Hacia los años '30 del siglo XX, la combinación de la teoría de la evolución de Charles Darwin (1809-1882) con los principios de la herencia genética desarrollados por Gregor Mendel (1822-1884) dio como resultado la teoría sintética de la evolución, llamada oficialmente "síntesis evolutiva moderna". Según esta teoría, los fenómenos evolutivos se explican básicamente por medio de las variaciones accidentales o mutaciones sumadas a la acción de la selección natural, la recombinación de genes y el aislamiento geográfico. Los conceptos básicos de esta teoría fueron expuestos por varios científicos: John B.S. Haldane (1892-1964), Theodosius Dobzhansky (1900-1975), Bernhard Rensch (1900-1990), George G. Simpson (1902-1984), Ernst Mayr (1904-2005), George Ledyard Stebbins (1906-2000) y Julian Huxley (1887-1975) fueron los más importantes. Gracias a la síntesis moderna por ellos concebida se sabe hoy que la mayor parte de los rasgos como el color de la piel, el de los ojos y el grupo sanguíneo, son determinados por nuestros genes.
Considerado como uno de los representantes más eminentes del materialismo evolucionista del siglo pasado, el biólogo inglés Julian Huxley se interesó especialmente por los conceptos de la evolución, los que estudió contemplando los problemas filosóficos generados por los avances científicos de su época. Estudiante en el Eton College y en la Oxford University, su interés por la observación de las aves durante su juventud le hizo interesarse por la ornitología, pero sus investigaciones abarcaron también los campos de la medicina y de la, por entonces, incipiente biología molecular. Huxley contribuyó con trabajos teóricos a la biología evolutiva, fundamentalmente con su obra "Evolution: the modern synthesis" (Evolución: la síntesis moderna), un libro que tuvo una gran difusión y que popularizó el nuevo marco hipotético de la teoría sintética de la evolución. Si bien Huxley no fue el padre de esta teoría, sí fue uno de sus mayores promotores y divulgadores, tarea que continuaría después con "Evolution in action" (La evolución en acción), "Evolutionary ethics" (Etica evolutiva) y "The humanist frame" (El manifiesto humanista).
"La Historia -escribió Huxley- se funda en la prehistoria y, a su vez, ésta se funda en la evolución biológica. Nuestra escala del tiempo ha sido modificada profundamente. Si mil años son un período breve para la Prehistoria, para la evolución significan un período insignificante, pues ésta se cuenta por períodos de centenas de millones de años. Y el porvenir se extiende en la misma proporción que el pasado. El hombre es un fenómeno natural como un animal o una planta. Nació por el progreso de la vida y el progreso biológico no necesita un agente especial. En otros términos, no exige la intervención de un propósito divino ni está bajo el control o dirección de ningún ser sobrenatural". Y agregó: "Debemos estar listos a abandonar la hipótesis de Dios y sus corolarios como la revelación divina o las verdades inalterables, y a cambiar de una posición sobrenatural a una posición naturalista del destino humano. La generalización de Darwin sobre la selección natural hizo posible y necesario eliminar la idea de que Dios guía las fases de la vida evolutiva. Finalmente, las generalizaciones de la psicología moderna y de las religiones comparadas, hicieron posible, y necesario, eliminar la idea de que Dios guía la evolución de la especie humana mediante la inspiración o alguna otra forma de dirección sobrenatural".
Huxley fue quien propuso en 1942 el término "síntesis". Durante los siguientes años, la teoría sintética dominó el pensamiento científico acerca del proceso de evolución y ha sido enormemente productora de nuevas ideas y nuevos experimentos, a medida que los biólogos trabajan para desentrañar los detalles del proceso evolutivo. Otras de sus obras trascendentes son "The science of life" (La ciencia de la vida), "Religion without revelation" (Religión sin revelación),"Essays of a biologist" (Ensayos de un biólogo), "Scientific research and social needs" (Investigación científica y necesidades sociales), "The living thoughts of Darwin" (El pensamiento vivo de Darwin), "The future of man. Evolutionary aspects" (El futuro de hombre. Aspectos evolutivos) y "The uniqueness of man" (La originalidad del hombre).
