Usted ha usado mucho la entrevista, sobre todo en sus libros de ensayos. Algunas hechas por usted y otras que le hicieron a usted otras personas. ¿Cuál es su interés por ese género?
A mí me interesa mucho la conversación. Las conversaciones en las distintas escenas que uno mantiene son como una especie de motor, de nudo de relaciones sociales, de vínculos. Y también me interesa la reflexión que se genera y el tipo de mezcla que una conversación supone. Uno cuenta historias, expresa ideas… Y la entrevista tiene la ventaja de fijar un momento. Es un corte en esa circulación continua de conversaciones que forman parte de la vida. Por otro lado, siempre estuve preocupado por cómo podemos hablar de literatura, de cultura, sin que eso quede encerrado sólo en el mundo de los académicos y los especialistas, que es en general lo que está sucediendo. Y la entrevista me parece una muy buena manera de intervenir en la discusión literaria, tanto o más interesante que la escritura ensayística en el sentido más clásico. Y hay otro elemento que me parece fundamental: la presencia del otro. La literatura tiende a borrar al otro, es un esfuerzo por abstraerse del interlocutor. Y la conversación retoma su búsqueda.
Si decimos que la literatura busca borrar al otro, ¿es que también busca borrar al lector?
Claro, sería una operación parecida. En "El último lector" traté de buscar figuras del lector en las novelas como un modo de volver a buscar el sujeto real, aunque sea un sujeto real ficcionalizado. Me interesaba esa idea del sujeto que lee, y ver la escena y la situación en la que lee. Eso también sería un intento de recuperar el carácter particular y singular que tiene la experiencia, frente a las reflexiones contemporáneas que tienden a trabajar el lector casi como una abstracción, como un número. Por otro lado, la relación que tiene el escritor con los lectores también es bastante ficcional: imagina un cierto tipo de lectores, encuentra lectores reales por ahí… Responder a la pregunta "para quién escribe usted" siempre es un poco difícil. Uno responde algo que expresa bien su ideología, pero no da cuenta de su experiencia misma.
¿Cómo es su encuentro con el lector?
En general, cuando uno encuentra lectores es porque se acercan y están entusiasmados con lo que uno ha escrito, entonces no se puede sacar una idea general. Los lectores no se acercan al escritor si sus libros no les gustan; al menos yo no conozco casos. Por otra parte, la literatura tiene como cualidad que uno establece relaciones con gente a la que uno no conoce. Ahora hablo de mí mismo como lector: algunos de los sujetos con los que yo tengo relaciones más continuas son personas imaginarias o que no conozco personalmente. De modo que volvemos a la idea de una conversación, que también es una conversación con los muertos, con personajes ficcionales. Ese es uno de los campos de la literatura.
Cuando recuerda su propia historia, usted destaca la importancia de "reconstruir las experiencias, sobre todo en esta época en la que la actualidad tiene un sentido tan breve". ¿Cómo sería eso?
Reconstruir las experiencias: qué hiciste, cómo te formaste, cómo empezaste a escribir. Incluso en el caso de los chicos jóvenes que están escribiendo ahora. Porque la cultura también es eso: no solamente los libros que están ahí, sino también qué redes tiene uno, cómo sobrevive, cómo se las arregla. Uno no ve que eso circule en la discusión cultural o que los medios se ocupen de ese tipo de cuestiones, y sería muy importante y muy útil. Primero, porque se vería que los escritores no son marcianos, que están mezclados en la vida social como cualquier otro y que sus libros son efectos de todo eso. Y sería culturalmente muy importante, porque veríamos la conexión entre nosotros y Roberto Arlt… No me refiero a la calidad de lo que hacemos, sino a que en realidad siempre nos arreglamos como pudimos. ¡Y eso es la cultura argentina!
Los problemas económicos siempre en el medio.
