En 1977,
el paleontólogo y biólogo evolutivo estadounidense Stephen
Jay Gould (1941-2002) escribió en su libro "Ever since
Darwin" (Desde Darwin. Reflexiones sobre historia natural) que
la mayoría de los antropólogos imaginaba una relativamente armoniosa
transformación desde el mono al humano impulsada por el crecimiento de la
inteligencia. Le atribuyó la procedencia de esta afirmación a cierto prejuicio
de los investigadores que consideraban que el ser humano domina a otros
animales por el poder del cerebro y que, en consecuencia, el crecimiento del
cerebro debió haber propulsado dicha evolución en todos los estadios. Sin
embargo, se ha comprobado que el cerebro no experimentó un aumento repentino en
el ritmo de crecimiento hasta un millón de años después del bipedismo. Fue,
dice Gould, la postura la que hizo al hombre. El detonante del proceso
de hominización no fue el crecimiento del cerebro sino algo aparentemente
tan trivial como decidir caminar sobre dos patas.
El polifacético
escritor catalán Josep Maria Albaigès (1946), ha
escrito un breve ensayo -"¿Por qué andamos erguidos?"- en el que habla de las
ventajas y desventajas de esta postura humana. Con este cambio "el
hombre emprendía decididamente el camino de la diversidad, aun a costa de
quedar rezagado en cada campo traslacional respecto a otras especies.
Localizar en exclusiva el sentido de la locomoción sobre dos extremidades
reduce la capacidad de marcha, pero es eficiente dentro del abanico de
actividades posibles relativas al desplazamiento: podemos trepar a un árbol,
cruzar a nado un río y andar 30 km. en un día, cosa que ningún otro
animal puede hacer. La posibilidad de caminar erguido permite internarse en
nuevos terrenos. La postura erguida mejora la visión del entorno y la
panorámica de visión. Así se desarrolla un aparato visual más perfecto, y las
manos, ese instrumento cuya importancia para nuestro desarrollo iguala a la del
cerebro, pueden especializarse, posibilitándose la construcción y el
uso de herramientas".
"El
cambio -añade- no deja de acarrear inconvenientes médicos. La espalda humana no
estaba apropiada originalmente a soportar el peso del cuerpo, y se hacen
necesarias curvaturas y contracurvaturas en la columna vertebral para
compaginar la postura, con lo que el dolor de espalda sigue castigándonos
después de varios millones de años de andar verticales. Pero otras
consecuencias, dentro de su aparente negatividad, siguen conduciendo la
evolución hacia nuevos caminos: con el fin de soportar el peso del cuerpo, la
pelvis se vuelve más compacta que la de los animales, y el conducto del parto
se estrecha. Esto limita el tamaño de la cabeza (y por tanto del cerebro) de
los niños, lo que origina un prolongado desvalimiento infantil superior al de
cualquier otra especie. Pero por esta misma razón desarrolla unos vínculos
potentes con los padres, que influirán decisivamente en la “carga” del cerebro,
más libre de “programaciones previas”, que los animales, esto es, con un
repertorio instintivo menor, pero por lo mismo más capaz de cargarse con otras
nuevas. El hombre de la Edad Media, con las mismas capacidades que nosotros,
nunca en su vida usó un ordenador, pero hubiera sido tan competente como
nosotros para hacerlo".
Por otra
parte -agrega Albaigès- "el
tamaño del cerebro, que ha triplicado su volumen desde la era de los primates
manteniendo aproximadamente el resto de proporciones corporales, plantea unos
problemas de equilibrio, redimensionado craneal y eliminación de calor graves.
El flujo térmico desde su centro hasta su superficie es varias veces mayor que
en un primate, con una organización corporal similar". No es casual que en la
frente se hallen tres o cuatro veces más glándulas sudoríparas por unidad de superficie
de piel que en todo el resto del cuerpo. El tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferios
cerebrales está
expuesto a un alto peligro térmico, mucho más que el interior del cerebro. "Se
ha especulado incluso que los cambios en el flujo sanguíneo provocados por la
posición erecta fuesen los detonantes del crecimiento cerebral. La gravedad
pudo alterar el aparato circulatorio, y el
equivalente antisimétrico a las válvulas para la circulación venosa
existentes en las piernas pudo ser una retención de sangre en la cabeza
superior a la normal, lo que originaría la aparición de un volumen adecuado
para administrarla".
Lo
cierto es que el bipedismo resultó ser una innovación adaptativa muy importante
tal como ya lo había vislumbrado Sigmund Freud (1856-1939)
en uno de los capítulos de su extenso
ensayo "Das unbehagen in der kultur" (El malestar en la cultura) publicado
en 1930: "El proceso irrevocable de la civilización se habría iniciado a
partir de la adopción de la postura erecta por parte del hombre. Desde ese
momento, la cadena de acontecimientos se habría desarrollado desde la
devaluación de los estímulos olfativos y el aislamiento del período menstrual
hasta el momento en que los estímulos visuales se convirtieron en centrales y
los genitales quedaron a la vista, y desde allí a la continuidad de la
excitación sexual, la fundación de la familia y así hasta llegar al umbral de
la civilización humana". A continuación, Freud inclinó la mirada del hombre
hacia su subconsciente, convirtiendo la virtuosa lucha contra las pasiones en
causa de trauma.
