N.J.: Este comienzo de
conversación es menos fácil de lo que parece porque tiene condicionantes: por
un lado, algo persigo, no en el sentido de escuchar determinadas palabras, sino
que pretendo publicar lo que resulte y eso, se sabe, siempre condiciona; por el
otro, pretendo evitar el convencionalismo de la entrevista: quisiera que el
intercambio sea abierto e imprevisible. ¿Cómo empezar entonces? Estuve pensando
en una posibilidad: no sé si has leído uno de los libros póstumos de
Calvino, "Seis propuestas para el próximo milenio"; discurre sobre lo
que llama "cualidades de la escritura". Una de ellas es la
"claridad" o la "transparencia". Si ves adónde voy podrías,
tal vez, relacionar esta idea con tu propia experiencia de escritura.
J.S.: Yo pienso ante todo que
cuando uno, en algún momento de su vida, empieza a hablar de lo que para él son
las cualidades de la escritura es porque, por la edad o por la experiencia, se
ha alejado de una escritura compleja que eventualmente practicó en un momento
anterior; es probable que esté empezando a pensar que aquello no estaba bien o,
si no es eso, que la cualidad suprema o superior de la escritura, o una de
ellas, es la claridad. Pienso, entonces, que una reflexión semejante es una
consecuencia de la edad. A lo mejor, a los cuarenta años, Calvino tenía otra
idea sobre la escritura. Si entonces alguien le hubiera preguntado quizás
habría contestado reivindicando una escritura rica, compleja y todo eso. Esta
es una consideración de orden general: tal vez, insisto, por estarse acercando
al tramo final de su vida, se le ha ido de las manos el gusto por lo complejo y
necesitó claridad para seguir escribiendo o, peor que eso, proclamó que ésta es
una cualidad de toda escritura. Y cuando digo "peor" es porque con
una afirmación semejante se borran otras cualidades, a veces contrarias, que la
escritura puede tener; en este caso, la escritura compleja, barroca y
elaborada. Se me ocurre que a Calvino no le gustaría leer ni oír a uno de los
escritores que ha escrito mejor en portugués, un hombre del siglo XVII, el
jesuita Padre Antonio Villegas, que dijo en uno de sus sermones -escribió
textos sacros además de cartas- algo complicado que se podría resolver de una
manera más sencilla: lo sabemos, cuanto más hemos vivido, menos vamos a vivir y
los amores, las ficciones, cuanto más duren menos van a durar. A veces -y yo no
estoy en contra de la claridad- uno es más eficaz diciendo las cosas de una
manera compleja que si las dijera de una manera directa, clara y luminosa.
N.J.: Yo creo que la claridad, si se percibiera,
debería ser porque surge de un movimiento auténtico; digo esto porque existe
una ideología de la claridad, como si fuera el requisito para que la literatura
sea accesible; dicho de otro modo, claridad como comunicación. Tengo la impresión
de que Calvino, si no lo traiciono, hablaba de la claridad como una
"cualidad" que no necesariamente es antagónica de la complejidad,
sintáctica o ideológica. ¿Una luminosidad que se desprende de una escritura? Yo
escuché hoy tu lectura de dos fragmentos y, por tu
relación con el español, había palabras o frases que se me escapaban un poco
pero no me parecía que eso implicara una pérdida o un sacrificio de mi parte
sino que lo que yo percibía en tu prosa era, precisamente, un cierto giro
envolvente que genera, metafóricamente, un efecto de luz. Me parece que esto va
por ese lado, como una situación -no un requisito- que brota de una escritura.
Y eso, creo, buscamos todos, más allá de la nitidez de las ideas o de la
expresión directa, simple y sencilla.
J.S.: Coincido contigo. Lo puedo decir de este modo:
si observo lo que hago, no puedo escribir si no veo lo que escribo. Y verlo
quiere decir iluminarlo y, por lo tanto, el escrito no tiene por qué
tener, a priori, claridad ni transparencia. Yo desearía entrar en
esto por otro lado, siguiendo algo que está por ahí, que no sé cómo se dice en
español, pero en portugués se dice translucidez. No es la
transparencia, que es lo que no ofrece obstáculo, sino algo que se sabe que
está ahí pero que no hay por qué decir cómo es, que hay que insinuarlo en el
espíritu del lector provocando una impresión muchísimo más fuerte que si se
hiciera como el reflejo del espejo o la transparencia total. Aunque la crítica
dice que yo me acerco, libro con libro, a una escritura más transparente -lo
cual no me gusta porque la transparencia de la escritura es un concepto
banal-, creo que mis textos muestran, y a mi me gustaría más que eso se viera
tal como yo lo veo, una translucidez que, creo, se encuentra en mi manera de
escribir; quizás se lo pueda llamar estilo, quizás de otro modo, de una de esas
muchas maneras con que intentamos nombrar, casi traducir, cómo la escritura
expresa lo que expresa, cómo se hace con las palabras. Pero, obviamente, eso no
es una respuesta porque las palabras no son más que las palabras y, a
propósito, a veces digo que ninguna palabra es poética en sí misma y que lo que
la hace poética es la que está al lado, interactuando. Es como si una palabra
regalare y diera algo a la que la sigue o la precede. Y bien, esa interacción
produce, quizás, un juego de luces y de sombras, una especie de ondulación de
la escritura, en la que los puntos claros, no diré fuertes, alternan con los
oscuros. Esta continua ondulación es equivalente en la escritura, desde mi
punto de vista, a lo que es la translucidez para la mirada.
