótico, los escorpiones ocupan la pantalla y Cristo emerge de las páginas del Marqués de Sade, repartiendo bendiciones. Es el Duque de Blangis, que sale dando traspiés de una orgía con seis muchachos y seis muchachas, a una de las cuales asesina. Esta vez el escándalo fue mayúsculo. Miembros del grupo de extrema derecha Les Camelots du Roi invadieron la sala de cine, arrojaron tinteros a la pantalla y rasgaron a navajazos las obras de Tanguy, Miró, Dalí, en el vestíbulo. El comisario de policía parisino, Chiappe, prohibió la exhibición de "La edad de oro," censura que duró hasta 1966 cuando el heroico Henri Langlois la reestrenó en la cineteca de Chaillot y, por primera vez, la vi. De vuelta en España, Buñuel filmó "Las Hurdes" en 1933, un documental sobre esta región pobre y aislada de España. Se ha dicho que Buñuel exageró la miseria de la región: libertad del artista, la obra permanece como un mito del cine. La propia República Española censuró la película aunque Buñuel representó al asediado gobierno democrático en París.
Al caer la República, Buñuel viajó a Hollywood, contratado por la Warner Bros. Jugó al tenis en la cancha de Chaplin con el cómico y el cineasta ruso Sergei Einsenstein, pero el trabajo no llegaba: Buñuel debía aprender las reglas del cine norteamericano, pasivamente. Viendo películas de Lilly Damita. Aunque escribió una idea que más tarde se convirtió en "La bestia con cinco dedos" (Robert Florey, 1946) y que el propio Buñuel habría de utilizar en "El ángel exterminador" (1962): una mano sin cuerpo, con vida propia, hace de las suyas. El paso de Buñuel por Hollywood fue rápido y estéril. Lo esperaba el Museo de Arte Moderno de Nueva York y su departamento de cine, dirigido por Iris Barry. Se le encargó a Buñuel editar la espectacular película de Leni Riefenstahl, "El triunfo de la voluntad", realizada en 1934, sobre las gigantescas manifestaciones nazis en el estadio de Nuremberg. Ante todo, Buñuel pudo mostrarle la película a dos cineastas: el ya citado Chaplin y René Clair. Chaplin se tiraba al suelo de la risa cada vez que aparecía Hitler, señalándolo con un dedo y exclamando: "¡Me imita, me imita!". Clair, en cambio, juzgó que se trataba de una película muy peligrosa porque daba una idea "invencible" del nazismo y de Hitler. Se decidió que el Presidente Roosevelt viera la película y diese el veredicto final. FDR coincidió con Clair. La obra de Riefenstahl era cine excelente y propaganda peligrosa. La película fue archivada hasta después de la guerra.
En 1946, Salvador Dalí llegó a Nueva York y fue entrevistado por la prensa. El viejo amigo de Buñuel calificó a éste de anarquista, comunista, ateo, maníaco sexual y otras lindezas. El día que se publicó la entrevista, Buñuel se percató de las miradas esquivas y el embarazo general de sus colegas del MoMA; ese año en que la Guerra Fría entraba al refrigerador. Buñuel presentó su renuncia. Fue aceptada y acto seguido citó a Dalí en el bar del hotel Sherry-Netherland. Al confrontar a su antiguo camarada, Buñuel le dijo: "Vine decidido a romperte la cara. Pero al verte, me venció el recuerdo de nuestra vieja amistad. Sólo te diré que eres un hijo de puta". "¡Pero, Luis! -exclamó Dalí- ¡Si yo sólo quería hacerme publicidad a mí mismo!". La venganza -pospuesta- de Buñuel la cumplió Max Ernst. En una cena en París a fines de los '60, el gran pintor me contó que en el helado mes de febrero de fines de los '40 vio a Dalí admirando una vitrina con obras de Dalí en Cartier de Nueva York. Ernst se acercó, le arrebató a Dalí el bastón, se lo estrelló en la cabeza y exclamó, mientras Dalí rodaba Quinta Avenida abajo: "¡Es por Buñuel!".
El productor Oscar Dancigers (envidia: estuvo casado con Edwige Feuillère) trajo a Buñuel a México. Luis llegó con su mujer, Jeanne, y sus hijos, Juan Luis y Rafael. Dancigers lo puso a dirigir una película, "Gran casino" o "En el viejo Tampico", en la que alternaban las rumbas de Meche Barba, las canciones de Jorge Negrete y los tangos de Libertad Lamarque, esta última verdadera realizadora de la película. Ordenaba las luces, las cámaras, todo a su favor. Sólo en la escena final se hace sentir Buñuel. Libertad y Jorge se besan junto a un pozo de petróleo. Buñuel evita el beso de las estrellas. Jorge, con su chicote, remueve un charco de petróleo. "Es mierda", me comenta Buñuel. Luis pudo dirigir un par de comedias dramáticas sin vergüenza y sin relieve. En 1950, al cabo, Dancigers le dio al director la oportunidad. "Los olvidados" es una de las grandes películas de Buñuel y es gran cine "tout court". Si su tema y tono son los del neorrealismo italiano, Buñuel introduce un mundo onírico, un malestar cruel en la pobreza, que lo redimen de cualquier sentimentalismo social. El Jaibo (Roberto Cobo) y Don Carmelo (Miguel Inclán, junto con Pedro Armendáriz el mejor actor mexicano) dan un tono de barbarie despiadada y falta de moral intensas a la película. Inclán, además, es un ciego atroz que carga una orquesta a cuestas, explota a los niños, pervierte a los inocentes y al cabo es humillado por El Jaibo y su pandilla. Digo que Inclán fue, junto con Pedro Armendáriz, el mejor actor del cine mexicano. Nada mejoró a su ciego Don Carmelo en "Los olvidados", aunque la galería, mínima pero intensa, de Inclán (mudo protector de Ninón Sevilla en "Aventurera", salvaje explotador de Del Río y Armendáriz en "María Candelaria", aunque también honesto y sentimental policía en "Salón México") es incomparable. Era yo estudiante en la Escuela de Altos Estudios Internacionales en Ginebra cuando un cineclub local proyectó "La edad de oro" y "Las Hurdes", atribuyéndolas a un cineasta surrealista maldito, muerto durante la guerra de España. Levanté la mano y corregí. Buñuel acababa de ganar la Palma de Oro al mejor director en el festival de Cannes, con "Los olvidados".