Hacia
mediados de la última década del pasado siglo, científicos del Museo de
Historia Natural de Basilea, basándose en el estudio comparado de diversos
homínidos, descubrieron que el Oreopithecus bambolii, un primate hominoideo de aspecto moderno
que vivió entre 6 y 9 millones de años atrás en el noroeste de Italia, tenía
una estructura esquelética básica claramente ortógrada, esto es, la que adopta
posturas verticales del tronco durante la locomoción. Con un tórax ancho,
columna corta y relativamente rígida y brazos más largos que las piernas, se
diferenciaban de los cuadrúpedos como el orangután o el gorila, pronógrados cuya
estructura esquelética está orientada en una dirección más dorsal, y cuya locomoción
era esencialmente cuadrúpeda en el suelo y en los árboles, con una columna
larga y flexible y brazos más cortos que las piernas. Analizando restos fósiles
de los pies de ejemplares de esta especie, llegaron a la conclusión de que la anatomía
de los elementos más importantes de la articulación del tobillo les sugería una
orientación hacia adentro de las rodillas, a diferencia de la orientación hacia
afuera que se da en los antropoides y similar a la de los homínidos.
En
cuanto a las manos, advirtieron que su estructura básica estaba determinada por
la locomoción, debido a que éstas soportan las mayores tensiones durante la
misma, siendo las adaptaciones a la manipulación limitadas por aquélla. Sólo en
los homínidos sucede lo contrario. Las manos del Oreopithecus, lejos de
parecerse a las de los primates trepadores y suspensores contemporáneos a él, apuntaban
claramente a su bipedismo, aunque diferente al de los humanos. Sus brazos eran
más largos que las piernas, y sus pies eran prensiles, lo que les permitía una
superior capacidad trepadora. Los pies de los homínidos están mejor diseñados
para correr, mientras que los de Oreopithecus constituían una
plataforma que permitía un control eficiente del equilibrio en posición
estática. Dado que el gasto energético de la locomoción arborícola es cuatro
veces superior al del cuadrupedismo o el bipedismo terrestres y que la vida en
el suelo, además, tiene menos riesgos de accidentes y ofrece un espectro más
amplio de posibilidades alimentarias, es posible que el Oreopithecus haya
optado por la segunda opción al notar que podía hacer un uso más eficiente de
las manos en la manipulación. Las manos libres le facilitaban la recolección y
el procesado del alimento, lo que constituía una gran ventaja, y el bipedismo
era el medio para disponer de ella.
Los
hallazgos más importantes hasta el momento se hicieron en 2007. Luego de un
estudio completo de la espina dorsal de más de doscientos fósiles de mamíferos
que vivieron a lo largo de 250 millones de años, científicos del Museo de Zoología Comparada de Harvard han
llegado a la conclusión de que el andar bípedo surgió hace 21 millones de años,
15 millones más de lo que se pensaba hasta ahora. Al primate
fósil Morotopithecus bishopi descubierto en Uganda le habría cabido
el privilegio de ser el primero en enderezar la columna para caminar erguido
debido a una mutación genética. Las investigaciones pudieron llevarse a cabo
gracias a los importantes avances logrados en el estudio de la genética
homeótica, una mutación en los genes de los embriones por la cual se producen
transformaciones en las vértebras. Una de estas mutaciones -un defecto de
nacimiento que cambió la disposición de las vértebras- habría sido la que
permitió poner el cuerpo vertical en un individuo de un ancestro humano,
haciendo así que aquél, el Morotopithecus, fuese el primer ser bípedo de
la historia en una familia de cuadrúpedos.
Este considerable
descubrimiento viene a desmontar la antigua creencia, tanto de casi todas las culturas primitivas como de la
mitología y filosofía griegas y, desde luego, de la tradición judeocristiana, que
los humanos aparecen separados de la naturaleza. Recién en el siglo XVIII hubo
quienes se atrevieron a plantear una idea diferente. Así, Georges Cuvier (1769-1832), Robert
Chambers (1802-1871) y Alfred Russel Wallace (1823-1913), por
ejemplo, cada uno con sus diversos matices, sostuvieron que la evolución se había efectuado a partir de
un reducido número de estirpes originales que habían seguido líneas
filogenéticas paralelas. Pero fue la
teoría de la evolución del
naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882), con sus desarrollos posteriores, la que vinculó a
los seres humanos con el conjunto de los seres vivos. Ya por entonces, Darwin propuso que el bipedismo
surgió cuando nuestros ancestros pasaron de vivir menos en los árboles y a
hacerlo más en el suelo. Según su opinión, ello se debió fundamentalmente a un
cambio en la forma de obtener alimento o a un cambio en las condiciones de sus
regiones de origen.
El
biólogo evolutivo alemán Ernst Mayr (1904-2005), por su parte, discrepaba
en su "Das ist biologie" (Así es la
biología) con la idea que el bipedismo haya sido la clave de
la humanización como paso previo al uso de instrumentos. De acuerdo con sus observaciones,
el caminar erguido no podía explicar el uso de herramientas, así como éste no
puede explicar el crecimiento del cerebro, y proponía, en cambio, un proceso de
coevolución del lenguaje, el cerebro y la mente. De cualquier manera, ciertamente todo parece
indicar que la evolución de los homínidos y su actual presencia en la Tierra no
es el resultado de un plan preconcebido de un progreso lineal sino bastante
azaroso, donde el relativo éxito en la supervivencia de la especie humana no
fue una escalera de progreso sino un arbusto con muchas ramas, la mayoría de
las cuales terminaron en la extinción.