Fijate el caso de Borges: toda su vida hizo prólogos, traducciones, antologías, dio clases, ochocientos millones de conferencias en cualquier lugar donde pudiera ir para ganarse unos mangos. Para ganarse la vida. Después lo toman como si fuera un aerolito: "No, este tipo se dedicó siempre a la literatura". Se dedicó siempre a la literatura como se hace acá. Trabajó en todas las cosas en que hemos trabajado los que hemos intentado sobrevivir en la Argentina. Uno ve mejor estas cosas cuando observa culturas que están mejor afirmadas, digamos, como la estadounidense, que tiene muy claras sus relaciones con la tradición. Hemingway dice: "yo escribo porque Mark Twain", y Faulkner dice: "yo escribo porque Melville", y está claro, por ejemplo, quiénes son de Nueva York, y qué escritores son de la tradición judía, y qué escritores son ítalo-americanos… Es una cultura que está siempre discutiendo ese tipo de historias. Me parece que aquí hace falta un poco de esa práctica.
Rodrigo Fresán escribió que la Argentina es un país de cuentos y no de novelas, al revés que Estados Unidos. ¿Usted cómo lo ve?
La calidad que tiene la producción breve en la Argentina es increíble. Solamente se puede comparar con la literatura norteamericana. Vos podés poner una serie de cuentistas de entre los años '40 y ahora, en los Estados Unidos y acá, y la calidad es parecida… Eso tiene que ver también con el milagro que supuso aquí la década del '40 con Borges, el grupo Sur, Felisberto Hernández, estaba Onetti también escribiendo ese tipo de cosas… Es decir, una percepción de la forma breve, el cuento y la "nouvelle", como una forma que permite escapar del realismo y que te pone frente a otro tipo de dilema narrativo. Ayer justamente vi una entrevista a Rulfo. El periodista, que era español, le decía: "Usted refleja la realidad del campesino mexicano". Y Rulfo le responde: "La verdad que no, la gente no habla así. El otro día alguien fue a buscar los paisajes de 'Pedro Páramo' y 'El llano en llamas' y no encontró nada". Rulfo le daba un lugar a lo imaginario en ese mundo que siempre parece demasiado pegado a lo real.
Y eso ayudó a la tradición cuentística.
Cuando nosotros empezamos a escribir, escribíamos cuentos. Nos parecía totalmente natural, dado que estaban Cortazar y Borges… No era una cosa exótica. Y hacíamos revistas para poder publicar los cuentos. Porque ni siquiera se puede decir que acá haya existido, como en Estados Unidos, esa zona donde los escritores se ganaban la vida publicando cuentos, como por ejemplo Faulkner, que escribía novelas pero publicaba sus cuentos en las revistas de amplia difusión. Que la media de la producción cuentística acá sea tan buena, me parece que sólo se entiende si uno vuelve sobre la idea de que la literatura es como un río, donde uno navega porque otros antes estuvieron por ahí. Cuando nosotros empezamos, no decíamos "voy a escribir una novela", no se trataba de decir "primero cuentos y después novela", sino que nos parecía que eso era lo que íbamos a hacer: escribir cuentos. Por qué es así, es una pregunta muy difícil de contestar. Aunque algo importante es la existencia de Borges, desde luego.
A "La invasión" le siguieron dos libros de relatos, "Nombre falso" y "Prisión perpetua", tres novelas, "Respiración artificial", "La ciudad ausente" y "Plata quemada", y tres libros de ensayos, "Crítica y ficción", "Formas breves" y "El último lector", más allá de prólogos y otros textos aparecidos en diversas ediciones y antologías. Es decir, nueve libros en cuarenta años. ¿Por qué publica tan poco? ¿Por no exponerse?