Las nociones popular y científica de raza ya no coinciden. La palabra "raza", en tanto que aplicada científicamente a agrupamientos humanos, ha perdido toda claridad de sentido. Actualmente es apenas definible en términos científicos, excepto como un concepto abstracto que puede, bajo ciertas condiciones -muy diferentes de las que ahora prevalecen- haberse realizado aproximadamente en el pasado, y podría, bajo ciertas otras condiciones igualmente diferentes, verse realizado de nuevo en un futuro lejano. A pesar de la labor del genetista y el antropólogo, hay todavía una lamentable confusión entre las ideas de raza, cultura y nación. A este respecto los mismos antropólogos no están limpios de culpa, y de ahí que no sea sorprendente la formidable cantidad de ideas confusas existentes en escritores, políticos y el público en general. En tales circunstancias es muy de desear que el término raza, en tanto que aplicado al hombre, sea eliminado de nuestro vocabulario científico y general.
Su empleo como término científico tuvo un origen doble. En parte, representa meramente el uso de un término popular; en parte, la tentativa de aplicar al hombre el concepto biológico de variedad o raza geográfica. Pero el término popular es tan impreciso que resulta inservible, y el análisis científico de las poblaciones humanas demuestra que la variación del hombre ha tenido lugar en otras direcciones que las características de otros animales. En otros animales el término raza ha sido sustituido por el de subespecie. En el hombre, la migración y el cruce han producido un estado de cosas tan fluido que no es permisible la aplicación de ningún término tan preciso a las condiciones existentes. Lo que observamos es el relativo aislamiento de grupos, su migración y su cruce.
Considerado como uno de los representantes más eminentes del materialismo evolucionista del siglo pasado, el biólogo inglés Julian Huxley se interesó especialmente por los conceptos de la evolución, los que estudió contemplando los problemas filosóficos generados por los avances científicos de su época. Estudiante en el Eton College y en la Oxford University, su interés por la observación de las aves durante su juventud le hizo interesarse por la ornitología, pero sus investigaciones abarcaron también los campos de la medicina y de la, por entonces, incipiente biología molecular. Huxley contribuyó con trabajos teóricos a la biología evolutiva, fundamentalmente con su obra "Evolution: the modern synthesis" (Evolución: la síntesis moderna), un libro que tuvo una gran difusión y que popularizó el nuevo marco hipotético de la teoría sintética de la evolución. Si bien Huxley no fue el padre de esta teoría, sí fue uno de sus mayores promotores y divulgadores, tarea que continuaría después con "Evolution in action" (La evolución en acción), "Evolutionary ethics" (Etica evolutiva) y "The humanist frame" (El manifiesto humanista).
"
Huxley fue quien propuso en 1942 el término "síntesis". Durante los siguientes años, la teoría sintética dominó el pensamiento científico acerca del proceso de evolución y ha sido enormemente productora de nuevas ideas y nuevos experimentos, a medida que los biólogos trabajan para desentrañar los detalles del proceso evolutivo. Otras de sus obras trascendentes son "The science of life" (La ciencia de la vida), "Religion without revelation" (Religión sin revelación),"Essays of a biologist" (Ensayos de un biólogo), "Scientific research and social needs" (Investigación científica y necesidades sociales), "The living thoughts of Darwin" (El pensamiento vivo de Darwin), "The future of man. Evolutionary aspects" (El futuro de hombre. Aspectos evolutivos) y "The uniqueness of man" (La originalidad del hombre).