N.J.: Hoy, al escucharte leer, pensé, y me vuelve la
sensación al escucharte razonar, que mi dificultad contigo consiste,
básicamente, en que voy para el mismo lado, de modo que no tengo demasiadas
resistencias. En otras palabras yo pienso en términos muy semejantes. Por
ejemplo, en un trabajo que hice hace cerca de veinte años ("Alturas de Macchu
Picchu"), propongo una teoría según la cual las imágenes se constituyen por
la contaminación de los semas que residen en las palabras que se reúnen. Pueden
surgir así, de un verbo y otro verbo, no necesariamente de un sustantivo y un
adjetivo, aunque también de esa relación; no es por lo tanto el valor del
adjetivo lo que potencia al verbo sino la relación secreta que se establece
entre los campos semánticos de las palabras. Por otro lado, en cuanto a lo que
dijiste acerca de la producción de una ondulación: yo lo sentí hoy y me dije
que el movimiento que percibía coincide con mi propia búsqueda. Es un
"ritmo", que no tiene una cualidad musical o que no reproduce la
cadencia de la música, ni ritmos poéticos métricos metidos en la prosa, sino
que podría estar dado, en tu caso, por un sistema asociativo que estaría
bastante lejos del surrealista; sería una asociación controlada, dirigida, sin
extravío de la voz del enunciador; es un campo o recipiente en el cual, por las
relaciones que establecen las palabras, se va produciendo una marcha
desgarbada, cautelosa, tentativa, a la que llamo ritmo sin poder explicar bien
en qué consiste.
J.S.: Yo sustituiría "ritmo" por
"compás", que dice más; la palabra ritmo no te da una sensación de
marcha sino de movimiento, es decir que tiene una ley; es verdad que el compás
tiene también en su interior una ley quizás más rígida que el ritmo y que puede
alterar los ritmos, pero tiene algo de procesional, ligado a los tiempos y que,
en este caso -y ya voy a eso de la asociación-, me lleva a veces a lo
siguiente: estoy escribiendo, tratando de decir algo, y ya lo he dicho todo, ya
está todo. En principio no hay nada más qué añadir, pero ocurre que en la
lectura mental -que no necesita hacerse en voz alta- el compás del escrito
quedó en el aire y eso no lo puedo aceptar. Es verdad que el sentido está allí,
completo, pero si añado dos, tres, cuatro, cinco palabras, nada cambia, pero el
añadido tiene otra función: llenar una totalidad; si no lo hago, el escrito se
quedaría en el aire.
N.J.: Con riesgo de pérdida, ¿no es así?
J.S.: Sí, la pérdida de un flujo narrativo que, desde
mi punto de vista, es muy importante: yo no puedo permitir que haya huecos, lo
que busco es siempre un continuo que, si lo logro, debería llevar al lector de
la última página a la primera y de la primera a la última como si navegara por
un río en una balsa, sin detenerse nunca. En una sola respiración si eso fuera
posible. Es como si un cantante se quedara en el aire por falta de notas o de
música. Es verdad que se puede decir que lo que ha cantado hasta ahí está bien
y no necesita más, pero la falta, cómo decirlo, está en el cuerpo, y la
lectura, como ejercicio de los músculos -que también lo es-, evidencia la
necesidad de que el movimiento se complete. Esto no tiene nada que ver con la
idea de prosa poética sino con el sentido del compás.
N.J.: Yo no renunciaría, por mi lado, a la noción de
ritmo porque la concibo como organización en el espacio, o sea que retomo su
fondo o residuo etimológico, que remite, como tú sabes, al desplazamiento y
cuyo uso primero era propio de los ejércitos.
J.S.: Esto no quiere decir que yo rechace esa noción;
el ritmo está ahí pero tiene que sujetarse a algo más profundo y oculto, eso
que los italianos llaman "basso continuo"; por supuesto, me apropio
indebidamente de esta expresión porque significa otra cosa; lo que quiero decir
es que tú puedes no darte cuenta de que está ahí pero lo sientes si eres un
lector atento.
N.J.: Yo hablaría de un latido que, al mismo tiempo,
es una trama y algo más: una urdimbre, si vale la metáfora textil. Prefiero
esta palabra porque trama se confunde con argumento, noción que no tiene nada
que ver: algo va palpitando por debajo, como una respiración que, por otra
parte, es un ideal que uno persigue. Además, me parece que se trataría de
capturar al lector, o a la lectura, en esa gran respiración, como si fuera una
campana, un inmenso globo imaginario del que no pudiera salir pero
entendiéndolo como aquello que se persigue, nada deliberado ni perverso sino
una empatía, precisamente una respiración común.