No, porque uno se expone pero también se defiende. Cada libro que publicás es una manera de rebatir lo que puede pasar con los anteriores. Siempre tenés otra oportunidad. Yo no creo que sea eso, aunque puede ser que haya ese tipo de cosas de un modo más secreto. Pero creo que tiene más que ver con que, por un lado, a mí me gustan los escritores que tienen una obra que yo puedo más o menos manejar. Y por otro, me gustan los escritores que cambian. O sea, que no repiten lo que consiguieron. Esto no quiere decir que los escritores que hacen lo mismo que hicieron no sean muy buenos, o que yo no los admire muchísimo: basta pensar en Onetti. Pero a mí me gusta no repetir algo que ya sé que, si lo hice, lo puedo volver a hacer. Prefiero tomarme el tiempo para ver si puedo encontrar un camino diferente. Básicamente, creo que lo que me llevó a publicar poco ha sido esa especie de tensión entre la idea de cambiar, y por lo tanto darme el tiempo para que ese cambio sea posible, y que no me interesa personalmente tener una obra grande.
¿Pensó alguna vez en dejar de publicar?
Hubo un momento entre "La invasión" y "Nombre falso" en que yo escribí una primera versión de "Plata quemada", una novela con Renzi en Italia… Fue un momento de cierta incertidumbre. Bueno, creo que le pasa a todo el mundo: parece que las cosas no están funcionando, a uno no le gusta lo que escribe… Pero creo que fue muy bueno, porque fue un aprendizaje. Es muy difícil el aprendizaje de un escritor, uno nunca sabe cómo es. Me parece que esos años en que yo estuve escribiendo todo el tiempo y no publiqué nada fueron importantes para mí, porque de pronto empezaba a nadar en aguas que me parecían más interesantes. Lo que uno vive a veces como momentos de pura pérdida son sin embargo importantes para un escritor. O sea que para un escritor también es importante lo que no publica.
¿En qué otros proyectos trabaja?
Tengo algunas historias que quiero contar, que serían "nouvelles". Y un libro de ensayos. Y después me gustaría dedicarme al "Diario", ver si puedo dejarlo en un estado más o menos publicable.
El "Diario" de Ricardo Piglia aparece en infinidad de entrevistas y en varios de sus relatos, y ya es una suerte de obra mítica en la literatura argentina. Cuenta la leyenda que comenzó a escribirlo hace medio siglo. Algún crítico se animó a aventurar que en realidad no existe, pero usted lo califica como "laboratorio de la escritura" y declaró alguna vez que pensaba dar a imprenta algunos libros para justificar la publicación de su diario.
El diario tiene la virtud y el peligro de sustituir a la literatura, hay que tener cuidado con eso, pero es un tipo de experiencia que a mí me interesa mucho. Entonces me imagino que pronto, en los próximos años, me dedicaré a tomar esos cuadernos y copiarlos.
Me imagino que el diario deben ser pilas y pilas de cuadernos.
Son muchos cuadernos, sí. Hay dos cosas que son muy interesantes en relación con el diario: una, los momentos en que uno lo lee, por motivos equis, que siempre es una experiencia bastante particular porque uno encuentra cosas que no recordaba, experiencias rarísimas. Y otra, que el diario ha sido un laboratorio de muchas cosas que yo después he publicado. Por ejemplo, "El último lector" es un libro que está muy ligado al diario. A mí me gustan mucho los diarios, los leo mucho. La cuestión para mí va a ser tomar esos cuadernos y ver qué intriga construir ahí, ver cómo darles un eje.
¿Saldría como un libro de ficción?
No. Bueno, espero que no. Tengo algunas ideas, que todavía no puedo anticipar, de cómo publicarlo. Los hechos serían los hechos y lo que yo he escrito sería lo que yo he escrito, y ni siquiera reescribiría. Sencillamente me parece que lo que hay que hacer es un montaje, un experimento con una escritura que tiene muchísimos años y que intenta… El problema es ése: ¿que intenta qué? Esa es la pregunta que yo tengo que contestar. ¿Intenta mostrar una época? ¿Intenta mostrar la historia de un pensamiento que se va desarrollando, o una serie de experiencias, mi relación con las mujeres…? No sé, habría que ver cómo. Varias veces intenté sentarme a hacerlo, y siempre salí corriendo. Entonces la idea que tengo es "me voy a algún lado con los cuadernos y me voy a encerrar a trabajar en eso durante seis meses". Y algo saldrá, ¿no?