Las nociones popular y científica de raza ya no coinciden. La palabra "raza", en tanto que aplicada científicamente a agrupamientos humanos, ha perdido toda claridad de sentido. Actualmente es apenas definible en términos científicos, excepto como un concepto abstracto que puede, bajo ciertas condiciones -muy diferentes de las que ahora prevalecen- haberse realizado aproximadamente en el pasado, y podría, bajo ciertas otras condiciones igualmente diferentes, verse realizado de nuevo en un futuro lejano. A pesar de la labor del genetista y el antropólogo, hay todavía una lamentable confusión entre las ideas de raza, cultura y nación. A este respecto los mismos antropólogos no están limpios de culpa, y de ahí que no sea sorprendente la formidable cantidad de ideas confusas existentes en escritores, políticos y el público en general. En tales circunstancias es muy de desear que el término raza, en tanto que aplicado al hombre, sea eliminado de nuestro vocabulario científico y general.
Su empleo como término científico tuvo un origen doble. En parte, representa meramente el uso de un término popular; en parte, la tentativa de aplicar al hombre el concepto biológico de variedad o raza geográfica. Pero el término popular es tan impreciso que resulta inservible, y el análisis científico de las poblaciones humanas demuestra que la variación del hombre ha tenido lugar en otras direcciones que las características de otros animales. En otros animales el término raza ha sido sustituido por el de subespecie. En el hombre, la migración y el cruce han producido un estado de cosas tan fluido que no es permisible la aplicación de ningún término tan preciso a las condiciones existentes. Lo que observamos es el relativo aislamiento de grupos, su migración y su cruce.
Científicamente, sólo hay dos métodos de tratamiento que puedan usarse para la definición genésica de los grupos humanos. El uno es el de definirlos por medio de los caracteres que manifiesten; el otro, el de definirlos por medio de los genes que contengan. En ambos casos el modo de proceder debe ser ante todo cuantitativo. En cualquier grupo ciertos caracteres o genes pueden faltar totalmente, y cuando ello ocurra podremos hacer una distinción cualitativa. Más, generalmente, la distinción será cuantitativa. Los caracteres o genes que estén presentes lo estarán en diferentes proporciones en grupos diferentes; sus combinaciones más frecuentes también diferirán de un grupo al siguiente. Sólo por medio de esta diferencia cuantitativa en la representación podemos tener, principalmente, la esperanza de definir la diferencia entre uno y otro grupo.
El método por caracteres y el método por genes difieren en su valor científico y en su practicabilidad. Es mucho más fácil intentar una clasificación por caracteres y, en los hechos, éste es el único método inmediatamente practicable (además de ser el necesario primer paso hacia la clasificación por genes). Pero es menos satisfactorio desde el punto de vista científico. Esto es, en parte, porque caracteres aparentemente similares pueden estar determinados por genes diferentes; e, inversamente, por el mismo gen en combinación con diferentes constelaciones de otros genes puede producir caracteres muy diferentes. Es también menos satisfactorio porque un carácter es siempre el resultado de una acción recíproca entre la constitución y el medio ambiente. El deslindar los efectos genéticamente importantes del medio, de la acción genéticamente esencial de los genes, es difícil en todos los organismos y especialmente en el hombre, en el que el medio social y cultural -ese carácter singular de la especie humana- desempeña un papel importante.
Hasta que hayamos inventado un método para distinguir los efectos del medio social de los de las constituciones genéticas, nos será imposible decir nada que tenga valor científico acerca de tópicos tan vitales como las posibles diferencias genéticas en inteligencia, iniciativa y aptitud que pueden distinguir a los diferentes grupos humanos. Sería de desear que pudiésemos desterrar el discutido término "raza" de todas las discusiones de cuestiones humanas y lo reemplazáramos por la expresión, no comprometedora, de "grupo étnico". Este sería el primer paso hacia una consideración racional del problema de que se trata.
