1 de abril de 2013

Stephen Jay Gould. La contribución de Engels a las ciencias naturales


En 1977, el paleontólogo y biólogo evolutivo estadounidense Stephen Jay Gould (1941-2002) escribió en su libro "Ever since Darwin" (Desde Darwin. Reflexiones sobre historia natural) que la mayoría de los antropólogos imaginaba una relativamente armoniosa transformación desde el mono al humano impulsada por el crecimiento de la inteligencia. Le atribuyó la procedencia de esta afirmación a cierto prejuicio de los investigadores que consideraban que el ser humano domina a otros animales por el poder del cerebro y que, en consecuencia, el crecimiento del cerebro debió haber propulsado dicha evolución en todos los estadios. Sin embargo, se ha comprobado que el cerebro no experimentó un aumento repentino en el ritmo de crecimiento hasta un millón de años después del bipedismo. Fue, dice Gould, la postura la que hizo al hombre. El detonante del proceso de hominización no fue el crecimiento del cerebro sino algo aparentemente tan trivial como decidir caminar sobre dos patas.
El polifacético escritor catalán Josep Maria Albaigès (1946), ha escrito un breve ensayo -"¿Por qué andamos erguidos?"- en el que habla de las ventajas y desventajas de esta postura humana. Con este cambio "el hombre emprendía decididamente el camino de la diversidad, aun a costa de quedar rezagado en cada campo traslacional respecto a otras especies. Localizar en exclusiva el sentido de la locomoción sobre dos extremidades reduce la capacidad de marcha, pero es eficiente dentro del abanico de actividades posibles relativas al desplazamiento: podemos trepar a un árbol, cruzar a nado un río y andar 30 km. en un día, cosa que ningún otro animal puede hacer. La posibilidad de caminar erguido permite internarse en nuevos terrenos. La postura erguida mejora la visión del entorno y la panorámica de visión. Así se desarrolla un aparato visual más perfecto, y las manos, ese instrumento cuya importancia para nuestro desarrollo iguala a la del cerebro, pueden especializarse, posibilitándose  la construcción y el uso de herramientas".
"El cambio -añade- no deja de acarrear inconvenientes médicos. La espalda humana no estaba apropiada originalmente a soportar el peso del cuerpo, y se hacen necesarias curvaturas y contracurvaturas en la columna vertebral para compaginar la postura, con lo que el dolor de espalda sigue castigándonos después de varios millones de años de andar verticales. Pero otras consecuencias, dentro de su aparente negatividad, siguen conduciendo la evolución hacia nuevos caminos: con el fin de soportar el peso del cuerpo, la pelvis se vuelve más compacta que la de los animales, y el conducto del parto se estrecha. Esto limita el tamaño de la cabeza (y por tanto del cerebro) de los niños, lo que origina un prolongado desvalimiento infantil superior al de cualquier otra especie. Pero por esta misma razón desarrolla unos vínculos potentes con los padres, que influirán decisivamente en la “carga” del cerebro, más libre de “programaciones previas”, que los animales, esto es, con un repertorio instintivo menor, pero por lo mismo más capaz de cargarse con otras nuevas. El hombre de la Edad Media, con las mismas capacidades que nosotros, nunca en su vida usó un ordenador, pero hubiera sido tan competente como nosotros para hacerlo".
Por otra parte -agrega Albaigès- "el tamaño del cerebro, que ha triplicado su volumen desde la era de los primates manteniendo aproximadamente el resto de proporciones corporales, plantea unos problemas de equilibrio, redimensionado craneal y eliminación de calor graves. El flujo térmico desde su centro hasta su superficie es varias veces mayor que en un primate, con una organización corporal similar". No es casual que en la frente se hallen tres o cuatro veces más glándulas sudoríparas por unidad de superficie de piel que en todo el resto del cuerpo. El tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales está expuesto a un alto peligro térmico, mucho más que el interior del cerebro. "Se ha especulado incluso que los cambios en el flujo sanguíneo provocados por la posición erecta fuesen los detonantes del crecimiento cerebral. La gravedad pudo alterar el aparato circulatorio, y el equivalente antisimétrico a las válvulas para la circulación venosa existentes en las piernas pudo ser una retención de sangre en la cabeza superior a la normal, lo que originaría la aparición de un volumen adecuado para administrarla".
Lo cierto es que el bipedismo resultó ser una innovación adaptativa muy importante tal como ya lo había vislumbrado Sigmund Freud (1856-1939) en uno de los capítulos de su extenso ensayo "Das unbehagen in der kultur" (El malestar en la cultura) publicado en 1930: "El proceso irrevocable de la civilización se habría iniciado a partir de la adopción de la postura erecta por parte del hombre. Desde ese momento, la cadena de acontecimientos se habría desarrollado desde la devaluación de los estímulos olfativos y el aislamiento del período menstrual hasta el momento en que los estímulos visuales se convirtieron en centrales y los genitales quedaron a la vista, y desde allí a la continuidad de la excitación sexual, la fundación de la familia y así hasta llegar al umbral de la civilización humana". A continuación, Freud inclinó la mirada del hombre hacia su subconsciente, convirtiendo la virtuosa lucha contra las pasiones en causa de trauma.