J.S.: Me encanta lo que estás diciendo, lo estás
expresando del modo que yo lo expresaría; es lo que yo traté de decir antes y
voy a tratar de retenerlo para usarlo cuando pueda. Eso de la asociación es muy
interesante porque, tú lo has entendido perfectamente, muchos pueden decir: "eso va por el lado de la asociación de ideas" y, por lo tanto, sería
algo que está ahí, en la lectura misma, o bien el lector advierte que el
narrador lo lleva como si estuviera disponiendo de su voluntad, es decir que lo
empuja, a veces con mucho cariño, a veces no. Pero conviene hacer la
diferencia, y me gustó que lo dijeras, entre la asociación surrealista, que
llevaría al automatismo, y lo que yo hago, que no tiene nada que ver. De todas
formas, debo reconocer que yo funciono siempre por asociación. Hasta el punto de
que un crítico portugués ha dicho, y ahora me doy cuenta, que yo hago una
escritura "desprogramada", que sabe adónde va pero no sabe por dónde
va. Esto es muy claro: es como si yo supiera que quiero ir ahora a Santiago de
Cuba pero no sé si ir por el mar, por la montaña o por el aire. Al salir de La
Habana algo que ocurre o me ocurre me lleva a decir "este camino o el otro
son los más adecuados", sin perder nunca la idea de que hay que llegar a
Santiago. Eso me da una gran libertad y, sobre todo, me permite vivir en la
imprevisibilidad; yo me siento a punto de decir algo, pero no sé cómo lo diré y
no está programado, no está preconcebido ni preimaginado, necesito ponerme ahí,
escribir la primera palabra -esto no es automático, tengo que pensar- y quedarme
a ver lo que resulta; pero no lo hago de una manera caótica, abriendo la puerta
a todo lo que venga, sino siempre con un sentido de orientación, dejando de
lado lo que podría dañar, aprovechando lo que completaría, siempre reservándome
un amplio espacio en el que la escritura funciona no sólo en su ondulación
esencial sino también con una ondulación secundaria de búsqueda de sus motivos.
N.J.: Me parece que eso hace que tu prosa sea muy
saturada, en el sentido de que esa libertad que reclamabas es también para la
digresión, para la aparición de un tipo de saber que no tiene mucho que ver con
lo que estás contando sino con tu propia existencia de narrador. Eso te
legitima y te quita de en medio -y me parece que ése es el carácter o el núcleo
esencial de lo que podríamos llamar una escritura "moderna"- todo
sentimiento de culpa respecto de si la prosa es o no objetiva, si se cuenta o
no se cuenta una historia, si se le debe algo o no al lector. La digresión, en
este caso, sería el lugar por donde se filtra un universo más amplio que el del
tema que estás tratando o del punto al que quieres llegar.
J.S.: Yo siento que me estás exponiendo en la plaza
pública, desnudo casi. Eso me lleva a lo que he dicho en alguna revista o en
encuentros con lectores: yo, como escritor, tengo una terrible duda que no
aclararé nunca sobre la existencia del narrador. Quizá si no escribiera como
escribo lo tendría muy claro, reconocería la existencia del narrador, pero mi
escritura me lleva a encontrar algo muy seguro, muy cierto, que puedo expresar
así: mire usted, ahí tiene un libro que es mío, lo escribí yo y ahí se cuenta
una historia, con personajes, situaciones, etcétera; pero, atención, lo más
importante no es la historia que se cuenta sino una persona que el libro lleva
dentro y esa persona es el autor, soy yo. De ahí, entonces, esa necesidad de
expresarlo todo, hasta cosas que no tienen que ver directamente. A veces pueden
tener que ver indirectamente pero, en ese amplio espacio en que te mueves y en
el que entra el sistema de asociaciones con que te alimentas y construyes tu
relato, lo que está ahí es todo lo que brinda una experiencia vital, antigua,
que no es solamente mi experiencia sino mi herencia cultural, mi país, mi
cultura, la gente que he conocido, todo lo que, a veces, viene no muy a
propósito pero aún así ilumina lo que estoy escribiendo. En suma eso es la
desprogramación. Es lo que me gusta, lo único que puedo hacer y, por lo tanto,
se trata de hacerlo lo mejor posible. Es eso, pero con una consecuencia: se
constituye una relación muy especial con el lector. Dicho de otro modo, la
recepción de un libro que ha sido escrito en estas condiciones es diferente -y
eso no tiene que ver con la calidad literaria- y, en mi opinión mejor, más
humana, más cálida, más fuerte, más cómplice, con mayor reconocimiento entre
humanos, que una escritura más canónica o dogmática o autoritaria, aunque la
verdad es que tan autoritaria es una escritura como las otras…