Ciertas falacias de las ideas "raciales" sin base científica -y especialmente el mito de la "raza aria"- exigen un examen por separado. En 1848, el joven universitario alemán Friedrich Max Müller se estableció en Oxford, donde permaneció el resto de su vida. El noble carácter y las grandes dotes literarias y filológicas de Max Müller son bien conocidos. Hacia 1853 introdujo en el idioma inglés el desdichado término ario, aplicado a un gran número de idiomas. El empleo que hizo de esta palabra sánscrita contiene dos presunciones: una lingüística, en el sentido de que el subgrupo indo-persa de idiomas es más antiguo y primitivo que cualquiera de sus afines; otra geográfica, en el sentido de que la cuna del común antecesor de estos idiomas fue la Ariana de los antiguos en el Asia central. La primera de estas presunciones, según se sabe ahora, es errónea con toda certidumbre, y la segunda es considerada también como probablemente equivocada. Sin embargo, en torno a cada una de estas presunciones se ha edificado toda una biblioteca de literatura.
Además Max Müller dejó otra manzana de discordia. Introdujo una proposición cuya falsedad puede demostrarse. Habló no solamente de un idioma ario concreto y de sus derivados, sino también de una "raza aria" correspondiente. La idea tomó rápidamente cuerpo en Alemania y en Inglaterra. Afectó en mayor o menor medida a cierto número de escritores nacionalistas, historiadores o literatos románticos, ninguno de los cuales tenía una preparación etnológica. Por otro lado, la idea circuló ampliamente por medio del escritor francés Gobineau. Del grupo inglés, basta que recordemos algunas de las plumas más capaces: Thomas Carlyle, J.A. Froude, Charles Kingsley y J.R. Green. Lo que estos hombres han escrito acerca del tema ha sido arrinconado por los historiadores en el desván de las teorías desechadas y desacreditadas. En Inglaterra y Norteamérica, la expresión "raza aria" ha dejado de ser usada por los escritores con base científica, aunque aparezca ocasionalmente en la literatura política y de propaganda. En Alemania, la idea de una raza "aria" no halló más apoyo científico que en Inglaterra. No obstante ello, encontró abogados literarios capaces y tenaces que hicieron de ella algo muy halagador para la vanidad local. Como consecuencia, se extendió rápidamente, fomentada por condiciones especiales.
Posteriormente, Max Müller fue convencido por amigos de su círculo científico de la enormidad del error e hizo todo lo posible para excusarse. Así, en 1888, escribió: "He declarado una y otra vez que, cuando hablo de arios, no me refiero a nada de carne y hueso, ni a cabellos o cráneos; me refiero simplemente a aquellos que hablan un idioma ario. Cuando hablo de esta gente, no me refiero a características anatómicas. Los escandinavos de ojos y de pelo rubio pueden haber sido conquistadores o conquistados. Pueden haber adoptado el idioma de sus más morenos dominadores o viceversa. Para mí, un etnólogo que hable de raza aria, de sangre aria o de ojos y cabellos arios, peca tanto como el lingüista que hable de un diccionario dolicocéfalo o de una gramática braquicéfala".
Max Müller reiteró su protesta con frecuencia pero, por desdicha, "el mal que los hombres hacen queda tras ellos, mientras que el bien es enterrado a menudo con sus huesos". ¿Quién no desea tener nobles abuelos? La fe en una raza "aria" fue aceptada por los filólogos, quienes nada sabían de antropología, y la palabra fue usada sin trabas por escritores que trataban de ciencia, pero sin preparación técnica y sin una clara idea del significado biológico que hay que dar a la palabra "raza". La influencia de la insostenible idea de la "raza aria" vicia todos los escritos alemanes sobre antropología que actualmente están autorizados a aparecer. Si el término "ario" ha de tener un significado racial ha de ser aplicado a la unidad tribu, cualquiera que haya sido, que habló por primera vez un idioma susceptible de ser calificado de ario. Respecto a los caracteres físicos de esta unidad hipotética, sólo podemos decir que no sabemos nada de nada. En cuanto a la localidad donde este idioma se habló por primera vez, la única afirmación concreta tolerable que puede hacerse es que fue algún punto de Asia y no de Europa. Es, pues, absurdo hacer la distinción entre "no arios" y "europeos".
