9 de junio de 2012

La noción de raza a través de la historia (16). 1944: Henri V. Vallois

Durante las primeras décadas del siglo XX, mientras los notables avances de la genética, la sistemática y la paleontología conducían a la creación de la teoría sintética de la evolución, el médico, antropólogo y paleontólogo francés Henri V. Vallois (1889-1981) ejercía la docencia en la Facultad de Medicina de la Université de Toulouse y, encomendado por el Musée d'Ethnographie du Trocadéro, realizaba investigaciones con los restos fósiles encontrados en Neandertal en 1856 por Johann Fuhlrott (1803-1877) y en La Chapelle-aux-Saints en 1908 por Marcellin Boule (1861-1942). Vallois y Boule negaron por entonces que, tanto el Hombre de Neandertal como el de La Chapelle-aux-Saints, formasen parte de los ancestros del hombre moderno y, al apoyar la idea de que eran más simiescos que humanos, dieron argumento a quienes sostienen la doctrina creacionista en oposición a la tesis evolucionista.
En 1944, siendo director del Institut de Paléontologie Humaine de París, Vallois publicó su ensayo "Les races humaines" (Las razas humanas). En esta obra, escrita en forma sencilla y accesible aún para lectores sin cono­cimientos sobre antropología física, el autor presentó una clasificación científica sobre los grupos humanos con caracteres físicos específicos a los que tradicionalmente se ha llamado razas. Situándose en una perspectiva evolucionista, utilizó un cuá­druple criterio para su clasificación: los caracteres anatómicos, los fisiológicos, los psicológicos y los patológicos, que corresponden al conjunto de caracteres físicos de cada grupo. Advierte Vallois que "los tres grandes grupos fundamentales de la humanidad (blancos, amarillos y negros) conservarán por mucho tiempo aún su existencia propia, pero esto no debe ser motivo de conflictos; antes bien, debe llevar a una cooperación fructífera, como lo muestra el ejemplo de diferentes países".
En la introducción, Vallois sostiene que "muchas razas tienen entre sí afinidades que permiten agruparlas en categorías más elevadas, los grupos raciales; por otra parte, muchas de ellas son susceptibles de divisiones secundarias llamadas subrazas o, eventualmente, tipos locales. Ahora bien, cuando se examinan las diversas clasificaciones se comprueba que, a menudo, un antropólogo describe como una raza dividida en dos subrazas lo que otro considera como dos razas independientes. Asimismo, cuando se trata de establecer los grupos raciales, se ve que existen razas cuyos caracteres son intermedios entre dos grupos cercanos y que, por lo tanto, serán ubicadas ora en uno, ora en otro. Evidentemente, las diferencias son, en gran parte, formales". "El estudio sistemático de esos grupos según el orden antropológico -aclara Vallois-, deberá hacer abstracción de su repartición geográfica. Establecerá la posición sistemática de las razas pero no podrá poner en evidencia la manera como éstas se superponen y se mezclan para componer los pueblos de una parte determinada del mundo. Inversamente, un estudio puramente geográfico separaría de manera artificial razas cercanamente emparentadas. La única manera de obviar estos inconvenientes es considerar, en lugar de los continentes propiamente dichos, grandes regiones que podemos llamar 'áreas antropológicas', cada una de las cuales presenta una composición racial particular".
Vallois adoptó en su libro una clasificación que admite veintisiete razas que, según el conjunto de sus caracteres, se reúnen en cuatro grupos: las razas primitivas, cuyas disposiciones generales indican una evolución morfológica menos adelantada que en las otras; las razas negras o negroides, de piel oscura, cabello crespo o muy ondulado y nariz casi siempre ancha; las razas blancas, de piel clara o morena, cabello rizado u ondulado y nariz generalmente delgada; y las razas amarillas, con piel de fondo amarillento, cabello lacio o apenas rizado y nariz de ancho variable. Las veintisiete razas propuestas por Vallois son: vedda (en Asia) y australiana (en Oceanía) entre las primitivas; etíope, melano-africana, negrilla y khoi-san (en Africa), melano-índica (en Asia) y negrito y melanésica (en Oceanía) entre las negras; nórdica, este-europea, dinárica, alpina y mediterránea (en Europa), ainu, anatolia, turania, sudoriental e indo-afgana (en Asia) entre las blancas; siberiana, nordmongólica, centromongólica, sudmongólica e indonesia (en Asia), polinesia (en Oceanía) y esquimal y amerindia (en América) entre las amarillas.
Vallois, quien durante casi cuarenta años fue jefe de redacción de la prestigiosa "Revue d'Anthropologie" y en 1950 fue director del Musée de l'Homme, publicó entre otros "Les hommes fossiles. Eléments de paléontologie humaine" (Los hombres fósiles. Elementos de paleontología humana), "L'épiphyse inférieure du fémur chez les primates" (Los primates) y "Anthropologie de la population française" (Antropología de la población francesa) además de numerosos artículos sobre antropología y paleontología.