Hacia mediados de la última década del pasado siglo, científicos del Museo de Historia Natural de Basilea, basándose en el estudio comparado de diversos homínidos, descubrieron que el Oreopithecus bambolii, un primate hominoideo de aspecto moderno que vivió entre 6 y 9 millones de años atrás en el noroeste de Italia, tenía una estructura esquelética básica claramente ortógrada, esto es, la que adopta posturas verticales del tronco durante la locomoción. Con un tórax ancho, columna corta y relativamente rígida y brazos más largos que las piernas, se diferenciaban de los cuadrúpedos como el orangután o el gorila, pronógrados cuya estructura esquelética está orientada en una dirección más dorsal, y cuya locomoción era esencialmente cuadrúpeda en el suelo y en los árboles, con una columna larga y flexible y brazos más cortos que las piernas. Analizando restos fósiles de los pies de ejemplares de esta especie, llegaron a la conclusión de que la anatomía de los elementos más importantes de la articulación del tobillo les sugería una orientación hacia adentro de las rodillas, a diferencia de la orientación hacia afuera que se da en los antropoides y similar a la de los homínidos.
En cuanto a las manos, advirtieron que su estructura básica estaba determinada por la locomoción, debido a que éstas soportan las mayores tensiones durante la misma, siendo las adaptaciones a la manipulación limitadas por aquélla. Sólo en los homínidos sucede lo contrario. Las manos del Oreopithecus, lejos de parecerse a las de los primates trepadores y suspensores contemporáneos a él, apuntaban claramente a su bipedismo, aunque diferente al de los humanos. Sus brazos eran más largos que las piernas, y sus pies eran prensiles, lo que les permitía una superior capacidad trepadora. Los pies de los homínidos están mejor diseñados para correr, mientras que los de Oreopithecus constituían una plataforma que permitía un control eficiente del equilibrio en posición estática. Dado que el gasto energético de la locomoción arborícola es cuatro veces superior al del cuadrupedismo o el bipedismo terrestres y que la vida en el suelo, además, tiene menos riesgos de accidentes y ofrece un espectro más amplio de posibilidades alimentarias, es posible que el Oreopithecus haya optado por la segunda opción al notar que podía hacer un uso más eficiente de las manos en la manipulación. Las manos libres le facilitaban la recolección y el procesado del alimento, lo que constituía una gran ventaja, y el bipedismo era el medio para disponer de ella.
Los hallazgos más importantes hasta el momento se hicieron en 2007. Luego de un estudio completo de la espina dorsal de más de doscientos fósiles de mamíferos que vivieron a lo largo de 250 millones de años, científicos  del Museo de Zoología Comparada de Harvard han llegado a la conclusión de que el andar bípedo surgió hace 21 millones de años, 15 millones más de lo que se pensaba hasta ahora. Al primate fósil Morotopithecus bishopi descubierto en Uganda le habría cabido el privilegio de ser el primero en enderezar la columna para caminar erguido debido a una mutación genética. Las investigaciones pudieron llevarse a cabo gracias a los importantes avances logrados en el estudio de la genética homeótica, una mutación en los genes de los embriones por la cual se producen transformaciones en las vértebras. Una de estas mutaciones -un defecto de nacimiento que cambió la disposición de las vértebras- habría sido la que permitió poner el cuerpo vertical en un individuo de un ancestro humano, haciendo así que aquél, el Morotopithecus, fuese el primer ser bípedo de la historia en una familia de cuadrúpedos.
Este considerable descubrimiento viene a desmontar la antigua creencia, tanto de casi todas las culturas primitivas como de la mitología y filosofía griegas y, desde luego, de la tradición judeocristiana, que los humanos aparecen separados de la naturaleza. Recién en el siglo XVIII hubo quienes se atrevieron a plantear una idea diferente. Así, Georges Cuvier (1769-1832), Robert Chambers (1802-1871) y Alfred Russel Wallace (1823-1913), por ejemplo, cada uno con sus diversos matices, sostuvieron que la evolución se había efectuado a partir de un reducido número de estirpes originales que habían seguido líneas filogenéticas paralelas. Pero fue la teoría de la evolución del naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882), con sus desarrollos posteriores, la que vinculó a los seres humanos con el conjunto de los seres vivos. Ya por entonces, Darwin propuso que el bipedismo surgió cuando nuestros ancestros pasaron de vivir menos en los árboles y a hacerlo más en el suelo. Según su opinión, ello se debió fundamentalmente a un cambio en la forma de obtener alimento o a un cambio en las condiciones de sus regiones de origen.
El biólogo evolutivo alemán Ernst Mayr (1904-2005), por su parte, discrepaba en su "Das ist biologie" (Así es la biología) con la idea que el bipedismo haya sido la clave de la humanización como paso previo al uso de instrumentos. De acuerdo con sus observaciones, el caminar erguido no podía explicar el uso de herramientas, así como éste no puede explicar el crecimiento del cerebro, y proponía, en cambio, un proceso de coevolución del lenguaje, el cerebro y la mente. De cualquier manera, ciertamente todo parece indicar que la evolución de los homínidos y su actual presencia en la Tierra no es el resultado de un plan preconcebido de un progreso lineal sino bastante azaroso, donde el relativo éxito en la supervivencia de la especie humana no fue una escalera de progreso sino un arbusto con muchas ramas, la mayoría de las cuales terminaron en la extinción.