No hay necesidad de reseñar con detalle la historia de la controversia aria. Bastará con decir que, mientras los alemanes afirmaban que estos míticos arios eran altos, rubios y de cabeza alargada -los antecesores hipotéticos de los hipotéticos teutones primitivos-, los franceses aseguraban que el idioma ario y la civilización aria vinieron a Europa con los alpinos o euroasiáticos, hombres de estatura media, más bien morenos y de cabeza ancha. El haberse descifrado el idioma de los hititas -que tienen apariencia de judíos y son indudablemente arios- y el descubrimiento de varios idiomas arios en el Noroeste de la India, crean una nueva complicación en el problema de los orígenes de las lenguas arias en general. Los criterios alemán y francés no pueden ser exactos por completo, pero cabe que ambos sean parcial o enteramente equivocados. En la medida en que los orígenes de nuestra civilización pueden ser asociados con un determinado tipo físico, el enlace no es con los nórdicos ni con los euroasiáticos, sino más bien con los mediterráneos. En cuanto a las medidas físicas generales de la población existente en la Europa central, el tipo que prevalece es euroasiático más que nórdico o mediterráneo.
El método por caracteres y el método por genes difieren en su valor científico y en su practicabilidad. Es mucho más fácil intentar una clasificación por caracteres y, en los hechos, éste es el único método inmediatamente practicable (además de ser el necesario primer paso hacia la clasificación por genes). Pero es menos satisfactorio desde el punto de vista científico. Esto es, en parte, porque caracteres aparentemente similares pueden estar determinados por genes diferentes; e, inversamente, por el mismo gen en combinación con diferentes constelaciones de otros genes puede producir caracteres muy diferentes. Es también menos satisfactorio porque un carácter es siempre el resultado de una acción recíproca entre la constitución y el medio ambiente. El deslindar los efectos genéticamente importantes del medio, de la acción genéticamente esencial de los genes, es difícil en todos los organismos y especialmente en el hombre, en el que el medio social y cultural -ese carácter singular de la especie humana- desempeña un papel importante.
Hasta que hayamos inventado un método para distinguir los efectos del medio social de los de las constituciones genéticas, nos será imposible decir nada que tenga valor científico acerca de tópicos tan vitales como las posibles diferencias genéticas en inteligencia, iniciativa y aptitud que pueden distinguir a los diferentes grupos humanos. Sería de desear que pudiésemos desterrar el discutido término "raza" de todas las discusiones de cuestiones humanas y lo reemplazáramos por la expresión, no comprometedora, de "grupo étnico". Este sería el primer paso hacia una consideración racional del problema de que se trata.
Ciertas falacias de las ideas "raciales" sin base científica -y especialmente el mito de la "raza aria"- exigen un examen por separado. En 1848, el joven universitario alemán Friedrich Max Müller se estableció en Oxford, donde permaneció el resto de su vida. El noble carácter y las grandes dotes literarias y filológicas de Max Müller son bien conocidos. Hacia 1853 introdujo en el idioma inglés el desdichado término ario, aplicado a un gran número de idiomas. El empleo que hizo de esta palabra sánscrita contiene dos presunciones: una lingüística, en el sentido de que el subgrupo indo-persa de idiomas es más antiguo y primitivo que cualquiera de sus afines; otra geográfica, en el sentido de que la cuna del común antecesor de estos idiomas fue la Ariana de los antiguos en el Asia central. La primera de estas presunciones, según se sabe ahora, es errónea con toda certidumbre, y la segunda es considerada también como probablemente equivocada. Sin embargo, en torno a cada una de estas presunciones se ha edificado toda una biblioteca de literatura.