El estudio de las grandes áreas antropológicas nos ha mostrado que las razas humanas distan de ser estables. Sus territorios se modifican sin cesar; algunas se desarrollan, otras desaparecen; como todos los organismos vivientes, están en perpetuo cambio. En la Tierra habría existido cierto número de centros de creación, los cuales habrían dado origen a cada una de las grandes razas que conocemos, cuya diversidad, de ese modo, se habría manifestado desde el principio. Aunque en la actualidad haya intentado reaparecer de manera modificada, podemos decir que esta tesis, que se había aplicado a la vez a los animales y a las plantas, ha sido prácticamente abandonada. Todo concuerda en mostrar que el conjunto de la humanidad deriva de un pequeño grupo primitivo que se diferenció en la época terciaria a expensas de los Primates ya muy especializados y de los cuales los Australopitecus, fósiles del sur de Africa, nos dan una idea aproximada. Al menos, provisionalmente, podemos discernir tres grandes etapas en esta evolución.
La primera, muy próxima aún a los Antropoides, está representada por dos formas muy primitivas: el Pitecantropo de Java y el Sinantropo de China. Sus caracteres se alejan enormemente de los caracteres de los hombres propiamente dichos. Se los ubica en un grupo zoológico especial, el de los Prehomínidos. Su área de distribución parece haber sido muy restringida. Mucha más próximo a nosotros, el estadio siguiente es el del Hombre de Neandertal, que en Europa corresponde al final del Pleistoceno. Todavía se trata aquí de formas primitivas pero que entran verdaderamente en el género Homo; constituyen una especie particular cuyos caracteres más importantes son el aplastamiento de la bóveda craneana, la disposición huidiza de la frente, la salida de los arcos superciliares, la proyección hacia adelante de las mandíbulas a manera de un hocico rudimentario y el aspecto macizo del maxilar inferior y de los dientes. Durante mucho tiempo se conoció a este Hombre de Neandertal solamente en Europa occidental, pero ahora se sabe que su distribución ha sido más vasta. Se han encontrado sus restos en Marruecos, en Abisinia, en Africa del sur, en Palestina, en Siberia y en Malasia. Así pues, irradiándose desde su centro de formación, los hombres ya se habían dispersado por extensos territorios. Es interesante el hecho de que los neandertalenses no son todos idénticos; entre ellos existen diferencias lo suficientemente grandes como para justificar su división en razas distintas.
El tercer estadio es el del hombre actual, el Homo Sapiens de los zoólogos. Comprende numerosas razas. Aún desconocemos los lugares en que éstas se formaron y diferenciaron; sin embargo, la paleontología nos permite eliminar América, así como Australia y las islas periféricas de Oceanía. Por otra parte, sabemos que los primeros grupos del Homo Sapiens que aparecen en Europa -los Hombres de Cro-Magnon y de Chancelade- no derivaban de los Hombres de Neandertal que los habían precedido allí; llegaron de otra parte y, según parece, de Asia. En cuanto a las razas africanas, lo poco que conocemos referente a sus migraciones indica que provienen del norte. De esta manera los datos concuerdan para hacernos considerar Asia, o el bloque Asia-Malasia, como el lugar de origen de la gran mayoría de las razas humanas. El examen de su distribución viene a apoyar esta manera de ver: en Europa, en América y en Africa sólo se encuentran uno o a lo sumo dos de los grandes grupos raciales; por el contrario, en Asia parecen haberse dado cita los cuatro. Así, pues, este continente está en la encrucijada de todas las grandes razas actuales. Razón de más para pensar que nacieron allí.
En cuanto al porvenir de las razas humanas, ¿podemos suponer que la distribución racial ha llegado hoy a un estado de equilibrio y que ya no cambia sensiblemente, de tal modo que en la actualidad el mapa de las razas existentes continuaría siendo válido por un largo período? No pueden caber dudas sobre la respuesta. No solo no existe razón para que los procesos en curso se detengan, sino que todo hace pensar que, si ningún accidente viene a destruir o modificar la civilización europea, éstos se acrecentarán. La multiplicación extraordinaria de las facilidades de transporte, la fiebre de prospección y explotación de todas las riquezas del suelo terrestre, la paradójica necesidad de una mano de obra cada vez más numerosa a medida que se desarrolla el maquinismo, son otras tantas causas que tienden a suprimir las últimas barreras geográficas que aún protegen a algunas razas. El ejemplo del pasado no hace sino indicar en demasía que esta multiplicación de contactos entre todos los hombres no se realiza sin peligro para los grupos antropológica y culturalmente primitivos. Hay que esperar que haya terminado el período en que una raza destruía a otra por la violencia aún a pesar de que ejemplos recientes muestran que sería imprudente presumir demasiado en este punto; la enorme desproporción numérica entre las razas invasoras y las invadidas acarreará la absorción de lo que quede aún de estas últimas.
Así, la composición antropológica de la humanidad se verá pronto muy simplificada, ya que cerca de la mitad de las razas existentes actualmente habrá desaparecido y las restantes tendrán contactos mucho más estrechos entre sí. ¿Iremos más lejos y supondremos, como lo hacen ciertos au­tores, que las mestizaciones resultado de esos contactos llevarán a la formación de tipos intermedios, algo así como compromisos entre las grandes razas subsistentes? Es difícil anticipar el porvenir, pero tal hipótesis no tiene en cuenta ni la Biología ni ciertas reacciones sociales. En efecto, a me­dida que se borran las barreras geográficas entre las razas, vemos que se levantan barreras morales. Todo ocurre como si la conciencia de la raza, que permanecía en estado latente cuando el grupo se encontraba aislado de sus vecinos, reto­mara sus derechos en el momento de acercarse. El ejemplo de numerosos países muestra plenamente que tal oposición no implica fatalmente conflictos, sino que, al contrario, puede establecerse una cooperación fructí­fera. La cuestión sale del dominio de la antropología para entrar en el de la etnología y la sociología. En cualquier caso, todo deja prever que los tres grandes grupos fundamen­tales de la humanidad conservarán por mucho tiempo aún su existencia propia.