Además Max Müller dejó otra manzana de discordia. Introdujo una proposición cuya falsedad puede demostrarse. Habló no solamente de un idioma ario concreto y de sus derivados, sino también de una "raza aria" correspondiente. La idea tomó rápidamente cuerpo en Alemania y en Inglaterra. Afectó en mayor o menor medida a cierto número de escritores nacionalistas, historiadores o literatos románticos, ninguno de los cuales tenía una preparación etnológica. Por otro lado, la idea circuló ampliamente por medio del escritor francés Gobineau. Del grupo inglés, basta que recordemos algunas de las plumas más capaces: Thomas Carlyle, J.A. Froude, Charles Kingsley y J.R. Green. Lo que estos hombres han escrito acerca del tema ha sido arrinconado por los historiadores en el desván de las teorías desechadas y desacreditadas. En Inglaterra y Norteamérica, la expresión "raza aria" ha dejado de ser usada por los escritores con base científica, aunque aparezca ocasionalmente en la literatura política y de propaganda. En Alemania, la idea de una raza "aria" no halló más apoyo científico que en Inglaterra. No obstante ello, encontró abogados literarios capaces y tenaces que hicieron de ella algo muy halagador para la vanidad local. Como consecuencia, se extendió rápidamente, fomentada por condiciones especiales.
Posteriormente, Max Müller fue convencido por amigos de su círculo científico de la enormidad del error e hizo todo lo posible para excusarse. Así, en 1888, escribió: "He declarado una y otra vez que, cuando hablo de arios, no me refiero a nada de carne y hueso, ni a cabellos o cráneos; me refiero simplemente a aquellos que hablan un idioma ario. Cuando hablo de esta gente, no me refiero a características anatómicas. Los escandinavos de ojos y de pelo rubio pueden haber sido conquistadores o conquistados. Pueden haber adoptado el idioma de sus más morenos dominadores o viceversa. Para mí, un etnólogo que hable de raza aria, de sangre aria o de ojos y cabellos arios, peca tanto como el lingüista que hable de un diccionario dolicocéfalo o de una gramática braquicéfala".
Max Müller reiteró su protesta con frecuencia pero, por desdicha, "el mal que los hombres hacen queda tras ellos, mientras que el bien es enterrado a menudo con sus huesos". ¿Quién no desea tener nobles abuelos? La fe en una raza "aria" fue aceptada por los filólogos, quienes nada sabían de antropología, y la palabra fue usada sin trabas por escritores que trataban de ciencia, pero sin preparación técnica y sin una clara idea del significado biológico que hay que dar a la palabra "raza". La influencia de la insostenible idea de la "raza aria" vicia todos los escritos alemanes sobre antropología que actualmente están autorizados a aparecer. Si el término "ario" ha de tener un significado racial ha de ser aplicado a la unidad tribu, cualquiera que haya sido, que habló por primera vez un idioma susceptible de ser calificado de ario. Respecto a los caracteres físicos de esta unidad hipotética, sólo podemos decir que no sabemos nada de nada. En cuanto a la localidad donde este idioma se habló por primera vez, la única afirmación concreta tolerable que puede hacerse es que fue algún punto de Asia y no de Europa. Es, pues, absurdo hacer la distinción entre "no arios" y "europeos".
No hay necesidad de reseñar con detalle la historia de la controversia aria. Bastará con decir que, mientras los alemanes afirmaban que estos míticos arios eran altos, rubios y de cabeza alargada -los antecesores hipotéticos de los hipotéticos teutones primitivos-, los franceses aseguraban que el idioma ario y la civilización aria vinieron a Europa con los alpinos o euroasiáticos, hombres de estatura media, más bien morenos y de cabeza ancha. El haberse descifrado el idioma de los hititas -que tienen apariencia de judíos y son indudablemente arios- y el descubrimiento de varios idiomas arios en el Noroeste de la India, crean una nueva complicación en el problema de los orígenes de las lenguas arias en general. Los criterios alemán y francés no pueden ser exactos por completo, pero cabe que ambos sean parcial o enteramente equivocados. En la medida en que los orígenes de nuestra civilización pueden ser asociados con un determinado tipo físico, el enlace no es con los nórdicos ni con los euroasiáticos, sino más bien con los mediterráneos. En cuanto a las medidas físicas generales de la población existente en la Europa central, el tipo que prevalece es euroasiático más que nórdico o mediterráneo.